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"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

(Groucho Marx, de niño)


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viernes, 17 de diciembre de 2010

Corto Maltés, o cuando contar historias se convierte en un arte


Hace unos años fui invitado a participar en una especie de charla-coloquio sobre literatura en la que los asistentes proponían al auditorio una obra de su interés explicándose el porqué de la elección. Las propuestas fueron interesantes, sin duda, y yo, para hacerme el original, comencé mi breve intervención leyendo el comienzo de mi aportación:

"Soy el Océano Pacífico, el mayor de todos. Me llaman así desde hace mucho, pero no es cierto que esté siempre así. A veces me enfado y la emprendo con todo y con todos. Hoy mismo acabo de calmarme de la última rabieta. Creo que barrí tres o cuatro islas y destrocé otras tantas cáscaras de nuez, de esas qe los hombres llaman barcos... Sí, éste que véis no só como consiguió librarse. Quizás porque su capitán, Rasputín, conoce el oficio o porque sus marineros son de las islas Fidji. O quizá porque han pactado con el Diablo. Pero esto no importa ahora. Hoy es "Tarowean", el día de las sorpresas. Y el de todos los santos. 1 de noviembre de 1913."

Mi propuesta agradó al personal, que la vio original, aunque no tanto como la de Dani, un muchacho vital y radiante que nos dejó a los pocos meses de este episodio, que para asombro de todos y deleite de algunos hizo sonar "Stairway to heaven", de Led Zeppeling, cuyo relato musical es tan cautivador.
Reconozco que La balada del mar salado, a la que pertenece la introducción transcrita, sorprende a primera vista, y no sólo porque en ella aparece referido ese truhan cabroncete, aunque también entrañable, llamado Rasputín. Esta es la primera aventura de Corto Maltés, que aparece a las pocas viñetas del comienzo de la historia atado en un entramado de maderas en medio del mar. Al principio Corto nos parece desagradable, altivo, un pirata de los siete mares... Nada que ver con el dandy en el que se convertirá con el tiempo.
Es verdad que en esta historia la personalidad de Corto parece irse construyendo viñeta a viñeta, página a página. Desde su relación amor-odio con Rasputín, hasta sus acciones más honrosas. El propio rostro de Corto se va configurando por momentos: primero a base de trazos más o menos firmes, y finalmente mediante la concreción de sus rasgos fisonómicos. Si no me equivoco, ya en esta historia el marino revela alguno de sus secretos: que es hijo de la Niña de Gibraltar y que siendo pequeño, al decirle una adivina que le leyó la mano que carecía de la línea de la Fortuna, se la hizo él mismo con una cuchillo. Además, los personajes que la protagonizan poseen un alto valor psicológico y eso, en cualquier historia que se precie ser contada, es un punto a favor. Desde los propios Corto y Rasputín, a Pandora, su hermano Caín, el maorí Tarao, Cráneo, el oficial alemán Slutter, y, por supuesto, el Monje, figura siniestra de aspecto medievalizante y carácter un tanto anacrónico, que siempre me ha fascinado.
Pero de todos estos personajes, a mí el que más me gusta, claro está, es Pandora, hija de Tadeo Groovesnore, un conocido armador de Sidney, a la que Rasputín encuentra a la deriva junto a su hermano Caín, y por la que Corto Maltés siente una más que evidente atracción. Tanta, que su subconsciente lo delatará en otra historia, La casa dorada de Samarkanda. Me niego rotundamente a hablar sobre el argumento de la balada. El que lo quiera conocer que se la lea o que la busque en cualquier página o blog. Me interesa más dejar constancia de la magnífica impresión que me causó el que, para mí -y esta es una opinión personal- es la mejor historia del marino.
Tras esta, como no podía ser de otra forma, me dediqué durante largo tiempo a leer la obra de Pratt, y adquirí las diferentes aventuras de su más popular personaje, publicadas por Editorial New Comic y también por Norma -estas a color-, entre las que se distinguen los tomos que recopilan episodios cortos -Bajo el signo de Capricornio, Siempre un poco más lejos, Las Célticas, Las etiópicas- y aquellas otras dedicadas a historias o aventuras largas -Corto Maltés en Siberia, La casa dorada de Samarkanda, Fábula en Venecia, Tango y La juventud-, a las que hay que unir, claro está, la balada y Las Helvéticas, y de las que sólo no he leído Mu. Tratar de escribir sobre todas estas páginas es tarea más que imposible para mis aspiraciones, pero si que me gustaría dejar constancia aquí de algunos momentos insuperables para la historia del cómic y que son debidos a Pratt y a su personaje:

- La genialidad de Pratt en La juventud, de contarnos una historia en la que Rasutín y el señor London son los protagonistas e inquietarnos hasta el final sobre la aparición de un Corto metido a kendoka. Todo ello en plena guerra ruso-japonesa de 1905.

- El profesor Eisner, su aparición en "El secreto de Tristan Bantam" (Bajo el signo de Capricornio) y su evolución como personaje.

- En este mismo álbum, además de Boca Dorada y Morgana, me quedo con Soledad Lokaarth, en "Por culpa de una gaviota", con la que se volverá a encontrar en "Vudú por el presidente", historia de Simpre un poco más lejos.

- Dentro de este último álbum, me parece interesantísimo, desde el punto de vista de la narración, el arranque de "La conga de las bananas", historia en la que Corto conoce a Veneciana Stevenson, y en la que aparece Esmeralda, antigua conocida del marino y que volveremos a encontrar en Argentina, en Tango.

- Las Célticas, en su conjunto, me apasiona como libro de relatos, y sobre él ya se habló otro día.

- De Las Etiópicas, claro está, me quedo con Cush y, como historia, con "Un tiro desde las chumberas".

- Corto Maltés en Siberia, de la que hay una adaptación animada bastante buena, creo que se sitúa en la plenitud narrativa y gráfica de Hugo Pratt.

- Tango... y todo a media luz me fascinó en su momento ya que da un giro a los relatos cortomaltescos al mostrarnos al marino enfrascado en un turbio asunto con La Varsovia -especie de mafia polacobonaerense- y al mostrársenos el pasado de Corto junto a Butch, Etta y Sundance, bandidos de la Patagonia.

- La casa dorada de Samarkanda, como historia, me parece soberbia, de lo mejor que he leído en mucho tiempo, donde la búsqueda del tesoro de Carlo Magno en tierras orientales se convierte en una búsqueda de la propia identidad de Corto Maltés.

- Y, finalmente, Fábula en Venecia, verdadero capricho narrativo del autor, en su ciudad natal, con logias masónicas y misticismo como telón de fondo, en compañía de la misteriosa y bella Hipatia.

Reconozco mi pasión por Corto Maltés, del que no he leído alguna historia y, en definitiva, por la obra de Pratt, aunque hay mucho de ella que desconozco. Aparte de las aventuras referidas, he leído algo de Los Escorpiones del Desierto y una interesante historia titulada El aventurero del Caribe, con el marino Svend a lo Harry Morgan, de Tener o no tener, de Hemingway, envuelto en conspiraciones paramilitares. Muy recomendable.
Sin duda, Hugo Pratt es uno de esos autores con mayúsculas que elevan el cómic a la categoría de verdadero arte, tanto en el aspecto gráfico como en el narrativo. Quizá sea por ello por lo que debería prestarse más atención a su obra que, pese a todo, ha contado en los últimos años con reediciones de interés, algunas a color, que dotan a la historia, si cabe, de un mayor atractivo. Y ello, pese a que es cuestionable en algunos casos el respeto al formato original.

martes, 23 de noviembre de 2010

De Corto Maltés o de las mil y una aventuras




Aquí estamos de nuevo, después de un largo e injustificado parón, que comienza ya a ser una mala costumbre.
Me había quedado hablando de uno de mis personajes de cómic favoritos: el marino Corto Maltés, creado por el dibujante Hugo Pratt. No deseo parecer redundante, pero como ya lo dije, este tipo me enseñó a leer cómics de verdad y a ver más allá de las viñetas. Y todo comenzó en Helvecia, donde comienzan muy buenos sueños.
Siempre que acudo a las historias de Corto me encuentro ante el dilema de una personalidad compleja. Creo sinceramente que hay dos Cortos Malteses rondando por el mundo -aquel mundo convulso entre 1905 y 1936 (por aquello de que, según cuenta la rumorología, Pratt había decidido poner fin a los días del marino en aquel error fraticida llamado guerra civil española)-. Ambos son aventureros, dandys, misteriosos, pero mientras uno es más decidido en su búsqueda, bien de un tesoro o de un amigo, o de ambas cosas -Fábula en Venecia, La casa dorada de Samarkanda, Corto Maltés en Siberia (que tiene una buena versión fílmica), Tango ...y todo a media luz-, el otro está sumergido en una búsqueda personal a través del mito y del tiempo, y muchas veces se ve inmerso en revoluciones y conflictos varios de carácter local e incluso internacional -no olvidemos que en Las Célticas, ayudado por Merlín, Oberón, Puck y Morgana, Corto impide una acción bélica alemana en aguas británicas que hubiera dado un vuelco al desarrollo de la primera gran guerra.
Precisamente, fueron Las Célticas las que terminaron de conquistarme, después de leer las Helvéticas, como quedó dicho. Para ello, haciendo pellas universitarias, acudí a la tebeoteca de la Casa de la Juventud -magnífico proyecto cuyo pasado, presente y futuro siempre ha sido incierto- y pude estar disfrutando con el tomo. Además, todo hay que decirlo, pude disfrutar de una exposición de originales de Landa, en concreto los de su magnífica historia El Ciclo de Irati (sí, la misma que nos dejó chafados editorialmente cuando después de comprarnos los dos primeros volúmenes vimos incrédulos que el tercero y último aparecía en formato libro junto con los otros dos por el módico precio de unos 30 eurazos). Conste que esta es una crítica editorial y no para el autor, cuyo trabajo admiro y cuyo mencionado ciclo me sigue fascinando.
En Las Célticas conocí de verdad a Corto, capaz de dar limosnas a monjes benedictinos y franciscanos por la información dada acerca de la leyenda de El Dorado en un monasterio veneciano; conocer a nuevos personajes que luego serán viejos, como el capitan de Carabinieri Sorrentino, el gondolero Hojos de Hada, el judío Melquisedec y su bella nieta Ester, o la pérfida -aunque finalmente entrañable Veneciana Stevenson (que ya había aparecido en Bajo el signo de Capricornio (creo) y que volverá a aparecer en La Casa Dorada de Samarkanda), etc.
Hay en este tomo relatos ingeniosos como "Bajo de la bandera del oro" o "de como Corto Maltés se las apaña para que un grupo de soldados aliados agencien un tesoro escondido en un pueblo italiano ante la estupefacta mirada de los prusianos-; "Concierto en do menor para arpa y nitroglicerina" o "de como Corto Maltés se compromete con la lucha del Sinn Fein"; "Sueño de una mañana de invierno" o "de como Corto Maltés, que no sabemos muy bien cómo ha aparecido una mañana invernal durmiendo la mona en Stonehenge, termina salvando las islas británicas de la invasión teutona"; "en el tinglao de la antigua farsa" o "de como Corto Maltés, gracias a los consejos de su madre, la niña de Gibraltar, no se fia de una joven de ojos verdes y salva la vida"; o "Vino de Borgoña y rosas de Picardía" o "de como Corto Maltés asiste al final del Barón Rojo", que al final nos termina cayendo hasta bien.
Las Célticas, dentro de la cronología maltesca, creo que va después de Siempre un poco más lejos y Bajo el signo de Capricornio, pero como yo la leí antes, pues la señalo primero. Haré lo mismo con La Balada del Mar Salado, que fue la siguiente historia que leí del marino.
Pratt siempre me ha gustado por la elegancia de su dibujo y la maestría con la que trabaja las tintas, aguadas y acuarelas. Es un verdadero virtuoso de la línea y del color, capaz de transmitir con el más simple trazo un enorme caudal de sensaciones. Dejo aquí una divertida página que, espero, mueva a la lectura de estas historias y en la que se aprecia la maestría del genial italiano.




jueves, 16 de septiembre de 2010

De como todo empezó en Helvecia


Sin duda, ha sido un mes difícil... ¡y lo que queda! Pero hay que ponerse manos a la obra, que si no el cerebro se atrofia, más si cabe.
Dejé mi relato en un punto crucial de mi vida como aficionado al cómic: el momento en el que el azar quiso que conociese a Corto Maltés, posiblemente el personaje que más aprecio de todos los que se han plasmado en el papel. Su aspecto de dandy, su aparente despreocupación, su obstinada implicación en aquello que merece la pena, su valentía y su fidelidad a sus amigos -y compasión con sus enemigos- son notas que sin duda atraen a cualquiera.
Como ya dejé señalado, llegué a Corto Maltés a través de una entrevista en la prensa navarra y de una recomendación que en ella se hacía. El escenario del encuentro fue el Salón del Cómic de Barcelona -¿cabe mejor lugar para ello?- y la obra que inició mi contacto fue Las Helvéticas. No es, desde luego, la mejor manera de adentrarse en el universo maltés, pero su portada -de la edición Totem- con aquellas tres bellas y lozanas jóvenes y el uso del color a la acuarela, que es un primor, me cautivaron fácilmente.
La historia arranca, como las buenas historias, con un hecho más o menos trivial. En este caso el marino -que aquí no verá el mar- y su amigo, el profesor Steiner, se dirigen a Montagnola del Tesino (Suiza) para visitar a Herman Hesse, sí, el escritor. Como digo, algo trivial en apariencia. Porque en realidad la visita se va a convertir en un viaje por los mitos de la alquimia, de Paracelso, el Santo Grial, Klingsor -aquel caballero que se castró a causa de su líbido, uf!-, el relato de Parsifal, etc.
Llegados a la casa del escritor, éste no aparece, pero Corto y Steiner son recibidos por un jovenzuelo que se hace llamar Klingsor -mmm!- y que a la pregunta de Corto de "¿cuántos años tiene usted?", él responde: "cuatro, pero también podría tener setecientos trece". Es más, a las pocas viñetas, mientras el joven y el marino caminan por la casa, el primero revela otra verdad no menos oscura: "¡Soy Herman Hesse, el escritor!". Y, más aún, cuando trata de convencer al perplejo Corto, comienza a encoger para terminar formando parte de una pinceladura en la pared en la que aparecen representados diversos personajes ataviados con trajes medievales. Su explicación -"lo que ocurre es que soy una proyección de la imaginación de H. H. y de la del sumo poeta medieval "Escehnbach", que se materializa en esta casa donde el escritor trabaja..."-, no termina de sacarnos de nuestro asombro. Recuerdese que este era mi primer contacto con la obra de Pratt. No seguiré revelando detalles argumentales para no importunar al futuro lector de esta historia pero añadiré que cuando Steiner regresa a escena -se había ido a telefonear- encuentra a un Corto Maltés hablando sólo y, encima, refieriendo unos dibujos de una pared que, a decir verdad, se encuentra vacía.
La historia, ya comenzada, alcanza su clímax cuando Corto Maltés acude a la pensión Morfeo -curioso nombre- y, tras regalar a la joven Erica un vestido rojo y darse una reconfortante ducha, se dispone a leer el relato épico Parsifal, que ha cogido prestado de la casa de Hesse, haciendo caso de un consejo que le ha dado una de las "imágenes" de la pared: "Basta leer un libro de nuestros cuentos metido en la cama a eso de la medianoche y repasar el mismo renglón hasta que se deje de comprender el sentido (...) y es entonces cuando se puede entrar en la leyenda, para despertarse en un sueño mágico".
Dicho y hecho, Corto Maltés lo hace en un abrir y cerrar de ojos y aparece inmerso en un sueño por los mitos helvéticos, tratados con respeto pero con cierta ironía. De manos del mismísimo caballero Klingsor, y tras superar no pocas pruebas, terminará bebiendo ni más ni menos que de la fuente de la rosa sirviéndose para ello del Saint Grial, que a diferencia del best seller de Brown, no es una mujer sino un cáliz.
El hecho, que para el marino no es sino un medio para saciar su sed con "agua fresca de manantial" desencadena sin embargo una consecuencia, que le es expuesta por el mismísimo Satanás: al beber de la fuente de la eterna juventud, Corto se a convertido en un "perenne", pasando así a formar parte de la familia infernal. Obviamente, le llevará la contraria, de manera que será preciso contar con la decisión inapelable del tribunal infernal, que suena poco alentador, formado por lo mejorcito de cada casa: Kain, el bíblico fratricida; Judas Iscariote, el traidor; Balal de Sennar, que quiso llegar al cielo con la Escalera de Babilonia y la terminó liando, al menos en términos lingüísticos; el Mago Merlín; Eva, la de la manzana -pobre, siempre se lleva la peor parte y eso que no está comprobado que fuera ella la primera en caer en la tentación..., ni siquiera está probado que hubiera tentación..., ni fruto prohibido..., ni serpiente..., ni árbol..., en fin; Juana de Arco y su compañero de armas Gilles de Rais; el papa Clemente V; Dick Turpin; y, tachán, tachán, Rasputín, a quien por entonces yo no tenía el gusto de conocer.
No voy a seguir describiendo el argumento. Quede claro que lo expuesto quiere insistir en la sorpresa que me causó este mi primer contacto con Corto Maltés. A decir verdad, se trata de una buena historia en la que se apuntan algunos detalles sobre la personalidad y las relaciones del marino que, con el tiempo, fui perfilando. Por un lado, su fina ironía, su carácter afable aunque dispuesto a la pelea a las primeras de cambio, su cultura y su pasión por lo mágico, etc. Por otro lado, su relación con dos personajes entrañables, cada uno a su estilo. El primero, el viejo académico Steiner, al que conoció por primera vez -luego lo supe- en la historia "El secreto de Tristán Bantám", de Bajo el signo de Capricornio; el segundo, Rasputín, cuya relación perdura -no se sabe muy bien cómo ni porqué- desde la guerra ruso-japonesa de 1904-1905.
La historia también me descubrió a un dibujante en su fase más sintética y con un dominio claro de la acuarela. Porque todo hay que decirlo -y en esto le doy toda la razón a Rosa- Pratt es un magnífico dibujante pero, si cabe, aún un mejor acuarelista.
Animo y mucho a la lectura de la historia de Las Helvéticas, aunque eso sí, que nadie intente penetrar en el mundo de la magia con el metodo usado por Corto... sólo da dolor de cabeza.

Iñaki

martes, 17 de agosto de 2010

Encuentros en la ciudad condal

Vamos con otra vivencia más, de esas que merecen la pena recordarse. Esta transcurrió en la ciudad condal, o sea, Barcelona, allá por 1999, año ya lejano. Parece mentira como pasa el tiempo. Por aquel entonces, como ya es sabido, yo era un declarado mangaka, que no manguti, que pasaba las horas muertas del día entre yakuzas, ninjas, cyborgs y chicas muy guapas, de insinuantes formas, mientras la vida real transcurría en otro plano paralelo, o perpendicular al mío. Y ni tal mal, oye, que era feliz y me lo pasaba en grande aunque, eso sí, no me comía una rosca. Vamos, ni una ni media.
En ese tiempo yo pasé a la Universidad. Quería estudiar periodismo pero mi nota no daba para ingrasar en el olimpo de los medios de comunicación, así que me conformé con una licenciatura que lo único bueno que me dio -eso sí, muy bueno- fue una novia, que ahora es mi mujer. Pero esta es otra historia. Como digo, entonces estaba yo en la uni, que era como decir en una fauna repleta de personas y personajes de lo más variado. De entre ellos, los que más me impresionaban eran las féminas, más por admiración que por recelo. Y es que, todo hay que explicarlo en esta vida, yo venía de un colegio de lo más carca, aunque con algún que otro buen tío, en el que habían transcurrido once añazos de mi vida entre imberbes mozalbetes obsesionados por el sexo. Y es aquí cuando debo rendir tributo a la que para mí fue la gran terapia de aquellos años: RTL. ¡Vielen dank!
Los años universitarios estuvieron bien, en serio. Buena gente, algún/a que otro/a buen/a profesor/a... y mucha bohemia en la que, por cierto, me he quedado, y a mucha honra. Leí mucho en esos años, y no me refiero a los manuales de las asignaturas, algunos de los cuales valían por todo el semestre de tortura en las aulas, y otros en cambio no llegaban a la altura del zapato de las magistrales clases que se cascaban algunos docentes, aunque eran los menos.
Fueron años de autoaprendizaje, más que de aprendizaje, a base de leer bibliografía recomendada y no recomendada, y mucha literatura y muchos, muchos cómics. Es por ello - estaba cantado ya que el cuerpo me pedía marcha- que la visita al Salón del Cómic de Barcelona se me antojaba como algo necesario. Necesario en un sentido existencial.
No sé muy bien cómo, pero conseguí que mis padres me llevaran hasta la ciudad olímpica en compañía de un primo mío, también forofo de los cómic y persona de buen gusto. Sí, ya sé que suena un poco a niño de papá eso de ir con los progenitores hasta allí, pero qué leches, así me aseguraba el transporte en preferente y los gastos de manutención que, por si no ha quedado claro, yo estaba en la bohemia más literal. Y no la de postal, la de esos que van de bohemios pero que pagan con la VISA, sino la de los que no ven un real ni aunque paguen por ello.
La verdad es que tenía muchas esperanzas en aquel Salón del Cómic que, como otros de aquella época, estaba monopolizado por el manga. Amén. No obstante, algo sucedió durante esa visita que me cambiaría la vida, entiéndase, en tanto que aficionado al cómic. Y es que de camino a Barcelona, tuve ocasión de leer en la prensa una entrevista a Julio, el de TBO, en la que, además de dar una visión profesional del panorama del cómic, recomendaba una serie de títulos. Pero no adelantemos acontecimientos, que si no perdemos la trama de la historia.
El Salón me fascinó desde que entré en la estación de Francia. Gente, gente y más gente. Cómics, cómics y más cómics. Manga, manga y más manga. El paraíso terrenal, sin duda. Huelga decir que a nada que entramos en el espacio mágico del salón, mi primo y yo hicimos mutis por el foro y plantamos a mis padres y a mi hemanico de once años en la puerta... y allí se quedaron hasta que unas seis horas más tarde aparecimos repletos de cómics. Como es fácil de imaginar, la bronca que nos echaron nos entró por un oído y nos salió por el otro.
Recordando, recordando, recuerdo que compré varios volúmenes de manga: el número 1 de Gon, de Tanaka, cuyo virtuosismo gráfico y la frescura del guión me impresionaron; Pineaple army, de Kayuza Kudo y Naoki Urasawa, que, pese a algunas críticas que tuvo, a mí en conjunto me gustó; una sierie corta de tres números de Gun Smith Cats, de Kenichi Sonoda, sin más comentarios; y un número de la adaptación del anime de San Hayao Miyazaki, Porco Rosso, ante cuya figura porcina, por cierto, me hice una foto que, por ahorraros el trago, prefiero no publicar. Todos estos ejemplares, y alguno más que no recuerdo o no encuentro por ningún lado, excusado es decir que podían localizarse fácilmente en Pamplona pero nadie me discutirá que cualquiera se resiste a la tentación compulsiva de consumir cómics en un salón de ídem. Vamos, es que es como ir al Ikea y no comprar aunque sea el imprescindible vaso de chupito, ojo, para cuando vengan los amigos a casa.
Todas estas compras estuvieron bien, claro está, pero, como ya he adelantado, algo pasó en aquel salón que me haría cambiar mi perspectiva del cómic y dejar gradualmente de consumir mangas, aunque reconozco que no lo he hecho del todo. Y es que la cabra siempre tira pal monte. La cuestión es que en la anteriormente referida entrevista a Julio, éste recomendaba varios títulos, para él imprescindibles, de la historia del cómic, entre los que mencionaba al marino por antonomasia de la historieta... Un, dos, tres, responda otra vez: Corto Maltés. Y yo me dije, pues si lo dice Julio, por algo será. Además, resulta que en aquel curso de cómics del que ya hable, impartido en la Casa de la Juventud de Pamplona, ya se nos había comentado su importancia y calidad. Eran, por lo tanto, muchas coincidencias como para dejar pasar aquella señal. Así que busqué, busqué y finalmente encontré en un stand -seguro que en otros también lo hubiera hallado-, algún ejemplar del inmortal personaje de Pratt, y me decanté por un tomo de Las Helvéticas. Sí, ya sé que empezar a conocer a Corto Maltés por esta aventura es un poco extraño. Yo soy más partidario de empezar por el principio, es decir, La balada del mar salado, pero compréndase que entonces no conocía nada de él y me incliné más por una historia en color que por otra en blanco y negro.
La verdad es que me llamó la atención por el argumento y el modo de narrarse, tan absolutamente diferente del género manga al que yo estaba familiarizado, y devoré aquella aventura de un tirón el mismo domingo que regresamos a Pamplona. Aquella noche, durante un tiempo, acompañé al marino en su onírico viaje por las leyendas de Helvetia.
No es turno ahora de hablar de Corto Maltés, al que voy a dedicar una especial atención en las siguientes entradas. Tan sólo diré que entonces, en aquel Salón del Cómic de Barcelona, me encontré, casí de casualidad, con un buen amigo que me ha acompañado durante muchos años desde entonces y me ha hecho vivir intensas y emotivas aventuras por los confines más insospechados.
También he de decir, ya para finalizar, que en aquel salón adquirí una recopilación de las aventuras o más bien travesuras del Gato Fritz, el cabroncete felino creado por Crumb. Hacía algún tiempo que había tenido ocasión de ver en la televisión, a altas horas de la madrugada, la cinta de Ralph Bakshi y qué queréis que os diga, quería conocer la fuente. Además, recuerdo que en el mencionado curso de cómics también se nos habló de este personaje e incluso se proyectaron algunas de sus páginas. Otra señal... Si es que, el que no tiene fé es porque no quiere o no busca bien. También dedicaré atención a este personaje y a algo del cómic underground, pero igualmente será otro día.

Iñaki

miércoles, 28 de julio de 2010

DE UN TALLER DE CÓMICS Y NUEVO S ENCUENTROS

Voy a dejar los mangas por un tiempo, aunque necesariamente volveré a ellos más adelante. Hoy le toca el turno a un episodio bastante interesante y que me ayudó no sólo a leer cómics sino también a conocer muchos títulos y autores hasta entonces ignorados por mí.
Fue mi padre quien me dio noticia de un taller de cómics organizado en la Casa de la Juventud de Pamplona. Yo, por aquel entonces, era un chaval tímido que leía tebeos, veía dibujos animados y seguía leyendo tebeos, cuando no jugaba al spectrum. También dibujaba y, por supuesto, me atrevía a empezar historietas; y digo empezar porque nunca las acababa. Me faltaba método, así que aquel taller pintaba muy bien, y luego comprobé que sus profesores lo hacían aún mejor.
Las clases duraron, si no me equivoco, un semestre, más o menos, y tenían lugar los miércoles a la tarde y los sábados a la mañana. Allí nos juntamos un grupo de chavales de lo más variopinto. Empezamos muchos, y acabamos menos. Fue una experiencia muy interesante, sin duda.
No recuerdo los nombres de los profesores o, al menos, no de todos. Sé que por allí estaba J. J. Aos, Txuma Istúriz, Jordi y Manuel Álvarez. En www.detritustremens.blogspot.com hay una dibujo de Jali en el que aparecen todos, y alguno más. Reconozco que con ellos comprendí mucho de los secretos de elaborar cómics y aprendí mucho sobre autores y personajes de lo más variado.
Recuerdo perfectamente que las clases de los miércoles, a las que yo acudía con mi uniforme opusianeril, comenzaron dedicadas a la historia del cómic y por ellas, ilustradas con diapositivas desfilaron The Yellow Kid, de Outcault, Little Nemo, de McCay, The Spirit, de Eisner, Terry y los piratas, de Milton Caniff, Makoki, de Gallardo y Mediavilla, el gato Fritz, de Crumb, Los Freak Brothers, de Shelton, la Valentina, de Crepax, y muchos otros autores como Moebius, Manara, Pratt, Hergé, Uderzo y Goscini, sin olvidarnos de autores de aquí como Carlos Giménez, Bernet, etc.
No sólo de historias vive el hombre sino también de conocimientos prácticos, así que allí nos explicaron cómo elaborar guiones, cómo dibujar cuerpos, perspectivas, efectos de luces y sombras, planos generales, primeros planos, picados y contrapicados, aguadas, tramas, y muchos otros sabios consejos. Y para ello nos ponían ejemplos de historietas conocidas donde superhéroes y mangas se daban la mano en armónica función didáctica para asombro de unos chavales que se miraban entre sí pidiéndose el último dato aportado: "¿qué a dicho, qué a dicho del plano general...?"
Ni que decir tiene que pronto pusimos en común nuestros intereses y que nos intercambiamos historias y experiencias. Fue allí donde conocí muchos títulos de manga y donde por primera vez vi Akira, de Otomo.
Los sábados eran otra cosa ya que dedicábamos la mañana a taller, es decir, a elaborar nuestras historietas. Por más que he buscado no he logrado encontrar una que realicé, muy influenciada por la estética manga. Quizá demasiado. Aunque sí que he localizado otra, realizada por fechas cercanas, que publico aquí y para la que tan sólo espero misericordia. La influencia del manga y de Pulp Fiction son más que evidentes, pero es que yo por aquel entonces, era un niño muy impresionable.
Volviendo al taller de los sábados, allí dibujábamos o al menos lo intentábamos. La idea del curso era que cada uno elaborase una historia de cuatro páginas que después formaría un fanzine. Creo que no llegó a realizarse, o no al menos con nuestros trabajos. Allí materializábamos el guión que habíamos preparado concienzudamente. Primero distribuíamos la página y delimitábamos las viñetas. Después, de acuerdo al guión, dibujábamos las viñetas a lápiz, algunas de las cuales habían precisado algún boceto previo. Luego definíamos bien los dibujos y llegaba la hora de la verdad: el entintado. Los más adiestrados se atrevían con aguadas y tramas y era entonces cuando las páginas cobraban fuerza. Todo se hacía bajo la atenta mirada de los profesores que, en mi caso, estoy seguro que decían para sus adentros: "buena manera de cargarse una página". Pero ahí estábamos, con ganas e ilusión, creando, dando forma a nuestras historias. Y todo fue bien hasta que un buen día aparecieron los profesores con sus historias y entonces ahí se me cayó el cielo encima. Por qué. Pues porque aquello sí eran historias, con páginas bien planificadas, bien elaboradas, con guiones y dibujos fenomenales. Algunas de ellas están publicadas en la referida página de Detritustremens. En concreto me dejaron flipando, lo recuerdo perfectamente, las historietas de Txuma Istúriz, Aos, Jordi, Álvarez pero, sobre todo, Jali con su hijo bastardo de Peter Pan. Dios, aquello sí que eran dibujos. Y encima, para colmo, una mañana un tal Yon apareció allí y se cascó en cero coma cero segundos una caricatura de uno de los profesores que nos dejó alucinados. Por entonces, este dibujante estaba preparando una historieta titulada "Afición o adicción", centrada en el mundo de los videojuegos y de las consecuencias que puede tener su excesivo consumo, que me dejó boquiabierto. Luego supe que esta historieta ganó el primer premio de un concurso de cómics organizado por el Departamento de Juventud al que yo me presenté con una historia de duendes, que al menos fue finalista y se expuso en el Planetario. Todo un logro para mí.
En fin, fue un curso enriquecedor. Allí aprendí mucho de cómics y comprendí que había un mundo más allá del manga. Aos nos habló una mañana de una revista con historietas delirantes en las que un pollo gay, amante de un limón, era acusado de haber cometido varios asesinatos en el Valle de las Zarzamoras, que en realidad eran debidos a un topo heavy adolescente psicópata, mientras que un caracol policía y su compañero, una mariquita folladora, se debanaban los sesos tratando de resolver el caso. Una pulga prostituta, un curioso grupo de malechores formado por una termita, un elefante y un murciélago falto de luces, las moscas del apocalipsis, las ant patrol,
un pez explorador, etc., terminaban de componer aquella particular fauna mondolirondense que me hizo pasar tan buenos raticos.
Lástima que perdiera la relación con aquellas personas. Al tiempo me encontré por la calle con uno de los profesores, y me dijo que estaban preparando una revista y que me animara a dibujar algo. Desgraciadamente para mí, aquello cayó en saco roto. Una vez más, comencé una historieta que no terminé.

martes, 6 de julio de 2010

LOS MANGAS, OH LA LA, LOS MANGAS (III)

Un día, hablando de libros con un grupo de personas muy instruidas y cultas, se me ocurrió decir que lo que a mí verdaderamente me gustaba leer eran tebeos y, en especial, mangas. Me dio la sensación de que se creaba una situación incómoda, más cuando una de aquellas personas de altura, en un tono un tanto grandilocuente, identificó "aquel tipo de revistas" con poco menos que los relatos del marqués de Sade que, por otro lado, encuentro muy edificantes. Hay quien reduce el manga a un universo plagado de colegiales, sexo y violencia gratuita. Sin duda, estos ingredientes abundan, en ocasiones en exceso, en las historias niponas, pero no son lo único que puede encontrarse en ellas. El manga abarca muchos más matices, por supuesto algunos más atractivos y otros menos sugerentes. No hay duda de que historias como El Puño de la Estella del Norte, Bola de Dragón o Los Caballeros del Zodiaco tiñen sus páginas con sangre a raudales, y que títulos como Santuario o Strain no son lo más apto para los espíritus dóciles. Pero, incluso estas historias presentan interesantes valores y detalles que hacen de la violencia explícita un factor apenas interesante. Estamos hartos de ver a diario violencia gratuita, que a veces consumimos con morboso deleite, y luego nos escandalizamos porque en una historieta se ve una escena violenta y algo de sexo. Pero luego le dan un Óscar a Tarantino por su guión de Pulp Fiction y la empresa del celuloide se frota las manos porque las salas se petan de fanáticos del light-gore. Conste que a mí Tarantino me gusta..., y alguna de sus películas también. Me parece por lo tanto ridículo considerar al manga, en sentido general, como algo maligno y pernicioso para la juventud. Además, quien de verdad conozca los mangas y se haya dejado llevar por sus historias sabrá separar el grano de la paja y, tras buscar y buscar, encontrarán relatos diferentes al tópico, de profunda intimidad y cotidianeidad, tengan o no sexo y violencia. Desde el intimismo y la lírica existencial de Taniguchi hasta el realismo dramático de Yoshihiro Tatsumi.
Una de estas historias es Regreso al mar, de Satoshi Kon, que apareció aquí en 1994 y que adquirí después de echarle un ojo, y luego recuperarlo, a un ejemplar adquirido por un primo mío. Es una de esas narraciones entrañables que le dejan a uno un buen sabor de boca. El joven Yosuke, hijo mayor del señor Yashiro, pertenece a una familia que lleva generaciones protegiendo los supuestos huevos de sirena que, cada cierto tiempo, estos míticos seres dejan depositados en las playas de Amite y que, tras ser custodiados durante varios meses, son devueltos al mar para su eclosión. A cambio de esta noble tarea, la sirena, o quien quiera que sea, se encarga de que haya prosperidad en las aguas del pueblo costero. Sin embargo, la constructora Ozaki está empeñada en transformar el pueblo y crear un complejo marítimo con fines turísticos que, en opinión de los guardianes, enfadará a la sirena, trayendo con ello la desgracia a la localidad y a sus gentes, que viven mayoritariamente del mar. Bueno, en realidad, no todos los "protectores" están en contra del proyecto ya que el señor Yashiro, algo reacio a la tradición, ve la prosperidad del negocio urbanístico -vamos, que está dispuesto a bajarse los pantalones por un módico precio, frase que he oído en más de una ocasión, y no precisamente en los baños de una discoteca-. Un día, el empresario Kenji Ozaki es testigo de los poderes curativos del huevo de sirena, manifestados en la isla de Kamishima, por lo que decide sustraerlo. Serán el abuelo de Yosuke y, sobre todo, éste, su amigo Tetsu y la joven Natsumi quienes recuperen el huevo y lo devuelvan al mar. ¿Realmente existe una sirena en las guas de Amite? Esa interrogante tendrá que descubrirla el lector de esta buena historia. Como señala Juanjo Sarto, Regreso al mar es un manga japonés, plenamente enraizado en la cultura japonesa, "en el que se ofrecen las dos caras de Japón: la tradicional y la moderna". Los dibujos de Kon son buenos, cercanos a la estética de su maestro Otomo, de quien ilustró su guión ¡Qué horror de apartamento!, aunque aquí son algo más depurados. Especialmente son de destacar las escenas acuáticas y submarinas. La historia mantiene un buen ritmo narrativo, que atrapa al lector, y la edición que conocimos aquí incluye al final un buen número de portadillas de las diferentes entregas de la historia en Japón, que ayudan a enriquecer el material editado.
Cambiando de tercio, una novela gráfica verdaderamente impactante, que conocí de rebote, es Hotel Harbour View, con guión de Natsuo Sekikawa y dibujos de Jiroh Taniguchi. El tomo contiene en realidad dos historias que tienen como nexo de unión a la protagonista femenina, la letal asesina Mariko. Pero la mayor curiosidad está en que los verdaderos protagonistas de ambas historias son las víctimas de aquella, hombres ambas, de quienes los autores nos ofrecen un detallado perfil psicológico. La primera historia transcurre en Hong Kong, ciudad en la que un hombre decide poner fin a sus días, en plan Living Las Vegas, en una espiral autodestructiva de degradación. Hasta tal punto está decidido a ello que ha contratado a un asesino para que se bata en duelo con él en un bar, "como un gangster insensible de alguna vieja película". Y lo prepara todo con escrupulosa meticulosidad: hace que le tomen las medidas para su ataúd -lo que no deja de ser impactante-, practica en la habitación del hotel para adiestrarse en el desenfundado del arma, en plan Gary Cooper en Solo ante el peligro, e incluso nos lo podemos imaginar vacilándose a sí mismo delante de un espejo, en plan chuleta, "me estás hablando a mí", como diría Robert de Niro en Taxi Driver. Al final Mariko se lo carga en un duelo que transcurre a lo largo de 6 páginas en las que se secuencian 21 viñetas que ilustran con detalle desde la salida de las balas hasta el impacto de una de éstas en el pecho del hombre que, finalmente, cae muerto. El desenlace nos apena, la verdad, y en realidad no sentimos excesivo apego hacia la asesina. Por su parte, en la segunda historia, Mariko tiene algo más de protagonismo, aunque de nuevo es su víctima la que adquiere mayor fuerza psicológica. Este episodio cuenta con dos actos. En el primero, se presenta a la víctima, un hombre de mediana edad que trabaja como vigilante nocturno en una agencia de seguros en La Bastilla, París, aunque en realidad se trata de un combatiente nato, curtido en operaciones de guerra al que una organización ha cedidido quitar de en medio. Es un gran profesional, y ello se nos detalla en un duelo, entre él y un joven pistolero con ínfulas de grandeza, que tiene lugar sobre un puente de la ciudad de las luces. La secuencia no tiene desperdicio y ocupa 10 páginas en las que se desarrollan 64 viñetas sin diálogo alguno. Este es uno de los mejores ejemplos que conozco del silencioso y detallista ritmo narrativo del cómic japonés, además de ser un buen guiño a la escena protagonizada por Alain Delon en El Samurai, de Jean-Pierre Melville, aunque en el cómic el protagonista no es herido en el brazo y sí acaba con la vida de su atacante, que en el film sale por patas. En el segundo acto, por su parte, se aportan nuevos matices psicológicos tendentes a que el puñetazo final nos duela más. Así, sabemos algo más sobre el personaje masculino, como su afición a los cómics y, sobre todo, que entre él y la que será su asesina exisitó hace tiempo una relación sentimental, de pocos días, durante una estancia en Manila. Ambos personajes coinciden en París a lo largo de la narración en dos ocasiones, y es en la segunda cuando sabemos por qué Mariko no lo liquidó a la primera oportunidad que tuvo: no quiere acabar con él hasta que la recuerde. Cuando finalmente lo hace, en el metro de París, es un tercer y fatídico encuentro, y el tipo la llama por su nombre -"¡Mariko!"-, ésta le encaja un par de tiros, dejándolo tendido en el suelo, moribundo. Andreu Martín señala en el prólogo que "Hotel Harbour View es uno de esos productos editoriales que enseñan a leer historietas a quien no sabe" y que "al llegar a la última página, el lector vive la sensación de saber leer historietas mucho mejor que antes de empezar". Algo de razón tiene este escritor al atribuir un valor docente a esta novela gráfica y me duele reconocer que en este caso sí que parece cierto, casi literalmente, aquello de que "la letra con sangre entra". Más que por sus dibujos, que no están mal, lo que aquí cuenta es la historia y el modo en que se nos narra.
A quien le guste el mundo de la aviación militar, dos recomendaciones: As de pique, de Juan Giménez y Ricardo Barreiro, y Alas de guerra sobre Japón, de Seijo Takizawa, de la que vamos a ocuparnos. Este segundo título se publicó en España en 1995, y contiene tres historias centradas en la aviación nipona durante la segunda guerra mundial, temática que nos recuerda películas como El Imperio del Sol o Cartas desde Iwojima. En la primera de las historias, "El Ki-108 remodelado no regresa", asistimos a la plasmación gráfica de una teoría de la conspiración nipona según la cual el ejército japonés experimentó con la posibilidad de aplicar la inteligencia mental a los dispositivos de radar de la aviación de guerra. El momento para ello era crucial ya que, tras la salvajada yanki de Hiroshima y Nagasaki, se recibieron noticias de que los americanos se disponían a hacer caer una nueva bomba sobre Tokio si el país del Sol Naciente no se acogía al acuerdo de Postdam y se rendía sin condiciones. En el cómic, es el alférez Itoh quien recibe la misión de pilotar el nuevo modelo de avión y derribar a todos los B-29 enemigos. La nave que pilota está equipada con un nuevo radar radio-eléctrico capaz de detectar bombarderos enemigos pero, en realidad, se trata de algo más siniestro y que exige vidas humanas para ponerse en práctica. En "Ex Ki-94II", tras la rendición incondicional de Japón, asistimos al duro trance de la aviación nipona de entregrar a los americanos todas sus naves. El encargado de verficar la orden es el capitán Miller que, en contra de lo que podría pensarse, llega a establecer un vínculo afectivo con el capitán Kaji, responsable de una de las bases aéreas. Esta historia, superando los límites maniqueos de muchas otras, constribuye a reconciliar a vencedores y a vencidos. Finalmente, en "El cometa de la oscuridad", se unen los destinos del alférez Obata y del capitán Kimura que compartirán un vuelo sin retorno en una operación de guerra. La investigación de nuevos proyectiles aéreos sirve de telón de fondo de esta historia sentimental en la que hay una explícita referencia a la sinrazón kamikaze: "¡Qué barbaridad! ¡¡No me gusta que se usen hombres donde podrían usarse piezas de calculadora!!, expresa uno de los protagonistas de esta corta pero intensa aventura. Buen tomo, sin duda, con muy correctos dibujos, magníficas escenas de aviación y una concienzuda labor de investigación por parte del autor.
Termino, que es tarde y, sobre todo, 6 de julio... ¡VIVA SAN FERMÍN, GORA SAN FERMÍN!

lunes, 14 de junio de 2010

LOS MANGAS, OH LA LA, LOS MANGAS (II)


15 de junio de 2010
Llego con una extraordinaria tardanza a esta cita aunque, a fin de cuentas, llego.
Hoy sigo con los mangas, que van para rato, y me voy a dedicar íntegramente a uno de los títulos más míticos del manga. Si digo, "¡dame tu fuerza, Pegaso!", sobran todas las presentaciones.
Recuerdo con total nitidez el momento en el que conocí por primera vez el mundo creado por Masami Kurumada. Como para todos, o quizá la mayoría, la toma de contacto se produjo primero en la televisión que en el papel. Era un domingo, en mi pueblo, en casa de mis abuelos, a eso de las 14:30 horas, en TVE 1, y para mi sorpresa, apareció en la pantalla un tipo ataviado con una armadura de aspecto felino que era inflado a palos por otro tipo, también con armadura, en cuyo casco lucía un cuerno. Con un ritmo trepidante y una música en plan gesta de titanes, una voz en off decía algo así como que "los caballeros, después de años de duro entrenamiento, habían regresado a Japón para librar el gran combate por la armadura de oro". Ahí quedaba eso. Con el tiempo, supe que aquellos dos que se daban palos eran el caballero del león y el caballero del unicornio -un poco fantoche el tío-, y que se trataba en realidad del tercer episodio de la serie que, desde ese mismo instante, me había cautivado.
Las aventuras de los caballeros duraron poco en horario de domingo y fueron llevadas al sábado por la mañana. Yo me apunté al cambio y me aprendí pronto aquello de: "caaaaballeros del zodiiiaaacooo, coooontra laaaas fueeerzas demooooniaaacaaaas...", pero los de la tele, sólo por tocarnos un poco las narices, nos dieron de lado y dejaron de emitir la serie al noveno o décimo capítulo. Así que yo, como muchos, me quedé con las ganas de más, más y más.
Pasó algún tiempo hasta que me volví a encontrar con la obra de Kurumada, de nuevo en la televisión. En esta ocasión fue en el canal Telecinco, en el programa VIP guay, y, ahora sí, se proyectaron los ciento y pico capitulos del tirón, para deleite de forofos. Yo los vi todos, menos uno, que transcurría en la casa del caballero de Virgo. Me jodió bastante perdérmelo y ello fue debido a que extravié una carterita en la que llevaba las llaves de casa y unas cinco o seis canicas. En aquellos tiempos nos divertíamos con poco. Menos mal que, tras echar la serie, volvieron a reponerla de seguido, dado el éxito cosechado. No sé explicar qué significaba para mí aquella historia. Creo que es algo así como un trocito de mi infancia, un trocito bastante heavy por cierto. Porque así, visto con tiempo y perspectiva, lo que se narraba en ella era bastante fuerte, por no decir cruel, e incluso sádico en ocasiones. Si no, basta con recordar cuando Shiryu se revienta los ojos para poder enfrentarse a Argor, de la constelación de Perseo, que con su escudo de la Medusa, convierte a todo el que lo mira en piedra. Sangre, sangre y más sangre. O, simplemente, basta con revivir cuando un caballero de bronce se le ponía chulo a un caballero de oro y éste, sin previo aviso, le lanzaba por los aires de un sopapo. Todo ello resultaba impresionante para una personalidad impresionable como la mía.
De todos los personajes yo me quedo con el dragón. No sé si por su pelazo, a lo bajista de Manowar; no sé si por su dragón tatuado en la espalda -que todos hemos querido tener impreso en la nuestra-; porque su armadura poseía el puño más poderoso y el escudo más resistente -hasta que llegó el cantamañanas de Seiya y se los cargó-; o porque cuando soltaba aquello de "La fuerza del dragón" se le ponían a uno de corbata. El caballero del cisne tenía también su cosa. Eso de helarlo todo con el "polvo de diamante" no deja de ser práctico, sobre todo si te vas de botellón. Y, por supuesto, Ikki..., joder con Ikki, la mala leche que se gastaba el tío. No me olvido de Seiya ni de Shun, que con aquello de las cadenas tenía también lo suyo. Luego llegarían los caballeros de plata, los de oro, la saga del país helado y la guerra contra Poseidón. Yo me quedo con aquellos caballeros de Asgard, tan chulos: Siegfried, Hagen y compañía.
Con este apasionamiento es lógico que cuando se publico el cómic acudiera como loco a comprarlo. Recuerdo que la cita era semanal y que yo esperaba todo el mes para comprarme los cuatro números correspondientes de un tirón. Y así me sabían a más. Debo reconocer que visto con tiempo, el cómic tiene algo raro, que no sé describir bien, pero los dibujos son bastante buenos, el ritmo narrativo muy correcto y el guión, pues, el guión... es lo que más engancha de todo. Además, el tebeo me ayudó a comprender algunos aspectos que en la serie animada no quedan muy claros o que, yo al menos, no los recuerdo así. Igual estoy equivocado, ya que escribo de memoria, pero no recuerdo que se contara que, en realidad, todos los niños del orfanato a los que se envía a los lugares más "exóticos" en busca de las armaduras de bronce, son en realidad hermanos, hijos todos del señor Kido, que se revela así como un auténtico pichabrava.
No he sido de OVA´s ni de figuritas Bandai, pero he disfrutado mucho con el tebeo y con la serie. En el último FAN (Festival de Anime de Navarra - Nafarroako anime jaialdia), en su octava edición, los organizadores, Blanca y Juan, han traído hasta aquí algunas series de aquella época, entre ellas, Transformers, Dragon Ball, Campeones, Chicho Terremoto -este cabroncete aún me hace gracia-, además de dedicar atención al maravilloso universo Ghibli. Y, con muy buen criterio, se incluyó un guiño a Kurumada, con Saint Seiya: The lost canvas, serie de 13 capítulos, producida en 2009 por TMS Entertainment. Tengo que reconocer que en esta versión los personajes "de toda la vida" -expresión muy de aquí- están un poco "metrosexualizados" y que la Sta. Kido, vamos, Atenea, se presenta con una pinta un poco escuálida. No deja de ser, sin embargo, una buena dosis para los nostálgicos.
Kurumada ha hechos más cosas, sin duda, pero ninguna como aquella. Conozco otra serie, titulada Silent Knight, pero no la he llegado a leer. Vaya, esto ha sonado un poco en plan Mazagatos con Vargas Llosa. Esta serie fue dada a conocer en el Museo del Manga que se comenzó a publicar a modo de anexo en los números de Los Caballeros del Zodiaco. Por esas páginas pasaron algunos títulos que luego fueron publicados como El lobo solitario y su cachorro o Bastard.
Dejo aquí un pequeño guiño a aquella época. Ya he dicho que mi favorito era el caballero del Dragón. Y sí, pensar lo que está dibujado, lo que se dice pensarlo... lo pensé alguna vez.

viernes, 28 de mayo de 2010

LOS MANGAS, OH LA LA, LOS MANGAS (I)

Pamplona, 27 de mayo de 2010
Y llegaron los Mangas, que me tuvieron entretenido una larga década. En los respectivos número 12 de Tigre Wong y Drunken Fist, de los que ya hablé otro día, se nos introdujo a una generación de jóvenes en las historias made in Japan que, a la larga, centrarían nuestra atención. Las historias que se presentaron entonces fueron tres: El Puño de la Estrella del Norte, Grey y Crying Freeman. Como es lógico, me hice con ellas en cuanto mis padres se distrajeron un poco, pese a aquella mención expresa en las portadas -PARA ADULTOS- que resultaba, sin embargo, tan tentadora.
Es cierto que pasar de Mortadelo y Filemón a las páginas del Puño de la Estrella del Norte puede ser un pelín fuerte, lo reconozco. Es como pasar del agua al wiski sin meterse antes un par de cañas al body. Pero es que cuando vi la portada aquella en la que salía un tipo cachas, a lo "denim and leather" que dirían los Saxon, pues claro, me impresionó. Y es que de los agentes de la TIA, a los cuales, no obstante, respeto y admiro, al bestia parda de Ken, pues hay un trecho. Sólo hay que recordar cuando le endiña a Zeed "Los cien puñetazos de la Estrella del Norte" y el tío revienta. Es muy heavy. Bueno, cien, cien no le da, pero si los cuentas hay unos 22 guantazos, los dos patitos, y esos, bien encajados, tumban a cualquiera. La serie, por desgracia de editores, quedó en el aire, aunque se publicaron 8 números que, en cierto modo, comprenden dos historias que, más mal que bien, resultan apañadas para adentrarnos en el salvaje mundo madmaxiano creado por los autores, Buronson -uno de los seudónimos de Yoshiyuki Okamura- y Tetsuo Hara. Con el tiempo se publicó la serie completa en tomos, serie que yo no seguí. A Buronson me lo encontraría con el tiempo en Santuario, con otro seudónimo -Sho Fumimura-, con dibujo de Ikegami. Mientras, con Tetsuo Hara no volví a coincidir. Una pena.
Aquella era la época post-Akira, que nos cogía muy pequeños, siendo mentes fáciles de manipular con cualquier argumento que presentase acción y un poquito, aunque fuera un poquito, de sexo. Akira, como dejó dicho esa gran poetisa, "la lió parda". Mientras que la Disney elevaba el nivel de glucosa en sangre, en la gran pantalla la obra maestra de Otomo ponía Neo-Tokio patas arriba con una animación y una banda sonora de lujo. Yo no la vi en el cine, de donde muchos padres salieron ofendidos por aquello de "mire-usté-que-a-mí-me-habían-dicho-questa-peli-era-de-dibujos-y-en-ella-mi-niño-ques-un-tierno-infante-del-Redín-ha-visto-una-teta". Pues sí, pues sí, se ve una teta. Yo no la vi en el cine -no la teta, sino la película- ,sino años más tarde en un taller de cómic de la Casa de la Juventud, en Pamplona, un sábado dichoso por la mañana en el que nos tocaba proyección. Entonces no la entendí, cosa que hice al verla una segunda vez, con algún añito más y después de haber leído a Buckowski (si es que se escribe así), que ya se sabe que el referido amuebla mucho la mente; bueno, cuando no raya.
De los manga de aquella época me quedo con los de Ikegami, que nos mostraban un universo de mafiosos del Japón, de esos que hacían lo que les venía en gana porque ellos eran los más malotes del mundo y punto. ¡Ay, aquellas féminas que desfilaron por sus páginas... aquellas extorsiones... aquellos disparos en el callejón de un prostíbulo...!, en fin, añoranza y nada más que añoranza. Hablo en concreto de Crying Freeman y de Santuario. Ambas historias se publicaron incompletas, para variar. De la primera de ellas, con guíón de Kazuo Koike -sí, el del Lobo solitario y su cachorro-, no obstante, hay que decir que guarda una cierta unidad por lo que puede entenderse como historia independiente. Es más, llegó a hacerse una película, "Crying Freeman. Los paraísos perdidos", protagonizada por Mark Dacascos que, aunque difícil de creer, pega y todo en el papel.
Iniciado en el mundo Ikagami, no dejé escapar Santuario, que adquirí con verdadera devoción en ese otro santuario llamado TBO. La verdad es que la historia del yakuza Akira Hojo y del político Asami, a quienes les une un duro pasado, me cautivó desde el primer momento. El argumento tiene todo lo que cabe esperarse de este tipo de historias, y la verdad es que los "buenos" son en realidad dos pedazos de la gran puta capaces de hacer de todo para conseguir sus objetivos. Sin embargo, no dejaban de tener su atractivo, aunque quien en realidad molaba era el macarra de Mr. Tokai, un yakuza rival, guaperas, más chulo que un ocho, tan cabronazo o más que los otros pero que en el fondo resultaba gracioso, y hasta entrañable, más que nada por lo bestia -vaya, esta reflexión me ha producido una cierta inquietud acerca de mi escala de valores-. Como otra de tantas, aquella historia se concluyó con nueve números, cuando la trama estaba en su mejor momento. Con los años volvería a editarse, en otro formato, y completa, pero yo ya estaba a otras cosas.
También me quedo con Grey, del que me gustó la historia, en un mundo postapocalíptico algo más sofisticado que el del Puño de la Estrella del Norte, pero igualmente duro y miserable. Su dibujo esquemático, reducido a lo esencial, y la acción sin tregua, viñeta a viñeta, que casi quitaba la respiración, me tuvieron en vilo una buena temporada. Además, cosas que pasan, esta serie se publicó completita en 9 números. De su autor, Yoshihisa Tagami, se editó más adelante Horobi, que pintaba bien hasta que dejó de pintarse, digo, editarse.
El marketing del manga estaba que echaba humo y, en los diferentes números de las diferentes historias se nos iba informando de nuevas aventuras, de nuevos personajes y de nuevos dibujantes, cuyos nombres nos comenzaban a sonar de lo más familiar, y que resultaban de lo más tentador: Kamui, Xenon, The Gost in the Shell, Baoh, Mai, Alita, y, por supuesto Dragon Ball y Los Caballeros del Zodiaco. Yo, de la lista de los reyes godos, lo reconozco, nunca pasé de Turismundo -que es como el cuarto o quinto- pero en cambio sí que me aprendí de carrerilla los nombres de los guionistas y dibujantes mangas del momento con una facilidad pasmosa: Kazuo Koike, Ryochi Ikegami, Buronson, Tetsuo Hara, Yoshihisa Tagami, Sanpei Shirato, Masaomi Kanzaki, Masamune Shirow, Akira Toriyama, Katsuhiro Otomo, o Masami Kurumada.
De aquellas adquirí varias colecciones, como Kamui, con dibujos y guión de Sanpei Shirato. En realidad se trata de la tercera parte (creo) de una serie de, claro está, tres partes, pero mantiene una gran unidad argumental, de manera que puede considerarse una obra completa. Y lo cierto es que esta sí que me dejó flipando en colores. Sobre todo porque con su lectura y disfrute me reconcilié con el lado oscuro de la fuerza nipona, los ninja, que en el guerrero americano los ponían muy malamente y, en cambio, en la obra de Shirato, los humanizan y llenan con mil matices. El prota es un ninja renegado que decide dejar la organización para dedicarse a una mejor vida. Por supuesto, "los malos" no se lo van a permitir y le atacan de todas las formas, hasta el punto de no poder confiar en nadie. Es una historia trágica y quien quiera algo ligerito mejor que no se sumerja en sus páginas. El dibujo es muy expresivo y ayuda a crear el climax necesario que, la verdad, llega a cotas elevadas en muchos momentos. Totalmente recomendable, si a uno le gustan las buenas historias y, al menos algo, el género katanero.
Otra buena historia que no se completó fue Xenon, el guerrero heavy metal, una pena, la verdad. Obra de Masaomi Kanzaki, del que luego compraría Ashguine, me causó desazón la primera vez que la leí. Fue de prestado y, francamente, la devoré. La historia de Asuka Kano, un joven de instituto nipón al que someten a un experimento en el que le implantan un cuerpo biónico, vamos, el sueño de cualquier adolescente, me gustó y me gusta en la actualidad. A decir verdad, lo que me gustaba era que el prota podía hacer casi de todo y, por supuesto, partirle los morros a los chuleras del insti. Tiene algo del género "colegial", de ese repleto de amoríos estudiantiles -aunque no a lo Video Girl Ai-. La niña de la historia es Sonoko, bastante maja, que tiene una amiga algo cargante llamada Risa, pero está claro que a Asuka quien le gusta de verdad es el pibón de Yoko, que además comparte con el prota la suerte, o desgracia, de poseer unas piernas biónicas. Están también el abuelo de Sonoko, que es científico y ayudará a Asuka, el matón de instituto Ryuji, y el malo malísimo de la historia, Mr. Tono, un empresario que negocia con experimentos cibernéticos.
No he sido un gran lector de mangas, ni pretendo dar esa imagen. Son muchas las historias que no he leído, y quizá pocas las que han caído en mis manos. Faltan aún muchos títulos y muchas historias. De estas hablaré otro día que por hoy, ya es suficiente. Dejo aquí, sin embargo, un recuerdo gráfico de aquella época con el que seguro más de uno se identificará.

miércoles, 19 de mayo de 2010

De agentes secretos, detectives, superhéroes castizos y gamberretes varios


19 de mayo de 2010

En mi contacto con los tebeos, llegó un momento en el que las revistas me supieron a poco y necesité una dosis mayor de aquella maravillosa droga infantil. Así que un día me aventuré a comprar uno de aquellos tomos monográficos repletos de aventuras de mis personajes favoritos que me esperaban impacientes en el estante del estanco de mi barrio. Allí adquirí por 140 pesetitas de ná dos volúmenes de la colección Olé. El primero del Botones Sacarino, titulado “Líos de oficina”, y el segundo de Zipi y Zape, que incluía además historietas de Carpanta. Los tomos son de 1975 el primero y de 1980 el segundo, lo que quiere decir que llevaban durmiendo el sueño de los justos casi, casi, una década. No me cabe la menor duda de que estaban destinados a acabar en mis manos. El destino a veces nos depara magníficos encuentros. Aún cuando abro estos tomos se me pone la carne de gallina. Acudo a ellos como el bibliófilo acude a un incunable, con respeto y casi veneración.

En la portada del Botones Sacarino éste buscaba debajo de una alfombra un centollo malabar que se le había extraviado, mientras detrás suya entraba en escena el Director con el mencionado animalito pinzado en su nariz. Chiste facilón, sin duda, e ingenuo a día de hoy, pero de gran gracia para un criajo de apenas diez años, que entonces empezaba a comprender que el mundo estaba lleno de normas y reglas que, tarde o temprano, terminarían convirtiéndolo en un peón más de la sociedad. Por ello, aquellos personajes alocados y gamberros de los tebeos constituían una magnífica válvula de escape. Ellos hacían todo lo que tú no podías hacer y, encima, los chichones tan sólo les duraban una o, a lo sumo, dos viñetas. “Avellanas a go-go”, “Aficiones de pintor”, “El pajarraco”, “Por una mano de barniz”, y un largo etcétera de ocurrentes situaciones me brindaron más de una sonrisa, cuando no infantil carcajada. El simple hecho de que al Botones Sacarino le regalaran una bocina o una caja de petardos, sí, así porque sí, suponía el desencadenante de una serie de hechos que siempre terminaban con el Director desquiciado y el Presidente, otro tanto. Si el bueno del Botones decidía ir recogiendo botellas vacías para venderlas al trapero y sacarse unas pelillas, mal; si se llevaba el hornillo al trabajo para hacerse allí la vianda, mal; si en la tómbola del barrio le tocaba de premio un gorrino –mira tú qué cosas- y lo llevaba al curro, también mal; si se disponía a preparar un bocadillo de salchichas, igualmente mal; si su tío el malabarista le regalaba un bastón, peor; y si se le desfondaba en pleno pasillo una caja de chinchetas o se disponía a dar un paseo a su centollo, pues ya, la hecatombe. Hiciera lo que hiciera el pobre botones la terminaba liando y ello, pese a ser un poco cruel, no dejaba de tener su gracia o, más bien, era en ello donde estaba la gracia.

Con la parejita de angelitos creados por Escobar pasaba tres cuartos de lo mismo. Cualquier ostentación de paciencia quedaba por los suelos ante este par de gamberretes que, como ya dije, pasarían a día de hoy por simples niños repipis del Redín. Claro, que yo entonces estudiaba en un colegio similar, así que me identificaba bastante con ellos. En el fondo, los gemelos carecían de verdadera malicia. Lo suyo eran más bien travesuras de crío, de esas que todos hemos hecho alguna vez. En un colegio actual, ambos terminarían siendo los que reciben las collejas. Lo que pasa es que, entonces, la actitud de los niños era diferente. La autoridad paterna, la del profesor, incluso la del señor cura, aún se respetaban. Hoy, quizá, Zipi y Zape acabarían perteneciendo a la generación Nini y Pantuflo y Jaimita, sin el don, internarían a los pequeños en el descafeinado Curso del 64, donde acabarían liándose con alguna niña que terminaría saliendo en la portada del Interviú. Pese a todo lo dicho, sus travesuras me divertían, y aquel tomo fue un magnífico libro de cabecera infantil para mí. Por su parte, Carpanta siempre me ha parecido entrañable y sus historias guardan una nostálgica melancolía, similar a la que me embarga cuando echan por la tele una película de Miliki y Fofito. Aunque reconozco que “los payasos de la tele” siempre me han causado cierto recelo.

A Superlópez lo conocí a través de un extracto de su aventura “La caja de Pandora” que leí en la revista Mortadelo. Después, accedí a otro extracto en la revista Superlópez. En concreto, el comienzo de la historia “En el país de los juegos, el tuerto es el rey”, que terminaría comprando en un volumen, el número 12 de la colección Superlópez, de Ediciones B. Debo reconocer que el flechazo fue absoluto y que desde entonces admiro enormemente la obra de Jan. Como ya comenté, le considero como uno de los mejores autores de cómics que existen. Aquellas páginas me hicieron sumergirme en una historia donde el habitual ritmo de viñetas frontales y páginas perfectamente cuadradas era sustituido por un ritmo de viñetas, primeros planos, planos generales, picados, contrapicados y piruetas visuales de un dinamismo frenético, acorde con la propia historia. Fue ahí donde comprendí que lejos de las planchas monótonas, cada página de un tebeo puede llegar a ser un mundo y su composición y la de las viñetas que la forman, un verdadero arte. La historia que me cautivó resulta, además, desde mi modesto punto de vista, una de las mejores de Superlópez, tanto por su argumento como por su extensión, 62 paginazas, ahí es nada. La sinopsis es, más o menos, la siguiente. El día previo a las vacaciones, Juan, Jaime y Luisa ganan un catorce en la quiniela canina, por lo que deciden irse juntos unos días, eligiendo como destino Tontecarlo, país imaginario que linda al norte con Portugal, Francia e Irán, al este con el Mar Mediterráneo, al oeste con el Océano Pacífico y al sur con Andorra. El que pueda entender algo, que entienda. Así que, felices y contentos, se dirigen a su destino, pero antes de llegar a la frontera, se ven inmersos en un atentado contra un personajillo que salva el pellejo gracias a la intervención de Superlópez. Total, que el personaje, de nombre Estefe Pillanueva Puf, resulta que también se dirige a Tontecarlo, en concreto a Tontika, su capital, por lo que les acompaña hasta allí. La principal característica de este país imaginado es que todo el mundo vive del juego en sus mil y una modalidades, algunas de lo más estrafalarias. Para muestra, basta decir que en la propia frontera del país, los agentes de aduana proponen a Juan, Jaime y Luisa jugarse unos cuartos a encontrar la bolita bajo tres cáscaras de coco, vamos, lo que se conoce por el timo de los trileros, y les cuesta la broma unos 170 trankos, moneda tontecarlesca, que al cambio supone un par de mariscadas a orillas del mar. Una vez allí, las cosas transcurren en plan turístico, pero Superlópez repara gracias a los informativos que Pillanueva Puf ha desaparecido y que está acusado de asociación ilegal. La realidad es que lo que pretende el tal Pillanueva es crear empresas de trabajo, algo que allí es poco menos que sacrilegio, dada la particular forma de vida tontecarlesca. Para empeorar las cosas, el primer ministro, Refuller D´Abastos, y el rey, Akitespero I, están detrás del complot contra el osado empresario. Secuestros, extorsiones, amenazas, y una huelga de niños que quieren trabajar y dejarse de tanta apuesta, así como una contra-huelga de los padres de aquellos que, en defensa de la identidad tonteska, desean continuar jugándose los cuartos, jalonan esta buena aventura.

Tras esta historia leí otras de Superlópez, algunas de prestado, otras adquiridas por mí. En “El señor de los chupetes”, asistimos a una curiosa versión del clásico de Tolkien, donde el superhéroe tiene que hacerse con el “gran chupete único para someter a los seis chupetes negros, y, en las tinieblas, someterlos a todos bajo el poder de Tchupón, el señor de los chupetes”. En “Al centro de la tierra”, Jan versiona la novela de Verne, y en ella resulta que Jaime es biznieto de Axel, sobrino a su vez del profesor Lidenbrock, que llegó al fondo de la tierra y, ante el cierre de la editorial en la que trabajan los tres, propone a Juan y a Luisa descender el volcán islandés Sneffels y adentrarse en las entrañas de la tierra en busca de piedras preciosas. Claro, que a día de hoy, con la que está liando el impronunciable volcán islandés, ni Superlópez habría podido cruzar los aires. Otras historias interesantes que he leído con el tiempo han sido “La caja de Pandora”, “Los cerditos de Camprodón”, “Periplo Búlgaro”, “Hotel pánico”, “La aventura está en la esquina” y alguna que otra más, todas ellas totalmente recomendables para pasar muchos momentos agradables. Un genio, este Jan, que ha publicado muchas más cosas, sin duda: Pulgarcito, Los maravillosos viajes de Lucas y Silvio, el aventurero Tadeo Jones o la sugerente Laszivia.

Reconozco que nunca he tenido un tomo de Super Humor, pero sí he leído varios gracias a algún generoso amigo. De la colección Tope Guai compré algunos títulos, como la historia de Mirlowe y Violeta, “Vampiros 87”, o una de Chicha, Tato y Clodoveo, de Ibáñez, que terminé perdiendo, pero que creo que se titulaba “Una vida perruna”. Del Garibolo Especial me agencié tres números. Uno de ellos estaba dedicado a Bum-Bum y los Desahuciados y a Pomponius Triponum. De este tomo, lo que más me gusta es Bum-Bum y los Desahuciados, en particular porque están realizados por Miguel, magnífico dibujante al que conocí por la historia “Las puertas de Forrogorro”, publicada en la revista Mortadelo, en la que, en un mundo imaginario con rincones tan sugerentes como los Bosques Encantados de Konozerlhe o el Desierto Insoporteibol, el guerrero Fernández y su compañero Fulanito deben encontrar las llaves de las puertas de Forrogorro antes de que el maligno Trifón se haga con ellas. El guión de J. Cos me pareció curioso, pero lo que más me gustó fueron los dibujos de Miguel, muy buenos, la verdad.

También del Garibolo Especial me hice con dos aventuras de Paco Tecla y Lafayett: “El caso de los juguetes diabólicos” y “Bebitos como bidones”. En la primera, los dos agentes secretos de “La División” tenían que atrapar a un científico nuclear al que le había dado por inventar juguetes con armamento militar para cargarse a todo quisque. En la otra, los susodichos agentes debían recuperar dos huevos de dinosaurio robados por un millonario yanki. Los personajes, sí, lo sé, recuerdan mucho a los agentes de la TIA. Es más, el dibujo de su autor, Casanyes, es muy parecido al de Ibáñez y las situaciones se asemejan mucho a las creadas por Mortadelo y Filemón, aunque aquí ninguno se disfraza, o no al menos del modo en que lo hace el calvo de la levita. En cualquier caso, son dos aventuras entretenidas y están bien dibujadas, que es lo que cuenta. No nos pongamos tan sibaritas.

En cuanto a Mortadelo y Filemón, qué voy a contar de ellos. Pues que han sido y son para mí –y también seguirán siendo- el referente del cómic de mi infancia. Todos hemos querido ser Mortadelo alguna vez, eso seguro, aunque con pelo y algo más atractivos. Esos dos personajes que empezaron en la agencia de información; ese Mortadelo ataviado con bombín y paraguas, que después luciría con orgullo su alopecia; el siempre malhumorado y apaleado Filemón; el Super, que haga lo que haga termina negro; el profesor Bacterio y sus imposibles ocurrencias; la cándida Ofelia y la delicada Irma; y otros tantos personajes varios que completan la particular fauna de Ibáñez, han formado parte siempre de mi particular universo imaginario. Recuerdo haber visto en mi infancia una serie o película de dibujos animados bastante fiel al original que fue producida por los Estudios Vara en el 69. En una de las historias, los agentes tenían que ir a capturar a un vampiro a un castillo, que resultaba ser un aldeano convertido en nosferatu por una maldición que tenía el vino como causa principal. Me parece que era así, o igual es que el que se había tomado el vino era yo. También había otra, titulada “Un par de Impostores” cuyo enlace es este: http://www.youtube.com/watch?v=nWc9BpOwmU4

Después, creo que se hizo una nueva serie de dibujos animados que se echó por televisión, en Antena 3, me parece. De las aventuras de los dos agentes, recuerdo con especial agrado la titulada Lo que el viento se dejó. Después leí otras del tipo Hay un traidor en la TIA, El cochecito leré, El candidato, La Gomeztroika, y alguna más. Junto a Mortadelo y Filemón, Ibañez narró –y sigue narrando- las vivencias de toda una nómina de personajes entrañables: los mencionado Botones Sacarino, y Chicha, Tato y Clodoveo, el cegato Rompetechos, los chapuzas Pepe Gotera y Otilio, sin olvidar el onírico mundo de 13 Rue del Percebe, en el que no me hubiera importado residir, aunque fuera una noche. Es una verdadera lástima que las dos películas producidas recientemente no hayan hecho justicia al mundo de Ibáñez, aunque los efectos especiales estén a la altura. Esta es al menos mi opinión, en cualquier caso discutible.

En fin, tebeos, tebeos y más tebeos. Por aquellos años, todas las noches me acostaba arropado por estos y otros personajes, leyendo una y otra vez aquellas revistas cuyas páginas se asemejaban cada vez más a papelillos de liar. Mis padres miraban extrañados a aquel niño introvertido que se pasaba las horas del día en su cuarto, leyendo y releyendo no se sabe muy bien el qué. El dibujito que publico es un homenajea a aquellos tiempos. No están todos los que son, pero sí son todos los que están o, al menos, se les parecen algo.

Iñaki

lunes, 10 de mayo de 2010

Aquel 1984...



Pamplona, 11 de mayo de 2010
Bueno, ya que me lancé hace días a narrar mi experiencia con los tebeos, pues lo mejor es continuar con ello, más que nada por si alguien se ha tomado la molestia de empezar a leer este relato sentimental.
Los primeros tebeos que tengo son de 1984, lo que me indica que aquel tuvo que ser un buen año. Por entonces era yo un niño enclenque, tirando a enfermizo, que dormía de noche y soñaba de día.
El primer tebeo que compré fue, como dije la vez pasada, un número de la revista Mortadelo en la que los agentes de la TIA finiquitaban la aventura titulada "El loco del Fuji-Yama". En ella había un cameo del Botones Sacarino y, como en casi todas, los protas terminaban corriendo, en esta ocasión delante de un oso polar llamado Kanelo. Debo reconocer que siempre me ha gustado Ibañez, sus historias tienen algo de delirante insistencia por lo surrealista que me parece bastante divertido. Una vez leí una historia titulada, creo, "Lo que el viento se dejó" y recuerdo que me partí de risa.
Aquellas revistas de historietas me gustaban. En ellas tenía acceso a personajes y situaciones de lo más variopintas, que generalmente desembocaban en una somanta de palos -como la vida misma-, pero que me hacían darle vueltas a la imaginación. Algunas eran de uso limitado, vamos, para pasar el rato, mientras que otras calaron hondo en mí. De aquel número, ya lo dije, me quedo con un extracto, bastante avanzada la historia, de "La caja de Pandora", de Superlópez, y una aventura de "El capitán Pantera", dibujada por Carrillo. A Jan le dedicaré atención otro día, por aquello de que Jan es mucho Jan. En cuanto al capitán Pantera y Carrillo, reconozco que me impresionó. Primero por los dibujos, después por Jane, la guapa partenaire del capitán y, finalmente, porque las historias de mares, barcos y piratas sencillamente molan. De Carrillo leería con el tiempo "El Dragón Rojo de Laham", una aventura de los mercenarios, donde el marino Tom Rowe y los suyos deben salvar a una hermosa mujer -y es que en la obra de Carrillo todas lo son- que ha sido raptada por el Sultán Rojo de Laham. Está dibujada en blanco y negro, con un trazo realista y un uso de la tinta magistral. Es comprensible, pues, que haya releído esas páginas una y otra vez a lo largo de los años. Por si fuera poco, aquel número de la revista Mortadelo del que vengo hablando finalizaba con el capítulo 12 de "Bruce Wee, el invencible", precisamente en el momento en el que el luchador y la tigresa, una policía de Hong Kong, se disponían a librar un combate a muerte. Bueno, aunque para combates a muerte, el que libran el auténtico Bruce Lee y Chuck Norris -ey Walter qué pasó- en El furor del dragón (1973), que debí ver por aquellos años.
La revista Mortadelo fue por aquél entonces una buena amiga, al igual que Torrebruno, la gallina Caponata y, más tarde, Espinete... Llamarme rarito, pero a mí Don Pinpón siempre me dio mal rollo. El recuerdo de aquella inocente y plácida infancia, no obstante, se desplomaría años después cuando vi a Ruth en una película abierta de patas en una bañera con cara lasciva. No sé, hay cosas que se tienen que advertir previamente. Es como cuando recientemente aparecieron unas imágenes de Leticia Sabater "cabalgado" en el mar a causa de las cuales toda una generación de niños y niñas ha quedado traumatizada.
Volviendo a aquella época, todos los meses compraba una revista en el estanco del barrio: Mortadelo, Superlópez, Zipi y Zape, Don Miki... Debo reconocer que el par de cabroncetes creados por Escobar, que hoy pasarían por un par de niños repipis del Redín, me causaban entonces bastante gracia y considero infinita la paciencia de Doña Jaimita y Don Pantuflo. Además, en uno de aquellos números, se anunciaba a bombo y platillo el "Premio Bruguera de historieta de humor", en el que se ofrecían como galardones el Mortadelo de Oro y 300.000 pesetitas, ahí es ná, y el Mortadelo de Plata y 150.000 rupias, que tampoco estaban nada mal. El jurado estaba formado por Ibáñez, J. L. Sagasti, Cesc, Chumy Chumez y J. L. Martín. Pobre de mí, recuerdo que le comenté a un compañero del colegio que yo me iba a presentar, y no era más que un enano de apenas 8 años que justo sabía escribir su nombre y que cada vez que miraba al Perdón, le parecía estar viendo las montañas de Mordor. Por cierto, que por aquel entonces un profesor del cole, cuyo nombre no recuerdo, nos leía todos los jueves después del recreo el Hobbit. Por supuesto, esas Navidades yo les pedí a los reyes majos -es que yo por entonces era muy monárquico- el tomo de Tolkien. Recuerdo que al abrir el paquetito y ver la portada me sentí el niño más feliz del mundo.
En una de aquellas revistas Mortadelo encontré a uno de los personajes que más me han gustado, Sir Tim O´Theo, que entonces se enfrentaba a un misterio en la historieta "Una batería descargada". De Raf siempre me ha atraído que hace sencillo lo complicado. Quiero decir, que sin excesivos alardes compone unas viñetas perfectas y da a sus personajes y a la narración el ritmo deseado. Es esa exquisita sencillez que caracteriza a los buenos dibujantes. Ahí va una dirección para el que guste:
http://seronoser.free.fr/bruguera/sirtim.htm
En ella se descubren, además de las aventuras del personaje, algunos interesantes detalles, como varios bocetos de Raf para la segunda parte de las aventuras de Dartacan, en las que colaboró. Merece la pena echarles un vistazo. En 2009, se editaron las aventuras del detective y su inseparable Patson en la colección Clásicos del Humor. Desgraciadamente, como yo me encontraba de vacaciones en Babia, perdí la ocasión de adquirir el ejemplar. También disfruté y disfruto con otros personajes de Raf como Manolón, Don Pelmazo y, sobre todo, Mirlowe, del que tuve la suerte de comprar un domingo cenizo la historia "Vampiros 87": Raf, vampiros, el detective Mirlowe... ¡qué más puede pedir un crío de apenas diez u once años, y todo ello por 225 pesetas, IVA incluído!
No quiero dejar de escribir hoy sin dedicar un poco de atención a la revista Don Miki. Reconozco que me da un poco de apuro afirmar que conservo algunos ejemplares de la misma, pero en el fondo, sé que muchas personas de mi quinta leyeron y disfrutaron con sus páginas. El mundo mickeymusiano me resulta en la actualidad un tanto ñoño, pero no me cabe la menor duda de que este tipo de revistas resultan ideales para que los peques se inicien en el mundo de los tebeos. Empezar con Don Miki y terminar con El puño de la Estrella del Norte es cosa de meses.
El primer Don Miki que compré fue el número 449, editado en aquel dichoso 1984, en el que se ofrecían tres aventuras, a saber: "El reportaje sensacional", "La carta misteriosa" y "La suplantación real". La primera de ellas transcurre en el Polo -seguramente Norte- y en ella el pato Donald, sus sobrinos, el tío Gilito, y una reportera que responde al seudónimo de Esfinge Sibila, se ven inmersos en un complot que a punto está de acabar con ellos, con el mundo de las pieles de animales (sintéticas) como telón de fondo. Estaría bueno que un pato matara a un oso polar para hacerse un abrigo con su piel. Lo que más me llama la atención de la historia es que si los patos protagonistas van vestidos y hablan entre ellos, por qué los osos polares que les atacan en un momento van "desnudos" y no dicen ni pío. Total, todo hubiera estado en tratar el tema con humanidad, digo animalidad, y quedar para echar unas cañas, que las acabaría pagando Donald, eso seguro. En la segunda historia, el ratoncito Mickey experimenta una aventura a lo Expediente X con extraterrestre incluído. Finalmente, en "La suplantación real", el mismo ratón -que no para un segundo- y Goofy reciben una invitación de Thor, príncipe de "la lejísima Sirmania", para que acudan a su coronación. Sin embargo, Roht, primo del príncipe, y el maligno duque Felin deciden suplantar al heredero aprovechando la feliz circunstancia de que Thor y Roht son como dos gotas de agua, en plan El hombre de la máscara de hierro. Por supuesto, al final se resuelve todo, con la ayuda, entre otros, de Sir Otto en plan mosqueteril.
Ironías aparte, reconozco que estas aventuras y otras que conocí después protagonizadas por los Apandadores, Chip y Chop... incluso hay una de Super Goofy ni más ni menos, me hicieron disfrutar de lo lindo y que, aún a día de hoy, causan en mí esa misma sensación de infantil placidez que cuando te compras una bolsa de petazetas. Claro, que yo luego leo a Schopenhauer, que para eso tengo carrera.
En fin, tebeos..., trocitos de la infancia que vuelven a mí y cuyo disfrute me ha parecido bien compartir.

Iñaki