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miércoles, 13 de julio de 2011

El lobo solitario y su cachorro: un camino sin retorno


Un día como hoy, en plenos Sanfermines y con el cuerpo un poco jotero, me dispongo a hablar de una de las obras más impactantes que he tenido oportunidad de leer. Se trata de Lone wolf and cub o como lo conocemos por aquí El lobo solitario y su cachorro, con guión de Kazuo Koike y y dibujos de Goseki Kojima.
La primera vez que tuve noticia de la existencia de esta trabajo fue a través de la sección "Museo del Manga" que se incorporó a algunas colecciones allá a principios de la década de 1990. En concreto, en el número 14 de Los Caballeros del Zodiaco se incluía una página de la historia en la que un personaje de aspecto desarrapado cogía una katana del suelo mientras era observado desde la espesura de un bosque por un grupo de lobos con pinta de pocos amigos. Mi camino por el cómic, como se sabe, estaba entonces entretenido en otras historias así que no pasé de sentir cierto interés por aquel personaje que se me presentaba dibujado con un estilo tan expresivo.
Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que volviera a oír hablar de esta historia. Fue a raíz de la adaptación cinematográfica de la obra de Max Allan Collins, Camino a la perdición(2002) -que a mí me gustó- cuando de nuevo sonó en mis oídos aquello del lobo solitario. Al año siguiente, Planeta de Agostini editaba la historia en su Biblioteca Pachinco en un formato para mí desafortunado aunque práctico y en cierto modo económico. Fue ahí cuando comencé a disfrutar de esta intensa y dramática historia.
A Kazuo Koike ya lo conocía por Crying Freeman, con dibujos de Ikegami. A Kojima, en cambio, no tenía el placer de conocerlo, pese a ser un veterano autor, que había fallecido en 2000. El trabajo de ambos comenzó a publicarse en 1970 y no finalizó hasta 1976, convirtiéndose desde entonces en una de las obras fundamentales de la historia del cómic.
El argumento es tan simple como complicado. Cuenta la historia de Itto Ogami, antiguo albacea del Shogun que, a causa de un complot de un clan rival, los Yagyu, encabezados por el pérfido Retsudo, y tras perder a su esposa, asesinada por éstos, inicia un particular camino de venganza en compañía de su pequeño hijo Daigoro.
Personalmente, creo que, como sucede en las grandes historias, en un principio el argumento era otro, el de mostrar los trabajos de sicario de un ronin (samurai sin amo) en compañía de su hijo. De hecho, así es como se nos presenta en la primera de las aventuras, como un "asesino" que viaja en compañía de su hijo y que alquila sus servicios al nombre de "El lobo solitario y su cachorro". Sin embargo, como sucede también con los grandes personajes, es casi seguro que sus creadores se dieron inmediatamente cuenta del potencial de Ogami y pronto tejieron en torno a él una personalidad mucho más intrincada, haciéndolo proceder de alta cuna y sumergiéndolo en una búsqueda de venganza permanente. De manera que el asesino que aparece al principio pronto se transforma en un atormentado samurai, cuyo código del honor respetará hasta en las situaciones más propicias para, sencillamente, pasárselo por el arco del triunfo.
La historia épica que presenta, dramática, violenta y cruel, está salpicada de microrrelatos que nos aproximan a una época real de la historia nipona y, gracias a una escruposa documentación y a una formidable ambientación, nos cuentan las pequeñas historias de los personajes con los que se encuentran Ogami y su pequeño cachorro a lo largo de su viaje. Algunas de estas pequeñas historias me resultan especialmente gratas, por múltiples aspectos. "La ligularia" (capítulo 14, tomo 2), por su particular proceso argumental; "La última escarcha" (capítulo 23, tomo 3), donde se nos muestra la valentía del pequeño Daigoro; "La lamparilla del día de los muertos" (capítulo 29, tomo 4), que profundiza en el mundo de la yakuza; "Pueblos bajo el signo de la hambruna" (capítulo 32, tomo 4), por profundizar en los sentimientos de Daigoro; "Los Kurokuwa jubilados" (capítulo 93, tomo 13), particularmente hermosa historia en la que Retsudo decide contratar los servicios de unos ninja jubilados, antiguamente a su servicio, y que finalmente optan por suicidarse antes que atacar a Ogami y a su hijo al comprender el valor de la vida; o en el capítulo final cuando se descubre que... Uf, casi se me escapa.
Sorprende comprobar como en un mundo tan violento, donde la vida humana vale tan poco, donde el señor feudal se sirve del dolor de sus humillados súbditos para su engreimiento, existen, no obstante, abundantes muestras de dignidad y de honorabilidad. Ogami es, ante todo, un samurai, y se comporta como tal en las situaciones en las que su honor lo requiere. No duda en mostrarse duro y especialmente sádico con aquellos que, a su juicio, se lo merecen, ofreciéndonos un catálogo gore de brazos, piernas y cabezas seccionadas. Sin embargo, sabe respetar el honor de aquellos que se comportan como verdaderos samurais. Por eso, en ocasiones, no llega a comprender que determinados guerreros se presten a servir a su enemigo y creo, sinceramente, que ese dilema llega a atormentarle. Por ejemplo, cuando Shigemasa Inaba, experto en armas de fuego, debe matar a Ogami a traición y, en cambio, decide ofrecerle una oportunidad en un enfrentamiento más justo ("La escuela de trabucos de Buei", capítulo 96, tomo 14) o cuando Shogen Mukai, almirante de la flota del Sogún decide ofrecer a Ogami un enfrentamiento digno en su embarcación, antes que manchar la nave de su señor con un acto de traición al código del bushido ("La luna en el corazón", capítulo 98, tomo 14). Es como si en los momentos finales, cuando Ogami está más próximo a su meta y tras haberse enfrentado a la más terrible crueldad, apreciara especialmente estos gestos de honor. Especialmente intenso es el personaje de Yamada Asaemon, con el que Ogami se bate en duelo y que protagoniza una serie íntegra dedicada a él, también del dúo Koike-Kojima.
Reconozco que cuando conocí por primera vez el argumento de la historia me sentí un poco escéptico. Aquello de un ronin acompañado por su hijo me parecía un motivo que podía llegar a limitar el desarrollo de la historia. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, ya que le concede un amplio abanico de posibilidades, no sólo en cuanto a la relación padre-hijo sino también en cuanto al desarrollo de la personalidad del pequeño, educado como un auténtico samurai y que actúa como tal sorprendiendo a quienes se encuentran con él.
La historia, en su conjunto, es de las que marcan a quien la lee. Tratar de condensar aquí la intensidad de su argumento, sus múltiples matices, es tarea presuntuosa. Y desvelar el final, sencillamente, una mala jugada.
La fuerza gráfica es otro elemento a tener en cuenta. Los dibujos son magistrales, combinando tintas con magníficas aguadas, que por sí solas bien podrían enmarcarse y colgarse en un museo. Es, en conjunto, una verdadera delicia. La pena, una vez más, el formato, que desmerece el trabajo. La edición española cuenta con el añadido de las portadas ilustradas por Frank Miller y Lynn Varley, lo que viene a mejorar el producto. Pero insisto, esta moda de los mini-mangas debería cuidarse más con algunos trabajos, aunque ello suponga multiplicar el número de tomos y que tengamos que estar comprando ejemplares hasta el día del juicio final. Total, puestos a gastar los cuartos, que sea en algo de calidad.