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"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

(Groucho Marx, de niño)


Iruña Sumergida (Hurrikrane) Me interesa un ejemplar

Sacamantecas (Altu y Hurrikrane) Me interesa un ejemplar

jueves, 27 de diciembre de 2012

Tebeofilandia Productions: La rebelión de los bastones [2/3]

Seguimos con esta historia. Algo sucede en el subsuelo de la vieja Iruña, mientras la ciudad duerme ignorante. Cuidado con esos paseos nocturnos, porque uno nunca sabe qué o con quién puede encontrarse.



LA REBELIÓN DE LOS BASTONES (2/3)












(Continuará...)
























viernes, 21 de diciembre de 2012

Tebeofilandia Productions: La rebelión de los bastones (1/3)

En el día de hoy, en el que la psicosis y el aburrimiento dictan que, según el calendario Maya, se acabará el mundo -espero que me pille en el sofá- me animo a publicar aquí unas páginas de una historia corta titulada "La rebelión de los bastones" que, si el Apocalípsis no lo impide, desea ser la primera parte de una historia más larga. Se trata de una gamberrada ambientada en las calles y en el subsuelo de la vieja Iruña. Espero que os guste. Continuará en las siguientes dos entradas, así haremos que el pastel dure más. 
Disfrutarla... Por cierto,
Feliz Navidad y esas cosas!!!


LA REBELIÓN DE LOS BASTONES (1/3)











(Continuará...)







viernes, 26 de octubre de 2012

A propósito de la vejez: Arrugas, de Paco Roca

Acabo de leer Arrugas, de Paco Roca (Astiberri). Me ha parecido una historia entrañable aunque basada, eso sí, en una dura realidad sufrida por muchas personas y por muchas familias. El alzehimer es una enfermedad letal para la dignidad humana que arrebata a quienes la sufren una parte esencial de sus vidas, sus recuerdos y su identidad. Paco Roca huye de sentimentalismos y afronta la patología a través de un personaje encantador, Emilio, antiguo director de una sucursal bancaria, que es internado por su familia en una residencia de ancianos. Allí conoce a Miguel, un hombre bonachón y pícaro con el que entablará una bella amistad. Ambos aparecen como un Quijote y un Sancho Panza de la vida, luchando contra los monstruos de la vejez y del Alzehimer. En la residencia, y a través de Miguel, Emilio conocerá a otros ancianos y, por ellos, otras vidas, otras historias y anécdotas, así como otros miedos, fobias y manías, que conforman un particular microcosmos que gira en torno a comidas, siestas, actividades lúdicas y medicamentos. Son unos personajes únicos: la buena de Antonia, que "roba" pequeños alimentos de la residencia para dárselos a su nieto, la señora Rosario, que se cree viajando en el Orient Express, el matrimonio de Dolores y Modesto, el pícaro Agustín, el señor Esteban, el pesado de Pellicer, Félix, que se cree en los tercios de Marruecos, la señora Sol, siempre en busca de un teléfono con el que llamar a su familia, o Carmencita, que teme ser raptada por los marcianos. 
Debo reconocer que he sentido un nudo en el estómago al leer esta historia. Quizá porque he perdido en los últimos años a todos mis abuelos, o quizá porque mis padres van cogiendo años, o quizá porque pienso que en un futuro yo también llegaré a viejo, perdón Antonia, a ser "mayor". 
No puedo evitar pensar en otras obras que tratan de este tema: la llegada a la vejez y la necesidad de afrontarla con dignidad, más aún cuando está presente el mal del alzehimer. Destaco ¿Y tú quién eres?, de Antonio Mercero, con los geniales e inolvidables Manuel Alexandre y José Luis López Vázquez, muy similar argumentalmente al trabajo de Roca. Y también, aunque sin la enfermedad como telón de fondo, La balada del Narayama, de Shohei Imamura, en la que se trata, entre muchas otras cosas, el tema de la aceptación de la vejez y la resignación sobre lo que ello conlleva. 
Paco Roca, Premio Nacional de Cómic en 2008, ha creado una historia humana, entrañable y dura al mismo tiempo. No he tenido ocasión de ver la adaptación cinematográfica de Arrugas, dirigida por Ignacio Ferreras, pero creo que merecerá la pena.







domingo, 21 de octubre de 2012

Filosofía Clásica: IVÁ

Releyendo a uno de los filósofos clásicos, el maestro IVÁ, quizá uno de los más grandes después de Sócrates, Platón y Aristóteles, junto con Rosendo, el Perich y Leo Harlem, he encontrado dos páginas de su sinigual Makinavaja bien traídas al hilo de la actual crisis social, moral y ética, amén de económica, religiosa y gastronómica por la que atraviesa nuestra sociedad. Y es que los textos clásicos tienen eso: son imperecederos y eternos y sus máximas pueden ser aplicadas una y otra vez al son de los errores que una y otra vez cometemos los mortales de este planeta llamado mundo. 
Esta semana pasada me vi la película de Makinavaja, la protagonizada por Andrés Pajares, que aparte de un personaje un tanto peculiar, a mí siempre me ha parecido un gran cómico. Me lo pasé en grande, la verdad. También está la serie televisiva con Paco Rubianes, una de esas joyitas de la caja boba a la que merece la pena echarle el guante, más aún a día de hoy cuando no se ven en la pantalla más que a gañanes de medio pelo asumiendo papeles que les quedan grandes en series que tras el bombo y platillo inicial terminan por no dar el do de pecho. 
Bueno, que me enrollo más que una persiana. Aquí van las dos páginas de referencia sacadas del Maki, paridas por aquel genio llamado Ivá, en las que hay más sabiduría que en el Zaratustra de Nietzsche.




miércoles, 17 de octubre de 2012

Tebeofilandia Productions presenta (III)




CRÓNICAS DE LA NAVARRA MEDIA 
(historieta gráfica basada en hechos reales)

Finalizamos con esta tercera entrega el relato gráfico. Nada más se sabe acerca de estos hechos que asolaron el tranquilo pueblo de Mendituerta. La Vladimira no volvió a aparecer. Quizá se haya marchado a otro pueblo de la Navarra Media. Yo me he limitado a contar lo sucedido para poner sobre aviso a la gente. Espero que haya servido de algo. Quizá podamos poner fin a este mal. 







jueves, 4 de octubre de 2012

Tebeofilandia Productions Presenta (parte II):





CRÓNICAS DE LA NAVARRA MEDIA 
(historieta gráfica basada en hechos reales)


Continúa aquí esta intrigante historia real que estremeció hace unos años a las gentes de Mendituerta, un tranquilo pueblo de la Navarra Media. Yo la conozco porque me la contaron o, quizá, porque logré sobrevivir. 








¿Qué fue de la Jenara?, ¿el Eustaquio estaba realmente muerto o andaba de parranda?, ¿cómo llegó el Venancio al ataúd?... Pero, sobre todo, ¿ande está la Vladimira? ¿Podrán don Ciriaco, don Salustiano, Celedonio y Firmo acabar con esta terrible maldición? Todo esto se resolverá -o no- en la próxima y última entrega. 

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Tebeofilandia Productions Presenta


Para compensar con algo mi retraso en la anterior entrada, voy a dejar aquí tres páginas de una historia corta que continuaré en próximas entregas. La dibujé hace algún tiempo. No es gran cosa, pero me ayudó a dejar constancia gráfica de unos hechos que asolaron mi pueblo hace unas décadas. Si tenéis alguna noticia de ellos o conocéis algo que pueda arrojar algo de luz al misterio, por favor, no dudéis en poneros en contacto conmigo. Gracias anticipadas.  


CRÓNICAS DE LA NAVARRA MEDIA 
(historieta gráfica basada en hechos reales)






¿Quién está dentro del ataúd?, ¿por qué les interesa a estos cuatro personajes?, ¿cómo es posible que aúlle un lobo en la noche de la Navarra media? y, lo más intrigante, ¿cómo se explica que a Celedonio, el enterrador, le guste ver Sálvame Deluxe? Todas estas preguntas encontrarán su respuesta en la próxima entrega de esta aterradora historia. Continuará...

Esteban Maroto: la elegancia del trazo


Estoy muy perezoso, lo sé. Demasiado para mi gusto. Ha sido un veranito largo, caluroso y remolón. Y para colmo, no estuve en Pamplona cuando nos visitó Juan Giménez. Esto fue muy duro. Pero ha tenido sus cosas buenas, sin duda, y una de ellas ha sido que ha caído en mis manos un ejemplar de Dossier Negro, número especial con 12 historias ilustradas por Esteban Maroto, ahí es nada. Una vez más se trata de un ejemplar viejo, lleno de ácaros, lo que me dificulta su lectura que, no obstante, no he interrumpido.
Soy un ignorante de la vida y reconozco que mi contacto con la obra de este autor es reducida, aunque en breve me pondré al día. Para empezar, he conseguido -ha sido un regalo- el tomo de 5 por Infinito, edición de lujo de Glenat en cuya lectura me encuentro. Además, quiero hacerme con otros títulos como VampirellaConan el mercenario, con guión de Roy Thomas y muy especialmente con Espadas y Brujas, también de Glenat, que contiene Wolf, Dax y Korsar, ahí es nada. Pero cada cosa a su tiempo.
En el tomo que me ocupa hoy, como se ha adelantado, aparecen 12 historias ilustradas por Maroto con guiones de diferentes autores. Es una obra americana de este autor español, quizá el más internacional de todos. Lo primero que llama la atención de la obra del madrileño es la elegancia de su dibujo, el dinamismo de sus páginas y su capacidad para desarrollar a los personajes. Sus mujeres, y sé que caigo en el tópico, son espectaculares, y de nuevo caeré en el tópico recordando que él es el responsable del bikini metálico de Red Sonja, por no hablar de la imagen mental que todos tenemos de Vampirella. Son historietas del tipo "para no dormir", llenas de monstruos, pesadillas y tormentos, realizadas para Warren Publishing en los años 70. Algunos títulos de ellas hablan por sí mismos: "Perdona nuestras deudas" (con guión de Jim Spenstrum), "Lo ya visto" (guión de Douglas Moench), "¡Mirad lo que han hecho!" (guión de Steve Skeates), "¡Pesadilla!" (guión de Gus St. Anthony), "Extraño en el infierno" (guión de Casey Brennan), "Nemrod", "El uno es el número más solitario" (guión de Allen Milgrom), "Voluntad enterrada" (guión de Douglas Moench), "Los hombres esqueleto" (guión Buddy Saunders), "Producto de la luna" (guión de Douglas Moench), "Caza de lobos" (guión de Joe Wehrle), y "Un grito en el bosque".
El catálogo de argumentos y personajes es variado. A los hombres lobo, vampiros y monstruos del pantano de rigor se suman ogros y seres demoníacos, no faltando episodios de capa y espada, piratas y relatos contemporáneos.
Viendo estos episodios advertimos en ellos detalles que fácilmente encontramos en otras obras mayores como 5 por Infinito, Dax, Crónicas de Atlantis, Conan o, claro está, Vampirella. Se le ha criticado mucho, y ya empieza a ser un argumento cansino, su manera de dibujar, llegándose a hablar en ocasiones de plagio. Sinceramente, creo que en el cómic, como medio de expresión gráfica, el fin sí justifica los medios, de manera que para llegar a transmitir lo que el autor quiere, éste está plenamente capacitado para hacer uso de lo que considere necesario. Y servirse de modelos, fotografías e imágenes pre-existentes es algo lícito, al menos a mi parecer. Y para los que digan que no, si es tan fácil, que lo hagan ellos y a ver si el resultado es el mismo. No quiero con esto desmerecer el trabajo "de memoria" o "de invención" de los dibujantes. Nada más lejos de la realidad. Admiro y respeto profundamente el trabajo de los profesionales del cómic. Pero creo que no es ilícito servirse de referencias visuales para componer las imágenes. Ya lo decía respecto a Sió, que éste empleaba habitualmente fotografías. Incluso Carlos Saura rebela en su introducción a la edición española de Mara, que Sió tenía en su estudio un proyector con el que ampliaba las imágenes. Sé que hay opiniones para todo, pero yo me quedo con el resultado y con la impresión que éste me produce. Sinceramente, leer estas historias de Maroto, dejarse cautivar con las viñetas, con los detalles, es toda una experiencia que recomiendo. 
Por supuesto, volveré a este autor cuando profundice más en su obra. Dejo aquí la portada del Dossier Negro y algunas páginas. 





martes, 24 de julio de 2012

Un poco más de Sió

Este mes estoy que me salgo. Me ha dado fuerte, así que aprovechemos el tirón. Acabo de recibir una edición de Mes peurs (Mis miedos), de la colección Pilote, de Dargaud Editeur, aparecida en 1980. Me parece una curiosidad decir algo sobre ella ya que presenta algunas diferencias importantes respecto a la edición de esta colección de historias de Sió publicada en la revista Drácula. Yo, sirva para empezar hablando claro, me quedo con la edición española, aunque sea por capítulos. No obstante, hay que agradecer el trabajo de editar esta colección de relatos gráficos en el país vecino, que siempre nos ha llevado la delantera en esto de editar cómics. 
Para empezar, la primera diferencia es que Mes peurs apareció en Francia en blanco y negro, con lo que se pierde el sabor popero, a lo Andy Warhol, de la edición de Buru Lan. Es una pena, la verdad, ya que el color de esta edición da a las historias un aire moderno, al tiempo que, a mi parecer, contribuye a intensificar el relato. Aunque esto último pueden ser cosas mías. En cualquier caso, al prescindirse del color, el dibujo adquiere pleno protagonismo y, de este modo, se disfruta de otra manera, más intensamente que en la edición española. Los claroscuros adquieren una nueva dimensión y algunas historias resultan por ello más tenebrosas. 
La segunda diferencia sustancial es que la edición francesa suprime alguno de los relatos aparecidos en Drácula. Para más señas, los siguientes: "Eleonor", "Karen" y "Bittler Bratton". Ignoro por qué esto es así. Quizá por ahorros editoriales, pero es una pena haber prescindido de esas tres buenas pesadillas de Sió. 
Finalmente, hay que reseñar que el orden de las historias seguido en la editorial francesa no es el de la edición española. Aparte de que se suprimen los mencionados relatos, Mes peurs opta por un orden diferente. En la edición española, la sucesión es la siguiente: "Eleonor", "Krazy", "Eloisa", "Alicia", "Karen", "Bittler Bratton", "Lisita", "Minin", "Boutique", Brassière", "Nacional 141" y "Marian". Por su parte, en la edición francesa el orden es otro: "Nationale 141", "Linette", "Alice", "Boutique", "Brassière", "Minou", "Marianne", "Eloïse" y "Krazy". Esto del orden no es muy importante, la verdad, aunque si nos ponemos exquisitos, tiene su aquel, ya que en la edición española se advierte el proceso psicológico por el que atraviesa la creación de los miedos de Sió y que poco a poco se conectan con la coetánea Mara. Así, "Nacional 141" o "Lisita" (en Francia, "Linette"), son relatos estrechamente vinculados con el universo de Mara y, en la sucesión de relatos de Drácula aparecen más tarde en el tiempo que por ejemplo "Krazy", o "Eloisa", que cuentan historias aún no sometidas por el asfixiante ambiente que rodea a la psicótica joven barcelonesa. En este sentido, el orden sí que tiene una razón de ser y quizá la edición francesa debería haber cuidado un poco más este detalle. En cualquier caso, insisto en que hay que valorar positivamente el hecho de poder contar con ella. ¿Para cuando una re-edición de Mis miedos en España? Anímense señores editores, que la historia del cómic se lo agradecerá. 
Por cierto, dejo aquí dos enlaces interesantes sobre la obra de Sió:



Y también la menos trágica portada de Pilote, y ya que estamos que lo tiramos, también la contraportada.




martes, 17 de julio de 2012

Requiescat In Purple Jon Lord

Sé que este es un blog de cómics, pero uno es fan de lo que es fan, y si últimamente me ha dado por los cómics de los 60 y 70 es porque aquella época dio grandes cosas a la cultura, entre ellas un grupo de rock, pionero del heavy, Deep Purple, que parió grandes cosas durante su larga vida, entrecortada en ocasiones por las diferentes discrepancias entre los componentes del grupo. 
Ayer tuvimos la mala noticia de que Jon Lord, fundador y teclista de la formación, fallecía a los 71 años de edad a causa de un cáncer. Para mi desgracia, nunca podré verle en directo con el grupo, pero disfrutaré de sus discos y de ese sonido tan característico del ya mítico Hammond. Para mí, en especial, aquel "Child in time" de Tokio, que siempre me pone la carne de gallina. Requiescat in Purple, Jon Lord, y quédenos tu gran talento y genial ritmo. 




lunes, 16 de julio de 2012

Enric Sió: la plenitud del lenguaje del cómic (II)


Después de un parón alargado por las inevitables juergas sanfermineras que, todo hay que decirlo, este año han sido menores que los anteriores, voy a continuar ocupándome de la obra de Enric Sió. Como ya dejé dicho, siento una especial predilección por la obra de este autor catalán, prematuramente fallecido, al que el cómic español debe algunos de sus títulos imprescindibles. 
Corría el año de 1969 cuando Sió publicó Aghardi, título del que hablamos en la entrada anterior, y comenzaba a madurar la idea de una serie de historietas que serían publicadas en la revista Drácula en 1970 con el título de Mis miedos. Debo reconocer que cuando accedí a estos relatos gráficos me impresionaron mucho. Y no sólo por lo narrado, al estilo de Historias para no dormir, en plan terror psicológico, sino también por el tratamiento dado a cada página, donde Sió hacía gala de un estilo popero que ya había desarrollado años antes en Nus y en Sorang, títulos publicados en fascículos enciclopédicos en Vector 1 y Vector 2. 
Mis miedos es una obra compuesta por doce episodios que fueron publicados entre 1970 y 1971 en la revista Drácula (Buru Lan, números del 1 al 12), en los que Sió desarrolla diferentes miedos o fobias, muchas veces yendo al plano psicológico, que es donde radican los mayores temores. Las historias son las siguientes, por orden de aparición: “Eleonor”, “Krazy”, “Eloisa”, “Alicia”, “Karen”, “Bittler Bratton”, “Lisita”, “Minin”, “Boutique”, “Brassière”, “Nacional I4I”, y “Marian”. No deja de ser curioso que, en no pocas ocasiones, los miedos de Sió tengan nombre de mujer. 
Hay en estos relatos, por supuesto, interesantes guiños a los clásicos del terror como los vampiros aunque Sió  también se anticipa a otros títulos clásicos como The uncanny, estrenada en España en 1977 como Lo oculto, donde Peter Cushing, el cazavampiros por antonomasia, se vuelve tarumba creyendo que existe una conspiración oculta del mundo gatuno contra la humanidad. Hay que echarle huevos para ser tan retorcido. Aunque, todo hay que decirlo, la mayoría de las historias siguen una senda psicológica entre El ángel exterminador de Buñuel (1962) y Repulsión de Polansky (1965). 
Las historietas y paranoias de Sió no dejan de tener su punto, y leídas de noche, en la soledad del hogar, con la tenue luz de una bombilla tintineante, no dejan de tener su encanto. Sí, ya sé que lo de la “bombilla tintineante” es un recurso muy literario, pero hay ocasiones en los que recrear un ambiente no está nada mal. Vamos, que entre leer Drácula en la biblioteca del barrio o en un castillo transilvano, me quedo con lo segundo, previa degustación de una buena sopa de ajos. 
Como ya he adelantado, aparte del argumento de las historias de Sió, lo que más llama la atención de éstas es su tratamiento gráfico. No sólo porque el autor catalán continúa con su particular lenguaje sintético y el ritmo de viñetas que ya señalamos en Aghardi, sino porque introduce aquí el color. Pero no un color en plan realista, sino dejando que las tintas invadan libremente los diferentes planos, al modo del Pop Art, creando de este modo una impresión general estética que, si bien llama la atención al principio, concede a cada plancha un aspecto visual tanto impactante como atractivo. Sió hace, dicho de una manera clara, lo que le da la gana, pero lo hace bien, poniendo cada cosa en su sitio, combinando los colores aunque sin que éstos hagan perder el dibujo y la composición de las viñetas, ni los entintados. En ocasiones da la sensación de que su trabajo está marcado por los ritmos y exigencias editoriales, propias de una publicación periódica, pero lo cierto es que, bien analizados, cada capítulo es una lección de dibujo y de composición. Vuelvo a repetirlo: Sió hace lo que le da la gana, pero porque él puede hacerlo, y todo ello sin que se note ningún atisbo de capricho o de desdén en su trabajo. Me encantaría poder ver alguno de sus bocetos, disfrutar del proceso creador de cada página, ver cómo Sió va encajando las piezas del puzzle para que todo parezca tan sencillo y, a la vez tan complicado. Estas páginas de Sió me producen la misma sensación que cuando leo un buen libro o cuando admiro una obra maestra: qué sencillo parece todo y, sin embargo, qué complicado resulta hacerlo. No obstante, todo hay que decirlo, este estilo popero e innovador, se respira en toda la revista Drácula, en la que colaboraron otros dibujantes como Esteban Maroto, José María Bea, Alberto Solsona, Alfonso Font, etc. Ahí es nada. 
Ya para “Lisita”, el séptimo de los relatos de Mis miedos, se advierte un cambio en la orientación de los mismos, que se apartan de lo fantasioso del terror y tienden más hacia un tipo de miedo más real, producido por seres vivos sumidos en una desesperación o en una locura. Además, hace acto de presencia el fanatismo religioso de una sociedad, la española, aún sometida a un régimen opresor. Y es que este relato coincide en el tiempo con otro título, Mara, nacido de una idea de su amigo guionista Andrés Martín, y que para muchos es no sólo la obra maestra de Sió, sino del cómic español. No sé si lo es para tanto, pero de lo que no cabe duda es que cualquier buen aficionado debería leerla, al menos para poder opinar sobre ella. 
Mara es tan interesante como subyugadora. La sensación que produce su lectura es extraña. Creo que es lo más parecido a ver una película de Buñuel o de Saura. Uno sabe que está ante una historia contundente, relatada de manera magistral, pero que, sin embargo, le va a acabar asestando un puñetazo en la boca del estómago.  Por cierto, que me paso esto mismo hace no mucho viendo La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata).
Mara se publicó a partir de 1971 en la revista italiana Linus. Consta de 16 episodios, a modo de microhistorias, que no vieron la luz en España hasta 1976, cuando aparecieron censuradas en la revista Sunday. En 1980, Nueva Frontera recuperó las historias en formato libro, con prólogo de Carlos Saura. Este es el tomo de referencia para cualquier buen aficionado. 
A modo de macrohistoria, Mara relata las vivencias de una familia de la burguesía barcelonesa de tiempos de la dictadura. Una burguesía decadente, sumida en rituales entre sacros y sacrílegos, a medio camino entre la devoción y el encanto de una burguesía que lejos de ser discreto, resulta muchas veces morboso. Este clima general está enfatizado por dos hechos, a mi parecer, elementales en todo el proceso narrativo, al margen, claro está del aspecto visual. Por un lado, el entorno en el que se desarrollan los hechos, una antigua casona instalada en algún barrio rico de Barcelona, otrora magnífica y señorial, pero que ahora se torna poco menos que morada de los monsturos, habitáculo de la más baja moral, una mezcla de castillo de Drácula, la casa de Norman Bates – ojo que en el relato “Aquello” hay un guiño evidente a esta película-, y aquel otro pisito londinense en el que a la pobre Carol Ledoux se le irá la pinza. Todo eso sí, con su jardincito, su piscina y su correspondiente capilla. 
Ya en el primero de los relatos, “Rito”, somos iniciados en una ceremonia tan sinsentido como atrayente, en la que cuatro personajes, con aspecto circunspecto, desempeñan su papel con abnegada devoción. Una jovencita de larga cabellera, con la mitad superior de su cuerpo desnudo, es sometida a un rito de dolor por parte de dos personajillos que, si se me permite decirlo desde ya, dan bastante grima. Se trata de una niña ataviada como una muñeca de porcelana, de esas que te encuentras en casa de la tía del pueblo y que siempre te ponen los pelos de punta, y un mocoso vestido con traje, chorreras y sombrero de copa, que se lo pasan de miedo hostigando a la jovencita, que se deja maltratar, todo ello siendo contemplados por una anciana sentada en un sofá y que se relame de gusto con la escena. Lo más chocante de todo es que, tras este “juego ritual”, la familia pasea por el parque tan ricamente. Los personajes en cuestión son la jovencita Mara, Luisita o Sita, David, y la abuela, que más adelante sabremos que se llama Adelina y que procede de una rancia familia catalana. 
En Mara, Sió juega con todo lo que de miedo psicológico tuvo nuestra infancia. Los pequeños de la casa no dudan en hacer uso de esas tijeras de sastre que muchos hemos visto en los cajones de nuestro salón y que, mal usadas, pueden servir para cometer un crimen o hacer una fechoría. Recurre también al mundo del circo que, dicho sea de paso, a mí siempre me ha dado muy mal rollo. Porque aquello de los payasos de la tele desgañitándose para ver qué tal estábamos daba bastante repeluzno. Igual es por culpa de It, pero a mí los payasos siempre me han cohibido un poco. Para más inri, Mara invitará a su cama a un payaso, Derek, que será su amante, labor compartida con un primo suyo, Gustav. Hay mucho de Buñuel en esa tétrica compaña circense que morará en los alrededores de la casona, sin olvidar aquel título de Tod Browning (Freaks, 1932), tan acojonante. Por supuesto, hay un gato por los alrededores, que para eso los mininos se han ganado fama de seres demoníacos. Hay también estatuas, muñecas, figuras con alfileres clavados, hipnosis, asesinatos, traumas familiares, y hasta una cofradía de penitentes… Vamos, lo propio de cualquier familia de alta cuna -yo sin ir más lejos tengo una cofradía entera en el ropero de mi cuarto-. Y todo ello en un ambiente entre tétrico y lujoso, con detalles de encanto y decadencia modernista, con el tamiz del claroscuro.
Mara no tiene desperdicio, aunque su lectura requiere un ejercicio de abstracción. Resulta rara a día de hoy, aunque no ha perdido su encanto y sigue conservando todo su esplendor. Claro que exige, a mi parecer, una cultura previa. No es que yo vaya de sobrado, pero quiero decir que para disfrutarla plenamente hace falta comprender algo el contexto sociopolítico en el que fue creada y en el que se ambientan los relatos. Además, todas las referencias literarias y fílmicas que campean por sus páginas son otro punto a tener en cuenta. Desde La parada de los monstruos a Viridiana, de Psicosis a Repulsión, pasando por algunos relatos de terror y todo ello sintetizado en el día a día de una familia un tanto anormal pero que es producto de una realidad social y política real.
A día de hoy quizá sorprenda que esta obra fuera censurada, pero resulta que si nos situamos en el contexto de los años setenta, hay en Mara mucho de censurable por aquellos que querían mantener el orden. En primer lugar, la imagen decadente de una burguesía sobre la que se amparaba el orden. En segundo lugar, la simbiosis entre rito sacro y ritual sacrílego que aparece en Mara con absoluta normalidad. En tercer lugar, la actitud de una jovencita de “moral distraída”, como solía decirse, que igual le da arre que oricain, como solemos decir por aquí, y que no sólo se somete a la debilidad de la carne –lagarto, lagarto- sino que además lo hace sin tapujos, llevando a su alcoba a lo más selecto, su primo, sangre de su sangre, carne de su carne, de la misma que su familia, o a un payaso, un paria, comparsa de la parada de los monstruos. La cantinela de la cofradía de la Vera Cruz que en “El día de San Ignacio” socorre a la familia del ataque de los “monstruos” es para caerse de espaldas, que estamos en el 75: “Los contornos de tus muslos son como joyas, obra de manos de artista; tu vulva como una copa redonda, nunca falta de vino templado”. Hace apenas un par de siglos estas dos viñetas hubieran sido suficiente para llevar a Sió a la hoguera. 
La primera historia de Mara se publicó en el 71; la última en el 75. Ahí es nada. Ello da buena muestra del trabajo que supuso al autor y de su meditada creación. Todo ello es palpable en cada página, en cada viñeta. El lenguaje del cómic está desarrollado en ellas hasta límites insospechados. Se le ha criticado a Sió el excesivo uso de fotografías pero… ¿alguien se acuerda de ello a la vista del resultado? Como señala Saura en su prólogo, quizá Mara sea un rito vudú a través del cual Sió expulsa sus miedos interiores. Quizá se trate de una autobiografía transcrita a través de los personajes más extremos que uno pueda imaginar. Quizá en Mara “hay un autor inteligente y sensible que está intentando expresarse y comunicarnos sus secretos más íntimos, y que al mismo tiempo que intenta esa comunicación se libera catárticamente de una pesadilla”. 
No sigo que me enrollo más que las persianas. Recomiendo vivamente la lectura de Mis miedos y de Mara. A poder ser por este orden. La obra de Sió se proyecto mucho más allá, a través de relatos publicados en diferentes revistas, entre ellas Rambla. En todos estos trabajos, quizá menos ambiciosos, el autor catalán continuó desarrollando su particular lenguaje y nos ofreció interesantes reflexiones acerca de la sociedad pero también de su pensamiento. Destaco uno de ellos, "40 en los 80", publicado en Rambla (n. 23, 1984) en donde un personaje, sospechosamente parecido físicamente a el propio Enric, reflexiona entre trago y trago, jovencita y jovencita, sobre el trabajo del guionista.  Os dejo aquí unas cuantas páginas para el deleite de los sentidos y el germinar de vuestras pesadillas.







miércoles, 6 de junio de 2012

Enric Sió: la plenitud del lenguaje del cómic (I)


Toca ahora el turno de hablar de uno de los más grandes del cómic español. Ese es Enric Sió por cuya obra, debo decirlo desde ya, siento una especial debilidad. Y es que leer cualquiera de los trabajos de este autor catalán supone situarse ante dos planos muy sugestivos. Por un lado, el que ofrecen sus originales ideas que siempre parten de lo cotidiano, aunque en ocasiones introducen elementos míticos y mágicos, por no hablar del componente erótico, que las hacen más sugerentes; y, por otro lado, el que ofrece su total dominio del medio y que constituye no sólo una seña de identidad de su trabajo, sino una de las aportaciones más importantes de los últimos años al lenguaje propio del cómic. Enric Sió es grande y dejó este mundo en su mejor momento –falleció en Barcelona a los 56 años de edad-, aunque se hallaba ya algo alejado del trabajo del cómic, inmerso en otro tipo de proyectos editoriales. En cualquier caso, sus logros hablan por sí mismos. En 1969 obtuvo el premio Lucca, dos años después el Yellow Kid, y más tarde el European Illustration por el libro Autodafe. Y sobre todo, dejó para nuestro disfrute algunos de los títulos más memorables del cómic. 
El trabajo de Enrico Sió bien merece, al menos, dos entradas. No he leído todo lo que publicó este autor. Me quedan aún algunos títulos importantes de su trabajo como Lavinia 2016, Nus y Sorang, publicados en la década de 1960. Igualmente, no he tenido aún acceso a algunos relatos cortos aparecidos en diversas revistas españolas y extranjeras. De Sió conozco bien Aghardi, Mis Miedos, Mara, Profanadores de tumbas así como algunas historietas aparecidas en las revistas Rambla y La Oca. Sólo con los cuatro primeros títulos uno ya tiene para rato.
Atendiendo a la cronología de los hechos, es decir, de los míos propios, en esta entrada voy a tratar sobre todo de Aghardi y de Profanadores de tumbas, los dos primeros títulos que leí de él, dejando Mis Miedos y Mara para la próxima ocasión. Cabe adelantar aquí que para muchos, Mara es la obra maestra del cómic español. Yo no sé si lo es tanto, pero no me cabe la menor duda que si tengo que elegir tres títulos, éste sería uno de ellos. 
Sió publicó Aghardi en 1969 y lo hizo primero a modo de serie en la revista italiana Linus. Mundo Joven sacó una versión censurada, no llegando la versión íntegra a España hasta 1979, cuando Nueva Frontera la editó en un volumen sin censuras. El argumento es, en apariencia, sencillo. Relata la aventura de una expedición científica que debe elaborar un informe sobre posibles testimonios alienígenas y su relación con las antiguas civilizaciones terrestres. Dicho así, la cosa pinta bien, al menos para quienes nos gustan este tipo de temas. El contexto es propicio para ellos ya que en los 60 se llevaban estas cosas. Un libro de Pauwels y Bergier, que en España se publicó con el título de El retorno de los brujos, hablaba de estas cuestiones y se convirtió en un best seller. La hipótesis del relato era la convivencia de las antiguas civilizaciones terrestres (incas, mayas, egipcios, tibetanos, etc.) con los alienígenas. Vamos, el eterno dilema de si las pirámides las construyeron los hombres o seres venidos de otros mundos con ganas de doblar el lomo. Kubrick también se sumó al grupo con su 2001, subidón de psicotrópicos incluido en la secuencia final. 
La historia se divide en cuatro capítulos (uno introductorio sin título, Kukulcan, Viracocha, y Maitreya) a los que se une un relato corto protagonizado por dos de los personajes, Steve y Martha, inspirado en un cuento de Juan Perucho, que se titula Gholó. 
Una de las cosas que más llama la atención del trabajo de Enric Sió es la hondura psicológica de sus personajes, que lejos de ser lineales, plantean en su ser dilemas éticos y morales. Esto se aprecia tanto en la confrontación de caracteres como en las relaciones personales. 
Aghardi plantea la confrontación de caracteres entre Sam, la científica racional que, aunque creyente de las presencias extraterrestres, no está dispuesta a elaborar un informe que comprometa su prestigio profesional, y Jo, filólogo, soñador, al que no le importa asumir el hecho de que las evidencias hablan por sí solas y que confirman la relación pasada entre las civilizaciones antiguas y alguna civilización extraterrestre. Este dilema me recuerda a uno que leí en el libro de J. J. Benítez Existió otra humanidad, en el que se oponen la visión de quien cree firmemente que existió una humanidad anterior a la nuestra, ultradesarrollada y que, claro está, terminó autodestruyéndose, y la del que considera que todo eso no son más que patrañas. En el caso del relato de Sió,  aunque Sam está un rato buena, yo me quedo con Jo.
Otro dilema  interesante en Aghardi es el del triángulo amoroso entre Steve –fotógrafo un tanto dandy contratado para elaborar el correspondiente reportaje-, Martha –la ayudante de Sam, vamos, una especie de becaria sesentera- y la mencionada Sam. Es ésta quien en las primeras páginas presenta a los otros dos, que pocas viñetas después ya se lo están montando, con todo lo que ello tiene de explícito en la obra de Sió. Durante buena parte del relato asistimos a la relación de ambos que, ciertamente, ayuda a hacer más placentera la expedición. Sin embargo, en un momento determinado, Sam decide meterse en medio, no sabemos si para fastidiar a su amiga o al fotográfo, o a ambos, y seduce a Steve que, dicho sea de paso, tampoco es que se muestre muy reacio a ello. Creo sinceramente que el capítulo final de la historia, "Maitreya", puede interpretarse, entre otras formas, como el dilema moral de Steve que se encuentra, a través de un viaje interior, entre Martha -Aghardi, la ciudad de la luz-, y Sam -Samballah, la ciudad de las tinieblas-. 
No puedo evitar al ver algunas de las viñetas de Sió, en particular aquellas en las que aparecen jóvenes muchachas en posturas sugerentes o en actitudes deshibidas, pensar en las sensuales fotografías de David Hamilton, autor contemporáneo al dibujante catalán y cuyo trabajo debió conocer éste. Hay en ambos un erotismo evidente, a veces explícito, otras veces contenido, pero atractivo siempre, donde la mujer alcanza un grado de sugerente sexualidad pocas veces captado por otros autores. No se trata de un producto sexual sino de una creación artística en la que el elemento erótico adquiere una categoría estética de gran lirismo. Ambos autores proponen un canto a la libertad sexual, a la liberación de los moralismos puritanos y al florecimiento y experiencia de la sexualidad. Como es bien sabido, el elemento erótico es fundamental en la obra de Sió. Pero lejos de ser una excusa para desnudar bellas jovencitas, no resulta exceso sino complemento de la narración. Su manera fotográfica de tratar los gestos y actitudes sensuales y desinhibidas de sus muchachas supone muchas veces un contrapunto al drama o tragedia narrada. Es ese erotismo buñuelesco que sin mostrar nada lo sugiere todo. Es un erotismo que más que a la vista va dirigido a la imaginación. Quien haya visto Belle d'jour me entenderá. Y no por ello nos evade del drama narrado sino que lo fortalece. 
Ya en Nus y Sorang, trabajos de los que conozco algunas páginas, Sió había revolucionado el medio narrativo, aportando al lenguaje del cómic una frescura y una libertad casi total en el uso de los múltiples recursos técnicos donde la fotografía adquiere un lugar clave. A veces se le ha criticado a este autor su excesiva dependencia de las reproducciones para desarrollar su trabajo, así como el uso de proyectores y otros medios de ampliación de imágenes. En cualquier caso, como dijo el escultor Alonso Cano a un canónigo que consideraba excesiva la cantidad que pedía por una de sus tallas, “si le parece tan sencillo, hágalo usted mismo”. Quiero decir que, si es verdad que el procedimiento puede llevar a quitarle mérito al autor –aunque yo no soy partidario de ello- la realidad es que el resultado final es soberbio y, a fin de cuentas, eso es lo que cuenta. En este caso, el fin sí justifica los medios. 
Hay una influencia no encubierta de Guido Crepax en la obra de Sió, pero el lenguaje de éste último adquiere total personalidad. Sus dibujos son fácilmente reconocibles, sobre todo a partir de 1970. Sió es Sió y nadie más.
Preguntado en 1979 por qué destacaría de toda su obra, Sió respondía que “quizás Aghardi”. Esto la verdad, me suena a estrategía de marketing, como cuando le preguntan a un actor sobre cual de las películas de la saga que protagoniza es la mejor y el va y dice "sin duda, la última, que es la que estoy promocionando", aunque ponga cara de no creérselo. En el caso que nos ocupa, yo también me quedo con Aghardi, aunque hay que reconocer que Mara es un trabajo más completo y personal. Pero esto queda para otro día. En cualquier caso, Sió argumentaba su afirmación señalando: “con Aghardi empecé a escribir yo mismo el guión y a partir de ahí consideré como muy importante escribir yo mismo el texto” (El País, 29 de julio de 1979). Vamos, que Aghardi es su primera obra en su totalidad, y eso sin duda marca. 
Dejo aquí unas páginas de la historia. En ellas se ven muchos de los aspectos que caracterizan el trabajo de Sió: concepción integral de la página, ritmo secuencial en las viñetas, alternancia de positivos y negativos en las imágenes, síntesis, contrastes de luces y combras, destreza en el dibujo, y, sobre todo, originalidad.
Lo del título bien merece un comentario. Aghardi o Agharti es uno de tantos mitos y se refiere a una ciudad de la luz oculta en las entrañas de la Tierra, similar al Shangri-La tibetano. Este misterioso reino subterráneo, situado al parecen en alguna parte bajo Asia –que es como decir “una aguja en un pajar”- se encontraría conectado con otros continentes mediante una gigantesca red de túneles que partirían de la superficie terrestre desde formaciones naturales o construcciones de otras razas –terrestres o alienígenas-. Por supuesto, la Atlántida aparece en el relato, ya que cuentan, dicen, se comenta, que esta civilización poseía manuscritos que permitían el acceso a los iniciados. Hasta se habla de un pueblo anterior a todo lo conocido, integrado por los primeros seres inteligentes que habitaron el planeta. Claro que esta teoría choca radicalmente con aquella otra que formula que aún no se ha conocido tal tipo de seres en la Tierra. Las entradas a este inframundo estarían localizadas en zonas de las antiguas civilizaciones así como en islas remotas que en otro tiempo fueron las cimas montañosas de la Atlántida. En cualquier caso, no confundir estas entradas con las que nos conectan con el mundo de los cenobitas, ya que es mejor no abrir determinadas puertas. Aunque agusto me iba con Pinhead de juevintxo. 
En oposición a Aghardi, ciudad de la luz, se encuentra Samballah, ciudad de las tinieblas, que todo en este mundo tiene su yin y yang. Samballah, Schamballah, Shambhalla, o como narices se llame es otro reino mítico, al parecer escondido en las montañas nevadas del Himalaya y le pasa como a Aghardi, que no hay agencia de viajes que te sepa llevar. Así que es más que probable que se trate de un destino mental, subconsciente, o inconsciente, que me da a mí que yo he estado allí alguna vez en los Sanfermines. 
Curiosamente, en una de las aventuras de Zephid, título de Cidoncha y Azpiri, el héroe también se halla en el dilema de Agharti y Samballah, lo que confirma la comedura de tarro de toda una generación por el tema. 
Respecto a Profanadores de tumbas, publicada en 1980 por Nueva Frontera, parece una especie de capricho o de entretenimiento del autor y constituye una nueva delicia para el aficionado al buen cómic. Cuenta la historia de Bobby Crane, un dandy británico que acaba de doctorarse en Egiptología y que se encuentra de visita en El Cairo. En su deambular fardón en un cochecito de papá, topa con un chulo norteamericano que increpa a la guapa de turno, con la que parece mantener una relación sentimental. Tras el consiguiente rifirrafe, que para eso el chaval va de sobrado, volverá a coindidir con ellos mientras visita el museo y de nuevo, al ver como el tipo maltrata a la joven, le asestará a aquel un banquetazo y se llevará a la chica, que se llama Nancy y que resulta ser muy educada ya que sabe como agradecerle al héroe su gesto. Ambos deciden fundirse los cuartos viajando y viendo monumentos del antiguo Egipto donde, claro está, hace mucho calor y el calor lleva a lo que lleva. En una de estas encuentran el acceso a una tumba real en la que hallan un fabuloso tesoro y a partir de aquí deberá ser el lector el que descubra el acontecer de los hechos, que de otro modo le privaría del disfrute de una buena historia. 
De nuevo, la secuencialidad de las viñetas y la frescura del dibujo resultan gratificantes en este divertimento que ayuda a pasar un rato agradable. La verdad es que al final hecho en falta alguna página más ya que la historia acaba abruptamente. Pero en cualquier caso, recomiendo mucho su lectura.
En una noticia de 2010 leí que un grupo de Badalona estaba reivindicando que el ayuntamiento de la localidad natal del autor le pusiera su nombre a una calle. Vamos, hombre, accedan a ello!!! Durante años hemos tenido que pasear entre nombres insulsos, cuando no siniestros. Bien merece que estas cosas estén dedicadas a personas de verdadera valía.  
Dejó aquí algunas páginas de los trabajos comentados. Aunque, claro está, es el conjunto de los mismos el que ofrece la talla de este autor.





martes, 3 de abril de 2012

Haxtur, redención o la eterna lucha contra la tiranía



Como con otros autores, mi contacto con la obra de Víctor de la Fuente fue casual. En concreto, conocí su trabajo gracias a un ejemplar editado por Toutain en la serie Cuando el cómic es arte, adquirido por apenas 300 de las antiguas pesetas en una librería especializada. Vamos, lo que comúnmente se denomina un chollazo. En ese ejemplar se incluían algunos capítulos de sus trabajos más conocidos (Sunday, Matahi-Dor, Haggarth, Haxtur –de la que nos jodían el final-, así como una referencia a Amargo y una galería de dibujos, páginas e ilustraciones varias). Para mí fue un descubrimiento, tal era mi ignorancia, y aquellos trabajos quedaron desde entonces prendidos en mi retina, sabiendo desde entonces que tarde o temprano acabaría dedicándole al autor y su obra la atención que merecían. Tardaría un tiempo en hacerlo, pero la espera mereció la pena. 
De Víctor de la Fuente no se pueden decir más que elogios. Magnífico dibujante, creador de páginas memorables, comprometido con la realidad de su tiempo –aunque para ello haga uso de la referencia a otros tiempos, reales o ficticios-, tuvo que sufrir en sus carnes la censura de una dictadura –de todas las dictaduras- que veía en sus trabajos una amenaza –tal es la fuerza del cómic- y que, como otros autores, tuvo que marcharse al extranjero para poder respirar allí un arte menos viciado de egolatrías y de soplapolleces. No sé quien dijo que cuando el cómic merezca la atención que se merece en este país, y que cuando las páginas magistrales sean consideradas obras dignas de figurar expuestas en los principales museos, a Víctor de la Fuente habría que dedicarle un espacio. Voto por ello y, añado que yo le destinaría una sala, sin duda.
Como en muchos otros casos, debo reconocer que mi lectura de sus trabajos ha sido limitada, aunque espero ampliarla en lo sucesivo. Resulta complicado hacerse con ellos, pero merece mucho la pena conseguirlos. Todo se reduce a dos títulos, para mí ya memorables y totalmente recomendables: Haxtur, publicada en 1970 en dos tomos por la Editorial Doncel, y Mathai-Dor, historia inconclusa que yo he leído en la revista Bumerang. Hoy me voy a ocupar del primer título.
Haxtur está considerado como uno de los títulos grandes del cómic español. La obra hace justicia a este honor. Y ello se debe no sólo a la parte gráfica, que resulta magnífica y que constituye toda una lección de dibujo y de planteamiento secuencial, sino, y quizá más aún, por su argumento. Aparentemente, Haxtur es uno más de los habituales cómics de espada y brujería, populares en la época y que tienen en su coetáneo Conan el Bárbaro, que comenzó a publicarse precisamente en 1970 a partir del personaje creado casi cuatro décadas antes por el escritor Robert K. Howard, Kull de Atalantis. Pero las semejanzas entre ambos desaparecen desde el primer momento y, de hecho, no trato de compararlos en absoluto.
Ambos personajes viajan, buscan, pero si bien el bárbaro lo hace en un mundo real –aunque imaginado por el autor, ya me entendéis-, el viaje de Haxtur se desarrolla por un mundo que, aunque de apariencia real, bien podría resultar ser onírico, imaginario o espiritual. Esta es la sensación que me produce la historia una vez leída. Claro está, que es una impresión personal y, por lo tanto, discutible. 
Haxtur, que así llamaremos al personaje protagonista, es en realidad un guerrillero que comienza huyendo de una masacre perpetrada por soldados enemigos –seguramente gubernamentales de algún país sudamericano-  en la que han caído todos sus compañeros, entre ellos un tal Manuel, especialmente llorado. Esto ya nos indica que ese personaje, ese guerrillero, de aspecto a lo Che Guevara, no tiene mucha pinta de llamarse Haxtur, sino más bien José, Ernesto o Evaristo. Es por tanto un nombre simbólico y, ya de entrada, comprendemos que esa va a ser una tónica habitual en la historia: la presencia de los símbolos. 
Haxtur, que así llamaremos al héroe, comienza sin ambages, a lo bestia, transportado tras la matanza a un entorno de aspecto fantasioso. Es entonces cuando lanza al viento las cuatro preguntas a las que tratará de dar respuesta a lo largo de la historia: “¿Por qué?, ¿por qué suceden la cosas?, ¿por qué la muerte ha de vencer a la razón?, ¿tengo, yo, derecho a estar vivo?”. Sí, menudas preguntas, desde luego, que alguno respondería como el anecdótico alumno del examen de Filosofía, preguntando a su vez, “¿y por qué no?”. 
Tras esta introducción, entra en escena un reptil gigante, surgido de la nada, al que el héroe se enfrenta. Tras abatirlo, cree que ello es suficiente para redimir de la muerte a sus compañeros, pero no lo es en realidad. La muerte surge de nuevo y, dando un salto en la historia, aparece apresado en un aspa, a lo San Andrés, portado por cuatro figuras, del tipo de los cuatro jinetes del apocalípsis: un vikingo, un tipo con una túnica negra, otro con pinta de sepulturero y otro vestido como un oficial de húsares. Son ellos los que revelan al infeliz que matando al reptil a dado fin al padre tiempo y que, por lo tanto, para hallar respuesta a sus preguntas, deberá iniciar una búsqueda como portador de un terrible poder: el de tener en sus manos el destino de toda la especie humana. Ahí es nada.
Haxtur se convierte así en un héroe, a lo Eneas, Hércules, Teseo, Gilgamesh o Moisés, que debe iniciar un largo camino de búsqueda para hallar la verdad. El argumento es viejo en la historia literaria y cultural, pero la manera de desarrollarlo resulta muy atractiva. El mundo por el que transita Haxtur está plagado de personajes inmundos, seres diabólicos y alguna que otra alma caritativa; la magia está presente en muchas ocasiones, al igual que un componente científico que resulta en ocasiones anacrónico –si tuviéramos claro el tiempo real en el que se desarrolla la acción-, la tecnología, la ciencia, la alquimia, la fuerza bruta y el ingenio. 
Haxtur desarrolla su camino no sólo a través de bosques, llanuras, valles y montañas, sino también en ocasiones adentrándose en las profundidades de la tierra, en grutas y laberintos subterráneos en los que deberá enfrentarse a retos. Es, por tanto, un neófito que, como todos, se adentra en las entrañas del mundo para completar su viaje iniciático y alcanzar el conocimiento, tal y como relata Sánchez Dragó en su Gárgoris y Hábidis. En la primera aventura del tomo segundo, el héroe ingresa en las ruinas de un templo donde habita Khut, a cuya presencia llega acompañado de un extraño ser encorvado con pies de ave de presa –como nuestras lamias-, y tras enfrentarse a un reptil gigante, animal totémico por excelencia, dragón inexpugnable de todos los mitos, le es revelada una gran verdad, la cual, deberá conocer el lector. Pero el ejemplo más claro de esto que digo, de esta búsqueda subterránea, aparece en otra aventura en la que Haxtur es engullido literalmente por la tierra, cayendo por una especie de trampa, que le obliga a recorrer una ruta cavernosa donde encuentra a un nuevo brujo que, provisto de un tambor mágico, es capaz de alterar la apariencia de las cosas, poniendo a prueba al héroe. El brujo insiste a éste que ha llegado al final de su camino, pero Haxtur es claro al expresarle que debe continuar ya que “al final está la respuesta que busco”. Es entonces cuando el brujo le hace subir a una plataforma mágica en la que nuestro héroe se enfrenta primero a un monstruo inmaterial, obra del subconsciente, que desaparece de su vista cuando renuncia a enfrentarse a él –magnífica lección esta-, y posteriormente, rechaza matar a un pobre condenado que aparece ante él encadenado a una piedra. Sólo cuando Haxtur descubre el embuste y rompe el tambor mágico del brujo se da cuenta de que se encontraba dentro de una ilusión y de que, en realidad, nunca había penetrado en el interior de la tierra, sino que siempre se había encontrado en su superficie: “La ilusión se ha esfumado. Todo lo que me rodeaba era un espejismo provocado por la magia de los símbolos”. ¿No es la magia de los símbolos, de las imágenes, de la mera apariencia, la que muchas veces nos engaña y nos oculta la verdadera realidad de las cosas?”. Porque recordemos, que “no es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida”.
En el tomo segundo, Víctor de la Fuente radicaliza su crítica a la tiranía. Tras enfrentarse a Khut en una noche terrible por los subterráneos de un antiguo templo -Khut desea reencarnarse en el cuerpo del héroe y con ello "enmendar la conducta de los héroes"- Haxtur ayuda a una hermosa joven acompañada de Gha, una fiera pantera, a enfrentarse a los Rans y recuperar la piedra negra con la que poder descifrar la clave de los escritos que otorgan a su pueblo los mismos derechos que sus tiranos. La lucha contra la dominación es manifiesta y se hace más evidente en el reto siguiente en el que Haxtur es capturado por una tribu de licántropos y expuesto a un enfrentamiento a vida o muerte contra el jefe. Esta historia es apasionante en cuanto a la exposición de la sinrazón dictatorial. Haxtur, gracias a su pericia en el combate cuerpo a cuerpo, consigue desarmar a su atacante que, una vez desprovisto de su arma, se muestra sumiso y asustadizo. Su pueblo, al verle desprovisto de su ferocidad, se abalanza sobre él ante la estupefacción de Haxtur que, a la vista de tal injusticia, tal es su grandeza humana, decide ayudar a aquel ser que hasta hace poco quería acabar con su vida. Pero éste, una vez a salvo y cuando parece abatido, en vez de mostrar su gratitud a su salvador, vuelve a atacarlo. Es aquí cuando el héroe se da cuenta de la obcecación de aquel monstruo y de que no le queda otra opción que la de acabar con la vida de quien siempre ha sido su enemigo. La tribu arroja entonces sus armas a los pies de Haxtur quien, al alejarse para proseguir su camino, expresa: "... Parece que estaba tratando de ayudar a un tirano".    
Al final, la búsqueda de Haxtur resulta ser doble ya que en la penúltima aventura llega a enfrentarse a sí mismo: “Nuestro yo se ha dividido. Ha separado el instinto del sentimiento, para que cada uno busque la verdad por su lado”. Y es más, se dice a sí mismo: “sólo cuando una parte de nuestro yo sea eliminada, nuestro espíritu alcanzará la respuesta. ¡Todas nuestras preguntas serán contestadas…!” Dirigiéndose sin armas al lugar en el que se encuentran las respuestas, son sorprendidos por un grupo de soldados que disparan contra ellos, acabando con uno. El otro consigue despistarlos y llega a su destino, al final del viaje, donde se supone se encuentra la respuesta a todo. El círculo se cierra y ante él, exhausto tras su caminar, aparecen de nuevo los cuatro personajes que iniciaron su búsqueda. Uno de ellos, el que tiene pinta de sepulturero, le dice: “Has descubierto por ti mismo todo lo que la razón puede enmendar, pero ahora tienes ante ti la prueba suprema… ¡La muerte!”, y el vikingo le pregunta: “¿Puede algo la razón contra la muerta?... ¡Respóndete a ti mismo!”. La respuesta de Haxtur sorprende, ya que en ella la muerte parece adquirir un sentido a favor de la razón: “¡Cuando la muerte justifica algo, la razón sobrevive”, sin embargo, el sepulturero, tras llamarlo insensato, abre los ojos del héroe: “Mira al pasado, tu lucha y la de tus compañeros no es más que un pedestal para erigir nuevos ídolos… Los muertos servirán siempre como bandera a los que vencen. Cada muerto es una bandera más para el vencedor… y cuantas más sean las medallas, mucho más brillarán y su brillo no dejará ver los cuerpos de los que murieron sin pretender ganarlas”. Y concluye diciéndole: “La verdad está en cada uno de los de tu especie, para cada uno hay una respuesta distinta… ¡y no todos tienen la tuya!”. Dicho esto, el héroe se desploma y los cuatro jinetes siguen su camino en pos de la purificación del mundo. Alguien pregunta por tres veces “¿por qué?” y la historia acaba.
Un tema clave en Haxtur es la capacidad del héroe para hacer uso de la inteligencia antes que de la fuerza o, si se prefiere, el uso del ingenio para superar las situaciones adversas. Haxtur sólo usa el acero cuando la razón no tiene posibilidades de triunfar. En diferentes ocasiones, Haxtur dará muestra de su habilidad para construir artefactos con los que superar las pruebas que encuentra por su camino. Así, cuando tiene que enfrentarse a los Griks -robots que bajo el dominio de un tirano, someten a su vez a los hombres del pantano, los Gnars- hará uso de cuerdas para precipitarlos al pantano, donde son destruidos debido a un cortocircuito; o cuando en la aventura siguiente, tras salvar a la dama del árbol, construye una rueda gigante para lograr salir de un risco en el que ha quedado aislado; o en la última aventura del primer tomo, cuando para escalar los muros de la fortaleza en la que se esconde el tirano Mockt, hace uso de una cuerda y una madera. Del mismo modo, su ingenio le permitirá escapar del brujo Khut, convirtiéndolo en estatua de piedra con uno de sus ingenios mágicos. También logrará vencer con el ingenio a dos captores jinetes. Al vencer al segundo de ellos y derribarlo de su montura le expresará con enorme dignidad: "Te voy a dejar sin armas, sólo para que aprendas que los humanos no son cobardes y débiles... que la fuerza del hombre está en su propia dignidad y para conservarla, lucha con más fuerza que el más fuerte guerrero".
Víctor de la Fuente tuvo problemas para publicar Haxtur en España. La censura aquí existente le pasó factura. Todo lo que oliera a librepensamiento, a crítica o a simple amago de ésta, era cortado por lo sano. Gracias a Dios, las cosas cambiarían con el tiempo, y a día de hoy uno puede explayarse a gusto no sólo en la lectura de la obra sino en su comentario. 
Hablar de la parte gráfica de Víctor de la Fuente es hablar de uno de los episodios más brillantes del cómic en España. Realmente este autor se encuentra en la cúspide de nuestro cómic junto con la obra de otros tantos nombres destacados que irán saliendo aquí en sucesivas entradas. De la fuente es un magnífico dibujante, preciso y atento al detalle, para quien la parte gráfica es consustancial a la argumental. La fuerza y el realismo de sus dibujos confirman el mensaje que nos transmiten sus personajes, sea este bueno o malo. Resulta una auténtica gozada deleitarse en cada viñeta y, con éstas, en la estructuración de cada página, en la que todo está perfectamente encajado. Recomiendo vivamente leer con atención a Víctor de la Fuente, observar minuciosamente sus viñetas ya que en ellas aparecen detalles que no son explicados pero que forman parte de la historia. De la Fuente es de la vieja escuela, cuando las narraciones no lo daban todo al espectador y se precisaba de la atención de este para descifrar algunos detalles, aparentemente intrascendentes pero llenos de significado. Hoy en día, que todo es tan evidente, se ha perdido este arte de contar las cosas sin apenas decir nada, donde un silencio contiene más significado que la mayor de las parrafadas. Cuando los personajes de De la Fuente callan es porque lo que no dicen resulta de mayor trascendencia que lo que pronuncian. Haxtur es escueto, preciso en sus comentarios. No dice nada que no tenga que decir, nada superficial. Y el contenido de cada viñeta contribuye a ello con exacta precisión.
Creo que se nota mi apasionamiento por esta obra. Os dejo aquí una página para que la disfrutéis. Pero hacerme caso: ir a la obra completa. Cuando la leáis, habréis alcanzado un grado más en la forma de leer cómics. Glenat reeditó la obra en 2008. Hay una buena crónica en tebeosfera.com. Yo, por aquello del sibaritismo que comentaba en la entrada anterior -cada uno tiene los pecadillos que tiene-, he seguido una edición original, de 1970, algo polvorienta, que por culpa de mi alergia a los ácaros, me ha costado un poco leer, atchis!!!, aunque ha merecido la pena.

martes, 14 de febrero de 2012

Los grandes del cómic adulto en España


Reconozco que en los últimos tiempos me he vuelto un sibarita. Son muchos los títulos que me faltan por leer, desde luego, y espero que lo sigan siendo, señal ello de que no me faltará entretenimiento. Pero la verdad es que últimamente le encuentro un cierto morbo a consumir productos –música, libros, películas y, por supuesto, cómics- de los años 60 y 70. Mira tú por donde, me ha dado por ahí. No sé si es porque me hubiera encantado vivir en esos años –me refiero conscientemente y no en “formato bebé”-, ir a un concierto de Deep Purple, asistir al estreno de 2001: Una odisea del espacio, o vivir la revolución del 68... ¡Qué digo… perderme entre la muchedumbre en Woodstock escuchando a Janis Joplin! La cosa es que me lo estoy pasando en grande. Porque dicho sea de paso, entonces se hicieron grandes cosas. No todas buenas, desde luego, pero sí muchas buenas y algunas verdaderamente impresionantes. Y el campo del cómic no es una excepción, y menos en España, cuando se asistió a una verdadera edad de oro de la mano de un importante número de autores entre los que sobresalen nombres como Josep María Bea, Víctor de la Fuente, Fernando Fernández, Luis García, Alfonso Font, Enric Sió, Esteban Maroto, y un largo etcétera. Es de ellos y de su obra de quienes voy a hablar en las próximas entradas, así que sirva ésta de ahora a modo de presentación. Las ausencias de nombres y títulos, que las habrá sin duda, se deberán a mi ignorancia o a mi mala memoria, así que estoy abierto a cualquier sugerencia, recomendación o incluso reproche. Quede claro que nunca diré que no a la lectura de un cómic o a descubrir a un autor. 
Las décadas de 1960 y 1970 –y principios de los 80- fueron una época dorada del cómic en España que, sin embargo, coincidió con la paradoja de que los principales talentos tuvieron que trabajar fuera del país. Y es que Francisquito estaba muy pesado por entonces con todo lo que oliera a librepensamiento, y no digamos nada a crítica. Frente a un cómic infantil y juvenil, no exento de gran calidad, en ocasiones excesivamente dirigido hacia unos determinados valores, hubo también un cómic adulto e innovador tanto en los temas tratados como en planteamientos gráficos. Temáticamente hubo un boom de géneros diversos como la “espada y brujería”, el espacio y las galaxias, sin olvidar otros como el terror, el western, el humor, así como un interés especial por la vida cotidiana y la introspección en la naturaleza humana. 
Los títulos de esta época hablan por sí sólo de la calidad de lo realizado entonces. Hubo títulos de espada y brujería, donde la aventura cedía terreno a un universo cruel, poblado de metáforas y símbolos crípticos y esotéricos, herméticos para los no iniciados. La dimensión oculta de estos mensajes cobra mayor peso si tenemos en cuenta que España estaba en manos de un dictador maniático como todos con las cosas del pensar. Las obras de De la Fuente cobran especial peso en este contexto, en especial su título maestro, Haxtur, aunque sin olvidar otros como el inacabado Mathai-Dor o su Haggarth. También son de destacar, entre otros, Wolff, de Maroto, aparecido en la revista Rambla, o el interesantísimo Zhepyd, de Zidoncha y Azpiri. En todas estas obras, la fuerza indómita de Conan, cede terreno al ingenio, a la reflexión y a la valoración de la vida por encima de todo. La destrucción y frialdad del metal son sustituidos por la vitalidad y calidez de la carne, esto es, del ser humano. 
El espacio es un tema recurrente en esta época. La conquista cinematográfica del espacio con la genial 2001: Una odisea del espacio (Kubrick, 1968) o la no menos genial saga de La guerra de las galaxias, iniciada en 1977, tuvo su parangón en la literatura y también en el cómic. Hay en estos momentos un interés, en ocasiones morboso, por lo desconocido, por el cosmos, donde cobra protagonismo cierto sentido trágico acerca del futuro del ser humano. El planeta de los simios (1968), con Charlton Heston, que se mete en líos reflexivos sobre el devenir del mundo cuando deja de rugir la marabunta, ahondaría en esta idea, del mismo modo que lo haría la obra de Fernando Fernández Zhora y los hibernautas, donde se nos ofrece una seria reflexión sobre el origen y el fin del universo y, en él, del ser humano, al tiempo que se engrandece el medio gráfico con una propuesta innovadora e inteligente. Por su parte, Alfonso Font trata el tema en su obra Los robinsones de la Tierra, de quien también deben mencionarse, entre otros, Cuentos de un futuro imperfecto, o Clarke & Kubrick. Y por supuesto la Lorna de Cidoncha y Azpiri, pivón galáctico por excelencia. El siempre apasionante fenómeno OVNI jugará un papel clave en esta época, cuando circularán diversas teorías sobre el origen de la Tierra y la presencia de vida inteligente en el Universo, que si lo es, no se dejará ver por aquí en un tiempo. Enric Sió, uno de los grandes autores del momento, sucumbirá al encanto del tema en su genial e innovadora Aghardi. Por su parte, Esteban Maroto realizaría una de las obras imprescindibles del género, 5 por infinito, al tiempo que Josep María Bea publicaba en 1982 La esfera cúbica. Hablando de ciencia ficción, me permito incluir aquí La estrella negra, de Juan Giménez, aventura aparecida en 1979. 
El terror será otro de los grandes temas del momento. Con parangón en las películas de la Hammer, con Drácula como personaje emblemático, y el duelo eterno entre Christopher Lee y Peter Cushing (que no sé quién acojona más de los dos, la verdad), serán muchos los autores de cómic que abordarán el género. No en vano, una revista, Drácula, servirá de plataforma para muchas historias, destacando en ella los trabajos de Bea, Maroto y, por encima de ellos, y si se me permite, la obra Mis miedos, de Enric Sio, verdadera joya de nuestro cómic. Hay en este trabajo una intensidad piscológica que ahonda en el subconsciente humano, al modo de Repulsión, de Polanski, donde una hermosísisma Katherine Deneuve las pasa putas, como suele decirse. El Dossier Negro de Maroto se nos presenta en este contexto a modo de las Historias para no dormir, de Ibáñez Serrador, emitidas a partir de 1966. 
Junto a estos temas, la vida cotidiana adquiere una dimensión especial. Se trata ahora de mostrar historias del día a día o que, partiendo de la cotidianidad, permitan ahondar en aspectos humanos. Algunas hacen uso de herramientas argumentales ingeniosas y, en realidad, resultan un compendio de géneros diversos. Es el caso de Las crónicas del sin nombre, cuya portada incluimos aquí, de Víctor Mora y Luis García. Crítico con la sociedad contemporánea sometida a los convencionalismos de la tradición, y dando rienda suelta a un ambiente asfixiante y depravado, Enric Sio produce la que para muchos es la obra maestra del cómic español, Mara, que tuvo que ser publicada primero en el extranjero a causa de la censura franquista. Hay mucho del fetichismo buñuelesco en esta historia, y en particular de su período francés, con Belle de jour (1966-67) o Le charme discret de la bourgeoisie (1972), temas en los que también ahondará con posterioridad Bigas Luna. La cotidianidad alcanza letras mayúsculas con los trabajos de Carlos Giménez, que también dedica atención a otros géneros como el western o la ciencia ficción. 
El western incita a algunos autores a elaborar una cuidada revisión del género. Son muchas las aventuras a las que se tiene acceso a través del cine y ello aporta un universo visual de gran riqueza a guionistas y dibujantes. Víctor de la Fuente será un genio del género con trabajos como Amargo o Sunday. No se olvide que ya entonces trotaba por el far-west el teniente Blueberry de Charlier y Giraud. Por su parte, Luis García da un giro de tuerca al tema en su genial Etnocidio, donde ahonda sobre la masacre de indios nativos americanos a manos del afán invasor.
Y cómo no, las aventuras en el sentido más puro del término. Muchos de los títulos señalados hasta ahora son de aventuras, sin duda, pero me refiero aquí a ese género que, como tal, sirve para entretener con palomitas al lector o espectador. Vamos, El halcón y la flecha (1950), con Burt Lancaster y Nick Cravat dando volteretas en el medioevo porque sí mientras les atacan los malos malotes de turno. Aquí hay un autor para mí imprescindible, Carrillo, con títulos como El Javanés, publicado desde 1971, o Los Mercenarios, ya desde 1985, versiones adultas de su Capitán Pantera (iniciado allá por 1954), algo más dirigido al público juvenil. No me negaréis que estos marinos se calientan menos la cabeza que Corto Maltés. Hay que mencionar aquí a otro aventurero, El Mercenario, de Segrelles, cuyas historias comenzaron a publicarse en 1981, un compendio de espada, magia y ciencia ficción a lomos de dragones voladores y en compañía de heroínas de buen ver. 
Una parte importante del mérito de este boom vino de la mano de las revistas publicadas entonces en España, emulando títulos franceses, italianos y americanos. Así, Trinca (1970-1973), Drácula (1971-1972), Totem (desde 1977), 1984 (1978, llamada Zona 84 a partir de 1984 –parece un trabalenguas-), Bumerang (1978-1979), Creepy (1979-1985, y posteriormente de 1990 a 1992), Cimoc (1979, continuada en una segunda época desde 1981-1995), Rambla (1982-1985), La Oca (1985),  sin olvidar otros títulos como El Jueves (desde 1977) o El Víbora (desde 1979). Otra mención es la de las editoriales que favorecieron estas publicaciones, tales como Toutain, Ediciones Doncel, Editorial Nueva Frontera, Ediciones de la Torre, Buru Lan, La Cúpula, etc. 
Insisto en que las ausencias son debidas a mi ignorancia u olvido, de manera que cualquier alma caritativa podrá echarme una mano a saber o recordar. Gracias adelantadas.