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miércoles, 6 de junio de 2012

Enric Sió: la plenitud del lenguaje del cómic (I)


Toca ahora el turno de hablar de uno de los más grandes del cómic español. Ese es Enric Sió por cuya obra, debo decirlo desde ya, siento una especial debilidad. Y es que leer cualquiera de los trabajos de este autor catalán supone situarse ante dos planos muy sugestivos. Por un lado, el que ofrecen sus originales ideas que siempre parten de lo cotidiano, aunque en ocasiones introducen elementos míticos y mágicos, por no hablar del componente erótico, que las hacen más sugerentes; y, por otro lado, el que ofrece su total dominio del medio y que constituye no sólo una seña de identidad de su trabajo, sino una de las aportaciones más importantes de los últimos años al lenguaje propio del cómic. Enric Sió es grande y dejó este mundo en su mejor momento –falleció en Barcelona a los 56 años de edad-, aunque se hallaba ya algo alejado del trabajo del cómic, inmerso en otro tipo de proyectos editoriales. En cualquier caso, sus logros hablan por sí mismos. En 1969 obtuvo el premio Lucca, dos años después el Yellow Kid, y más tarde el European Illustration por el libro Autodafe. Y sobre todo, dejó para nuestro disfrute algunos de los títulos más memorables del cómic. 
El trabajo de Enrico Sió bien merece, al menos, dos entradas. No he leído todo lo que publicó este autor. Me quedan aún algunos títulos importantes de su trabajo como Lavinia 2016, Nus y Sorang, publicados en la década de 1960. Igualmente, no he tenido aún acceso a algunos relatos cortos aparecidos en diversas revistas españolas y extranjeras. De Sió conozco bien Aghardi, Mis Miedos, Mara, Profanadores de tumbas así como algunas historietas aparecidas en las revistas Rambla y La Oca. Sólo con los cuatro primeros títulos uno ya tiene para rato.
Atendiendo a la cronología de los hechos, es decir, de los míos propios, en esta entrada voy a tratar sobre todo de Aghardi y de Profanadores de tumbas, los dos primeros títulos que leí de él, dejando Mis Miedos y Mara para la próxima ocasión. Cabe adelantar aquí que para muchos, Mara es la obra maestra del cómic español. Yo no sé si lo es tanto, pero no me cabe la menor duda que si tengo que elegir tres títulos, éste sería uno de ellos. 
Sió publicó Aghardi en 1969 y lo hizo primero a modo de serie en la revista italiana Linus. Mundo Joven sacó una versión censurada, no llegando la versión íntegra a España hasta 1979, cuando Nueva Frontera la editó en un volumen sin censuras. El argumento es, en apariencia, sencillo. Relata la aventura de una expedición científica que debe elaborar un informe sobre posibles testimonios alienígenas y su relación con las antiguas civilizaciones terrestres. Dicho así, la cosa pinta bien, al menos para quienes nos gustan este tipo de temas. El contexto es propicio para ellos ya que en los 60 se llevaban estas cosas. Un libro de Pauwels y Bergier, que en España se publicó con el título de El retorno de los brujos, hablaba de estas cuestiones y se convirtió en un best seller. La hipótesis del relato era la convivencia de las antiguas civilizaciones terrestres (incas, mayas, egipcios, tibetanos, etc.) con los alienígenas. Vamos, el eterno dilema de si las pirámides las construyeron los hombres o seres venidos de otros mundos con ganas de doblar el lomo. Kubrick también se sumó al grupo con su 2001, subidón de psicotrópicos incluido en la secuencia final. 
La historia se divide en cuatro capítulos (uno introductorio sin título, Kukulcan, Viracocha, y Maitreya) a los que se une un relato corto protagonizado por dos de los personajes, Steve y Martha, inspirado en un cuento de Juan Perucho, que se titula Gholó. 
Una de las cosas que más llama la atención del trabajo de Enric Sió es la hondura psicológica de sus personajes, que lejos de ser lineales, plantean en su ser dilemas éticos y morales. Esto se aprecia tanto en la confrontación de caracteres como en las relaciones personales. 
Aghardi plantea la confrontación de caracteres entre Sam, la científica racional que, aunque creyente de las presencias extraterrestres, no está dispuesta a elaborar un informe que comprometa su prestigio profesional, y Jo, filólogo, soñador, al que no le importa asumir el hecho de que las evidencias hablan por sí solas y que confirman la relación pasada entre las civilizaciones antiguas y alguna civilización extraterrestre. Este dilema me recuerda a uno que leí en el libro de J. J. Benítez Existió otra humanidad, en el que se oponen la visión de quien cree firmemente que existió una humanidad anterior a la nuestra, ultradesarrollada y que, claro está, terminó autodestruyéndose, y la del que considera que todo eso no son más que patrañas. En el caso del relato de Sió,  aunque Sam está un rato buena, yo me quedo con Jo.
Otro dilema  interesante en Aghardi es el del triángulo amoroso entre Steve –fotógrafo un tanto dandy contratado para elaborar el correspondiente reportaje-, Martha –la ayudante de Sam, vamos, una especie de becaria sesentera- y la mencionada Sam. Es ésta quien en las primeras páginas presenta a los otros dos, que pocas viñetas después ya se lo están montando, con todo lo que ello tiene de explícito en la obra de Sió. Durante buena parte del relato asistimos a la relación de ambos que, ciertamente, ayuda a hacer más placentera la expedición. Sin embargo, en un momento determinado, Sam decide meterse en medio, no sabemos si para fastidiar a su amiga o al fotográfo, o a ambos, y seduce a Steve que, dicho sea de paso, tampoco es que se muestre muy reacio a ello. Creo sinceramente que el capítulo final de la historia, "Maitreya", puede interpretarse, entre otras formas, como el dilema moral de Steve que se encuentra, a través de un viaje interior, entre Martha -Aghardi, la ciudad de la luz-, y Sam -Samballah, la ciudad de las tinieblas-. 
No puedo evitar al ver algunas de las viñetas de Sió, en particular aquellas en las que aparecen jóvenes muchachas en posturas sugerentes o en actitudes deshibidas, pensar en las sensuales fotografías de David Hamilton, autor contemporáneo al dibujante catalán y cuyo trabajo debió conocer éste. Hay en ambos un erotismo evidente, a veces explícito, otras veces contenido, pero atractivo siempre, donde la mujer alcanza un grado de sugerente sexualidad pocas veces captado por otros autores. No se trata de un producto sexual sino de una creación artística en la que el elemento erótico adquiere una categoría estética de gran lirismo. Ambos autores proponen un canto a la libertad sexual, a la liberación de los moralismos puritanos y al florecimiento y experiencia de la sexualidad. Como es bien sabido, el elemento erótico es fundamental en la obra de Sió. Pero lejos de ser una excusa para desnudar bellas jovencitas, no resulta exceso sino complemento de la narración. Su manera fotográfica de tratar los gestos y actitudes sensuales y desinhibidas de sus muchachas supone muchas veces un contrapunto al drama o tragedia narrada. Es ese erotismo buñuelesco que sin mostrar nada lo sugiere todo. Es un erotismo que más que a la vista va dirigido a la imaginación. Quien haya visto Belle d'jour me entenderá. Y no por ello nos evade del drama narrado sino que lo fortalece. 
Ya en Nus y Sorang, trabajos de los que conozco algunas páginas, Sió había revolucionado el medio narrativo, aportando al lenguaje del cómic una frescura y una libertad casi total en el uso de los múltiples recursos técnicos donde la fotografía adquiere un lugar clave. A veces se le ha criticado a este autor su excesiva dependencia de las reproducciones para desarrollar su trabajo, así como el uso de proyectores y otros medios de ampliación de imágenes. En cualquier caso, como dijo el escultor Alonso Cano a un canónigo que consideraba excesiva la cantidad que pedía por una de sus tallas, “si le parece tan sencillo, hágalo usted mismo”. Quiero decir que, si es verdad que el procedimiento puede llevar a quitarle mérito al autor –aunque yo no soy partidario de ello- la realidad es que el resultado final es soberbio y, a fin de cuentas, eso es lo que cuenta. En este caso, el fin sí justifica los medios. 
Hay una influencia no encubierta de Guido Crepax en la obra de Sió, pero el lenguaje de éste último adquiere total personalidad. Sus dibujos son fácilmente reconocibles, sobre todo a partir de 1970. Sió es Sió y nadie más.
Preguntado en 1979 por qué destacaría de toda su obra, Sió respondía que “quizás Aghardi”. Esto la verdad, me suena a estrategía de marketing, como cuando le preguntan a un actor sobre cual de las películas de la saga que protagoniza es la mejor y el va y dice "sin duda, la última, que es la que estoy promocionando", aunque ponga cara de no creérselo. En el caso que nos ocupa, yo también me quedo con Aghardi, aunque hay que reconocer que Mara es un trabajo más completo y personal. Pero esto queda para otro día. En cualquier caso, Sió argumentaba su afirmación señalando: “con Aghardi empecé a escribir yo mismo el guión y a partir de ahí consideré como muy importante escribir yo mismo el texto” (El País, 29 de julio de 1979). Vamos, que Aghardi es su primera obra en su totalidad, y eso sin duda marca. 
Dejo aquí unas páginas de la historia. En ellas se ven muchos de los aspectos que caracterizan el trabajo de Sió: concepción integral de la página, ritmo secuencial en las viñetas, alternancia de positivos y negativos en las imágenes, síntesis, contrastes de luces y combras, destreza en el dibujo, y, sobre todo, originalidad.
Lo del título bien merece un comentario. Aghardi o Agharti es uno de tantos mitos y se refiere a una ciudad de la luz oculta en las entrañas de la Tierra, similar al Shangri-La tibetano. Este misterioso reino subterráneo, situado al parecen en alguna parte bajo Asia –que es como decir “una aguja en un pajar”- se encontraría conectado con otros continentes mediante una gigantesca red de túneles que partirían de la superficie terrestre desde formaciones naturales o construcciones de otras razas –terrestres o alienígenas-. Por supuesto, la Atlántida aparece en el relato, ya que cuentan, dicen, se comenta, que esta civilización poseía manuscritos que permitían el acceso a los iniciados. Hasta se habla de un pueblo anterior a todo lo conocido, integrado por los primeros seres inteligentes que habitaron el planeta. Claro que esta teoría choca radicalmente con aquella otra que formula que aún no se ha conocido tal tipo de seres en la Tierra. Las entradas a este inframundo estarían localizadas en zonas de las antiguas civilizaciones así como en islas remotas que en otro tiempo fueron las cimas montañosas de la Atlántida. En cualquier caso, no confundir estas entradas con las que nos conectan con el mundo de los cenobitas, ya que es mejor no abrir determinadas puertas. Aunque agusto me iba con Pinhead de juevintxo. 
En oposición a Aghardi, ciudad de la luz, se encuentra Samballah, ciudad de las tinieblas, que todo en este mundo tiene su yin y yang. Samballah, Schamballah, Shambhalla, o como narices se llame es otro reino mítico, al parecer escondido en las montañas nevadas del Himalaya y le pasa como a Aghardi, que no hay agencia de viajes que te sepa llevar. Así que es más que probable que se trate de un destino mental, subconsciente, o inconsciente, que me da a mí que yo he estado allí alguna vez en los Sanfermines. 
Curiosamente, en una de las aventuras de Zephid, título de Cidoncha y Azpiri, el héroe también se halla en el dilema de Agharti y Samballah, lo que confirma la comedura de tarro de toda una generación por el tema. 
Respecto a Profanadores de tumbas, publicada en 1980 por Nueva Frontera, parece una especie de capricho o de entretenimiento del autor y constituye una nueva delicia para el aficionado al buen cómic. Cuenta la historia de Bobby Crane, un dandy británico que acaba de doctorarse en Egiptología y que se encuentra de visita en El Cairo. En su deambular fardón en un cochecito de papá, topa con un chulo norteamericano que increpa a la guapa de turno, con la que parece mantener una relación sentimental. Tras el consiguiente rifirrafe, que para eso el chaval va de sobrado, volverá a coindidir con ellos mientras visita el museo y de nuevo, al ver como el tipo maltrata a la joven, le asestará a aquel un banquetazo y se llevará a la chica, que se llama Nancy y que resulta ser muy educada ya que sabe como agradecerle al héroe su gesto. Ambos deciden fundirse los cuartos viajando y viendo monumentos del antiguo Egipto donde, claro está, hace mucho calor y el calor lleva a lo que lleva. En una de estas encuentran el acceso a una tumba real en la que hallan un fabuloso tesoro y a partir de aquí deberá ser el lector el que descubra el acontecer de los hechos, que de otro modo le privaría del disfrute de una buena historia. 
De nuevo, la secuencialidad de las viñetas y la frescura del dibujo resultan gratificantes en este divertimento que ayuda a pasar un rato agradable. La verdad es que al final hecho en falta alguna página más ya que la historia acaba abruptamente. Pero en cualquier caso, recomiendo mucho su lectura.
En una noticia de 2010 leí que un grupo de Badalona estaba reivindicando que el ayuntamiento de la localidad natal del autor le pusiera su nombre a una calle. Vamos, hombre, accedan a ello!!! Durante años hemos tenido que pasear entre nombres insulsos, cuando no siniestros. Bien merece que estas cosas estén dedicadas a personas de verdadera valía.  
Dejó aquí algunas páginas de los trabajos comentados. Aunque, claro está, es el conjunto de los mismos el que ofrece la talla de este autor.