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"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

(Groucho Marx, de niño)


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lunes, 17 de enero de 2011

Un poquito de Underground, por favor


Continuando en mi empeño de narrar mi relación con los tebeos, debo reconocer que ésta fue como el fumar: cada vez apetecía más (nota: este pretende ser un comentario políticamente incorrecto en estos tiempos de restricciones, políticamente incorrectas). Como ya dejé dicho, de aquella visita al Salón del Cómic de Barcelona me traje, además de Las Helvéticas, de Corto Maltés y, entre otras cosas, un ejemplar de las historias del gato Fritz, de Robert Crumb, al que ya conocía a través de dos fuentes. Por un lado, el taller de cómics de la Casa de la Juventud y, por otro lado, una visionado de la cinta El gato caliente, de Ralph Bakshi, adaptación cinematográfica de las aventuras y desventuras del minino que, según dicen, no agradó al padre de la criatura y que, según dicen también, conduciría en 1972 a su muerte, a manos de una histérica avestruz despechada. A mí, personalmente, la cinta de video no me desagradó, aunque es cierto que propone un totum revolutum de las historias dibujadas por Crumb y, como tal, elimina e introduce matices en pos del argumento y del ritmo narrativo fílmico, quizá de un modo un tanto caprichoso. Sea como sea, esto no quiere quitar mérito a la obra de un cineasta como Bakshi, no reconocido como se merece, a quien debemos títulos tan emblemáticos como la primera adaptación al cine de El señor de los anillos -magnífico precedente de la magnífica adaptación de Jackson-, Heavy Traffic o Wizards, entre otras, en las que trata al dibujo animado de una manera adulta, aplicando imágenes reales y técnicas novedosas de ejecución.
Hablar de Crumb es hablar del género o de la cultura underground que, en el ámbito del cómic (o mejor dicho, cómix) refiere y cito a Javier Coma, "aquellas obras y publicaciones de carácter marginal que adjuraban de las reglas estéticas más o menos aceptadas y, sobre todo, de las normas sociales. Su feísmo comulgaba con la exacerbación de la temática sexual y con cierto culto al universo de las drogas, al tiempo que se vinculaba explícitamente a la vida hippie y al mito juvenil del flower power, de la flor como símbolo de la no violencia". Así, de este modo, queda relacionado con un movimiento cultural estadounidiense, de finales de los 60 y principios de los 70, que se exportaría al mundo con posterioridad, coincidiendo con hitos como la revolución del 68. Con posterioridad se ha seguido usando el término -en ocasiones acompañado del prefijo neo- para definir determinadas obras y a determinados autores interesados por temas similares. Sucede con esto, pues, lo que con el impresionismo, que estrictamente es un movimiento pictórico francés de finales del XIX pero que, por extensión, engloba una determinada manera de interpretar y de acercarse a la realidad.
Para mi desgracia, yo por aquellos años no era ni siquiera un proyecto vital, de manera que me perdí aquella fiesta cultural. Bueno, quizá me la hubiera perdido de todos modos porque aquí, con el tío Paco, las cosas venidas allende los mares con ansias reivindicativas no es que estuvieran muy bien vistas. Hubo que esperar unos años para que revistas como El Víbora (1979-2005) se erigieran en insignes referentes del underground a la española.
Mi contacto con el underground, a falta de Shelton y sus irreverentes Freak Brothers, fue, pues, con Crumb. Reconozco que me dio morbo adquirir el volumen editado por La Cúpula en 1996. Y reconozco también que lo devoré con ansia, disfrutando de las ocurrencias de un personaje que, pese a su encanto, terminó cayéndome un poco mal, al tiempo que, claro está, me daba envidia. Fritz es un golfo en el sentido más amplio del término, para lo bueno y para lo malo, y tal es así que, al final, serán sus obsesiones y sus vicios -en el más amplio sentido del término también- los que acaben con su vida. Fritz, que nace en un medio rural, termina siendo un urbanitas relamido y caprichoso que muere tal y como se merece. Su falta de escrúpulos no está sólo en que sea capaz de cometer incesto sino que, además, desprecia a sus semejantes y, movido por su egocentrismo, no se fija en las consecuencias de sus actos. Todo vale por acostarse con una, o con tres muchachas -la escena de Fritz con tres jóvenes en la bañera de un destartalado piso en el que se celebra una particular fiesta, que pronto será objeto de una redada policial- es de por sí un icono no sólo de la obra de Crumb, sino de todo el cómic underground. Dan igual los sentimientos, sólo importa el aquí y el ahora y, como dijera Gala, "yo, yo y mi yo-yo". Por otra parte, Fritz es atractivo en muchos aspectos: su falta de prejuicios, sus ansias por vivir y experimentar, lo convierten en un soplo de aire fresco que barre los arquetipos de una sociedad hermética. En el fondo, Fritz no hace nada que no quiera hacer alguien y no obliga a nadie a hacer nada que no quiera hacer. Es un joven gato que se ríe de todo y de todos, incluso del intocable James Bond, al que Crumb y su personaje parodian en "Special agent for the CIA", donde el agente minino se adentra en pleno corazón de la China comunista mala malísima donde la inteligencia de ese país poblado por ratas -ahí es nada- está preparando el arma definitiva: una megabomba en cuyo interior se instalan 400 millones de pequeñas células, cada una de ellas ocupada por un chino-rata que mediante su soplido, y sumado al de sus camaradas, harán ascender el aparato y dirigirlo al "impelio nolteamelicano", a su vez, malo malísimo. La idea es desternillante, aunque la página en la que se nos muestra el aparatito acojona un poco ya que nos recuerda aquello de que si los chinos se ponen de acuerdo para saltar todos a la vez, temblará el mundo.
Fritz el gato termina sus días alcoholizado, dependiente de las drogas, adicto al sexo, participando incluso en un atentado anarquista que llevará sus huesos a la cárcel. En "Superstar" asistimos a su muerte, como estrella decadente del cine, asesinado por Andrea, una avestruz amante suya, histérica y neurótica que, en un arranque de ira, más que de celos, y tras ser cruelmente despechada por el animalito, le asesta una mortal punzada con un picahielos en medio de un pasillo: "¡ríete ahora, listillo!" le dice al cuerpo inerte de Fritz, en jarras sobre él, mientras un pequeño texto expresa esta idea: "violencia en los medios de comunicación". Mal final para una mala vida.
Crumb tiene muchas más obras, aunque yo no las conozco más que por el título. De él hay que decir que es un buen dibujante que, con un estilo personal y efectivo, se aparta del feísmo propio del underground, a base de tintas y tramas de cierto virtuosismo gráfico.
Este mundo de animales antropomórficos es más extenso de lo que parece. En España, quizá el ejemplo más interesante lo plantee Josep M. Beà con su Gatony, de "La muralla", serial de la revista Rambla y, muy especialmente con la serie "Siete vidas", todos ellos trabajos de los ochenta. También está por ahí Omaha, la gata bailarina, de Waller y Worley, y algún otro trabajo más.
Hay mucho de underground en revistas como Más madera o El Jueves, y, por supuesto El víbora, aunque como tal, el mito cultural se fuera desinflando con el paso de los años, pese a trabajos como los de Nazario y otros autores. El Maki no deja de tener un sabor "subterráneo" que se une al magistral ingenio de su inigualable creador. Hay también mucho de underground en otros lares, como Japón, donde autores como Yoshihiro Tatsumi apadrinan el llamado gekiga, literalmente drama (geki) ilustrado (ga). Hagamos una aclaración. Underground no es necesariamente sinónimo de drama, sino que presenta componentes de otros géneros. De hecho, el humor ocupa un lugar importante en él. No obstante, es cierto que muchas veces, en ese ambiente despreocupado subyace un sentido o un poso dramático o, al menos, de desencanto, del que el underground no puede o no ha podido desligarse.
Si hay que hablar de neo-underground en estado puro, no puede dejarse de lado a quien es considerado como su mejor exponente, Peter Bagge, cuya "casa creativa", una vez más, comencé conociendo por el tejado. Y es que lo primero que conocí de él fue Aquellos odiosos años, primer tomo de Buddy y los Bradley, precuela de Odio. Este tomo y el siguiente, La tribu de los Bradley, en clara parodia del edulcorado e indigesto mundo televisivo de La tribu de los Brady, son magníficos ejemplos del ácido universo de Bagge, que será desarrollado, aún con mayor acidez, en Odio. Buddy, natural de New Jersey pero que desarrollará parte de su vida en Seattle, al menos hasta lo que yo he podido leer, posee los ingredientes del underground pero pasados por el filtro de una neo-cultura subterránea como es el grunge que, si musicalmente tiene en grupos como Nirvana o Pearl Jam a sus referentes, en el ámbito del cómic los encuentra en el personaje y en la obra de Bagge. La idea general que perfuma las páginas de este autor es el desencanto y cierta amargura existencial, ante hechos cotidianos que marcan el aquí y el ahora. Sus personajes siempre poseen una segunda lectura, por lo general oscura y ácida, por lo que sus relatos cuestionan continuamente la realidad, el sistema y los convencionalismo lo cual, por otro lado, tampoco es que esté mal, aunque todo en su justo medio -que no sé muy bien dónde está-. Ninguno de los personajes de Buddy y los Bradley -sus padres, su hermana Babs, el pequeño Butch, o sus "amigos", Tom, Kevin, Jay o Apestoso, que le acompañará en su periplo por Odio-, poseen encanto por la vida. Todos ellos están literalmente quemados, pese a que, bien mirado, no parece faltarles de nada. De todas las historias de estos dos tomos de la tribu, me quedo con "Casa Jipi", en el que Jay invita a Buddy a una fiesta en su casa, a la que acudirá después de asistir y liarla en otra organizada por un chico de su instituto. Quizá sea esta historia la que mejor aglutine todos los ingredientes que caracterizan al personaje: inseguridad, falta de aceptación social, rabia, egoísmo, y, en definitiva, odio por todo y por todos.
En Odio, Cursivaque está integrada por varios números, por su parte, Buddy enriquecerá su personalidad con otros valores (vicios) en compañía de nuevos personajes como su compañero de piso George, junto con Apestoso, y Lissa y Val, con las que creará un complicado triángulo de amor-ODIO. De esta colección no he adquirido todos los ejemplares, que la economía siempre ha estado muy malita, pero sí los suficientes para comprender mejor al personaje. Aparte, hay que decir que si se quiere completar este particular universo creativo de Bagge, debe acudirse también a la colección Mundo Idiota, con personajes como Junior, Studs Kirby, Girly Girl, Chuckie Boy, Goon on the moon o Chet y Bunny Leeway, que no son sino una proyección de defectos y vicios del ser humano y, quizá, del propio autor que, en uno de sus autorretratos, se presenta como un mártir.