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lunes, 25 de mayo de 2015

Caminando con Jiro Taniguchi


Llevaba mucho tiempo esperando que se reunieran en un volumen las historias de El caminante, obra cumbre del cómic japonés debida al maestro Taniguchi. Ya hace algún tiempo estos relatos gráficos aparecieron en las páginas de alguna revista española, pero faltaba una edición integral de este trabajo.
Mi primer contacto con Jiroh Taniguchi fue a través de la novela gráfica Hotel Harbour View, con guión de Natsuo Sekikawa, que publicó Planeta De Agostini en 1993. Entonces Manuel Díez señalaba que ambos autores se habían aliado “para darnos un brutal golpe en el estómago”. Y no le faltaba razón. Recuerdo que aquellas dos historias que componían el volumen, en torno a una asesina a sueldo llamada Mariko, me causaron una honda impresión y una sensación de profundo desasosiego, extrañamente mezclada con una morbosa atracción hacia los personajes, el argumento y el dibujo. 
Tuvieron que pasar bastantes años hasta que Jiro Taniguchi volviera a cruzarse en mi camino, pero esta vez a través de una obra totalmente diferente, de un gran intimismo y con la que conecté argumentalmente. Hablo de El almanaque de mi padre, publicada en 2001 y, hasta el día de hoy, uno de los mejores cómics que he tenido ocasión de leer. Aquí Taniguchi no sólo cautiva con un dibujo limpio y muy técnico, sino que comparte con nosotros una historia familiar (autobiográfica en muchos aspectos) de una gran intensidad emocional. El hijo que regresa al pueblo después de muchos años para acudir al entierro de su padre, cuyo trato había perdido, y que se reencuentra consigo mismo y con el recuerdo de su familia y de su progenitor es un argumento quizá recurrente aunque sirve en este caso de guía para un trabajo preciso sobre las emociones y sobre las relaciones paternofiliales. 
Pero es de El caminante de lo que quiero hablar, un título extraño en la historia del manga o, al menos, del manga publicado en España. Pertenece a un género que podríamos definir como "cotidiano", en el que las historias que se nos cuentan, relatos más que aventuras, nacen de la cotidianidad de los personajes, sin más aspiraciones que la de mostrarnos un hecho sin aparente relevancia aunque cargado de gran poesía. Y eso es precisamente lo que nos ofrece este título. 
He dicho que se trata de un título extraño ya que Taniguchi encarna un tipo de género al que no hemos estado acostumbrados en España hasta hace poco. Cuando se publicó Hotel Harbour View las librerías especializadas (TBO concretamente) y algunos kioskos y establecimientos de Pamplona, comenzaban a ofrecer títulos del tipo El puño de la Estrella del Norte, Crying Freeman o Grey. Era un tipo de manga muy concreto, magnífico, en el que la violencia y el sexo ocupaban un lugar destacado. A estos siguieron muchos otros títulos de géneros diversos que en ocasiones saturaron el mercado. Los amantes del manga de primera generación, los que crecimos con los primeros títulos publicados, quizá debido a que íbamos teniendo más edad y nuevas inquietudes, comenzamos a demandar un cómic japonés más realista, que nos permitiera conectar con la realidad cotidiana de la sociedad japonesa, lejos ya de yakuzas, robots, supersaiyajines punkies y colegialas minifalderas. Ya no buscábamos aventuras sino relatos. 
Recuerdo que por aquel entonces me hice con un tomo de Yoshihiro Tatsumi, publicado por La Cúpula, con historias del género gekiga (drama ilustrado), que me revolvieron el estómago. Ahí me pasé de listo aunque reconozco el innegable talento de este autor y la profundidad de sus historias. 
Pero volvamos a El caminante. Todos los relatos que integran esta historia son retazos de cotidianidad, protagonizados por un caminante, un hombre de unos 30-40 años de edad que se detiene a disfrutar de los pequeños detalles que le ofrecen sus paseos diarios. Un pájaro carbonero posado en una rama, la nieve sobre la ciudad, un avión de juguete enredado en las ramas de un árbol, la lluvia que le sorprende a uno sin paraguas, una caracola aparecida en el jardín y que hay que devolver al mar, un camino desconocido, la gente que también pasea o que acude a sus quehaceres, algún encuentro afortunado, etc. Todo es motivo para que este personaje encuentre deleite en pasear y para que nos deleitemos con su paseo. 
Mediante un dibujo exquisito y algunas páginas a la acuarela de gran belleza, compartimos con este hombre el simple y llano placer de sonreir mientras caminamos y observamos lo que nos rodea. Quizá sea esto lo que me atraiga de esta historia ya que yo personalmente paseo todos los días una hora por los alrededores de mi ciudad y me dejo encandilar por lo que sucede a mi alrededor. Ayer sin ir más lejos, mientras el país bullía y se enardecía a causa de la jornada electoral, yo paseaba con mi mujer por caminos entre trigo y cebada y relajaba mis oídos con el trinar de los pájaros. Sí, sé que suena algo cursilón, pero es tan cierto que no puedo negarlo. Además, las jornadas electorales me provocan acidez de estómago. 
Esta conexión puede deberse también a que me encuentro realizando algunas etapas del camino de Santiago  o a que durante años he recorrido los montes de mi pueblo en solitario mientras mis amigos se zambullían en la piscina. No lo sé. La cuestión es que poco a poco he acabado conectando con el protagonista, cuya personalidad se va definiendo. De este modo, nos enteramos de que trabaja en una oficina, tiene esposa pero no hijos, y un perro que se llama Nieve. Además, goza de buena salud y de un sentido del humor fino que le lleva a reírse incluso de sí mismo, uno de los mejores tipos de risa que hay.
El tomo contiene 4 historias cortas más, una de ellas titulada “Origen: hacia una nueva ilusión” que es diferente al resto, en la que indaga acerca de los sentimientos humanos. Además, desarrolla en dos de ellas una especie de realidad paralela a través de la que los protagonistas -el mismo caminante de siempre, creo, aunque más joven o mayor según el caso-, profundizan en sus emociones. Particularmente hermosa es la titulada “Noche de luna” tanto por su argumento como por su tratamiento a la acuarela. 
Como recalca Juan Manuel Díaz en la edición que manejo: “la biografía o las señas concretas del personaje, lo mismo que el lugar en que resida o su carácter real o imaginario, import(a)n poco. Es cualquiera en cualquier ciudad, es tú mismo o tu vecino, es quien hace camino al andar”. La mención a Machado es acertada. Yo por mi parte leyendo El caminante no puedo menos que recordar un haiku con el que siempre me he identificado, debido a Kobayashi Issa (1763-1826):

Con gran sosiego
camino solo, y solo
me regocijo.

Caminos hay muchos, como el genial de Delibes. Otros son de perdición, como el de Max Allan Collins y Richard Piers Rayner (The road to perdition); otros de destrucción y redención, como el incomparable de Koike y Kojima (Lone wolf and cub), inspirador del anterior. Hay caminos de perfección, como el teresiano o el barojiano, y algún otro camino más rancio y de cuestionable santidad. En cualquier caso, el camino lo hace uno mismo, de eso no hay duda, por eso es importante andarlo bien, disfrutarlo y, si es posible, haciendo que otros también disfruten.
Dejo aquí tres imágenes para abrir boca y animo a todos a caminar junto a Taniguchi por los senderos del día a día.