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viernes, 17 de diciembre de 2010

Corto Maltés, o cuando contar historias se convierte en un arte


Hace unos años fui invitado a participar en una especie de charla-coloquio sobre literatura en la que los asistentes proponían al auditorio una obra de su interés explicándose el porqué de la elección. Las propuestas fueron interesantes, sin duda, y yo, para hacerme el original, comencé mi breve intervención leyendo el comienzo de mi aportación:

"Soy el Océano Pacífico, el mayor de todos. Me llaman así desde hace mucho, pero no es cierto que esté siempre así. A veces me enfado y la emprendo con todo y con todos. Hoy mismo acabo de calmarme de la última rabieta. Creo que barrí tres o cuatro islas y destrocé otras tantas cáscaras de nuez, de esas qe los hombres llaman barcos... Sí, éste que véis no só como consiguió librarse. Quizás porque su capitán, Rasputín, conoce el oficio o porque sus marineros son de las islas Fidji. O quizá porque han pactado con el Diablo. Pero esto no importa ahora. Hoy es "Tarowean", el día de las sorpresas. Y el de todos los santos. 1 de noviembre de 1913."

Mi propuesta agradó al personal, que la vio original, aunque no tanto como la de Dani, un muchacho vital y radiante que nos dejó a los pocos meses de este episodio, que para asombro de todos y deleite de algunos hizo sonar "Stairway to heaven", de Led Zeppeling, cuyo relato musical es tan cautivador.
Reconozco que La balada del mar salado, a la que pertenece la introducción transcrita, sorprende a primera vista, y no sólo porque en ella aparece referido ese truhan cabroncete, aunque también entrañable, llamado Rasputín. Esta es la primera aventura de Corto Maltés, que aparece a las pocas viñetas del comienzo de la historia atado en un entramado de maderas en medio del mar. Al principio Corto nos parece desagradable, altivo, un pirata de los siete mares... Nada que ver con el dandy en el que se convertirá con el tiempo.
Es verdad que en esta historia la personalidad de Corto parece irse construyendo viñeta a viñeta, página a página. Desde su relación amor-odio con Rasputín, hasta sus acciones más honrosas. El propio rostro de Corto se va configurando por momentos: primero a base de trazos más o menos firmes, y finalmente mediante la concreción de sus rasgos fisonómicos. Si no me equivoco, ya en esta historia el marino revela alguno de sus secretos: que es hijo de la Niña de Gibraltar y que siendo pequeño, al decirle una adivina que le leyó la mano que carecía de la línea de la Fortuna, se la hizo él mismo con una cuchillo. Además, los personajes que la protagonizan poseen un alto valor psicológico y eso, en cualquier historia que se precie ser contada, es un punto a favor. Desde los propios Corto y Rasputín, a Pandora, su hermano Caín, el maorí Tarao, Cráneo, el oficial alemán Slutter, y, por supuesto, el Monje, figura siniestra de aspecto medievalizante y carácter un tanto anacrónico, que siempre me ha fascinado.
Pero de todos estos personajes, a mí el que más me gusta, claro está, es Pandora, hija de Tadeo Groovesnore, un conocido armador de Sidney, a la que Rasputín encuentra a la deriva junto a su hermano Caín, y por la que Corto Maltés siente una más que evidente atracción. Tanta, que su subconsciente lo delatará en otra historia, La casa dorada de Samarkanda. Me niego rotundamente a hablar sobre el argumento de la balada. El que lo quiera conocer que se la lea o que la busque en cualquier página o blog. Me interesa más dejar constancia de la magnífica impresión que me causó el que, para mí -y esta es una opinión personal- es la mejor historia del marino.
Tras esta, como no podía ser de otra forma, me dediqué durante largo tiempo a leer la obra de Pratt, y adquirí las diferentes aventuras de su más popular personaje, publicadas por Editorial New Comic y también por Norma -estas a color-, entre las que se distinguen los tomos que recopilan episodios cortos -Bajo el signo de Capricornio, Siempre un poco más lejos, Las Célticas, Las etiópicas- y aquellas otras dedicadas a historias o aventuras largas -Corto Maltés en Siberia, La casa dorada de Samarkanda, Fábula en Venecia, Tango y La juventud-, a las que hay que unir, claro está, la balada y Las Helvéticas, y de las que sólo no he leído Mu. Tratar de escribir sobre todas estas páginas es tarea más que imposible para mis aspiraciones, pero si que me gustaría dejar constancia aquí de algunos momentos insuperables para la historia del cómic y que son debidos a Pratt y a su personaje:

- La genialidad de Pratt en La juventud, de contarnos una historia en la que Rasutín y el señor London son los protagonistas e inquietarnos hasta el final sobre la aparición de un Corto metido a kendoka. Todo ello en plena guerra ruso-japonesa de 1905.

- El profesor Eisner, su aparición en "El secreto de Tristan Bantam" (Bajo el signo de Capricornio) y su evolución como personaje.

- En este mismo álbum, además de Boca Dorada y Morgana, me quedo con Soledad Lokaarth, en "Por culpa de una gaviota", con la que se volverá a encontrar en "Vudú por el presidente", historia de Simpre un poco más lejos.

- Dentro de este último álbum, me parece interesantísimo, desde el punto de vista de la narración, el arranque de "La conga de las bananas", historia en la que Corto conoce a Veneciana Stevenson, y en la que aparece Esmeralda, antigua conocida del marino y que volveremos a encontrar en Argentina, en Tango.

- Las Célticas, en su conjunto, me apasiona como libro de relatos, y sobre él ya se habló otro día.

- De Las Etiópicas, claro está, me quedo con Cush y, como historia, con "Un tiro desde las chumberas".

- Corto Maltés en Siberia, de la que hay una adaptación animada bastante buena, creo que se sitúa en la plenitud narrativa y gráfica de Hugo Pratt.

- Tango... y todo a media luz me fascinó en su momento ya que da un giro a los relatos cortomaltescos al mostrarnos al marino enfrascado en un turbio asunto con La Varsovia -especie de mafia polacobonaerense- y al mostrársenos el pasado de Corto junto a Butch, Etta y Sundance, bandidos de la Patagonia.

- La casa dorada de Samarkanda, como historia, me parece soberbia, de lo mejor que he leído en mucho tiempo, donde la búsqueda del tesoro de Carlo Magno en tierras orientales se convierte en una búsqueda de la propia identidad de Corto Maltés.

- Y, finalmente, Fábula en Venecia, verdadero capricho narrativo del autor, en su ciudad natal, con logias masónicas y misticismo como telón de fondo, en compañía de la misteriosa y bella Hipatia.

Reconozco mi pasión por Corto Maltés, del que no he leído alguna historia y, en definitiva, por la obra de Pratt, aunque hay mucho de ella que desconozco. Aparte de las aventuras referidas, he leído algo de Los Escorpiones del Desierto y una interesante historia titulada El aventurero del Caribe, con el marino Svend a lo Harry Morgan, de Tener o no tener, de Hemingway, envuelto en conspiraciones paramilitares. Muy recomendable.
Sin duda, Hugo Pratt es uno de esos autores con mayúsculas que elevan el cómic a la categoría de verdadero arte, tanto en el aspecto gráfico como en el narrativo. Quizá sea por ello por lo que debería prestarse más atención a su obra que, pese a todo, ha contado en los últimos años con reediciones de interés, algunas a color, que dotan a la historia, si cabe, de un mayor atractivo. Y ello, pese a que es cuestionable en algunos casos el respeto al formato original.