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"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

(Groucho Marx, de niño)


Iruña Sumergida (Hurrikrane) Me interesa un ejemplar

Sacamantecas (Altu y Hurrikrane) Me interesa un ejemplar

lunes, 14 de noviembre de 2011

Azpiri, entre los sueños y el erotismo

Bueno, aquí estamos de nuevo, y eso es bueno ya que hemos sobrevivido al cataclismo del 11 de noviembre de 2011, fecha que para muchos suponía el fin de esto que llamamos mundo. Así, porque sí. Sintámonos, pues, aliviados, una vez más.
Yendo a lo que nos interesa de verdad, hoy voy a hablar de uno de los creadores españoles más importantes, y no es que lo diga yo, y uno de los que más me han gustado desde siempre. Me refiero Alfonso Azpiri o, lo que es lo mismo, el deleite gráfico en eso que llamamos tebeos. La primera vez que me topé con su obra fue a través de un suplemento dominical, creo que de El País, en el que se incluía un fragmento de una historia en la que un niño con gafas en compañía de un monstruo y una muchacha, creo que rubia -este dato no es seguro- se sumergían en una especie de galerías subterráneas en busca de algo o en persecución de alguien. Aquellas viñetas me impactaron por su dibujo pero, sobre todo, por su color. Algún tiempo después me enteré de que la historia en cuestión era la de un tal Mot, un ser colosal del tipo "monstruo del armario", que, no sabemos muy bien porque azar del destino, se dedicaba a liar la vida del pobre Leo, un muchacho un poco pan sin sal que, duele reconocerlo, me recuerda mucho a mí de joven.
Mot es sencillamente una delicia. Reconozco que las historias que se narran a veces son un poco ingenuas, pero lo mejor de ellas son las situaciones y las salidas de madre del enorme bicho que, sin duda, es genial. De las que se han publicado, creo que un todal de cinco o seis, yo he leído las tres primeras -Mot, Mot y el coleccionista y Mot y el castillo maldito-. Tengo que hacerme con las otras, si la economía lo permite, claro. Son historias divertidas, para pasar el rato, sin pretensiones, aunque gráficamente espectaculares, que se idearon como suplementos dominicales para El País, dirigidas a un público juvenil, de ahí los argumentos y la falta de condimentos erótico-festivos tan habituales en la obra de Azpiri. Los guiones son de Nacho, a quien debe reconocerse el mérito de la criatura, aunque el peso del aparato gráfico se come el argumento. En cualquier caso, el tándem Azpiri-Nacho funcionó a la perfección en estas aventuras que el recuerdo hace tan entrañables.
He aludido al elemento erótico-festivo en la obra de Azpiri ya que es uno de los pilares de su obra. Y si se habla de esto hay que referirse a la rubiaza por excelencia del cómic, al cuerpazo jamonero, el pivón de los pivones, así, con todo lo soez que suenan los comentarios, porque creo que decir que Lorna es mona es decir poco. De hecho, si me oyera decirlo me miraría con cierto desdén como diciéndome: "anda mono, dime algo más picante, que seguro que tú puedes".
La Lorna actual, la de las últimas aventuras, no se parece en nada a aquella nacida hace décadas del dúo Azpiri-Cidoncha. La actual es más seria, más introspectiva incluso. De sus aventuras más recientes (o quizá no tanto) me quedo con la espectacular Leviatán , remake futurista del clásico de Melville, Moby Dick, en la que la prota debe rescatar a sus dos fieles y metálicos compañeros -A.D.L. y Arnold- que han sido secuestrados por los cazadores de Dikmos, colosales mónstruos marinos, únicos habitantes del planeta Aguatdat, de los que se extrae el preciado ámbar rosado. Aquella otra Lorna, la de Cidoncha, que se comenzó a publicar en Cimoc desde 1981, era una cachonda que entre aventura y aventura se dedicaba a retozar con todo bicho viviente, incluido su fiel amigo metálico. El elemento sexual, y esta es sólo una opinión, restaba dramatismo a algunas de las historias, pero, lo cierto es que éstas no eran sino una excusa para desnudar a la joven rubia viñeta sí y viñeta también. No me quejo de ello, porque yo como tantos otros hemos disfrutado de este destape, pero reconozco que la Lorna actual me gusta más. Con todo, siempre he visto en este personaje una referencia a la Barbarella, de J.C. Forest, una muchacha algo más sutil, aunque espectacular igualmente. No en vano se comenta que la inspira Brigitte Bardot, ahí es ná.
Del dúo Azpiri-Cidoncha es uno de los cómic más interesantes que he leído últimamente, perteneciente al género de "espada y brujería", en la línea de un Conan, sin llegar a la calidad argumental de un Haxtur, pero sin duda interesante. Me refiero a Zephyd, de 1980, del que hablaré en otra entrada. Quede aquí la referencia y mi recomendación más sincera para su lectura.
El elemento sexual es un ingrediente imprescindible en la obra de Azpiri, a veces introducido de manera machachona, pero es cierto que el trabajo de guión ha mejorado mucho y que algunas historias han conseguido construirse sólidamente, resultando ser un elemento más en el conjunto total de la obra. Una de las más interesantes en este sentido es el tomo Reflejos, con guión de De Blas, en el que somos sumergidos en un viaje en el tiempo, a través de cuatro historias que tienen como nexo común un espejo maldito que "despierta con la visión de la sangre". Marco Polo, Leonardo Da Vinci, Álvaro de Roa, capitán español en el Perú colonial, y Elma, una joven que asiste una excavación arqueológica en Arabia a principios del siglo XX, serán, muy a su pesar, testigos de esta maldición.
Este elemento de horror o tragedia ya había sido explorado por Azpiri años antes en el interesante tomo Pesadillas, de la editorial Toutain, en el que se presentan siete historias cortas que ahondan con inteligencia en los vicios, fobias, ambiciones y temores del ser humano.
El aparato gráfico es uno de los fuertes innegables de Azpiri. Prueba de ello es su carrera como ilustrador e incluso diseñador, faceta esta que pudimos ver en El caballero del dragón (Fernando Colomo, 1982), película que recuerdo vagamente y que tendría que volver a ver para opinar sobre ella, o su amplia labor como dibujante de portadas de videojuegos y carteles varios. Su dibujo es exquisito, ágil, lleno de matices, no excesivamente complicado sino inteligente en el uso del medio. La "complicación", el matiz diferencial, lo que hace su trabajo espectacular son los encuadres, la manera de trabajar las páginas y, muy especialmente, el color a la acuarela, simplemente espectacular. Con justicia debe ser reconocido -si es que no lo es ya- como un artista de la acuarela capaz de reproducir con ella todos los ambientes imaginables, siempre con precisión y sin excesos innecesarios. También ha incluido en algunos de sus trabajos técnicas mixtas que potencian la efectividad de la obra, produciendo planchas memorables.
Se nota que me gusta la obra de Azpiri. Se nota que disfruto con ella. Siempre es un placer abrir uno de sus tomos y dedicarse a su lectura o simple visionado. Si la belleza nos embarga, es lógico que nos embargue la obra de Azpiri... Eso por no hablar de Lorna, pero esa es otra historia.
Arriba dejo una página con la entrada en escena de Mot, así, sin avisar siquiera y metiendole al pobre Leo un susto de muerte. Es que hay veces en las que es mejor informar de la llegada, aunque sea sólo para poner a enfriar unas cervezas.

lunes, 17 de octubre de 2011

Me Mondo Lirondo


Toca hoy el turno a un título ya emblemático del cómic español de los últimos años, del que oí hablar por primera vez en aquel taller de cómics de la Casa de la Juventud. Creo que fue J. J. Aos quien nos habló un sábado por la mañana de una revista titulada Mondo Lirondo en la que unos tiernos animalitos del bosque desarrollaban una rocambolesca trama policial en torno a unos terribles asesinatos cometidos por un psicópata en el Valle de las Zarzamoras. Fue algún tiempo después, una mañana de mayo, cuando decidí comprar uno de los ejemplares y, así, sumergirme en el particular y genial mondolirondés. No sé muy bien cómo definirlo. Parece una revista, aparecida en 1993 y publicada hasta 1997, con sus respectivos números, aunque se trata más bien de una historia por entregas, a lo folletín. En cualquier caso, se considere como se considere, es un producto muy interesante parido por Alex Fito, Ismael Ferrer, José Miguel Álvarez y Albert Monteys, o lo que es lo mismo, La Penya Productions, que con los años sería recopilado en un tomo único.
Mondo Lirondo podría definirse como una especie de Valle del Arce, mamá castor incluida, con un subidón de tripis. La verdad es que en él no se salva ni el apuntador, esto es el editor de la revista, Bosko Steninheim, loco de atar, que número tras número nos caé peor o mejor, según el estado mental del lector. De un modo inteligente, a lo largo de los 8 números de la historia, se van desgranando una serie de microhistorias, unas veces independientes, otras enmarcadas en la trama principal, por las que pululan una serie de personajes de lo más variopinto y curioso, fruto de unas mentes calenturientas y un tanto enfermizas. Para poner un poco de orden a todo esto, tomaré como punto de partida el personaje de Topolino, un topo adolescente, introvertido, feo y heavy para más señas, asesino psicópata debido a los traumas sexuales de su infancia que, tras asesinar en el Valle de las Zarzamoras a la ranita Anita Anca y a la conejita Melinda Gómez, decide escapar a la Gran Ciudad. Desde allí precisamente serán enviados al Valle el inspector Caracolín y su ayudante, Waldo la mariquita. El primero me recuerda al director Skinner de Los Simpson, en cuanto a lo mentecato, mientras que el segundo, pese a su naturaleza zoomórfica se nos revela pronto como un auténtico semental que se tira a medio Valle, así, como que no quiere la cosa. Topolino recibirá ayuda en la ciudad de una prostituta, Annabelle la pulga, que hace la calle con el deseo de ganar pasta para montarse un salón de belleza. Ésta es a su vez prima de Ricardo la Termita que junto a su socio Antonio el Elefante y el bobalicón de Enrique el Murciélago se fugarán de la cárcel, no sin ser perseguidos por los aguerridos miembros de las Ant Patrol y, muy particularmente por el heroico agente Kensington, enamorado de la no menos enamorada agente Sally. Dos personajes de referencia en la historia y, sinceramente, de lo mejorcito, son Fray Chiquen y el Limón Gazmoño, pareja gay que se verá inmersa en los hechos sangrientos del valle al ser el primero confundido con el asesino. Aparte de todos ellos, merecen mención Jack la Piedra y María José la corriente eléctrica, pareja imposible de amantes que nunca llegan a consumar; Miguel el Erizo, maníaco depresivo que busca la amistad de Josele el Ratón, cabrón de profesión que sólo ansía el favor de Armando el Canario Empresario, putero para más señas enrollado con Annabelle la Pulga; Don Pato, alcalde del Valle, siempre acomapañado de sus dos hijo, muy ricos ellos; las locas aventuras de Jeremías el Pez Explorador, aventurero y amigo del riesgo, acompañado de su hermana y su cuñado; Morgue el Rinoceronte, gay leather que regenta un local en el Valle; las Moscas del Apocalipsis, portadoras de una gran verdad que permitirá tu salvación, a un módico precio, claro; o los superhérores del momento, los Los Caquis, Orinia, Stron, Pedor y Kakor.
Como puede comprobarse, con unos personajes como estos el delirio argumental está garantizado. Además, el estilo de cada uno de los autores otorga a cada historia un dinamismo y un ritmo que hacen del producto final algo novedoso y atractivo. Repasando los números de Mondo Lirondo no puedo dejar de destacar algunos momentazos especialmente buenos como la llegada del inspector Caracolín y Waldo al Valle, con comité de recepción incluido; la fuga de la prisión de Antonio, Ricardo y Enrique; el atraco de éstos al supermercado y la intervención de las Ant Patrol; la detención de Fray Chiken en casa de sus padres, en el Valle, el juicio de éste, publicidad de Crunchi Munchi incluida, y su fuga de la cárcel; y muy especialmente el número 6 completo, en el que se desarrollan las fiestas del Valle de las Zarzamoras y en cuyas páginas no dejan de sucederse situaciones cada vez más alocadas.
Es cierto que algunos de los temas tratados pueden herir la sensibilidad de los lectores y que frivolizar con el asesinato de jóvenes a día de hoy no es de buen gusto. Pero más allá de este detalle, y no es esa nuestra intención, Mondo Lirondo es una cruda radiografía de la realidad, donde aparecen retratados los vicios -y alguna virtud- de la sociedad actual. Así que no es la trama de asesinatos lo más destacable sino las situaciones de los personajes a las que aquella da lugar así como otras que se van desarrollando.
De sus autores tan sólo he leído algo con posterioridad de Albert Monteys, pero ¡qué algo! Se trata ni más ni menos que de Calavera Lunar, aparecido en mayo del 96 y que, sencillamente, es una de esas pequeñas joyitas que todo aficionado al buen cómic debería leer.
Mondo Lirondo puede definirse como uno de los proyectos editoriales más gamberro de las dos últimas décadas. Un buen hilo argumental, un enorme ingenio en los guiones, un acertado grafismo, combinado con acierto, unas magníficas portadas y algunos detalles simpáticos como la colección de Recoti Cromos incorporados en la contraportada de algunos números, hacen de este título algo original e irrepetible. Os dejo aquí, espero que con permiso de los autores, una de las portadas, para mi gusto la mejor, de este Mondo Lirondo.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Torpedo y los violentos años 20


Hay un tipo de cine que con justicia se llama "negro", no tanto por estar rodado en blanco y negro, lo cual no es imprescindible -ahí queda el ejemplo de L.A. Confidential-, sino más bien por el alma negra -entiéndase, sucia- de sus protagonistas-, puesto que existe otra "alma negra", maravillosa, presente en el soul, el jazz, el blues y en muchas otras cosas.
El cine negro al que me refiero es el de Los violentos años veinte (1939), de Raoul Walsh, o El halcón maltés (1941), de John Huston. En estas películas, con Humphrey Bogart como paradigma del tío duro, no hay lugar para las medias tintas. O comes, o te comen, y sálvese quien pueda. Es un ecosistema de supervivencia en el que el débil o el incauto terminan sus días con una losa atada a los pies sirviendo de alimento a los peces.
El cómic, como no puede ser de otro modo, también tiene sus ejemplos, su "cómic negro". El Spirit de Will Eisner se me antoja uno de los mejores; Terry y los piratas, de Milton Caniff, también anda por ahí, y un largo etcétera que llega hasta el Sin City de Frank Miller, o el V de Vendetta de Alan Moore y David Lloyd.
Una de las principales características de todos estos autores es su capacidad de trabajo con las tintas, con las que construyen una atmósfera asfixiante, necesaria en el género. Y si se habla de destreza y pericia en el uso de la tinta, dentro del género, hay que hablar necesariamente de uno de los grandes, Torpedo, de Bernet y Abulí.
El personaje, Luca Torelli, nació como tal en 1981, de la mano del mencionado Abulí y el dibujante Alex Toth, publicándose su primera historia en la revista Creepy, si bien la unión sólo duró dos números, siendo reemplazado Toth por Jordi Bernet, cuya primera historia dibujada fue la titulada "De perro a perro". "Torpedo" es sinónimo en la jerga gagsteril de "asesino a sueldo" y eso es a lo que se dedica el tal Torelli, en compañía de su fiel compañero -no sé si amigo- Rascal, teniendo como escenario los oscuros ambientes newyorkinos y aledaños. El contexto temporal es el de la Ley Seca, la Gran Depresión y, por extensión, ese en el que el máximo afán humano es el aprovecharse de las desgracias ajenas para hacer negocios. En las historias de Torpedo no se salva ni el tato, empezando por los personajes protagonistas. Quiero decir que todos resultan de lo más censurable desde el punto de vista ético, cristiano, romano y apostólico. Políticos y polis corruptos, chulos, puteros, prostitutas, traficantes, matones, chivatos, truhanes, y demás fauna nocturna y alevósica infectan las páginas de Bernet y Abulí.
Debo reconocer que distingo tres elementos en sus historias. El primero es el argumento, entretenido, bien planteado, quizá a veces algo simple, como excusa para el deleite humorístico y carnal de los personajes. Ni que decir tiene que en un mundo depravado como ese, hay carne y sexo por doquier, a todas horas, en cualquier situación y muchas veces porque sí, lo cual, dicho sea de paso, no está nada mal. Vamos, sólo falta que Clara de noche se pasee por alguna de las páginas y nos deleite con un ménage à troi con Torpedo y Rascal. El otro elemento es el dibujo, para mí espectacular. E incluyo aquí desde la disposición de las viñetas en la página -cosa del guión, sin duda-, el ritmo narrativo -ídem de ídem-, hasta la resolución de cada una de esas joyitas enmarcadas y que, en suma, constituyen las imágenes de la historia. Bernet es uno de los mejores dibujantes que he tenido el placer de ver en cuanto a capacidad creativa. Si uno se detiene en las viñetas, en la variedad de encuadres, en los matices, en la magnífica ambientación de calles, escenarios, vehículos, trajes, y demás atrezzo, disfrutará enormemente del arte de dibujar cómics. Luego está esa capacidad magnífica para el claroscuro, para el efecto cinematográfico blanquinegro, que termina de configurar un ambiente verosímil. El último elemento es el diálogo, el aspecto textual de las historias donde, perdóneme el señor Abulí, a veces encuentro un exceso. Torpedo, pese a la seriedad de las situaciones y de los argumentos, no deja de ser un cómic de humor; un humor no disimulado por sus autores. Pero se trata de un humor de dos tipos: de situación, que sí funciona, y de diálogo, basado éste en los juegos de palabras que, como tales, a veces funcionan y a veces no. Es como el amigo graciosillo que siempre sale con algún juego fácil de palabras. La primera vez te ríes, la segunda sonríes..., a la tercera, lloras.
Conste que esto no es más que una opinión y que con ello no pretendo quitar mérito al trabajo como guionista de Abulí, al que reverencio en sus Historias Negras en las que, dejado el humor de lado, asesta un certero puñetazo en el estómago al lector a través de la ironía, el dilema y la sorpresa argumental.
De Bernet he leído alguna cosa más. Una historia titulada "A sangre fría", con guión de Segura, y el tomo Custer, editado en 1987 por Toutain, con guión de Carlos Trillo, cruel historia en la que la vida de una justiciera es televisada para deleite y morbo de los espectadores.
Sin duda, el sadismo de Torpedo... o mejor de Jordi Bernet -me refiero al sadismo en sus historias, claro está- tiene un precedente familiar en su padre, Miquel Bernet, o mejor aún, en alguno de sus personajes, en particular Doña Urraca, si se me permite la expresión, una hija de la gran puta que, con la excusa del humor, hacía y deshacía entuertos a su antojo. La censura, muy digna ella, metió tijera por doquier limitando sus andanzas y, en pro de la cultura y de la decencia pública, ayudó a desculturizar a la población. Jordi Bernet dibujo algún tiempo las aventuras de la tipa, que en una de sus historias, por ejemplo, se dedicaba a incendiar bosques por mero afán deleitativo. Eso cuando no se liaba a guantazos con alguien o, directamente, lo defenestraba en alguna de las múltiples y sádicas modalidades. Con estos antecedentes, se explican algunas cosas de la conducta del sicario italiano, y es que, como leí en un lugar, de tal Urraca, tal Torpedo.

Ahí dejo una página de la historia "Un salario de miedo", creo que representativa de todo lo dicho.

martes, 9 de agosto de 2011

Martin Mystere, investigador de lo imposible

Fue un domingo cualquiera, en un cine parroquial, de esos de "a cien pesetas", cuando la casualidad quiso que en uno de los habituales sorteos que se celebraban en el forzado intermedio que muchas veces echaba por tierra una magnífica secuencia de tiros en el farwest, me tocara en gracia, además de una bolsa de caramelos, un TBO en cuya portada rezaba un título de los más sugerente: Los grandes enigmas de Martin Mystere investigador de lo imposible. Yo por aquel entonces ya era un aficionado de los cómics, como se sabe, de manera que devoré aquella historia protagonizada por un rubio forrado con apartamento en el pijerío newyorquino, que tenía como ayudante ni más ni menos que a un hombre del Nearderthal, llamado Java, y que se dedicaba a buscar misterios del pasado. Vamos, a lo Indiana Jones pero con ordenador personal y Ferrari. La historia, con el sugerente título de "Hombres de negro" iba sobre la búsqueda de testimonios de la civilización que una vez se denominó atlántida, con estancias, a lo James Bond, en Grecia y Egipto. Muchas veces releí ese manido tomo, deleitándome con sus dibujos y soñando con su argumento, si bien terminé abandonándolo en la estantería de mi casa.

Y ahí se quedó hasta que, por otra casualidad, y estando de vacaciones en Santa Pola (Alicante), encontré en un puesto callejero de libros un paquete de 17 tomos, incluido el mío, con las aventuras del buscador Mystere, a un precio de risa. Por supuesto, aproveché la ocasión y lo adquirí.
Interesándome de nuevo por el personaje, he encontrado varias referencias a él. Se trata de una serie italiana cuyo primer tomo fue publicado en España por Ediciones Zinco en 1982 y, tras los ejemplares que adquirí, el último de 1984, se han continuado publicando (Bonelli Comics), contando incluso con una serie de dibujos animados, algo deleznable, para público infantil.
La primera historia de este particular héroe fue debida al dúo A. Castelli (texto) y G. Alessandrini (dibujos) -para mí el mejor-, variando en los números siguientes de la esta manera:
- Tomo 1. "Hombres de Negro". A. Castelli (textos) - G. Alessandrini (dibujos)
- Tomo 2. "La venganza de Ra". A. Castelli (textos)- G. Alessandrini (dibujos)
- Tomo 3. Continuación de "La venganza de Ra". "Operación Arca". A. Castelli (textos) - A. M. Ricci (dibujo)
- Tomo 4. "La estirpe maldita". A. Castelli (textos) - F. Bignotti (dibujos). "Horror en Providence". A. Castelli (textos) - A. M. Ricci (dibujos)
- Tomo 5. "La casa en el confín del mundo". A. Castelli (textos) - A. M. Ricci (dibujos)
- Tomo 6. "Delito en la Prehistoria". A. Castelli (textos) - Cassaro (dibujos)
- Tomo 7. Continuación de "Delito en la Prehistoria". "El hombre que descubrió Europa". A. Castelli (textos) - F. Bignotti (dibujos)
- Tomo 8. "La fuente de la juventud" (mismos autores y continúa la historia anterior)
- Tomo 9. Continuación de "La fuente de la juventud". "El triángulo de las Bermudas". A. Castelli (textos) - A. Ricci (dibujos)
- Tomo 10. "El secreto del Lusitania" (historia que continúa la anterior y que queda inacabada). A. Castelli (textos) - A. Ricci (dibujos)

Tras este tomo, la edición cambia a un formato mayor:
- Tomo 11. "El cráneo del destino". A. Castelli (textos) - C. Villa (dibujos)
- Tomo 12. "La sombra de Teotihuacan" (continúa la anterior historia). A. Castelli (textos) - C. Villa (dibujos)
- Tomo 13. Continuación de "La sombra de Teotihuacan". "Un vampiro en Nueva York". A. Castelli (textos) - F. Bignotti (dibujos)
- Tomo 14. Continuación de "Un vampiro en Nueva York". "El hombre de la noche" (mismos autores y continúa la historia anterior)
- Tomo 15. Continuación de "El hombre de la noche". "La espada del rey Arturo". A. Castelli (textos) - G. Alessandrini (dibujos)
- Tomo 16. "Excalibur" (mismos autores y continúa la historia anterior)
- Tomo 17. "El misterio de Stonehenge" (mismos autores y continúa la historia anterior)

A partir de aquí, desconozco el desarrollo de la serie y la verdad me da un poco de pena, puesto que me resulta agradable por sus argumentos, que tratan muchos de los innumerables misterios de esta y otras civilizaciones terrestres y extraterrestres, con especial atención a todo lo relacionado con la Atlántida y con los pueblos mesoamericanos, tan desconocidos como fascinantes.
Algunos de los argumentos nos son cercanos por el cine, bien clásico, como el tema de los vampiros, o más recientes, como la última entrega de Indiana Jones (mi pregunta es, ¿era necesaria?) en la que se trata el misterio de las calaveras de cristal de los aztecas. Otros como los men in black, el arca de Noé, la fuente de la eterna juventud, el triángulo de las Bermudas o el ciclo artúrico forman parte de la conciencia de lo paranormal que habita en todos nosotros, algunos más creyentes, otros más escépticos. ¿Pero hay alguien que no haya ojeado, siquiera una vez, un ejemplar de alguna revista tipo Más Allá, aunque sea mientras esperaba su turno en la peluquería?
Sinceramente, es una gozada leer estas aventuras. Desde el punto de vista argumental tienen ese punto necesario para atraparte. Luego te lo crees o no, está claro. Para más gozo, cada tomo hasta el número 11 incorpora un pequeño dossier en la contraportada aportando datos sobre el tema tratado en la historia. Así uno se mete más en el asunto y descubre cosas curiosas sobre los etruscos o sobre nuestro pasado prehistórico, que nos queda tan lejano pero que se reduce a que todos venimos del mismo lugar aunque después insistamos en llegar a destinos diferentes.
En la parte gráfica, con tanto autor, uno acaba despistado, pero resulta todo lo atractiva que puede ser en este tipo de producciones casi en serie, que atosigan a los autores con premuras de tiempo. En cualquier caso, hay abundante calidad en las páginas y se nota que todos los dibujantes dominan las tintas y saben darle a la historia un punto de calidad que, la verdad, se agradece.
Como va siendo habitual, ni de casualidad voy a tratar de resumir aquí todas las historias vividas por el tal Martin, mujeriego -secretaria infeliz incluida-, que va por los lugares más inverosímiles en compañía de su fiel amigo, con capacidades de percepción suprahumanas, y que en los momentos difíciles se ayuda de una pistola de tiempos muy, pero que muy remotos, posiblemente de origen atlántido, que lanza rayos paralizantes y con la que los problemas se afrontan con mejor cara. Como en toda aventura, Mystere se las ve con maleantes de todo tipo, amén de algún que otro ser de fuera de este mundo, que de todo hay, pero su Némesis, el malo malote que cuando aparece te pone los pelos de punta es Sergef Orloff, antiguo compañero de Martin, que también tiene un juguetito, pero que en vez de paralizar, directamente, te funde los plomos. Noto en ese nombre un deje como de la madre Rusia, es decir, comunista que, claro está, y en plena guerra fría, significa "enemigo público número uno". Como muchos enemigos de héroes, tras la camaradería y a causa de la ambición de uno y la candidez del otro, terminará yendo por el camino del mal y, tras una pelea con Martin, un rayo por aquí y un poco de fuego por allá, acabará convirtiéndose en un ser desfigurado y cabreado de por vida, con avaricia de dinero y ganas, muchas ganas, de venganza.
De todas las historias me quedo con la primera, por ser la que principia las aventuras del personaje y nos desvela sus capacidades como buscador, además de por su argumento y dibujos. También me parece muy interesante la titulada "La casa en el confín del mundo", que profundiza en las casas embrujadas y en la siempre misteriosa obra literaria de Lovecraft. En "Delito en la prehistoria" se desarrolla la personalidad de Java, personaje que a veces recibe un trato un tanto despectivo por parte de la sociedad, que en ocasiones lo considera poco menos que un animal rabioso. Finalmente, por su extensión, su argumento y sus dibujos, destaco la que se desarrolla en los tres últimos tomos y que trata sobre Stonehenge y el ciclo artúrico, con final sorprendente.
Recomiendo estas historias a quien pueda conseguirlas. Es difícil, lo reconozco, pero merece la pena hacerse con ellas. El disfrute está garantizado e igual, quien sabe, encontráis entre sus páginas el mensaje oculto de un antiguo tesoro egipcio.

miércoles, 13 de julio de 2011

El lobo solitario y su cachorro: un camino sin retorno


Un día como hoy, en plenos Sanfermines y con el cuerpo un poco jotero, me dispongo a hablar de una de las obras más impactantes que he tenido oportunidad de leer. Se trata de Lone wolf and cub o como lo conocemos por aquí El lobo solitario y su cachorro, con guión de Kazuo Koike y y dibujos de Goseki Kojima.
La primera vez que tuve noticia de la existencia de esta trabajo fue a través de la sección "Museo del Manga" que se incorporó a algunas colecciones allá a principios de la década de 1990. En concreto, en el número 14 de Los Caballeros del Zodiaco se incluía una página de la historia en la que un personaje de aspecto desarrapado cogía una katana del suelo mientras era observado desde la espesura de un bosque por un grupo de lobos con pinta de pocos amigos. Mi camino por el cómic, como se sabe, estaba entonces entretenido en otras historias así que no pasé de sentir cierto interés por aquel personaje que se me presentaba dibujado con un estilo tan expresivo.
Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que volviera a oír hablar de esta historia. Fue a raíz de la adaptación cinematográfica de la obra de Max Allan Collins, Camino a la perdición(2002) -que a mí me gustó- cuando de nuevo sonó en mis oídos aquello del lobo solitario. Al año siguiente, Planeta de Agostini editaba la historia en su Biblioteca Pachinco en un formato para mí desafortunado aunque práctico y en cierto modo económico. Fue ahí cuando comencé a disfrutar de esta intensa y dramática historia.
A Kazuo Koike ya lo conocía por Crying Freeman, con dibujos de Ikegami. A Kojima, en cambio, no tenía el placer de conocerlo, pese a ser un veterano autor, que había fallecido en 2000. El trabajo de ambos comenzó a publicarse en 1970 y no finalizó hasta 1976, convirtiéndose desde entonces en una de las obras fundamentales de la historia del cómic.
El argumento es tan simple como complicado. Cuenta la historia de Itto Ogami, antiguo albacea del Shogun que, a causa de un complot de un clan rival, los Yagyu, encabezados por el pérfido Retsudo, y tras perder a su esposa, asesinada por éstos, inicia un particular camino de venganza en compañía de su pequeño hijo Daigoro.
Personalmente, creo que, como sucede en las grandes historias, en un principio el argumento era otro, el de mostrar los trabajos de sicario de un ronin (samurai sin amo) en compañía de su hijo. De hecho, así es como se nos presenta en la primera de las aventuras, como un "asesino" que viaja en compañía de su hijo y que alquila sus servicios al nombre de "El lobo solitario y su cachorro". Sin embargo, como sucede también con los grandes personajes, es casi seguro que sus creadores se dieron inmediatamente cuenta del potencial de Ogami y pronto tejieron en torno a él una personalidad mucho más intrincada, haciéndolo proceder de alta cuna y sumergiéndolo en una búsqueda de venganza permanente. De manera que el asesino que aparece al principio pronto se transforma en un atormentado samurai, cuyo código del honor respetará hasta en las situaciones más propicias para, sencillamente, pasárselo por el arco del triunfo.
La historia épica que presenta, dramática, violenta y cruel, está salpicada de microrrelatos que nos aproximan a una época real de la historia nipona y, gracias a una escruposa documentación y a una formidable ambientación, nos cuentan las pequeñas historias de los personajes con los que se encuentran Ogami y su pequeño cachorro a lo largo de su viaje. Algunas de estas pequeñas historias me resultan especialmente gratas, por múltiples aspectos. "La ligularia" (capítulo 14, tomo 2), por su particular proceso argumental; "La última escarcha" (capítulo 23, tomo 3), donde se nos muestra la valentía del pequeño Daigoro; "La lamparilla del día de los muertos" (capítulo 29, tomo 4), que profundiza en el mundo de la yakuza; "Pueblos bajo el signo de la hambruna" (capítulo 32, tomo 4), por profundizar en los sentimientos de Daigoro; "Los Kurokuwa jubilados" (capítulo 93, tomo 13), particularmente hermosa historia en la que Retsudo decide contratar los servicios de unos ninja jubilados, antiguamente a su servicio, y que finalmente optan por suicidarse antes que atacar a Ogami y a su hijo al comprender el valor de la vida; o en el capítulo final cuando se descubre que... Uf, casi se me escapa.
Sorprende comprobar como en un mundo tan violento, donde la vida humana vale tan poco, donde el señor feudal se sirve del dolor de sus humillados súbditos para su engreimiento, existen, no obstante, abundantes muestras de dignidad y de honorabilidad. Ogami es, ante todo, un samurai, y se comporta como tal en las situaciones en las que su honor lo requiere. No duda en mostrarse duro y especialmente sádico con aquellos que, a su juicio, se lo merecen, ofreciéndonos un catálogo gore de brazos, piernas y cabezas seccionadas. Sin embargo, sabe respetar el honor de aquellos que se comportan como verdaderos samurais. Por eso, en ocasiones, no llega a comprender que determinados guerreros se presten a servir a su enemigo y creo, sinceramente, que ese dilema llega a atormentarle. Por ejemplo, cuando Shigemasa Inaba, experto en armas de fuego, debe matar a Ogami a traición y, en cambio, decide ofrecerle una oportunidad en un enfrentamiento más justo ("La escuela de trabucos de Buei", capítulo 96, tomo 14) o cuando Shogen Mukai, almirante de la flota del Sogún decide ofrecer a Ogami un enfrentamiento digno en su embarcación, antes que manchar la nave de su señor con un acto de traición al código del bushido ("La luna en el corazón", capítulo 98, tomo 14). Es como si en los momentos finales, cuando Ogami está más próximo a su meta y tras haberse enfrentado a la más terrible crueldad, apreciara especialmente estos gestos de honor. Especialmente intenso es el personaje de Yamada Asaemon, con el que Ogami se bate en duelo y que protagoniza una serie íntegra dedicada a él, también del dúo Koike-Kojima.
Reconozco que cuando conocí por primera vez el argumento de la historia me sentí un poco escéptico. Aquello de un ronin acompañado por su hijo me parecía un motivo que podía llegar a limitar el desarrollo de la historia. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, ya que le concede un amplio abanico de posibilidades, no sólo en cuanto a la relación padre-hijo sino también en cuanto al desarrollo de la personalidad del pequeño, educado como un auténtico samurai y que actúa como tal sorprendiendo a quienes se encuentran con él.
La historia, en su conjunto, es de las que marcan a quien la lee. Tratar de condensar aquí la intensidad de su argumento, sus múltiples matices, es tarea presuntuosa. Y desvelar el final, sencillamente, una mala jugada.
La fuerza gráfica es otro elemento a tener en cuenta. Los dibujos son magistrales, combinando tintas con magníficas aguadas, que por sí solas bien podrían enmarcarse y colgarse en un museo. Es, en conjunto, una verdadera delicia. La pena, una vez más, el formato, que desmerece el trabajo. La edición española cuenta con el añadido de las portadas ilustradas por Frank Miller y Lynn Varley, lo que viene a mejorar el producto. Pero insisto, esta moda de los mini-mangas debería cuidarse más con algunos trabajos, aunque ello suponga multiplicar el número de tomos y que tengamos que estar comprando ejemplares hasta el día del juicio final. Total, puestos a gastar los cuartos, que sea en algo de calidad.

jueves, 2 de junio de 2011

Jiro Taniguchi o la intimidad compartida


De Jiro Taniguchi tan sólo he leído, lo reconozco, El almanaque de mi padre, historia que la editorial Planteta presento en su Biblioteca Pachinco en tres tomos en 2001-2002. El trabajo data de 1994 y, aunque no resulta suficiente para poder dar una visión general de la obra de esta autor que, me consta, tiene muchas otras cosas, me veo en la necesidad de opinar sobre él que, a mi parecer, es de lo más personal e íntimo que he leído en mi vida. Y digo, una vez más, leer, puesto que lo que Taniguchi ofrece en las páginas de su almanaque es una maravillosa novela gráfica.
En un epílogo, añadido en el tomo tercero de la colección, y que Taniguchi firma el 14 de octubre de 1994, el autor nos abre sus sentimientos, algo muy de agradecer en este mundo en el que el personal va por la vida chuleando de lo lindo, y nos cuenta la génesis sentimental de la historia. Nos dice que tras mucho tiempo, 15 añazos, regreso a Tottori, su pueblo natal, a donde no había acudido por motivos de trabajo. Un tanto arrepentido por ello, y movido por la insistencia de un amigo, aprovechando que tenía que ir a Kioto para hacer las localizaciones de un manga, aprovecha para pasarse unos días y visitar a sus padres con los que, reconoce, no se ha portado demasiado bien. Los sentimientos y los recuerdos despertados en este reencuentro inspirarían esta obra de la que hoy me ocupo.
Como va siendo habitual en este blog, no voy a desvelar el intringulis del asunto. Animo a la compra y lectura de esta muy interesante historia. El hilo conductor es, en apariencia sencillo. Yoichi, que trabaja en Tokio, recibe un día la noticia de que su padre ha fallecido. Como el autor, llevaba 14 o 15 años sin ir al pueblo, lo que en apariencia explica la frialdad con la que recibe la noticia. Animado o, mejor, empujado por su mujer, que para estas cosas parece tener más cabeza, decide acudir al velatorio. Como al autor, al protagonista le impresiona el cambio experimentado por el pueblo en tal largo período de tiempo y, seguramente como el autor, comienza a reconstruir mentalmente lugares y experiencias pasadas. En la literatura, el cine y los cómics hay viajes de descubrimiento, de aprendizaje, iniciáticos y cargados de aventuras pero también, como en éste, hay viajes íntimos en los que el protagonista desarrolla un proceso de autoconocimiento y, sobre todo, de conocimiento sobre personas y hechos del pasado que, gracias a la experiencia adquirida por el paso de los años, son contemplados con otros ojos. Realmente, creo que todos podemos afirmar esto.
Mediante continuos flashbacks, Yoichi profundiza en su biografía y, muy especialmente, en la relación con su padre, un peluquero, hombre trabajador y dedicado que, aunque comete algunos fallos en la vida -vamos, como todos-, no deja de aparecer como un buen tipo. Excusado es decir que la imagen que de él tiene Yoichi, gracias a sus recuerdos y a lo que de él le relatan sus familiares y amigos, terminará cambiando. Ciertamente, el final es lo de menos. En esta historia no se descubren grandes terosos de los Iluminati ni se salva al mundo de la hecatombe. Lo importante en ella es el proceso y el modo en el que Taniguchi nos cuenta la/su historia y la transformación existencial de Yoichi.
Taniguchi conduce bien la historia. Decir algo sobre su capacidad narrativa carece de sentido, dado que es uno de los autores más reputados. Lo mismo puede decirse de su parte gráfica. A mí, personalmente, no me parece el mejor mangaka del mundo, pero no cabe duda de que es un magnífico dibujante, pulcro y detallista, que trabaja los escenarios, se documenta gráficamente y, en cuanto a sus personajes, los dota de una verdadera personalidad. Su dibujo es bastante limpio, las tramas son empleada con economía y el juego de planos y la composición de las páginas conceden ritmo a la lectura.
No sé muy bien el motivo, quizá porque me identifiqué en algo con el protagonista, pero a esta obra le tengo un especial cariño y no dudo en recomendarla a todos quienes quieren aproximarse a otro tipo de manga, diferente al más habitual que, por otro lado, merece todos mis respetos. El almanaque de mi padre es una obra adulta, sin duda. No en el sentido de que sus contenidos estén catalogados con dos rombos (esto deja muy claro de qué generación soy), sino porque lo que se cuenta es adulto, profundo e íntimo. Una historia de hechos reales y complicados, de sentimientos encontrados y, por qué no decirlo, de alguna lagrimilla floja.
Como he señalado, no he leído nada más de Taniguchi, por el momento. Tengo en la reserva algunas obras a las que les quiero echar el guante. Este dibujante, que empezó como asistente del también dibujante Kyota Ishikawa, ha producido bastante. Incluso una serie titulada Ícaro a partir de textos de Moebius. Hay dos títulos que espero leer en breve y sobre los que escribiré en su momento, espero: Barrio lejano y El gourmet solitario. También sé que hace años la revista El Vibora publicó algunos capítulos (o quizá todos) de El caminante. En fin, a ver si me pongo las pilas y, como siempre, estoy abierto a cualquier recomendación.
Para poneros los dientes largos, arriba dejo la primera página de la historia. Por otra parte, en algún lado de este blog hay enlaces a páginas web y blogs relacionados con este autor y con su obra. Espero que os gusten.

jueves, 28 de abril de 2011

La espectacularidad gráfica de Tsutomu Nihei


No recuerdo bien cómo fue mi contacto con la obra de Nihei. Creo que llevaba tiempo viendo varios tomos de Blame! en el estante de alguna tienda cuando me animé a echarles una ojeada. La primera impresión que me produjo fue la de cierto rechazo visual: excesiva trama, mucho negro y blanco, y un dibujo demasiado expresionista, en ocasiones inacabado, como abocetado. En cualquier caso, movido por ese humano optimismo que nos da tener un billete calentito en el bolsillo, decidí comprar el primer número -se habían publicado unos seis o siete- de aquella subtitulada "misión en el Cyberlaberinto".
Aquello me sonaba a la estético de la impresionante Matrix -a la que debe algo argumentalmente-, así como a la impresionable Hell Raiser, en la referencia a un inframundo habitado por seres malos malotes vestidos de cuero. Mucho de cyberpunk, al que ya habíamos tenido acceso en el cómic a través de Masamune Shirow o la magistral Alita, ángel de combate de Yukito Kishiro. Algo de la estética gótica punkera de Marilyn Manson, gore y mala sangre, y tenemos el cocktail perfecto. Y ojo, cuando digo "cocktail perfecto" no pretendo ser irónico sino todo lo contrario: me rindo ante la magistral obra de Nihei.
Indagando en el tema de su obra, encontré una buena opinión en un blog, que dejo por ahí al lado para que le echéis un vistazo, en la que se considera el trabajo de Nihei dentro del arte conceptual. No pretendo ponerme finolis, y para ello remito a la mencionada opinión -bastante buena, por cierto-. Ciertamente, y al margen de la parte argumental y gráfica, la obra de Nihei -me refiero sobre todo a Blame! y Noise, aunque también a Biomega, que ahora estoy leyendo- es un compendio de conceptos e ideas. Es casi como la música psicodélica de los 60, a lo Frank Zappa, Gong y otros grupos, para cuyo disfrute hace falta algo más que un tocadiscos, casette, disckman o MP3. Ya me entendéis.
He leído en varios foros que Blame! no tiene final, que sí lo tiene, que no se entiende, que sí se entiende, que yo lo entiendo pero no lo sé explicar, que aunque lo trate de explicar ni yo lo entiendo, que todo es un sueño como en Los Serrano, que la vida es sueño y los sueños, sueños son, etc.
Para entender bien Blame! hay que leerse primero Noise, publicada posteriormente, a modo de precuela, para darle lógica a una narración redonda, de esas que cuando acabas te preguntas, ¿pero cómo he podido parir yo esto? Vamos, a modo del Silmarillion de Tolkien, que he tratado de leer en tres o cuatro ocasiones y, chico, no puedo acabarlo nunca.
Una vez más, no voy a desentrañar la historia. No trato aquí de hacer una sinopsis sino de animar al personal a que se compre la obra de Nihei.
Cuando uno lee Blame!, al menos esa es mi impresión, da la sensación de que la historia se va escribiendo al ritmo que avanza. Quiero decir que el personaje principal empieza siendo algo diferente de lo que termina siendo. Resulta que esta obra propone un viejo recurso: el viaje del héroe, a lo Ulises, Eneas o Jasón. Es un viaje de búsqueda, más que de destrucción, diferente por lo tanto al de El Señor de los Anillos. El prota, Killy, empieza siendo una especia de buscador de material genético, de genes de antes de la epidema, algo muy del gusto de Nihei, que propaga virus en todas sus obras. Aquí no se trata de zombies, a lo 28 días después o a lo Resident Evil, ni tampoco de mutantes, del tipo El último hombre vivo, o seres humanoides encabronados, como en Soy leyenda (por cierto que estas dos películas son argumentalmente casi idénticas), sino de seres transformados a partir de un virus, con componentes cybernéticas -en Noise se nos cuenta que por mediación de un ritual casi satánico orquestado por una hermandad que ha conseguido "crear el caos en la red"- y evolución humanoide a partir de la base del Silicio. Algunos androides se asemejan a los de Yo robot, sin que quiera con esto insinuar qué fue antes, si el huevo o la gallina. A medida que la búsqueda de Killy avanza, crece su complejidad como personaje y, con ello, la complejidad del argumento. El viaje de Killy es un ascenso por una megaciudad de dimensiones titátinas, a lo largo del cual irá enfrentándose con seres diversos, algunos -los más- pertenecientes a la Oficina Gubernamental, grupos de supervivientes e incluso razas semihumanas, por no hablar de seres de aspecto cybernético de lo más variado. Vamos, una ensalada de personajes para todos los gustos. Arriba de todo, a muchos niveles de altura, tantos que si uno se lanza al vacío palma de viejo, se encuentra, cual pirámide de la iluminación, la Verdad, no se sí la Absoluta, que dudo que exista, pero sí una relativa que ayuda a comprende de qué va todo esto.
En el tomo segundo, para deleite de todos, aparece Shibo, ingeniera que ayudará a Killy en su ascenso hacia la Verdad y una jovencita llamada Sanakan que dará mucho juego. A partir de ahí, la historia cobra otro ritmo, mucho más definido y dirigido hacia el fin que, en fin, resulta complicado de explicar y de entender.
A mi lo que me gusta de la obra de Nihei, interpretaciones al margen, es el apartado gráfico, que considero espectacular. Es cierto que sus obras resultan un tanto monótonas en cuanto al argumento o a la idea que rige la narración pero nadie puede negar que Nihei ha creado un universo personalísimo que está en todo su derecho de explotar hasta que le apetezca. Su versión en cuatro tomos de Wolverine, el mejor de los X Men, o Biomega, insisten en el mundo devastado y tecnológico que creara en Blame!, donde la seña de identidad la marcan la descomunal presencia de las megaestructuras que dominan todo el entorno y la tecnología, todo ello a base de tintas, tramas y aguadas, así algo de color en algunas páginas.
Lamento que la edición de Blame! y Noise haya sido en formato tan reducido. Ello desprovee de impacto visual a las páginas que, aunque reducidas, resultan espectaculares. Pasearse por ellas es un deleite para los ojos. Nihei es un maestro de la imagen y mediante tintas y tramas construye escenas y escenarios imposibles de un gran impacto, alternando acción, ruidos y disparos de su pistola (Blam!), lanzador de partículas gravitacionales, y silencios, que a veces se hacen eternos. Sus planos generales, picados, contrapicados, primeros planos, etc., son formidables. Las escenas de lucha resultan a mi gusto excesivas y demasiado dinámicas, tanto que en ocasiones no se aprecia bien qué está pasando, pero en cambio conceden a la narración un ritmo frenético, en el que casi es imposible coger aire.
Las referencias visuales son muchas. Nihei tiene una gran cultura visual y por sus páginas se pasean referencias a los mencionados Matrix, Hell Raiser, pero también al mundo antiguo, a la Edad Media, todo ello salpimentado por una estética goticista de gran atractivo.
Me quedo con la secuencia final, tan magistral como incomprensible, llena de lirismo y paz, como aquella que sigue a la tormenta. Cuando uno termina de leer Blame!, no sabe muy bien si despierta de un sueño o si sigue inmerso en él.
Si os da pereza enfrentaros a los 10 tomos de la obra, empezar por Noise, que para mí es una pequeña joya del cómic. Además, ofrece en primicia una historia protagonizada por Killy, titulada también Blame, con la que Nihei logró el premio especial del jurado en el concurso de verano "Premio Cuatro Estaciones", de 1995. En Noise se condensa, en un solo tomo, todo su universo creativo, y encima su final es comprensible, aunque resulta incomprensible que un mundo, en apariencia civilizado, haya llegado a semejante final. Bueno, o quizá no.

jueves, 31 de marzo de 2011

Nausicaä del Valle del Viento


Mi primer contacto con la obra de Hayao Miyazaki fue en la infancia, con las series de Marco y Heidi y, muy especialmente, con la encantadora adaptación del clásico de Sir Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes, por la que siempre he sentido una especial debilidad.
Muchos años después, accedía a la obra Porco Rosso, formada por cuatro volúmenes en los que se recogía en forma de cómic el anime homónimo, estrenado en 1992. La cinta, de corte romántico y melancólico, no deja de ser una buena obra, entretenida, muy bien realizada, con una buena ambientación y magníficas escenas de combates aéreos y, aunque un tanto ñoña, no deja de resultarnos simpática, en especial su protagonista. Éste es un oficial de la aviación italiana, de nombre Marco Pagot, aunque atiende al pseudónimo de "Porco Rosso", en particular después de que se transformara en cerdo, "antes que ser un fascista". Expulsado por ello de la aviación, trabaja como mercenario, al mejor postor, limpiando los cielos del Adriático de los aviones piratas de la banda de Mamma Aiuto, que será ayudada en sus fechorías por el piloto norteamericano Donald Curtis. Tal y como sucede en el clásico relato La Bella y la Bestia, sólo un beso de amor, dado en este caso por la joven Fio, devolverá a Porco Rosso a su estado normal.
Esta historia de aviones y aeronaves se enmarca dentro de otras del género trabajadas por Miyazaki, y tiene en títulos como Laputa o Nausicaä del Valle del Viento sus precedentes más claros.
Debo reconocer que cuando vi en los estantes de TBO el primer tomo de Naussicaä, allá por 2001, no di crédito. Era la típica obra sobre la que uno a oído hablar y que se muere de ganas por leer. La idea de que se completase en seis tomos editados ese mismo año, contribuía a hacer de ella un plato muy atractivo. Así que no dudé en adquirir todos los ejemplares.
Recuerdo que en su momento me encantó, aunque, como todas las obras de Miyazaki, destile una cierta ingenuidad que, no obstante, no se corresponde con la realidad de lo que se nos narra. Esa misma sensación me producen otras obras posteriores de Miyazaki como La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro, historias que yo nunca he catalogado en la categoría de "para niños", aunque los niños puedan verlas. En las obras de Miyazaki, incluso en las más infantiles como Mi vecino Totoro, subyace siempre un cierto existencialismo que las convierte en algo más profundo de lo que en apariencia se nos ofrece. Nausicaä es una obra compleja. No se me ocurre ni por asomo hacer aquí un resumen de la historia. El que quiera saber de qué va, que la compre y se la lea.
Lo que más llama la atención de Miyazaki, desde el punto de vista de creador de historias, es su capacidad para hilar, o mejor entretejer, infinidad de microrelatos que se enmarañan en una madeja sin fin en torno al relato principal. En este caso, el relato principal parece ser la realidad de un mundo post-apocalíptico, que ha superado una guerra, denominada "de los 7 días", y que, por ese incomprensible afán que tiene el ser humano por tropezar siempre en la misma jodida piedra, se ve enfrascado en una nueva guerra. En aquella de los 7 días fueron los "dioses de la guerra" -descomunales máquinas bélicas con apariencia antroporobótica- los que pusieron fin a todo, creando en su devastación una amplia zona de tierra contaminada en la que la vida es imposible, salvo para los insectos, liderados por los descomunales y titánicos Oms. En medio de esta situación, los reinos de la tierra, entre ellos Tormekia y Durku, se empeñan en ver quien la tiene más grande. Vamos, como la vida misma.
Nausicaä es la hija del rey del Valle del Viento, pequeño reino situado en una zona descontaminada, que, además de ser una magnífico piloto, parece poseer un don especial que le permite comunicarse con los seres vivos de la naturaleza, incluidos los Oms. Por supuesto, claro está, ello le hace ser una pieza clave en toda la historia porque de ella dependerá la salvación de todos, en especial cuando a uno de los antiguos dioses de la guerra le dé por ponerse a caminar de nuevo.
Nausicaä no está sola en su aventura. Cuenta con el apoyo de viejos amigos, como el Maestro Yuppa, y de nuevos compis, como Asbel, príncipe de Pejite.
Esta, como otras historias de Miyazaki, parece ser un viaje iniciático para la protagonista, que profundiza en su autoconocimiento a medida que avanza la historia. Además, el autor logra crear un universo personal, poblado por seres y personajes verosímiles. Hay un mensaje ecologista en esta obra, en la que se nos trata de concienciar sobre los efectos de la obra humana en la naturaleza, en especial la que deriva de las guerras.
Desde el punto de vista gráfico, la historia es muy notable. Mizayaki trabaja con estilo pulcro, que no escatima en detalles y que gana por la naturalidad en el tratamiento de los personajes y en el dinamismo de las escenas.
El manga se publicó en 1982 -allá queda eso- y el anime vio la luz dos años más tarde, siendo la primera película de Miyazaki en el ya mítico Studio Ghibli. Fue estrenada en los cines españoles en 2010.
Yo me quedo con el manga, que es magnífico. Quien no lo posea aún, que lo compre, sin dudarlo. No ya si uno es amante del manga; simplemente, si a uno le gustan los cómics. Es una de esas obras que se tienen que leer porque, sencillamente, enseña a leer cómics mejor.

jueves, 24 de febrero de 2011

De nuevo, los mangas


Dicen que la cabra siempre tira pal monte, que quien tuvo retuvo y que donde hubo seguirá habiendo. Yo no sé si estó será o no será, pero lo cierto es que llegué a un momento de mi vida en el que el cuerpo me pedía de nuevo manga. Y como el cuerpo de uno es soberano, tuve que darle lo que pedía, que si no luego se resiente y no rinde lo que debe. Pero claro, tras las lecturas de los últimos tiempos, todas ellas edificantes, el filtro de mi gusto se había vuelto de un esquisito cercano al esnobismo, así que no me valía ya cualquier cosa. Y es que cuando uno lee a Pratt, ya nada vuelve a ser lo mismo.
Así que mi reencuentro con el manga se realizó a través de obras seleccionadas, con más de una recomendación, alguna que otra decepción pero, en general, nuevas y enriquecedoras sensaciones.
El tiempo de los formatos grandes pasó, dando paso a ediciones tipo book en las que el sacrificio de la vista se veía compensado con el deleite que produce el disfrutar de historias completas y no de la caridad de las editoriales que anteriormente nos habían dejado con la miel en los labios en más de una ocasión. Así, ahora era el momento de series largas tipo Bastard (Kazushi Agiwara), o de dichosos reencuentros como el de El puño de la estrella del Norte (del dúo Buronson/ Hara)-por cierto que hace poco volví a ver Mad Max- o Alita (Kishiro).
En esta época, y hablaré de estos títulos con más detenimiento en nuevas entradas, me decanté por ampliar el abanico de opciones seleccionando géneros diversos, autores variados e historias de múltiple índole.
Una de las que más me gustó fue Nausicaä del valle del viento, de Miyazaki por quien siento verdadera debilidad desde los tiempos de Sherlock Holmes, la la la la la la lá, y al que he seguido a través de sus películas de animación -Laputa, Mi vecino Totoro, etc.- donde destaco La princesa Mononoke y el maravilloso cuento de El viaje de Chihiro. Miyazaki, pese a la apariencia ingenua de sus dibujos, es un gran dibujante y sus guiones, lejos de ser vacuos, son en ocasiones de una gran profundidad.
Un momento especialmente dichoso fue la publicación de El lobo solitario y su cachorro, sin duda, una de las mejores obras que he tenido el placer de leer en mi vida. El tandem Koike-Kojima está que se sale y no concibo al uno sin el otro. La historia del ronin Ogami, que empieza un tanto desordenada -más bien como la de un simple sicario- cobra enseguida fuerza argumental y nos adentra en un universo teñido de conspiraciones, violencia, sexo, pero también de una profunda humanidad. La lucha de un hombre y de su hijo por alcanzar una meta casi imposible le da a uno que pensar acerca del conformismo de la sociedad actual. No quiero decir que tengamos que salir a la calle con una katana al cinto, pero el ejemplo de Ogami no creo que deje indiferente a nadie.
Otra obra que me parece fundamental para todo buen amante del manga es Blame, de Tsutomu Nihei, que se enmarca en una corriente conceptual para cuyo entendimiento hacen falta varias reposadas lecturas y algo de ayuda, digamos, metafísica. No voy a entrar aquí a desentrañar la historia, que queda para otro día -o al menos lo que yo he entendido-, sino a reivindicar a un genio del cómic, a un creador formidable que ha hecho de las megaestructuras y de la inmensidad de la arquitectura una seña de identidad. Sus dibujos y escenas son, sencillamente, espectaculares, aunque a veces el ritmo de sus secuencias sea demasiado frenético. Aunque teniendo en cuenta en los mundos en los que se mueven sus personajes, plagados de seres mutantes, como para no correr. Nihei ha parido también otros títulos como Noise (precuela de Blame), o Biomega, que estoy leyendo en la actualidad. También a dado vida a Lobezno en una historia más interesante por lo gráfico que por lo argumental. Y es que Nihei peca en exceso de un universo creativo que, aunque inconmensurable, termina limitándose bastante. En cualquier caso, estamos hablando de un genio del papel, y eso es incuestionable.
Reconozco que al principio me mostraba reacio a leer a Jiro Taniguchi, quizá porque sus historias se me hacían demasiado cotidianas y el cuerpo me pedía otro tipo de narraciones. Sin embargo, superado este estúpido prejuicio, encontré en él a uno de los creadores más sensibles y emotivos que he tenido el placer de conocer. Y lo hice a través de El almanaque de mi padre, quizá no su mejor obra, pero sin duda una de la más íntimas y personales. Su dibujo no es el que más me gusta, aunque resulta muy correcto y desde luego es bueno -a ver quien tiene el valor de negarlo-, pero la historia que nos ofrece posee tanta lírica y tanto sentimiento encontrado que casi a uno se le cae el moquillo en alguna ocasión. Snif, snif, es que estoy de un sentimental.
Menos mal que luego aparece Urasawa, del que ya leyera Pineapple Army, con guión de Kayuza Kudo, y pare Monster que sencillamente me parece insuperable. Hacía tiempo que no disfrutaba del placer de leer cómics de esta manera y de la necesidad de saciarme con más páginas. Tengo que reconocer que la historia del Dr. Tenma me sobrecoge. Que una buena y lógica acción de una persona -salvar una vida- tenga esas consecuencias es una ironía, o más bien, una paradoja, que pone los pelos de punta. Además, aparte del hilo general, Monster es un repertorio de personajes y de pequeñas historias biográficas de gran intensidad. Es el conjunto de la historia, su redondez, la que la hace grande.
Hablaré de todas estas historias con más detenimiento, porque sin duda lo merecen. Quede esto como un adelanto.
De los mangas antiguos aún me queda mucho por leer. Reconozco que no he leído Akira (Otomo)- por favor, no se lo digáis a nadie- que conozco tan sólo por la adaptación animada. Me pierdo mucho, sin duda, y desde luego no descarto adquirirla y leerla. Esto es como el libro que uno no se atreve a comenzar a leer, no se sabe muy bien por qué, aunque se sepa que es magnífico. Como comentario al tema, diré que hace poco proyectaron Akira en la tv, creo que en la 2, y sentí asistir horrorizado a una versión redoblada en la que las voces que yo recordaba se tornaban ahora irreales e incluso ridículas, hasta el punto de que Kaneda, que en la versión que yo conocía, la de 1988, era un gamberrete respondón y arrogante -aunque con buen fondo-, en esta nueva parece un panoli. Y este es sólo un comentario de muchos que podrían hacerse a semejante despropósito. ¡Coño, Darth Vader acojona en buena medida por la voz de Constantino Romero! Reivindico desde aquí los buenos doblajes que, quierase o no, son la mitad de la película. ¿Tengo que recordar al personal el spanish doblaje de El resplandor? Buff.
Bueno, que me lío. Termino por hoy, y para compensar la ausencia de días -de nuevo injustificada- dejo arriba una parodia de mis queridos e idolatrados Caballeros del Zodiaco. Que nadie se tome a mal esta broma, que sólo pretende ser eso. ¿Pero no os parece tentador pensar qué pasaría si los caballeros se reunieran a día de hoy en un garito y charlaran de cosas cotidianas? Anda, a ver que se cuentan.

lunes, 17 de enero de 2011

Un poquito de Underground, por favor


Continuando en mi empeño de narrar mi relación con los tebeos, debo reconocer que ésta fue como el fumar: cada vez apetecía más (nota: este pretende ser un comentario políticamente incorrecto en estos tiempos de restricciones, políticamente incorrectas). Como ya dejé dicho, de aquella visita al Salón del Cómic de Barcelona me traje, además de Las Helvéticas, de Corto Maltés y, entre otras cosas, un ejemplar de las historias del gato Fritz, de Robert Crumb, al que ya conocía a través de dos fuentes. Por un lado, el taller de cómics de la Casa de la Juventud y, por otro lado, una visionado de la cinta El gato caliente, de Ralph Bakshi, adaptación cinematográfica de las aventuras y desventuras del minino que, según dicen, no agradó al padre de la criatura y que, según dicen también, conduciría en 1972 a su muerte, a manos de una histérica avestruz despechada. A mí, personalmente, la cinta de video no me desagradó, aunque es cierto que propone un totum revolutum de las historias dibujadas por Crumb y, como tal, elimina e introduce matices en pos del argumento y del ritmo narrativo fílmico, quizá de un modo un tanto caprichoso. Sea como sea, esto no quiere quitar mérito a la obra de un cineasta como Bakshi, no reconocido como se merece, a quien debemos títulos tan emblemáticos como la primera adaptación al cine de El señor de los anillos -magnífico precedente de la magnífica adaptación de Jackson-, Heavy Traffic o Wizards, entre otras, en las que trata al dibujo animado de una manera adulta, aplicando imágenes reales y técnicas novedosas de ejecución.
Hablar de Crumb es hablar del género o de la cultura underground que, en el ámbito del cómic (o mejor dicho, cómix) refiere y cito a Javier Coma, "aquellas obras y publicaciones de carácter marginal que adjuraban de las reglas estéticas más o menos aceptadas y, sobre todo, de las normas sociales. Su feísmo comulgaba con la exacerbación de la temática sexual y con cierto culto al universo de las drogas, al tiempo que se vinculaba explícitamente a la vida hippie y al mito juvenil del flower power, de la flor como símbolo de la no violencia". Así, de este modo, queda relacionado con un movimiento cultural estadounidiense, de finales de los 60 y principios de los 70, que se exportaría al mundo con posterioridad, coincidiendo con hitos como la revolución del 68. Con posterioridad se ha seguido usando el término -en ocasiones acompañado del prefijo neo- para definir determinadas obras y a determinados autores interesados por temas similares. Sucede con esto, pues, lo que con el impresionismo, que estrictamente es un movimiento pictórico francés de finales del XIX pero que, por extensión, engloba una determinada manera de interpretar y de acercarse a la realidad.
Para mi desgracia, yo por aquellos años no era ni siquiera un proyecto vital, de manera que me perdí aquella fiesta cultural. Bueno, quizá me la hubiera perdido de todos modos porque aquí, con el tío Paco, las cosas venidas allende los mares con ansias reivindicativas no es que estuvieran muy bien vistas. Hubo que esperar unos años para que revistas como El Víbora (1979-2005) se erigieran en insignes referentes del underground a la española.
Mi contacto con el underground, a falta de Shelton y sus irreverentes Freak Brothers, fue, pues, con Crumb. Reconozco que me dio morbo adquirir el volumen editado por La Cúpula en 1996. Y reconozco también que lo devoré con ansia, disfrutando de las ocurrencias de un personaje que, pese a su encanto, terminó cayéndome un poco mal, al tiempo que, claro está, me daba envidia. Fritz es un golfo en el sentido más amplio del término, para lo bueno y para lo malo, y tal es así que, al final, serán sus obsesiones y sus vicios -en el más amplio sentido del término también- los que acaben con su vida. Fritz, que nace en un medio rural, termina siendo un urbanitas relamido y caprichoso que muere tal y como se merece. Su falta de escrúpulos no está sólo en que sea capaz de cometer incesto sino que, además, desprecia a sus semejantes y, movido por su egocentrismo, no se fija en las consecuencias de sus actos. Todo vale por acostarse con una, o con tres muchachas -la escena de Fritz con tres jóvenes en la bañera de un destartalado piso en el que se celebra una particular fiesta, que pronto será objeto de una redada policial- es de por sí un icono no sólo de la obra de Crumb, sino de todo el cómic underground. Dan igual los sentimientos, sólo importa el aquí y el ahora y, como dijera Gala, "yo, yo y mi yo-yo". Por otra parte, Fritz es atractivo en muchos aspectos: su falta de prejuicios, sus ansias por vivir y experimentar, lo convierten en un soplo de aire fresco que barre los arquetipos de una sociedad hermética. En el fondo, Fritz no hace nada que no quiera hacer alguien y no obliga a nadie a hacer nada que no quiera hacer. Es un joven gato que se ríe de todo y de todos, incluso del intocable James Bond, al que Crumb y su personaje parodian en "Special agent for the CIA", donde el agente minino se adentra en pleno corazón de la China comunista mala malísima donde la inteligencia de ese país poblado por ratas -ahí es nada- está preparando el arma definitiva: una megabomba en cuyo interior se instalan 400 millones de pequeñas células, cada una de ellas ocupada por un chino-rata que mediante su soplido, y sumado al de sus camaradas, harán ascender el aparato y dirigirlo al "impelio nolteamelicano", a su vez, malo malísimo. La idea es desternillante, aunque la página en la que se nos muestra el aparatito acojona un poco ya que nos recuerda aquello de que si los chinos se ponen de acuerdo para saltar todos a la vez, temblará el mundo.
Fritz el gato termina sus días alcoholizado, dependiente de las drogas, adicto al sexo, participando incluso en un atentado anarquista que llevará sus huesos a la cárcel. En "Superstar" asistimos a su muerte, como estrella decadente del cine, asesinado por Andrea, una avestruz amante suya, histérica y neurótica que, en un arranque de ira, más que de celos, y tras ser cruelmente despechada por el animalito, le asesta una mortal punzada con un picahielos en medio de un pasillo: "¡ríete ahora, listillo!" le dice al cuerpo inerte de Fritz, en jarras sobre él, mientras un pequeño texto expresa esta idea: "violencia en los medios de comunicación". Mal final para una mala vida.
Crumb tiene muchas más obras, aunque yo no las conozco más que por el título. De él hay que decir que es un buen dibujante que, con un estilo personal y efectivo, se aparta del feísmo propio del underground, a base de tintas y tramas de cierto virtuosismo gráfico.
Este mundo de animales antropomórficos es más extenso de lo que parece. En España, quizá el ejemplo más interesante lo plantee Josep M. Beà con su Gatony, de "La muralla", serial de la revista Rambla y, muy especialmente con la serie "Siete vidas", todos ellos trabajos de los ochenta. También está por ahí Omaha, la gata bailarina, de Waller y Worley, y algún otro trabajo más.
Hay mucho de underground en revistas como Más madera o El Jueves, y, por supuesto El víbora, aunque como tal, el mito cultural se fuera desinflando con el paso de los años, pese a trabajos como los de Nazario y otros autores. El Maki no deja de tener un sabor "subterráneo" que se une al magistral ingenio de su inigualable creador. Hay también mucho de underground en otros lares, como Japón, donde autores como Yoshihiro Tatsumi apadrinan el llamado gekiga, literalmente drama (geki) ilustrado (ga). Hagamos una aclaración. Underground no es necesariamente sinónimo de drama, sino que presenta componentes de otros géneros. De hecho, el humor ocupa un lugar importante en él. No obstante, es cierto que muchas veces, en ese ambiente despreocupado subyace un sentido o un poso dramático o, al menos, de desencanto, del que el underground no puede o no ha podido desligarse.
Si hay que hablar de neo-underground en estado puro, no puede dejarse de lado a quien es considerado como su mejor exponente, Peter Bagge, cuya "casa creativa", una vez más, comencé conociendo por el tejado. Y es que lo primero que conocí de él fue Aquellos odiosos años, primer tomo de Buddy y los Bradley, precuela de Odio. Este tomo y el siguiente, La tribu de los Bradley, en clara parodia del edulcorado e indigesto mundo televisivo de La tribu de los Brady, son magníficos ejemplos del ácido universo de Bagge, que será desarrollado, aún con mayor acidez, en Odio. Buddy, natural de New Jersey pero que desarrollará parte de su vida en Seattle, al menos hasta lo que yo he podido leer, posee los ingredientes del underground pero pasados por el filtro de una neo-cultura subterránea como es el grunge que, si musicalmente tiene en grupos como Nirvana o Pearl Jam a sus referentes, en el ámbito del cómic los encuentra en el personaje y en la obra de Bagge. La idea general que perfuma las páginas de este autor es el desencanto y cierta amargura existencial, ante hechos cotidianos que marcan el aquí y el ahora. Sus personajes siempre poseen una segunda lectura, por lo general oscura y ácida, por lo que sus relatos cuestionan continuamente la realidad, el sistema y los convencionalismo lo cual, por otro lado, tampoco es que esté mal, aunque todo en su justo medio -que no sé muy bien dónde está-. Ninguno de los personajes de Buddy y los Bradley -sus padres, su hermana Babs, el pequeño Butch, o sus "amigos", Tom, Kevin, Jay o Apestoso, que le acompañará en su periplo por Odio-, poseen encanto por la vida. Todos ellos están literalmente quemados, pese a que, bien mirado, no parece faltarles de nada. De todas las historias de estos dos tomos de la tribu, me quedo con "Casa Jipi", en el que Jay invita a Buddy a una fiesta en su casa, a la que acudirá después de asistir y liarla en otra organizada por un chico de su instituto. Quizá sea esta historia la que mejor aglutine todos los ingredientes que caracterizan al personaje: inseguridad, falta de aceptación social, rabia, egoísmo, y, en definitiva, odio por todo y por todos.
En Odio, Cursivaque está integrada por varios números, por su parte, Buddy enriquecerá su personalidad con otros valores (vicios) en compañía de nuevos personajes como su compañero de piso George, junto con Apestoso, y Lissa y Val, con las que creará un complicado triángulo de amor-ODIO. De esta colección no he adquirido todos los ejemplares, que la economía siempre ha estado muy malita, pero sí los suficientes para comprender mejor al personaje. Aparte, hay que decir que si se quiere completar este particular universo creativo de Bagge, debe acudirse también a la colección Mundo Idiota, con personajes como Junior, Studs Kirby, Girly Girl, Chuckie Boy, Goon on the moon o Chet y Bunny Leeway, que no son sino una proyección de defectos y vicios del ser humano y, quizá, del propio autor que, en uno de sus autorretratos, se presenta como un mártir.