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En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

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martes, 14 de febrero de 2012

Los grandes del cómic adulto en España


Reconozco que en los últimos tiempos me he vuelto un sibarita. Son muchos los títulos que me faltan por leer, desde luego, y espero que lo sigan siendo, señal ello de que no me faltará entretenimiento. Pero la verdad es que últimamente le encuentro un cierto morbo a consumir productos –música, libros, películas y, por supuesto, cómics- de los años 60 y 70. Mira tú por donde, me ha dado por ahí. No sé si es porque me hubiera encantado vivir en esos años –me refiero conscientemente y no en “formato bebé”-, ir a un concierto de Deep Purple, asistir al estreno de 2001: Una odisea del espacio, o vivir la revolución del 68... ¡Qué digo… perderme entre la muchedumbre en Woodstock escuchando a Janis Joplin! La cosa es que me lo estoy pasando en grande. Porque dicho sea de paso, entonces se hicieron grandes cosas. No todas buenas, desde luego, pero sí muchas buenas y algunas verdaderamente impresionantes. Y el campo del cómic no es una excepción, y menos en España, cuando se asistió a una verdadera edad de oro de la mano de un importante número de autores entre los que sobresalen nombres como Josep María Bea, Víctor de la Fuente, Fernando Fernández, Luis García, Alfonso Font, Enric Sió, Esteban Maroto, y un largo etcétera. Es de ellos y de su obra de quienes voy a hablar en las próximas entradas, así que sirva ésta de ahora a modo de presentación. Las ausencias de nombres y títulos, que las habrá sin duda, se deberán a mi ignorancia o a mi mala memoria, así que estoy abierto a cualquier sugerencia, recomendación o incluso reproche. Quede claro que nunca diré que no a la lectura de un cómic o a descubrir a un autor. 
Las décadas de 1960 y 1970 –y principios de los 80- fueron una época dorada del cómic en España que, sin embargo, coincidió con la paradoja de que los principales talentos tuvieron que trabajar fuera del país. Y es que Francisquito estaba muy pesado por entonces con todo lo que oliera a librepensamiento, y no digamos nada a crítica. Frente a un cómic infantil y juvenil, no exento de gran calidad, en ocasiones excesivamente dirigido hacia unos determinados valores, hubo también un cómic adulto e innovador tanto en los temas tratados como en planteamientos gráficos. Temáticamente hubo un boom de géneros diversos como la “espada y brujería”, el espacio y las galaxias, sin olvidar otros como el terror, el western, el humor, así como un interés especial por la vida cotidiana y la introspección en la naturaleza humana. 
Los títulos de esta época hablan por sí sólo de la calidad de lo realizado entonces. Hubo títulos de espada y brujería, donde la aventura cedía terreno a un universo cruel, poblado de metáforas y símbolos crípticos y esotéricos, herméticos para los no iniciados. La dimensión oculta de estos mensajes cobra mayor peso si tenemos en cuenta que España estaba en manos de un dictador maniático como todos con las cosas del pensar. Las obras de De la Fuente cobran especial peso en este contexto, en especial su título maestro, Haxtur, aunque sin olvidar otros como el inacabado Mathai-Dor o su Haggarth. También son de destacar, entre otros, Wolff, de Maroto, aparecido en la revista Rambla, o el interesantísimo Zhepyd, de Zidoncha y Azpiri. En todas estas obras, la fuerza indómita de Conan, cede terreno al ingenio, a la reflexión y a la valoración de la vida por encima de todo. La destrucción y frialdad del metal son sustituidos por la vitalidad y calidez de la carne, esto es, del ser humano. 
El espacio es un tema recurrente en esta época. La conquista cinematográfica del espacio con la genial 2001: Una odisea del espacio (Kubrick, 1968) o la no menos genial saga de La guerra de las galaxias, iniciada en 1977, tuvo su parangón en la literatura y también en el cómic. Hay en estos momentos un interés, en ocasiones morboso, por lo desconocido, por el cosmos, donde cobra protagonismo cierto sentido trágico acerca del futuro del ser humano. El planeta de los simios (1968), con Charlton Heston, que se mete en líos reflexivos sobre el devenir del mundo cuando deja de rugir la marabunta, ahondaría en esta idea, del mismo modo que lo haría la obra de Fernando Fernández Zhora y los hibernautas, donde se nos ofrece una seria reflexión sobre el origen y el fin del universo y, en él, del ser humano, al tiempo que se engrandece el medio gráfico con una propuesta innovadora e inteligente. Por su parte, Alfonso Font trata el tema en su obra Los robinsones de la Tierra, de quien también deben mencionarse, entre otros, Cuentos de un futuro imperfecto, o Clarke & Kubrick. Y por supuesto la Lorna de Cidoncha y Azpiri, pivón galáctico por excelencia. El siempre apasionante fenómeno OVNI jugará un papel clave en esta época, cuando circularán diversas teorías sobre el origen de la Tierra y la presencia de vida inteligente en el Universo, que si lo es, no se dejará ver por aquí en un tiempo. Enric Sió, uno de los grandes autores del momento, sucumbirá al encanto del tema en su genial e innovadora Aghardi. Por su parte, Esteban Maroto realizaría una de las obras imprescindibles del género, 5 por infinito, al tiempo que Josep María Bea publicaba en 1982 La esfera cúbica. Hablando de ciencia ficción, me permito incluir aquí La estrella negra, de Juan Giménez, aventura aparecida en 1979. 
El terror será otro de los grandes temas del momento. Con parangón en las películas de la Hammer, con Drácula como personaje emblemático, y el duelo eterno entre Christopher Lee y Peter Cushing (que no sé quién acojona más de los dos, la verdad), serán muchos los autores de cómic que abordarán el género. No en vano, una revista, Drácula, servirá de plataforma para muchas historias, destacando en ella los trabajos de Bea, Maroto y, por encima de ellos, y si se me permite, la obra Mis miedos, de Enric Sio, verdadera joya de nuestro cómic. Hay en este trabajo una intensidad piscológica que ahonda en el subconsciente humano, al modo de Repulsión, de Polanski, donde una hermosísisma Katherine Deneuve las pasa putas, como suele decirse. El Dossier Negro de Maroto se nos presenta en este contexto a modo de las Historias para no dormir, de Ibáñez Serrador, emitidas a partir de 1966. 
Junto a estos temas, la vida cotidiana adquiere una dimensión especial. Se trata ahora de mostrar historias del día a día o que, partiendo de la cotidianidad, permitan ahondar en aspectos humanos. Algunas hacen uso de herramientas argumentales ingeniosas y, en realidad, resultan un compendio de géneros diversos. Es el caso de Las crónicas del sin nombre, cuya portada incluimos aquí, de Víctor Mora y Luis García. Crítico con la sociedad contemporánea sometida a los convencionalismos de la tradición, y dando rienda suelta a un ambiente asfixiante y depravado, Enric Sio produce la que para muchos es la obra maestra del cómic español, Mara, que tuvo que ser publicada primero en el extranjero a causa de la censura franquista. Hay mucho del fetichismo buñuelesco en esta historia, y en particular de su período francés, con Belle de jour (1966-67) o Le charme discret de la bourgeoisie (1972), temas en los que también ahondará con posterioridad Bigas Luna. La cotidianidad alcanza letras mayúsculas con los trabajos de Carlos Giménez, que también dedica atención a otros géneros como el western o la ciencia ficción. 
El western incita a algunos autores a elaborar una cuidada revisión del género. Son muchas las aventuras a las que se tiene acceso a través del cine y ello aporta un universo visual de gran riqueza a guionistas y dibujantes. Víctor de la Fuente será un genio del género con trabajos como Amargo o Sunday. No se olvide que ya entonces trotaba por el far-west el teniente Blueberry de Charlier y Giraud. Por su parte, Luis García da un giro de tuerca al tema en su genial Etnocidio, donde ahonda sobre la masacre de indios nativos americanos a manos del afán invasor.
Y cómo no, las aventuras en el sentido más puro del término. Muchos de los títulos señalados hasta ahora son de aventuras, sin duda, pero me refiero aquí a ese género que, como tal, sirve para entretener con palomitas al lector o espectador. Vamos, El halcón y la flecha (1950), con Burt Lancaster y Nick Cravat dando volteretas en el medioevo porque sí mientras les atacan los malos malotes de turno. Aquí hay un autor para mí imprescindible, Carrillo, con títulos como El Javanés, publicado desde 1971, o Los Mercenarios, ya desde 1985, versiones adultas de su Capitán Pantera (iniciado allá por 1954), algo más dirigido al público juvenil. No me negaréis que estos marinos se calientan menos la cabeza que Corto Maltés. Hay que mencionar aquí a otro aventurero, El Mercenario, de Segrelles, cuyas historias comenzaron a publicarse en 1981, un compendio de espada, magia y ciencia ficción a lomos de dragones voladores y en compañía de heroínas de buen ver. 
Una parte importante del mérito de este boom vino de la mano de las revistas publicadas entonces en España, emulando títulos franceses, italianos y americanos. Así, Trinca (1970-1973), Drácula (1971-1972), Totem (desde 1977), 1984 (1978, llamada Zona 84 a partir de 1984 –parece un trabalenguas-), Bumerang (1978-1979), Creepy (1979-1985, y posteriormente de 1990 a 1992), Cimoc (1979, continuada en una segunda época desde 1981-1995), Rambla (1982-1985), La Oca (1985),  sin olvidar otros títulos como El Jueves (desde 1977) o El Víbora (desde 1979). Otra mención es la de las editoriales que favorecieron estas publicaciones, tales como Toutain, Ediciones Doncel, Editorial Nueva Frontera, Ediciones de la Torre, Buru Lan, La Cúpula, etc. 
Insisto en que las ausencias son debidas a mi ignorancia u olvido, de manera que cualquier alma caritativa podrá echarme una mano a saber o recordar. Gracias adelantadas.