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"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

(Groucho Marx, de niño)


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viernes, 28 de mayo de 2010

LOS MANGAS, OH LA LA, LOS MANGAS (I)

Pamplona, 27 de mayo de 2010
Y llegaron los Mangas, que me tuvieron entretenido una larga década. En los respectivos número 12 de Tigre Wong y Drunken Fist, de los que ya hablé otro día, se nos introdujo a una generación de jóvenes en las historias made in Japan que, a la larga, centrarían nuestra atención. Las historias que se presentaron entonces fueron tres: El Puño de la Estrella del Norte, Grey y Crying Freeman. Como es lógico, me hice con ellas en cuanto mis padres se distrajeron un poco, pese a aquella mención expresa en las portadas -PARA ADULTOS- que resultaba, sin embargo, tan tentadora.
Es cierto que pasar de Mortadelo y Filemón a las páginas del Puño de la Estrella del Norte puede ser un pelín fuerte, lo reconozco. Es como pasar del agua al wiski sin meterse antes un par de cañas al body. Pero es que cuando vi la portada aquella en la que salía un tipo cachas, a lo "denim and leather" que dirían los Saxon, pues claro, me impresionó. Y es que de los agentes de la TIA, a los cuales, no obstante, respeto y admiro, al bestia parda de Ken, pues hay un trecho. Sólo hay que recordar cuando le endiña a Zeed "Los cien puñetazos de la Estrella del Norte" y el tío revienta. Es muy heavy. Bueno, cien, cien no le da, pero si los cuentas hay unos 22 guantazos, los dos patitos, y esos, bien encajados, tumban a cualquiera. La serie, por desgracia de editores, quedó en el aire, aunque se publicaron 8 números que, en cierto modo, comprenden dos historias que, más mal que bien, resultan apañadas para adentrarnos en el salvaje mundo madmaxiano creado por los autores, Buronson -uno de los seudónimos de Yoshiyuki Okamura- y Tetsuo Hara. Con el tiempo se publicó la serie completa en tomos, serie que yo no seguí. A Buronson me lo encontraría con el tiempo en Santuario, con otro seudónimo -Sho Fumimura-, con dibujo de Ikegami. Mientras, con Tetsuo Hara no volví a coincidir. Una pena.
Aquella era la época post-Akira, que nos cogía muy pequeños, siendo mentes fáciles de manipular con cualquier argumento que presentase acción y un poquito, aunque fuera un poquito, de sexo. Akira, como dejó dicho esa gran poetisa, "la lió parda". Mientras que la Disney elevaba el nivel de glucosa en sangre, en la gran pantalla la obra maestra de Otomo ponía Neo-Tokio patas arriba con una animación y una banda sonora de lujo. Yo no la vi en el cine, de donde muchos padres salieron ofendidos por aquello de "mire-usté-que-a-mí-me-habían-dicho-questa-peli-era-de-dibujos-y-en-ella-mi-niño-ques-un-tierno-infante-del-Redín-ha-visto-una-teta". Pues sí, pues sí, se ve una teta. Yo no la vi en el cine -no la teta, sino la película- ,sino años más tarde en un taller de cómic de la Casa de la Juventud, en Pamplona, un sábado dichoso por la mañana en el que nos tocaba proyección. Entonces no la entendí, cosa que hice al verla una segunda vez, con algún añito más y después de haber leído a Buckowski (si es que se escribe así), que ya se sabe que el referido amuebla mucho la mente; bueno, cuando no raya.
De los manga de aquella época me quedo con los de Ikegami, que nos mostraban un universo de mafiosos del Japón, de esos que hacían lo que les venía en gana porque ellos eran los más malotes del mundo y punto. ¡Ay, aquellas féminas que desfilaron por sus páginas... aquellas extorsiones... aquellos disparos en el callejón de un prostíbulo...!, en fin, añoranza y nada más que añoranza. Hablo en concreto de Crying Freeman y de Santuario. Ambas historias se publicaron incompletas, para variar. De la primera de ellas, con guíón de Kazuo Koike -sí, el del Lobo solitario y su cachorro-, no obstante, hay que decir que guarda una cierta unidad por lo que puede entenderse como historia independiente. Es más, llegó a hacerse una película, "Crying Freeman. Los paraísos perdidos", protagonizada por Mark Dacascos que, aunque difícil de creer, pega y todo en el papel.
Iniciado en el mundo Ikagami, no dejé escapar Santuario, que adquirí con verdadera devoción en ese otro santuario llamado TBO. La verdad es que la historia del yakuza Akira Hojo y del político Asami, a quienes les une un duro pasado, me cautivó desde el primer momento. El argumento tiene todo lo que cabe esperarse de este tipo de historias, y la verdad es que los "buenos" son en realidad dos pedazos de la gran puta capaces de hacer de todo para conseguir sus objetivos. Sin embargo, no dejaban de tener su atractivo, aunque quien en realidad molaba era el macarra de Mr. Tokai, un yakuza rival, guaperas, más chulo que un ocho, tan cabronazo o más que los otros pero que en el fondo resultaba gracioso, y hasta entrañable, más que nada por lo bestia -vaya, esta reflexión me ha producido una cierta inquietud acerca de mi escala de valores-. Como otra de tantas, aquella historia se concluyó con nueve números, cuando la trama estaba en su mejor momento. Con los años volvería a editarse, en otro formato, y completa, pero yo ya estaba a otras cosas.
También me quedo con Grey, del que me gustó la historia, en un mundo postapocalíptico algo más sofisticado que el del Puño de la Estrella del Norte, pero igualmente duro y miserable. Su dibujo esquemático, reducido a lo esencial, y la acción sin tregua, viñeta a viñeta, que casi quitaba la respiración, me tuvieron en vilo una buena temporada. Además, cosas que pasan, esta serie se publicó completita en 9 números. De su autor, Yoshihisa Tagami, se editó más adelante Horobi, que pintaba bien hasta que dejó de pintarse, digo, editarse.
El marketing del manga estaba que echaba humo y, en los diferentes números de las diferentes historias se nos iba informando de nuevas aventuras, de nuevos personajes y de nuevos dibujantes, cuyos nombres nos comenzaban a sonar de lo más familiar, y que resultaban de lo más tentador: Kamui, Xenon, The Gost in the Shell, Baoh, Mai, Alita, y, por supuesto Dragon Ball y Los Caballeros del Zodiaco. Yo, de la lista de los reyes godos, lo reconozco, nunca pasé de Turismundo -que es como el cuarto o quinto- pero en cambio sí que me aprendí de carrerilla los nombres de los guionistas y dibujantes mangas del momento con una facilidad pasmosa: Kazuo Koike, Ryochi Ikegami, Buronson, Tetsuo Hara, Yoshihisa Tagami, Sanpei Shirato, Masaomi Kanzaki, Masamune Shirow, Akira Toriyama, Katsuhiro Otomo, o Masami Kurumada.
De aquellas adquirí varias colecciones, como Kamui, con dibujos y guión de Sanpei Shirato. En realidad se trata de la tercera parte (creo) de una serie de, claro está, tres partes, pero mantiene una gran unidad argumental, de manera que puede considerarse una obra completa. Y lo cierto es que esta sí que me dejó flipando en colores. Sobre todo porque con su lectura y disfrute me reconcilié con el lado oscuro de la fuerza nipona, los ninja, que en el guerrero americano los ponían muy malamente y, en cambio, en la obra de Shirato, los humanizan y llenan con mil matices. El prota es un ninja renegado que decide dejar la organización para dedicarse a una mejor vida. Por supuesto, "los malos" no se lo van a permitir y le atacan de todas las formas, hasta el punto de no poder confiar en nadie. Es una historia trágica y quien quiera algo ligerito mejor que no se sumerja en sus páginas. El dibujo es muy expresivo y ayuda a crear el climax necesario que, la verdad, llega a cotas elevadas en muchos momentos. Totalmente recomendable, si a uno le gustan las buenas historias y, al menos algo, el género katanero.
Otra buena historia que no se completó fue Xenon, el guerrero heavy metal, una pena, la verdad. Obra de Masaomi Kanzaki, del que luego compraría Ashguine, me causó desazón la primera vez que la leí. Fue de prestado y, francamente, la devoré. La historia de Asuka Kano, un joven de instituto nipón al que someten a un experimento en el que le implantan un cuerpo biónico, vamos, el sueño de cualquier adolescente, me gustó y me gusta en la actualidad. A decir verdad, lo que me gustaba era que el prota podía hacer casi de todo y, por supuesto, partirle los morros a los chuleras del insti. Tiene algo del género "colegial", de ese repleto de amoríos estudiantiles -aunque no a lo Video Girl Ai-. La niña de la historia es Sonoko, bastante maja, que tiene una amiga algo cargante llamada Risa, pero está claro que a Asuka quien le gusta de verdad es el pibón de Yoko, que además comparte con el prota la suerte, o desgracia, de poseer unas piernas biónicas. Están también el abuelo de Sonoko, que es científico y ayudará a Asuka, el matón de instituto Ryuji, y el malo malísimo de la historia, Mr. Tono, un empresario que negocia con experimentos cibernéticos.
No he sido un gran lector de mangas, ni pretendo dar esa imagen. Son muchas las historias que no he leído, y quizá pocas las que han caído en mis manos. Faltan aún muchos títulos y muchas historias. De estas hablaré otro día que por hoy, ya es suficiente. Dejo aquí, sin embargo, un recuerdo gráfico de aquella época con el que seguro más de uno se identificará.

miércoles, 19 de mayo de 2010

De agentes secretos, detectives, superhéroes castizos y gamberretes varios


19 de mayo de 2010

En mi contacto con los tebeos, llegó un momento en el que las revistas me supieron a poco y necesité una dosis mayor de aquella maravillosa droga infantil. Así que un día me aventuré a comprar uno de aquellos tomos monográficos repletos de aventuras de mis personajes favoritos que me esperaban impacientes en el estante del estanco de mi barrio. Allí adquirí por 140 pesetitas de ná dos volúmenes de la colección Olé. El primero del Botones Sacarino, titulado “Líos de oficina”, y el segundo de Zipi y Zape, que incluía además historietas de Carpanta. Los tomos son de 1975 el primero y de 1980 el segundo, lo que quiere decir que llevaban durmiendo el sueño de los justos casi, casi, una década. No me cabe la menor duda de que estaban destinados a acabar en mis manos. El destino a veces nos depara magníficos encuentros. Aún cuando abro estos tomos se me pone la carne de gallina. Acudo a ellos como el bibliófilo acude a un incunable, con respeto y casi veneración.

En la portada del Botones Sacarino éste buscaba debajo de una alfombra un centollo malabar que se le había extraviado, mientras detrás suya entraba en escena el Director con el mencionado animalito pinzado en su nariz. Chiste facilón, sin duda, e ingenuo a día de hoy, pero de gran gracia para un criajo de apenas diez años, que entonces empezaba a comprender que el mundo estaba lleno de normas y reglas que, tarde o temprano, terminarían convirtiéndolo en un peón más de la sociedad. Por ello, aquellos personajes alocados y gamberros de los tebeos constituían una magnífica válvula de escape. Ellos hacían todo lo que tú no podías hacer y, encima, los chichones tan sólo les duraban una o, a lo sumo, dos viñetas. “Avellanas a go-go”, “Aficiones de pintor”, “El pajarraco”, “Por una mano de barniz”, y un largo etcétera de ocurrentes situaciones me brindaron más de una sonrisa, cuando no infantil carcajada. El simple hecho de que al Botones Sacarino le regalaran una bocina o una caja de petardos, sí, así porque sí, suponía el desencadenante de una serie de hechos que siempre terminaban con el Director desquiciado y el Presidente, otro tanto. Si el bueno del Botones decidía ir recogiendo botellas vacías para venderlas al trapero y sacarse unas pelillas, mal; si se llevaba el hornillo al trabajo para hacerse allí la vianda, mal; si en la tómbola del barrio le tocaba de premio un gorrino –mira tú qué cosas- y lo llevaba al curro, también mal; si se disponía a preparar un bocadillo de salchichas, igualmente mal; si su tío el malabarista le regalaba un bastón, peor; y si se le desfondaba en pleno pasillo una caja de chinchetas o se disponía a dar un paseo a su centollo, pues ya, la hecatombe. Hiciera lo que hiciera el pobre botones la terminaba liando y ello, pese a ser un poco cruel, no dejaba de tener su gracia o, más bien, era en ello donde estaba la gracia.

Con la parejita de angelitos creados por Escobar pasaba tres cuartos de lo mismo. Cualquier ostentación de paciencia quedaba por los suelos ante este par de gamberretes que, como ya dije, pasarían a día de hoy por simples niños repipis del Redín. Claro, que yo entonces estudiaba en un colegio similar, así que me identificaba bastante con ellos. En el fondo, los gemelos carecían de verdadera malicia. Lo suyo eran más bien travesuras de crío, de esas que todos hemos hecho alguna vez. En un colegio actual, ambos terminarían siendo los que reciben las collejas. Lo que pasa es que, entonces, la actitud de los niños era diferente. La autoridad paterna, la del profesor, incluso la del señor cura, aún se respetaban. Hoy, quizá, Zipi y Zape acabarían perteneciendo a la generación Nini y Pantuflo y Jaimita, sin el don, internarían a los pequeños en el descafeinado Curso del 64, donde acabarían liándose con alguna niña que terminaría saliendo en la portada del Interviú. Pese a todo lo dicho, sus travesuras me divertían, y aquel tomo fue un magnífico libro de cabecera infantil para mí. Por su parte, Carpanta siempre me ha parecido entrañable y sus historias guardan una nostálgica melancolía, similar a la que me embarga cuando echan por la tele una película de Miliki y Fofito. Aunque reconozco que “los payasos de la tele” siempre me han causado cierto recelo.

A Superlópez lo conocí a través de un extracto de su aventura “La caja de Pandora” que leí en la revista Mortadelo. Después, accedí a otro extracto en la revista Superlópez. En concreto, el comienzo de la historia “En el país de los juegos, el tuerto es el rey”, que terminaría comprando en un volumen, el número 12 de la colección Superlópez, de Ediciones B. Debo reconocer que el flechazo fue absoluto y que desde entonces admiro enormemente la obra de Jan. Como ya comenté, le considero como uno de los mejores autores de cómics que existen. Aquellas páginas me hicieron sumergirme en una historia donde el habitual ritmo de viñetas frontales y páginas perfectamente cuadradas era sustituido por un ritmo de viñetas, primeros planos, planos generales, picados, contrapicados y piruetas visuales de un dinamismo frenético, acorde con la propia historia. Fue ahí donde comprendí que lejos de las planchas monótonas, cada página de un tebeo puede llegar a ser un mundo y su composición y la de las viñetas que la forman, un verdadero arte. La historia que me cautivó resulta, además, desde mi modesto punto de vista, una de las mejores de Superlópez, tanto por su argumento como por su extensión, 62 paginazas, ahí es nada. La sinopsis es, más o menos, la siguiente. El día previo a las vacaciones, Juan, Jaime y Luisa ganan un catorce en la quiniela canina, por lo que deciden irse juntos unos días, eligiendo como destino Tontecarlo, país imaginario que linda al norte con Portugal, Francia e Irán, al este con el Mar Mediterráneo, al oeste con el Océano Pacífico y al sur con Andorra. El que pueda entender algo, que entienda. Así que, felices y contentos, se dirigen a su destino, pero antes de llegar a la frontera, se ven inmersos en un atentado contra un personajillo que salva el pellejo gracias a la intervención de Superlópez. Total, que el personaje, de nombre Estefe Pillanueva Puf, resulta que también se dirige a Tontecarlo, en concreto a Tontika, su capital, por lo que les acompaña hasta allí. La principal característica de este país imaginado es que todo el mundo vive del juego en sus mil y una modalidades, algunas de lo más estrafalarias. Para muestra, basta decir que en la propia frontera del país, los agentes de aduana proponen a Juan, Jaime y Luisa jugarse unos cuartos a encontrar la bolita bajo tres cáscaras de coco, vamos, lo que se conoce por el timo de los trileros, y les cuesta la broma unos 170 trankos, moneda tontecarlesca, que al cambio supone un par de mariscadas a orillas del mar. Una vez allí, las cosas transcurren en plan turístico, pero Superlópez repara gracias a los informativos que Pillanueva Puf ha desaparecido y que está acusado de asociación ilegal. La realidad es que lo que pretende el tal Pillanueva es crear empresas de trabajo, algo que allí es poco menos que sacrilegio, dada la particular forma de vida tontecarlesca. Para empeorar las cosas, el primer ministro, Refuller D´Abastos, y el rey, Akitespero I, están detrás del complot contra el osado empresario. Secuestros, extorsiones, amenazas, y una huelga de niños que quieren trabajar y dejarse de tanta apuesta, así como una contra-huelga de los padres de aquellos que, en defensa de la identidad tonteska, desean continuar jugándose los cuartos, jalonan esta buena aventura.

Tras esta historia leí otras de Superlópez, algunas de prestado, otras adquiridas por mí. En “El señor de los chupetes”, asistimos a una curiosa versión del clásico de Tolkien, donde el superhéroe tiene que hacerse con el “gran chupete único para someter a los seis chupetes negros, y, en las tinieblas, someterlos a todos bajo el poder de Tchupón, el señor de los chupetes”. En “Al centro de la tierra”, Jan versiona la novela de Verne, y en ella resulta que Jaime es biznieto de Axel, sobrino a su vez del profesor Lidenbrock, que llegó al fondo de la tierra y, ante el cierre de la editorial en la que trabajan los tres, propone a Juan y a Luisa descender el volcán islandés Sneffels y adentrarse en las entrañas de la tierra en busca de piedras preciosas. Claro, que a día de hoy, con la que está liando el impronunciable volcán islandés, ni Superlópez habría podido cruzar los aires. Otras historias interesantes que he leído con el tiempo han sido “La caja de Pandora”, “Los cerditos de Camprodón”, “Periplo Búlgaro”, “Hotel pánico”, “La aventura está en la esquina” y alguna que otra más, todas ellas totalmente recomendables para pasar muchos momentos agradables. Un genio, este Jan, que ha publicado muchas más cosas, sin duda: Pulgarcito, Los maravillosos viajes de Lucas y Silvio, el aventurero Tadeo Jones o la sugerente Laszivia.

Reconozco que nunca he tenido un tomo de Super Humor, pero sí he leído varios gracias a algún generoso amigo. De la colección Tope Guai compré algunos títulos, como la historia de Mirlowe y Violeta, “Vampiros 87”, o una de Chicha, Tato y Clodoveo, de Ibáñez, que terminé perdiendo, pero que creo que se titulaba “Una vida perruna”. Del Garibolo Especial me agencié tres números. Uno de ellos estaba dedicado a Bum-Bum y los Desahuciados y a Pomponius Triponum. De este tomo, lo que más me gusta es Bum-Bum y los Desahuciados, en particular porque están realizados por Miguel, magnífico dibujante al que conocí por la historia “Las puertas de Forrogorro”, publicada en la revista Mortadelo, en la que, en un mundo imaginario con rincones tan sugerentes como los Bosques Encantados de Konozerlhe o el Desierto Insoporteibol, el guerrero Fernández y su compañero Fulanito deben encontrar las llaves de las puertas de Forrogorro antes de que el maligno Trifón se haga con ellas. El guión de J. Cos me pareció curioso, pero lo que más me gustó fueron los dibujos de Miguel, muy buenos, la verdad.

También del Garibolo Especial me hice con dos aventuras de Paco Tecla y Lafayett: “El caso de los juguetes diabólicos” y “Bebitos como bidones”. En la primera, los dos agentes secretos de “La División” tenían que atrapar a un científico nuclear al que le había dado por inventar juguetes con armamento militar para cargarse a todo quisque. En la otra, los susodichos agentes debían recuperar dos huevos de dinosaurio robados por un millonario yanki. Los personajes, sí, lo sé, recuerdan mucho a los agentes de la TIA. Es más, el dibujo de su autor, Casanyes, es muy parecido al de Ibáñez y las situaciones se asemejan mucho a las creadas por Mortadelo y Filemón, aunque aquí ninguno se disfraza, o no al menos del modo en que lo hace el calvo de la levita. En cualquier caso, son dos aventuras entretenidas y están bien dibujadas, que es lo que cuenta. No nos pongamos tan sibaritas.

En cuanto a Mortadelo y Filemón, qué voy a contar de ellos. Pues que han sido y son para mí –y también seguirán siendo- el referente del cómic de mi infancia. Todos hemos querido ser Mortadelo alguna vez, eso seguro, aunque con pelo y algo más atractivos. Esos dos personajes que empezaron en la agencia de información; ese Mortadelo ataviado con bombín y paraguas, que después luciría con orgullo su alopecia; el siempre malhumorado y apaleado Filemón; el Super, que haga lo que haga termina negro; el profesor Bacterio y sus imposibles ocurrencias; la cándida Ofelia y la delicada Irma; y otros tantos personajes varios que completan la particular fauna de Ibáñez, han formado parte siempre de mi particular universo imaginario. Recuerdo haber visto en mi infancia una serie o película de dibujos animados bastante fiel al original que fue producida por los Estudios Vara en el 69. En una de las historias, los agentes tenían que ir a capturar a un vampiro a un castillo, que resultaba ser un aldeano convertido en nosferatu por una maldición que tenía el vino como causa principal. Me parece que era así, o igual es que el que se había tomado el vino era yo. También había otra, titulada “Un par de Impostores” cuyo enlace es este: http://www.youtube.com/watch?v=nWc9BpOwmU4

Después, creo que se hizo una nueva serie de dibujos animados que se echó por televisión, en Antena 3, me parece. De las aventuras de los dos agentes, recuerdo con especial agrado la titulada Lo que el viento se dejó. Después leí otras del tipo Hay un traidor en la TIA, El cochecito leré, El candidato, La Gomeztroika, y alguna más. Junto a Mortadelo y Filemón, Ibañez narró –y sigue narrando- las vivencias de toda una nómina de personajes entrañables: los mencionado Botones Sacarino, y Chicha, Tato y Clodoveo, el cegato Rompetechos, los chapuzas Pepe Gotera y Otilio, sin olvidar el onírico mundo de 13 Rue del Percebe, en el que no me hubiera importado residir, aunque fuera una noche. Es una verdadera lástima que las dos películas producidas recientemente no hayan hecho justicia al mundo de Ibáñez, aunque los efectos especiales estén a la altura. Esta es al menos mi opinión, en cualquier caso discutible.

En fin, tebeos, tebeos y más tebeos. Por aquellos años, todas las noches me acostaba arropado por estos y otros personajes, leyendo una y otra vez aquellas revistas cuyas páginas se asemejaban cada vez más a papelillos de liar. Mis padres miraban extrañados a aquel niño introvertido que se pasaba las horas del día en su cuarto, leyendo y releyendo no se sabe muy bien el qué. El dibujito que publico es un homenajea a aquellos tiempos. No están todos los que son, pero sí son todos los que están o, al menos, se les parecen algo.

Iñaki

lunes, 10 de mayo de 2010

Aquel 1984...



Pamplona, 11 de mayo de 2010
Bueno, ya que me lancé hace días a narrar mi experiencia con los tebeos, pues lo mejor es continuar con ello, más que nada por si alguien se ha tomado la molestia de empezar a leer este relato sentimental.
Los primeros tebeos que tengo son de 1984, lo que me indica que aquel tuvo que ser un buen año. Por entonces era yo un niño enclenque, tirando a enfermizo, que dormía de noche y soñaba de día.
El primer tebeo que compré fue, como dije la vez pasada, un número de la revista Mortadelo en la que los agentes de la TIA finiquitaban la aventura titulada "El loco del Fuji-Yama". En ella había un cameo del Botones Sacarino y, como en casi todas, los protas terminaban corriendo, en esta ocasión delante de un oso polar llamado Kanelo. Debo reconocer que siempre me ha gustado Ibañez, sus historias tienen algo de delirante insistencia por lo surrealista que me parece bastante divertido. Una vez leí una historia titulada, creo, "Lo que el viento se dejó" y recuerdo que me partí de risa.
Aquellas revistas de historietas me gustaban. En ellas tenía acceso a personajes y situaciones de lo más variopintas, que generalmente desembocaban en una somanta de palos -como la vida misma-, pero que me hacían darle vueltas a la imaginación. Algunas eran de uso limitado, vamos, para pasar el rato, mientras que otras calaron hondo en mí. De aquel número, ya lo dije, me quedo con un extracto, bastante avanzada la historia, de "La caja de Pandora", de Superlópez, y una aventura de "El capitán Pantera", dibujada por Carrillo. A Jan le dedicaré atención otro día, por aquello de que Jan es mucho Jan. En cuanto al capitán Pantera y Carrillo, reconozco que me impresionó. Primero por los dibujos, después por Jane, la guapa partenaire del capitán y, finalmente, porque las historias de mares, barcos y piratas sencillamente molan. De Carrillo leería con el tiempo "El Dragón Rojo de Laham", una aventura de los mercenarios, donde el marino Tom Rowe y los suyos deben salvar a una hermosa mujer -y es que en la obra de Carrillo todas lo son- que ha sido raptada por el Sultán Rojo de Laham. Está dibujada en blanco y negro, con un trazo realista y un uso de la tinta magistral. Es comprensible, pues, que haya releído esas páginas una y otra vez a lo largo de los años. Por si fuera poco, aquel número de la revista Mortadelo del que vengo hablando finalizaba con el capítulo 12 de "Bruce Wee, el invencible", precisamente en el momento en el que el luchador y la tigresa, una policía de Hong Kong, se disponían a librar un combate a muerte. Bueno, aunque para combates a muerte, el que libran el auténtico Bruce Lee y Chuck Norris -ey Walter qué pasó- en El furor del dragón (1973), que debí ver por aquellos años.
La revista Mortadelo fue por aquél entonces una buena amiga, al igual que Torrebruno, la gallina Caponata y, más tarde, Espinete... Llamarme rarito, pero a mí Don Pinpón siempre me dio mal rollo. El recuerdo de aquella inocente y plácida infancia, no obstante, se desplomaría años después cuando vi a Ruth en una película abierta de patas en una bañera con cara lasciva. No sé, hay cosas que se tienen que advertir previamente. Es como cuando recientemente aparecieron unas imágenes de Leticia Sabater "cabalgado" en el mar a causa de las cuales toda una generación de niños y niñas ha quedado traumatizada.
Volviendo a aquella época, todos los meses compraba una revista en el estanco del barrio: Mortadelo, Superlópez, Zipi y Zape, Don Miki... Debo reconocer que el par de cabroncetes creados por Escobar, que hoy pasarían por un par de niños repipis del Redín, me causaban entonces bastante gracia y considero infinita la paciencia de Doña Jaimita y Don Pantuflo. Además, en uno de aquellos números, se anunciaba a bombo y platillo el "Premio Bruguera de historieta de humor", en el que se ofrecían como galardones el Mortadelo de Oro y 300.000 pesetitas, ahí es ná, y el Mortadelo de Plata y 150.000 rupias, que tampoco estaban nada mal. El jurado estaba formado por Ibáñez, J. L. Sagasti, Cesc, Chumy Chumez y J. L. Martín. Pobre de mí, recuerdo que le comenté a un compañero del colegio que yo me iba a presentar, y no era más que un enano de apenas 8 años que justo sabía escribir su nombre y que cada vez que miraba al Perdón, le parecía estar viendo las montañas de Mordor. Por cierto, que por aquel entonces un profesor del cole, cuyo nombre no recuerdo, nos leía todos los jueves después del recreo el Hobbit. Por supuesto, esas Navidades yo les pedí a los reyes majos -es que yo por entonces era muy monárquico- el tomo de Tolkien. Recuerdo que al abrir el paquetito y ver la portada me sentí el niño más feliz del mundo.
En una de aquellas revistas Mortadelo encontré a uno de los personajes que más me han gustado, Sir Tim O´Theo, que entonces se enfrentaba a un misterio en la historieta "Una batería descargada". De Raf siempre me ha atraído que hace sencillo lo complicado. Quiero decir, que sin excesivos alardes compone unas viñetas perfectas y da a sus personajes y a la narración el ritmo deseado. Es esa exquisita sencillez que caracteriza a los buenos dibujantes. Ahí va una dirección para el que guste:
http://seronoser.free.fr/bruguera/sirtim.htm
En ella se descubren, además de las aventuras del personaje, algunos interesantes detalles, como varios bocetos de Raf para la segunda parte de las aventuras de Dartacan, en las que colaboró. Merece la pena echarles un vistazo. En 2009, se editaron las aventuras del detective y su inseparable Patson en la colección Clásicos del Humor. Desgraciadamente, como yo me encontraba de vacaciones en Babia, perdí la ocasión de adquirir el ejemplar. También disfruté y disfruto con otros personajes de Raf como Manolón, Don Pelmazo y, sobre todo, Mirlowe, del que tuve la suerte de comprar un domingo cenizo la historia "Vampiros 87": Raf, vampiros, el detective Mirlowe... ¡qué más puede pedir un crío de apenas diez u once años, y todo ello por 225 pesetas, IVA incluído!
No quiero dejar de escribir hoy sin dedicar un poco de atención a la revista Don Miki. Reconozco que me da un poco de apuro afirmar que conservo algunos ejemplares de la misma, pero en el fondo, sé que muchas personas de mi quinta leyeron y disfrutaron con sus páginas. El mundo mickeymusiano me resulta en la actualidad un tanto ñoño, pero no me cabe la menor duda de que este tipo de revistas resultan ideales para que los peques se inicien en el mundo de los tebeos. Empezar con Don Miki y terminar con El puño de la Estrella del Norte es cosa de meses.
El primer Don Miki que compré fue el número 449, editado en aquel dichoso 1984, en el que se ofrecían tres aventuras, a saber: "El reportaje sensacional", "La carta misteriosa" y "La suplantación real". La primera de ellas transcurre en el Polo -seguramente Norte- y en ella el pato Donald, sus sobrinos, el tío Gilito, y una reportera que responde al seudónimo de Esfinge Sibila, se ven inmersos en un complot que a punto está de acabar con ellos, con el mundo de las pieles de animales (sintéticas) como telón de fondo. Estaría bueno que un pato matara a un oso polar para hacerse un abrigo con su piel. Lo que más me llama la atención de la historia es que si los patos protagonistas van vestidos y hablan entre ellos, por qué los osos polares que les atacan en un momento van "desnudos" y no dicen ni pío. Total, todo hubiera estado en tratar el tema con humanidad, digo animalidad, y quedar para echar unas cañas, que las acabaría pagando Donald, eso seguro. En la segunda historia, el ratoncito Mickey experimenta una aventura a lo Expediente X con extraterrestre incluído. Finalmente, en "La suplantación real", el mismo ratón -que no para un segundo- y Goofy reciben una invitación de Thor, príncipe de "la lejísima Sirmania", para que acudan a su coronación. Sin embargo, Roht, primo del príncipe, y el maligno duque Felin deciden suplantar al heredero aprovechando la feliz circunstancia de que Thor y Roht son como dos gotas de agua, en plan El hombre de la máscara de hierro. Por supuesto, al final se resuelve todo, con la ayuda, entre otros, de Sir Otto en plan mosqueteril.
Ironías aparte, reconozco que estas aventuras y otras que conocí después protagonizadas por los Apandadores, Chip y Chop... incluso hay una de Super Goofy ni más ni menos, me hicieron disfrutar de lo lindo y que, aún a día de hoy, causan en mí esa misma sensación de infantil placidez que cuando te compras una bolsa de petazetas. Claro, que yo luego leo a Schopenhauer, que para eso tengo carrera.
En fin, tebeos..., trocitos de la infancia que vuelven a mí y cuyo disfrute me ha parecido bien compartir.

Iñaki

martes, 4 de mayo de 2010

De unos cómics comprados al tuntún y de un encuentro dichoso




Pamplona, 4 de mayo de 2010
Este es un relato más bien sentimental. Sentimental porque está escrito a partir de los recuerdos de una época en la que mi pequeño mundo eran los cómics. Cómics leídos y releídos una y otra vez hasta que las páginas eran desgastadas y las viñetas quedaban grabadas en mi retina.
Hace poco encontré -es lo que tienen las mudanzas- un ejemplar de la revista Más madera! (nº 8) que mis padres me compraron una tarde de verano en Salou para que me quedara tranquilo en el apartamento mientras ellos salían al baile. Buena manera de hacer de canguro que tuvo la revista. Con ella, sustituí a los personajes de Bruguera al uso (aunque la revista también era made in Bruguera) y me adentré en un mundo poblado de personajes como Lula, Carlota & Co, Pepe Crío, Julito Pringao, etc. De ellos no he vuelto a saber nada, seguramente porque dejé de buscarlos, pero me hicieron pasar una buena noche y, posteriormente, otros buenos momentos.
En la misma mudanza apareció otro ejemplar, sin tapas, de la revista Mortadelo: el primer cómic que compré. En él se ofrecía el final de la historia "El loco del Fuji-Yama", de la pareja de agentes de la TIA, y otras historiestas varias de Tranqui y Tronco, 13, Rue del Percebe, Camelio Majareto, "Una extraña amenaza a la Tierra: Exterminius", a modo de cómic fotográfico, El mini rey, El capitán Pantera, y, lo mejor de todo, un extracto de "La caja de Pandora", aventura de Superlópez. Y digo que esto fue lo mejor de todo porque gracias a esa casual compra, realizada con lo sobrante de una escasa paga dominical, conocí al que para mí es uno de los mejores dibujantes que ha parido madre. Creo que la forma que tiene Jan de componer las páginas y, sobre todo, de resolver las viñetas, con verdadera exquisitez de detalles, es algo a reivindicar en el mundo del cómic. Lo curioso de todo es que no llegué a finalizar la historia aunque la leí en algún lugar más adelante, gracias a un cómic prestado por algún amigo. Hace poco, no obstante, no pude evitar comprarla en TBO, en Pamplona, y disfrutarla, aunque carezco ahora, creo, de la ingenuidad de los diez años (año arriba, año abajo).
Por aquella época mi cita con la revista Mortadelo era ineludible, salvo un fin de semana que, no sé muy bien por qué, se me pasó. Entonces me lancé a la desesperada empresa de localizar el ejemplar perdido, que no hubo forma de encontrar. Pero aquello tuvo algo bueno ya que mi padre me habló de una librería "toda llena de tebeos", localizada en una de las callejuelas oscuras y siniestras del casco antiguo pamplonés, que por aquél entonces para mí era poco menos que el averno. Él me llevó y, gracias a esto, entré en aquel local atestado de ejemplares de los que nunca había oído hablar y en el que un señor, que más tarde supe se llamaba Julio, nos atendió. El ejemplar no estaba, pero en recompensa a la búsqueda, mi padre me compró una revista cuyo título, ahora mismo, no recuerdo.
Tardé mucho en volver allí. Mucho, mucho tiempo. Creo que fue gracias a un compañero de clase que me habló de la misma librería y de una serie de historias de kung fu, dibujadas por un tal Tony Wong: Tigre Wong y Drunken Fist. Claro, para un criajo de unos trece o catorce años, aquello era el paraíso. Además, por casualidades de la vida - o quizá no- en uno de aquellos viajes de veraneo a Salou, donde cada vez había más pamploneses, yo había adquirido hace años en una de las librerías del paseo marítimo, el número 9 de Drunken Fist. De él me había llamado la atención lo diferente que resultaba de los cómics Bruguera al uso y que, vamos, la historia estaba llena de guantazos y técncias imposibles como "Las mil sombras borrachas" o el letal "Vuelo de la cigüeña borracha". Moraleja: yendo borracho se pelea mejor.
Así que cuando mi compañero me habló de la tienda y de las historias, regresé allí y, tras tanto tiempo, me agradó ver que todo seguía en su sitio y, comprendí, que aquel iba a ser un lugar de visita obligado en lo sucesivo. Como muchas otras historias de la época, la editorial Jademan Cómics decidió no distribuir más aventuras de nuestros héroes, así que nos quedamos estancados en los respectivos números 12. Para más señas cuando en Drunken Fist, la joven Drunken Kid (lo dicho, todos borrachos) que ha encontrado al pequeño Dragón, estaba siendo acosada por su antiguo amigo Mack, mientras que el héroe de la serie, aunque un poco pardillo en cuestiones de faldas, Chek Fai se daba de palos con dos maestros de kung fu; y, en la historia de Tigre Wong, cuando éste, tras ser arrestado por el malo malísimo, el secretario de Skeleton -organización que era al prota lo que Scorpia a James Bond- es puteado de lo lindo en la carcel de Tailandia, donde ya han intentado sodomizarlo, para que revele los secretos de los nueve soles del kung fu -que es como decir, la fórmula de la Coca-Cola-, mientras el rubiales de Dragón Dorado y el moñas de Guy, preparan el asalto a la penitenciaría, así, a lo loco, a lo loco. Lo dicho, nos dejaron con las ganas. Con los años, sé que Tigre Wong se ha vuelto a publicar, con otro título y con otro formato. No obstante, de aquella dejada en la cuneta con los números doce, lo bueno fue que en ambos ejemplares Manuel Díez, hablaba de la pronta llegada de los cómics japoneses, lo cual nos introduce en otra historia, pero ya para otro día.


Iñaki