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"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

(Groucho Marx, de niño)


Iruña Sumergida (Hurrikrane) Me interesa un ejemplar

Sacamantecas (Altu y Hurrikrane) Me interesa un ejemplar

viernes, 23 de diciembre de 2016

Diario de un fantasma, de Nicolas De Crécy

Hace unos días, en una de esas mañanas de sábado cenizas típicas de Iruña, fui a echar un rato al sancta santorum del cómic, es decir, a TBO. Mientras charlaba con Rosa, eché un vistazo a los estantes en busca de algún título que llamase mi atención. La verdad es que estoy algo plomizo últimamente y me cuesta decidirme. Finalmente, me decanté por una obra de Nicolas de Crécy titulada Diario de un fantasma (Ponent Mon, 2007). Al abrirlo, en ese momento previo y decisivo en el que te decides a adquirir un cómic o a devolverlo al estante, me llamó la atención su dibujo, muy expresivo y abocetado, y quizá por ello o quizá porque parte de la historia transcurre en Japón, en Nagoya y aledaños concretamente, decidí comprarlo. Lo cierto es que fue un impulso inconsciente y consumista, una especie de catarsis existencial, pero a veces los impulsos deparan gratos descubrimientos, y este lo ha sido, aunque la historia es rara de cojones.
Para empezar, su protagonista, o al menos el de parte de ella, es un proyecto de diseño de la mascota de la candidatura olímpica de París 2016. Sí, los mismos Juegos que el "cofi güit milk in de Plaza Mayor". Así, como suena de raro. A estas alturas ya sabemos que las olimpiadas han sido en Río de Janeiro y que al empacho deportivo, con algunos momentos gloriosos de tarde de bocata y cerveza en el sofá mientras los atletas se parten el espinazo, algunos literalmente, lo representó un bicho raro y amarillo con forma de felino, que se parece al primo poligonero emporrado de Hello Kity.
Como digo, el hilo conductor es el boceto de diseño de la mascota olímpica que comienza a adquirir forma en Japón, a donde viaja junto con su mánager, un francés de aspecto sucio y mezquino, un tipo impresentable e impertinente a más no poder. La idea es que el boceto se inspire y alimente del grafismo que desborda todos los aspectos de la vida en Japón, un país, una cultura en la que la propia palabra, en forma de pictograma, posee un diseño bello. De la mano de este particular protagonista que busca su propia identidad gráfica, y de su desagradable manager, que aprovecha el trabajo para correrse la gran juerga nipona persiguiendo jovencitas vestidas con jersey ajustado, minifalda ceñida y botas altas de cuero, nos adentramos en un relato en el que realidad y evocación se dan la mano llegando a confundirse. Gracias a la amabilidad de la hermosa señorita Sakura, contacto local de una agencia gráfica, su marido Boris, un francés que ejerce de fingido sacerdote, y a la disposición del señor Tanaka (un bonzo) y de su esposa, el proyecto o boceto adquiere conciencia de una realidad superior, a través de la hija fallecida del matrimonio Tanaka, que le alimentará en su particular búsqueda. Esto constituye en esencia la primera parte de la obra, en la que se nos adentra en la cultura japonesa a través de la intimidad y cotidianeidad de unos personajes cuya cortesía y protocolo se ven alterados por el proyecto o boceto y por su manager, soez a más no poder. 
La segunda parte de la obra tiene lugar en el viaje de regreso a Francia en avión aunque se desarrolla realmente en Recife, Brasil (¿premonición olímpica?), a través de los recuerdos de un tipo, compañero de asiento del boceto, que dice formar parte de la "policía secreta del grafismo" encargada de vigilar y contener a ciertos individuos que se salen de madre. En realidad, juraría que se trata de un alter ego del propio De Crécy, a través de cuyo relato, de la capacidad creativa y gráfica del propio boceto protagonista y del efecto entre adormecedor y agobiante de la nogalina, se narra un relato en el que el autor de la obra nos habla de sus fobias, entre ellas volar, y sus miedos y retos profesionales y vitales. Así, cuenta su viaje a Brasil para realizar un trabajo gráfico para una revista de turismo, que finalmente acaba convirtiéndose en una búsqueda personal de su propia identidad como autor gráfico. De esta forma, tanto el boceto como el autor se encuentran inmersos en un viaje de autoconocimiento o autoayuda con el diseño gráfico como telón de fondo. Como digo, una historia rara de cojones.
Pero es precisamente esta rareza argumental, que serviría para dormir al más valiente, donde radica el interés de la historia, que no es sino uno de los más sinceros testimonios vitales de un creador de historietas acerca de su trabajo y del sentido último de sus dibujos y sobre el propio sentido vital que para él tiene el hecho de dibujar: "la cosa más natural, la más evidente y la más excitante de su propia existencia".
Esta historia presenta, pues, varios planos interpretativos, en los que la parte gráfica, el dibujo mismo, es uno de los más importantes y donde De Crécy se confirma como un autor de gran talento. Sus dibujos, con su apariencia de bosquejos inacabados o realizados con cierta desgana, son de una expresividad y de un dinamismo magnífico, y en ellos abandona conscientemente la precisión de un dibujo más acabado, del que es plenamente capaz, para contar una historia de búsqueda de identidad gráfica a través de un dibujo que, en sí, parece buscar su propia identidad como tal. Lo de menos es, pues, la historia, el relato. Lo interesante aquí es la forma como se dibuja el relato y cómo se expresa gráficamente dicho relato. E importa igualmente, o deber valorarse de un modo especial en mi opinión, la reflexión del autor acerca de su propia existencia como creador. 
Quien quiera una historia al uso, del tipo "introducción, nudo y desenlace", esta no es su historia. Porque, lo repito una vez más, esta historia es rara de cojones y exige, de veras, echarle ganas ya que hay en ella una complejidad propia de una encíclica papal, que como todo el mundo sabe, se escriben yendo hasta las cejas de peyote. Pero si se hace ese esfuerzo, que en serio es grande, se accede a un relato de una enorme poesía y belleza. A veces no está de más dedicarle algo de tiempo a obras sesudas aunque solo sea para fardar de que las has leído.
Lo dicho, y ya me repito más que el ajo, una historia rara de cojones pero que merece la pena leerse o al menos, verse.

Aquí van, como de costumbre, unas páginas de la obra.

A todo esto... a pasar unos buenos días y cuidado con las malas digestiones que de cenas buenas, están las sepulturas llenas.












lunes, 5 de diciembre de 2016

Pasqual Ferry: la ruta hacia lo irreal

Vamos a aprovechar que estoy de fiesta para retomar el blog. Y voy a hacerlo con uno de mis autores favoritos. Se trata de Pasqual Ferry, autor barcelonés que a día de hoy no necesita presentación por ser uno de los dibujantes de cómics más reputados a nivel internacional. Como muchas de las cosas buenas que te acompañan a lo largo de la vida, mi contacto con su obra se produjo en mi infancia, a través de un número de la revista Más madera! que compré en un kiosko de Salou para echar la tarde mientras mis primos se hacían aguadillas en el agua. El número de marras estaba dedicado a las tribus urbanas y entre sus páginas encontré una historieta de "Los decadentes", firmada por un tal Pasqual Ferry que no me sonaba de nada porque mi Olimpo entonces pertenecía a Ibáñez, Escobar y Jan. Así que ahí quedó la cosa, en apenas un flirteo... vamos, ni eso.
Fue mucho después cuando reparé de nuevo en el trabajo de Ferry. Me encontraba entonces, hablo de hace unos seis o siete años, en una especie de vacío existencial, más laboral que personal, y necesitaba algo diferente, saturado como estaba de manga (aunque nunca renegaré a él) y reacio a adentrarme en el universo de los superhéroes (del que tampoco he renegado finalmente). Buscaba algo de autor, no sé, distinto, más personal. Y fue entonces cuando reparé en una historieta, amontonada entre ejemplares huérfanos de cómics olvidados en un puesto de librero en Santa Pola. El tomo de saldo reclamó mi atención. Apenas dos euros de nada, y esa portada sin embargo bien valía veinte... y el título cien: Crepúsculo (Toutain Editor, 1989).
Devoré el tomo, me zambullí en aquella historia mágica, siniestra, oscura como pocas... gótica en el sentido más literal del término. Páginas oscuras para una historia oscura. Una ciudad maldita, Octubre, que precede a Sin City y que bien merece formar parte de la geografía urbana de lo maldito junto a Gotham. Comentar cualquier aspecto del argumento de la historia privaría al lector novel del deleite que supone adentrarse en ella. Sólo diré que todo gira en torno a los "Hombres del Crepúsculo" y a su terrible poder, "secta presuntamente milenaria" cuyo objetivo es el desarrollo máximo de las capacidades mentales. Tras ellos o con ellos, deambulan un escritor fracasado, un detective y la sombra de la muerte.
Parece ser que Crepúsculo iba a formar una trilogía si bien el proyecto se quedó en este número. Como es lógico, tras semejante historia y, sobre todo, tras tan alucinante estilo gráfico, me interesé por el autor, ahora sí, Pasqual Ferry, del que adquirí dos obras más: Nociones de realidad. Sebastian Gorza" (Toutain Editor, 1991) y La Ruta de la Medusa (Glenat, 1994). Qué decir sobre estos dos títulos. De nuevo aluciné con ellos. Ferry nos adentra en un mundo personal de sueños, recuerdos, pesadillas, donde lo real se funde con la imaginación o con lo irreal, azotando a sus personajes hasta el extremo de su propia existencia. De las tres historias que he mencionado, quizá la mejor sea la última, de la que el autor llegó a esbozar una secuela que presentó en el tomo Octubre (Astiberri, 2003) prologado ni más ni menos que por Miguelanxo Prado.  En dicho tomo se compendiaron las tres historias más la secuela referida, Gaunt, de la que Ferry tenía ya esbozadas 46 páginas. La miel en los labios...
En La Ruta de la Medusa Ferry logra crear su propia mitología en torno a una historia de connotaciones artúricas en la eterna pugna del Bien contra el Mal, donde Robert Zimmermann es invitado a tomar una píldora que abre los ojos a una nueva realidad, mucho antes que Neo decidiera salir de su cueva en busca del conejo blanco: "Cada 500 años, de la unión de los opuestos, de la unión de dos almas atormentadas, surgirá el Graal. El hijo de la Paz".
Desde que conozco su obra, incluidos algunos trabajos personales como Mr. Bulb así como otros más comerciales, aunque no por ello menos buenos, como Ultimate Iron Man, Pasqual Ferry se me ha confirmado como un autor de oficio, artesano del cómic, en cuyos trabajos, sobre todo en los que comento, se ve el esfuerzo por finalizar una viñeta o un personaje, donde la tinta se mezcla con el lápiz, el pincel rebasa sutilmente el límite determinado y engorda el trazo, y se advierte la cuchilla con la que se ha perfilado una trama. Me imagino realmente a Ferry encorvado sobre la hoja que moldea a su gusto, con el deleite y la responsabilidad que requiere la maestría de su grafismo. No sé qué más decir ni cómo expresarlo mejor. La búsqueda de estas obras de Ferry, de estos incunables del cómic, bien merece adentrarse por sórdidas y oscuras calles, por laberintos de callejuelas habitadas por alimañas que, en el peor de los casos, se abalanzarán sobre nosotros para sumirnos en una siniestra pesadilla. Yo de momento me quedo en Octubre hasta que el crepúsculo oscurezca la vieja Iruña.








lunes, 3 de octubre de 2016

Tardi y las extraordinarias aventuras de Adèle-Blanc-Sec

Yo era un niño introvertido y poco lúcido y, realmente, no estaba preparado para afrontar la lectura que un buen día de verano cayó en mis manos. Tardi... "Las extraordinarias aventuras de Adèle-Blanc-Sec"... "Adèle y la bestia"... "París, 4 de noviembre de 1911. En el Museo de Historia Natural, en el Jardin des Plantes, 23 HS. 45M..." Vista general de una sala con especímenes prehistóricos. Vista de un huevo de pterodáctilo en una vitrina de cristal. Primer plano, y la cáscara del huevo se resquebraja. De su interior emerge un ejemplar prehistórico que, tras romper la vitrina, asciende y atraviesa el lucernario y surca los cielos. Al mismo tiempo, en Lyon, un tipo siniestro se parte de risa mientras adopta la misma postura que el pájaro (¿pájaro?)
Acostumbrado a las historietas de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, Superlópez y demás, aquella se me hacía rara. Mucho antes de que Spielberg resucitara a sus dinosaurios jurásicos, mucho antes de que conociera París de verdad. Leí la historia con interés, la he releído en alguna otra ocasión posterior, pero aquel encuentro se quedó en eso, aunque siempre tuve ganas de conocer al demonio de la Torre Eiffel, que según se anunciaba, protagonizaba la segunda aventura de tan singular heroína. 
Resulta que hace unos días me hice con la colección completa de aventuras de Adèle-Blanc-Sec, incluida aquella primera del pterodáctilo y, esta vez sí, he conocido al demonio ese, al sabio loco, las momias enloquecidas y demás fauna tardiniana y, ciertamente, la he gozado. Me encanta la ambientación, el argumento de esas historias del inframundo parisino, sus personajes extravagantes, empezando por la singular Adèle, escritora de aventuras que se envuelta en los más enredados líos, mitad por ocio, mitad por trabajo.
Creo que, en su conjunto, se trata de una de las mejores series que he leído en mucho tiempo y que hacen justicia a un autor veterano y muy notable que si bien se ha interesado principalmente por el género bélico y policiaco, donde destacan obras como Balada de la costa oeste y, por supuesto, la serie de historias protagonizada por Néstor Burma, basado en las novelas de Léo Malet, tiene en esta heroína su más popular creación, que hasta cuenta con una versión cinematográfica, Adèle y el misterio de la momia, de Luc Besson (2010), adaptación un tanto libre pero interesante.



No voy a entretenerme en desgranar todas y cada una de las nueve aventuras, aunque al menos citaré sus títulos: Adèle y la Bestia, El demonio de la torre Eiffel, El sabio loco, Momias enloquecidas, El secreto de la salamandra, El ahogado de dos cabezas, Todos monstruos, El misterio de las profundidades y El laberinto infernal, publicadas entre la década de 1970 y nuestros días.
La de Tardi es, ante todo, una vocación literaria pero que traduce en imágenes y escenas de enorme verosimilitud. Pocos como él para describir con imágenes lo lúgubre y siniestro, pese al aspecto ingenuo de algunos de sus personajes, como Felicien Mouginot o el desastroso inspector Caponi. Sin embargo, es en esa aparente ingenuidad donde subyace el contraste con el drama narrado, donde no faltan sectas, asesinatos, estafas, traiciones y algún que otro romance velado. Y es quizá esa capacidad tan sutil la que engrandece estas historias.











jueves, 18 de agosto de 2016

Adiós al maestro Víctor Mora

Hoy hemos amanecido con la noticia del fallecimiento de Víctor Mora Pujadas (Barcelona, 1931-2016), guionista de cómics y novelista que, bajo el seudónimo de "Victor Alcázar", parió hace décadas a El Capitán Trueno, uno de los títulos esenciales del cómic español, que empezó dibujando "Ambrós" en la década de 1950, así como a El Jabato.
Existen grandes aficionados a estos títulos memorables del cómic español, lo cual es comprensible. Ya sólo la parte gráfica merece la pena, y en el aspecto argumental poseen ese sabor mágico e irrepetible que poseen las aventuras clásicas. En esto, Mora fue un maestro.
No obstante, yo a Víctor Mora lo conozco más bien por otros títulos, lo cual confirma el éxito de su prolífica carrera. Para mi Víctor Mora es Sunday, historia ambientada en el Oeste americano y dibujada por el maestro Víctor de la Fuente; es Dani Futuro, con dibujos del genial Carlos Giménez; y, sobre todo, es Las crónicas del sin nombre, obra sublime del cómic español (de la que tengo pendiente una entrada) en la que se relatan las vivencias de un ente cósmico que se aloja en seres humanos, en diferentes épocas y lugares, con el fin de comprender nuestras experiencias y sentimientos, y de cuya parte gráfica se encargó el magistral Luis García.
He disfrutado, disfruto y seguiré disfrutando del cómic gracias a Víctor Mora. Por ello es comprensible que en estos momentos me encuentre un poco huérfano, como le sucederá a muchos otros que, como yo, aman este bello arte.







martes, 2 de agosto de 2016

En el país de los cómics, Super López es Dios

Lo he vuelto a hacer. No puedo evitarlo, año tras año. Es una especie de ritual. Siempre que llega el verano y me tomo unas vacaciones me da por releer En el país de los juegos el tuerto es el rey, que para mí es una de las mejores aventuras de Super López.



La leí por primera vez en uno de los números de la revista Super López, que adquirí con la paga dominical en el estanco del barrio, donde antaño un niño con imaginación podía encontrar un sinfín de cómics que permitían, por unas horas, superar la insipidez de la infancia.  En aquel número se publicaban las primeras seis páginas de la aventura que leí y releí hasta que las páginas quedaron con el grosor del papel de fumar. Aquella historia que comenzaba con una quiniela canina de catorce resultados con cuyo premio Juan, Luisa y Jaime daban comienzo a unas vacaciones en Tontika, capital de Tontecarlo, me cautivó desde el primer momento. Y es que siempre me pasa igual cuando leo alguno de los trabajos de Jan: me quedo boquiabierto con la infinidad de detalles de cada viñeta y con las alocadas tramas que plantea. Y aquella aventura en la que en la decimoquinta viñeta se lía parda a causa de unos maleantes que desean cargarse en plena autopista al empresario Estefe Pillanueva Puf, que salva el pellejo gracias al supermedianía de acero, me dejó con ganas de más, más y más. Así que pasado el tiempo, pues aquel niño no tenía dinero para más cómics, cuando pude comprarme el álbum completo, disfruté de lo lindo, como un niño que acaba de capturar un pokemon con su iphone en medio de la Taconera.
La escapadita a Tontika, el rey Akitespero I el Tuerto, el primer ministro Refuller D´Abastos, Pillanueva Puff y, sobre todo, una ciudad, una sociedad, pasmada por el juego, de todo tipo y formas posibles: trileros, poker, parchís, domino, bingo, lotería, dados, bridge, y el solitario que se marca el monarca. Una particular e ingeniosa parodia sobre el extremo al que puede llegar la ludopatía. Y ante esta sociedad en la que nadie trabaja y en la que lo prioritario es sellar una lotería o echar una partidita rápida para ganar algo de pasta con la que poder ir tirando, la juventud, toda loca, se rebela y decide que quiere estudiar. Sólo así, en este sindiós, se entiende que el propio rey quiera cargarse al empresario Pillanueva Puf para impedir que instale en el país una empresa que revolucione todo. Ahí que joderse, qué mundo.
El trabajo de Juan López, Jan, cualquiera de ellos, siempre me ha parecido fantástico. Es cierto que hay títulos mejores que otros. Ahí quedan, en mi opinión, El señor de los chupetes, La caja de Pandora, Al centro de la tierra, Los cerditos de Camprodón, Periplo búlgaro, o la trilogía de Lady Araña, así como algunos desternillantes títulos más recientes. Es verdad que soy un poco de la idea de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, algo en lo que yerro en más de una ocasión, aunque seguramente en este caso ello se deba a que relaciono esos títulos con momentos felices de la infancia en los que descubrí magníficas aventuras.
Siento un especial cariño por Juan, por Jaime, por Luisa y por todos y cada uno de los personajes secundarios, incluidos el Gran Tchupón, Al Trapone y su pandilla, Escariano Avieso, el inspector Holmez, Martha, "Chico", Lady Araña y muchos otros, que viven en las páginas de cada aventura. Super López no defrauda. Podrá gustar más o menos, pero cualquier título es una oportunidad para disfrutar, y más si te estás torrando bajo el sol del Mediterráneo.
Super López nace a comienzos de la década de 1970, cuando Juan López, Jan, padre de la criatura, recibe el encargo de realizar una parodia de Superman para la editorial barcelonesa Euredit. Bueno, en realidad esto es un primer ensayo, que será retomado en 1978 en la editorial Bruguera dando inicio a una de las leyendas del cómic español que alcanzará su cumbre a en los años 80 y 90, y que aún sigue surcando los cielos. A día de hoy, ningún aficionado al cómic reniega de haber disfrutado en algún momento con las aventuras de Jan, a las que hay que sumar una larga lista de títulos aparte de los del super héroe, como la adaptación de Tadeo Jones, personaje de Enrique Gato, llegando a algunas incursiones en el género erótico festivo como Laszivia.
Se proyecta la película sobre Super López en la que Dani Rovira interpretará al personaje, que dirigirá Javier Ruiz Caldera, con guión de Borja Cobeaga. Veremos en qué queda la cosa.
De momento nos quedamos con el corto de Enrique Gato (2003), que dejo aquí.


Dicho todo esto, lo cierto es que no es malo que los clásicos de nuestro cómic tengan esta revisión y traspasen las fronteras generacionales. Así todos disfrutamos más.
Buen verano.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Retales de una infancia macabra: GoGo Monster, de Taiyô Matsumoto

Vuelvo al manga con relativa frecuencia. Creo que es porque me encuentro muy cómodo con su estética y su particular narrativa, incluida la original, de derecha a izquierda. Tengo la mente tan adiestrada para este tipo de lecturas, que hasta me sorprendo a veces empezando a leer la prensa por el final.
Hace poco adquirí Go-Go Monster, de Taiyô Matsumoto (ECC Ediciones, 2015). Estaba dubitativo, sobre todo por no saber si se trataba de una obra completa o del primer número de lo que podría ser un nuevo romance a la japonesa, es decir, largo y posiblemente inacabado. Pero al informarme de que se trataba de una obra completa y tras ojear un poco sus páginas, me convencí de que aquella podía ser una buena historia. Y vaya si lo es.
Es una historia que se enmarca en lo que podríamos denominar “recuerdos de infancia” sazonada con dosis de ese sentido macabro japonés. No sé que nos pasa a los adultos pero de vez en cuando nos entra la morriña y nos da por recordar nuestros años escolares, buscamos fotos nuestras en la revista del colegio y algo se mueve en nuestro interior cuando rememoramos aquellos momentos vividos con nuestros compañeros, muchos de los cuales no hemos vuelto a ver desde entonces. Es una especie de “Aquellos maravillosos años” pero a lo pamplonés y sin chicas en clase, que yo iba a un colegio del Opus y aquello de mezclar sexos en un mismo recinto era improcedente a la vez que pecaminoso.
Go-go Monster es una historia entrañable y macabra al mismo tiempo. Habla de los años infantiles y del inevitable paso a la pubertad, de esa etapa en la vida en la que abandonamos la fantasía para adentrarnos en la realidad. Es una etapa traumática, que seguro que en pedagogía tiene algún nombre, en la que nos enfrentamos al mundo adulto hacia el que caminaremos en los próximos años, oscureciéndonos y pudriéndonos, como explica Yuki Tachibana, el protagonista.
El hilo conductor de Go-go Monster es este muchacho, Yuki Tachibana, del cuarto curso de una escuela japonesa cualquiera, y su relación con los personajes de su entorno, tanto los de “este lado” como los del “otro lado”. Y es que Tachibana presiente que en su entorno más cercano, y en particular en el colegio, coexisten  unos seres liderados por Super Star, ente de poder inconmensurable, con los cuales interactúa y que a su vez se enfrentan a otros de naturaleza maligna.
Lo cierto es que Yuki es el rarito de la clase al que hay que aislar para que no contagie al resto con sus excentricidades y que continuamente quiere llamar la atención con sus ocurrencias. Es ese tipo extraño del que todos se alejan y se mofan al mismo tiempo. Se comprenderá que el tema de fondo es delicado y que el “bullying” no es cosa de risa. Abusones los ha habido siempre, sólo que algunos han sido más hijoputas que otros. Es curioso que en esta historia, los chicos “normales” aparezcan caricaturizados e, incluso, con aspecto infernal. Yo, debo reconocerlo, me encontraba en esa delgada línea que separaba a los “normales” de los “marginados”. Nunca formé parte de la elite ni por capacidad física ni intelectual y más bien en no pocas ocasiones estuve más cerca de los raritos que de  los iluminados. La verdad es que nunca he dado la espalda a mi gran mundo interior aunque lo cierto es que Yuki las hubiera pasado putas en mi colegio, si bien tengo la tranquilidad de conciencia de que yo hubiera sido como Makoto: receloso al principio y amistoso seguidamente.
Junto a Yuki se encuentra Makoto, un chico nuevo de su clase con el que poco a poco irá conectando y que progresivamente irá participando poco a poco del mundo de Yuki e incluso llegará a percibir algunas sensaciones. Otro personaje relevante de la historia es IQ, un alumno de los cursos superiores que cubre su jeta con una caja y que forma parte, por méritos propios, de los raritos. No cree a Yuki, pero no lo cuestiona, pese a que se toma la libertad de tener su propia teoría sobre lo que le pasa a éste. Otro personaje relevante es Ganz, el jardinero, bedel, hombre para todo, que se ocupa del mantenimiento del centro y que establece una cordial relación con Yuki, Makoto e IQ, y por lo que se desprende, con todos los niños dotados de esa capacidad de percibir aquello que los demás no percibís. Otros personajes recurrentes son los conejos que se crían en el colegio y que cuidan IQ y Yuki, pero ese tema os lo dejo a vosotros. 
En realidad esta historia se centra en ese particular mundo interior que tienen algunos niños, introvertidos y fantasiosos, y que les acompaña, que nos acompaña, durante toda nuestra infancia. Eso nos hace ser raritos, extraños a los demás y, por lo tanto, rechazados en cierto modo. Pero la verdad es que eso nos hace vivir la infancia de un modo diferente al resto, disfrutar de detalles y de momentos que pasan desapercibidos para los demás. Es cuando se dice aquello de que “este niño tiene un gran mundo interior”, que es lo mismo que decir, “es más raro que un perro verde”.
Hay un momento en el que varios profesores del centro refieren el tema del autismo como posible explicación a lo que les sucede a Yuki y a IQ. De hecho, este último da su versión de los hechos: mientras él se cubre con una caja, Yuki lo hace con su envoltorio particular, la escuela, en la que encuentra su zona de confort, con sus amigos monstruitos que le valoran y con los que se entiende. Será Makoto quien ayude a Yuki a salir de la caja e integrarse en el mundo exterior.
En ese proceso, que dura un año completo (la historia está dividida en estaciones, comenzando y finalizando en la primavera, tiempo del renacimiento físico y mental) Yuki se enfrenta a cambios y a momentos difíciles de afrontar, no sólo por la incomprensión de sus compañeros cabrones y de sus profesores, algunos verdaderamente idos por el estrés escolar, sino por el hecho de que es consciente de que está creciendo y, con ello, perdiendo la especial conexión que le une a Super Star y su mundo. Vamos, como cuando tu amigo imaginario del alma te dice que se las pira porque ha encontrado otro amigo mejor que tú. El colmo del abandono. Menos mal que aquí está el bueno de Makoto, que le ayudará a dar el paso.
Hay escenas verdaderamente dignas de mención, sobre todo las que se refieren a la misteriosa 4ª planta de la escuela a la que NUNCA debes subir, ya que allí habitan “ellos” y pueden enfadarse contigo si les incordias. Por supuesto, los niños suben a la planta por aquello de que basta que prohíbas algo para que se haga con más gusto. Esas escenas están magníficamente elaboradas y verdaderamente transmiten una sensación de silencio y tensa calma. Hay mucho de la estética del cine de terror japonés en estas viñetas, juegos de picados y contrapicados, primeros planos y planos generales, que aportan un ritmo gráfico inquietante que contribuye a preludiar algo que, aunque no llega, parece que va a producirse en cualquier momento.
A través de esas viñetas he recordado el macabro aspecto de mi colegio a partir de las 6 de la tarde cuando, después de salir del aula de castigo a la que te habían exiliado por una risita inoportuna, el colegio mostraba su rostro más macabro y siniestro, con sus largos y oscuros pasillos, ruidos procedentes de aulas vacías, murmullos ahogados que rasgaban el aire desde el sótano, escaleras extrañamente más empinadas que conducían a espacios ensombrecido que parecían habitados. ¡Qué mal rollo me está dando todo esto! Sólo al salir del colegio volvías a respirar y a medida que enfilabas el retorno a casa por las calles de la Txantrea recuperabas el aliento... Hasta que aparecía el jodido Chino con su banda de hampones y te birlaba las canicas. Eso si no te metía además un guantazo.
Comparto con Yuki el jodido uniforme, con pantalones de tergal que no abrigaban en invierno y con los que te cocías en verano, su introversión y alguna otra pedrada más, entre ellas algo de su mundo interior. Y lo cierto es que recuerdo con cariño aquellos años que no se si fueron tan maravillosos pero no estuvieron mal. Eran días en los que lo verdaderamente interesante estaba fuera de los libros, en la calle, en los alrededores. Cuando el ruido de una mosca era más que suficiente para que dejaras de lado la jodida tabla de multiplicar del siete. Cuando la diferencia entre un ángulo recto y un ángulo obtuso te daba exactamente igual y cuando te la pelaba a qué hora, dónde y por qué se encontraría ese maldito tren que salía de Cuenca a las 12 de la mañana en dirección a Lugo con el que venía de esta ciudad y había salido dos horas antes. Todo lo que deseabas era salir del colegio para ir a casa y ver La bola de cristal mientras devorabas un bocata de chorizo pamplonica. Ahí estaba la felicidad más plena, ansiada durante siglos pos ascetas que se marchaban a meditar a los más recónditos páramos. La mayor sabiduría estaba en la colleja que le metía Ron Damón (sí, así pronunciado) al pobre del Chavo del Ocho mientras la muy puta de la Chilindrina y el muy hijodelagranputa de Quico se desternillaban. Ahí era donde te dabas cuenta de que los errores de la vida duelen y de que hay que tirar para adelante... Era entonces cuando agradecías que Super Star y los suyos estuvieran cerca para echar una mano.
No sé qué más decir de Gogo Monster salvo que he disfrutado mucho leyéndola y releyéndola. Son extrañas las sensaciones que percibes ante sus viñetas y, por un momento, aunque sea durante un instante, en la negrura y soledad de la noche tú también crees escuchar la melodía de la barrita de plata. Ya me entenderéis.










sábado, 12 de marzo de 2016

Python Trip, un clásico de Mariel y Andrés Martín

A veces las cosas suceden porque tienen que suceder. Hace unas semanas me regalaron un ejemplar de Papel Vivo, el número 21, titulado Python Trip que, tras ojearlo, dejé aparcado en la estantería a la espera de sacar un momento para leerlo. Entonces estaba con otras cosas en la cabeza e, ignorante de mí, no caí en lo que tenía entre las manos. 
Fue al cogerlo hace unos días cuando lo comprendí. Al ver aquellas páginas, aquel dibujo, vi en él algo familiar. Sentí como una especie de dejavu gráfico. ¡Cómo no iba a suceder! Volví a leer los nombres de los autores y lo comprendí. Mariel y Andrés Martín... Mariel... Mariel... Ma... Mamen, la fantástica pelirroja de El Jueves, uno de mis mitos sexuales de juventud. Reconozco que a partir de ese momento afronté la lectura de Python Trip con otra perspectiva. Pero vayamos al grano. 
Una mano aparecida en la playa de Menton (Côte d´Azur, Francia); la búsqueda de Bronski, un gangster misteriosamente desaparecido; la consulta del doctor Delclos; Garvak y la secta de la hagiosofía; la turbada y turbadora Pat y su adicción a la mescalina; un guión bien construido y un dibujo sensacional son los ingredientes de esta historia que si bien no ha trascendido demasiado a mí me resulta muy interesante. Es uno de esos relatos para leer de un tirón, novela negra de la mejor calidad, cuya trama se va enmarañando y complicando hasta el desenlace final.   
Esto de la hagiosofía es un tema curioso, vinculado a las ciencias esotéricas que partiendo de la doctrina cristiana se centra en el estudio o, mejor, en el aprendizaje de los santos, de su divinidad y de sus poderes milagrosos. Pero precisamente por lo curioso y por la dosis de fanatismo que encierra termina convirtiéndose en algo terrible: “el orgasmo de la sangre”, la sangre y el dolor humano (ajeno, se entiende) como vía de acceso a la divinidad de los santos. Vamos, a lo Hellraiser pero con alas de cisne en vez de alas de cuervo. 
Al margen de la pedrada de la hagiosofía, las páginas de Python Trip son de una gran elegancia visual. Mariel se revela en ellas como una fantástica autora, precisa en los trazos, atrevida en los encuadres y en las perspectivas, culta en la recreación visual de un guión culto, donde la iconografía sacra campea a sus anchas a través de numerosos imágenes de santos, referencias cultistas y ocultistas al mundo del arte que, verdaderamente nos hace disfrutar mucho a los que sabemos distinguir a simple vista  a un San Sebastián de un San Cristóbal de una Santa Catalina de Alejandría. La elegancia del Modernismo está presente en muchas viñetas y ayuda a entrelazar realidad, imaginación y sueño en una historia realmente interesante.
Python Trip se publicó en 1981 como el número 21 de la colección Papel Vivo, uno de los proyectos más interesantes del cómic español de la década de los 70 y los 80, donde participaron autores imprescindibles como Carlos Giménez, Alfonso Font, Annie Goetzinger, Ventura y Nieto, Adolfo Usero, Juan Boix, etc. Ese mismo 1981, Mariel y Martín publicaron Contactos, recopilación de historias cortas de El Jueves, si no me equivoco. (Nota: incluir en cesta de la compra). Luego ya, Mariel desarrollaría el personaje de Mamen junto a Manel Barceló. 
Creo que Python Trip no sólo es un título interesante sino que se enmarca en una época formidable, aunque fluctuante, del cómic español. Queda envuelto en esa especie de patina de época que hace que sea producto de un momento concreto que no obstante, ha envejecido de maravilla y resulta a día de hoy una historia francamente buena. Tiene frescura, cierto desparpajo, un buen guión y un dibujo sensacional. No hay duda, al que le guste el buen cómic, que le eche un vistazo.




miércoles, 3 de febrero de 2016

Reencuentro con Corto Maltés bajo el sol de medianoche

No hace falta que repita que soy un adicto a las historias de Corto Maltés desde que en el Salón del Cómic de Barcelona de 2000 (o 2001) adquirí un ejemplar de sus aventuras, en concreto Las Helvéticas, que ya de vuelta a casa devoré con avidez y enorme curiosidad, y que después he vuelto a releer en diversas ocasiones. No es la que más me gusta, pero siempre me cautiva. Desde aquel primer contacto con Corto Maltés no he parado de acudir una y otra vez a sus aventuras. Siento una gran atracción hacia el personaje inmortal del genial Hugo Pratt. Incluso hay quien piensa que a determinadas horas del día y depende con qué luz, y siempre que lleve un abrigo, me parezco algo a él. Como se comprenderá, la comparación, aunque exagerada, me halaga enormemente.
En otra ocasión, recuerdo que una mañana en lugar de acudir a la universidad a instruirme de la sapiencia de sus docentes, decidí acudir a la Casa de la Juventud para solicitar que me dejaran ojear alguno de los ejemplares de la tebeoteca, y elegí Las Célticas. Aquella sí que fue una mañana provechosa.
Por todo esto se comprenderá que una vez leídas y releídas todas las historias del marino me encontrar algo vacío, sobre todo por el hecho de que su autor hubiese fallecido hace años. Quizá por ello me refugié en otras historias de Pratt, Los escorpiones del desierto, El aventurero del Caribe..., hasta adquirí Sandokan, con guion de Milo Manara, proyecto inacabado centrado en el personaje de Salgari y que, según parece, permaneció décadas escondido, olvidado, en el cajón de una editorial. La historia no está mal, bien dibujada, pero te deja a medias, como un coitus interruptus, y eso a determinadas edades no es bueno para la salud.
Así que me encontraba un tanto huérfano, tebeísticamente hablando. Menos mal que ahí estaban los Maroto, Sio, Fernández, García, Font, Azpiri, Giménez, Ferry, Carrillo... y Eisner, Mignola, Corben, Miller y un largo etcétera de grandes autores.
Y resulta que, coincidencias de la vida, ha sido en otro salón del cómic, el de Zaragoza de 2015, acompañado esta vez de mi mujer, donde me he reencontrado de nuevo con mi viejo amigo en su aventura Bajo el sol de medianoche. ¿Cómo es posible? Pues gracias a la magia del cómic y al buen hacer (¡magnífico hacer!) de Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero, que han conseguido dar vida de nuevo, quizá ayudados por la magia vudú y a las artes de Morgana, Bahianinha y Boca Dorada, al genial marino, acompañado, aunque brevemente, por el incorregible Rasputín, en una aventura que transcurre en la frontera entre Alaska y Canadá.
 
 

Ha sido una sensación extraña, como la de reencontrarse con un viejo amigo al que llevas años sin ver. Primero te muestras alegre pero un tanto receloso, temeroso de que no sea el mismo o de no recocer en él aquello que antaño motivó la amistad. Poco a poco la conversación y la camaradería fluyen, los recuerdos cobran vida y surgen entre risas y gestos cómplices. Una cerveza lleva a otra y, ciertamente, la amistad brota de nuevo y vuelve a ser la que era. Esa ha sido la sensación con esta nueva aventura de Corto Maltés. Si bien con cierta precaución al principio, cierto prejuicio diría yo, poco a poco he ido reconociendo en las páginas al personaje, su carácter, su particular forma de hablar y de afrontar los problemas que surgen... hasta sus andares. Este Corto Maltés de Díaz Canales y Pellejero es el Corto Maltés de Pratt y no sólo en el aspecto gráfico y en el dibujo, o en su historia aventurera, sino en aquello que nos hace personas, su alma.
Mi reticencia inicial -insisto, prejuicio- a leer esta historia ha sucumbido ante la innegable evidencia de que se trata de una obra magníficamente realizada por dos autores que se unen a la práctica de continuar la obra de autores anteriores, práctica tan antigua como la historia del cómic y que recientemente hemos podido ver con personajes míticos como Astérix y Obélix, por no mencionar el universo de superhéroes, donde es muy habitual desde hace décadas.
La aventura, de cuya trama no contaré nada, se desarrolla unos meses después a La balada del mar salado. Parece mentira que ambas historias se desarrollen casi en el mismo tiempo y sin embargo estén realizadas con tantas décadas de diferencia. Ahora bien, los autores han sabido dotar a este trabajo de personalidad propia tanto en la parte gráfica como en el guion, de manera que no se trata de una mera copia sino en una reinterpretación. Vamos, como Metallica versionando la canción celta  Whiskey in the jar, que por cierto canta uno de los personajes de esta historia.
Hay guiños al pasado reciente, como la bella Pandora Groovesnore, amor platónico de Corto, o a su futuro, como la milicia irlandesa con la que colaborará en uno de los relatos de Las Célticas. También aparece por aquí Jack London, que nos trae a la memoria la juventud de Corto en el conflicto ruso-japonés. Eso marca también la altura de este trabajo bien hilado en el que se advierte la biografía del marino.
Lo dicho, una obra muy interesante y recomendable que espero no sea la última que realicen estos autores. A disfrutarla...

lunes, 11 de enero de 2016

Todo el polvo del camino, de Wander Antunes y Jaime Martín

Realmente, escribo este blog por puro instinto, dejándome llevar por lo que me apetece leer en cada momento. Eso es lo bueno de no estar sujeto a ningún compromiso. Y no sé muy bien por qué, una tarde en la que no tenía otra cosa que hacer, me pasé por TBO y adquirí este ejemplar. Magnífica tarde esa.
La obra que nos ocupa fue editada en 2010 por Dupuis, con guión de Wander Antunes y dibujo de Jaime Martín (manejamos la edición de Norma Editorial, 2010). Ambientada en Estados Unidos, en 1929, en la época de la Gran Depresión, es una historia de gran dureza argumental pero de una enorme intensidad humana. El protagonista, Tom, un lobo solitario, (cuyo aspecto recuerda al de Ed Harris),"un fantasma que vaga sin rumbo por estos caminos tristes y polvorientos", acabará viéndose envuelto en una búsqueda, la de un muchacho y quizá la de su propia condición humana, en un mundo implacable con el débil y con el oprimido. La negación de la propia identidad, la violencia racial, los desahucios, la pérdida de los seres amados, de su esposa Martha, obligan a Tom a recorrer los caminos en busca de una oportunidad que no llega y que cuando lo hace no es tan gratificante como se esperaba. El Sr. Hammond, a quien Tom socorre en la carretera, pedirá a éste que localice a su hijo, Buck, un pillastre con el que Tom ha coincidido previamente y cuya compañía a rechazado, obsesionado con las historias de Jack London, al que tendrá que buscar. Esta búsqueda no sólo será material sino también personal. 
La historia de Tom es la de muchas personas que de la noche a la mañana han visto desmoronarse su existencia. Su familia, su hogar, su trabajo... ¡siempre el puto trabajo, siempre el puto dinero! Gente que se aprovecha de las penurias ajenas, personas que tratan de sobrevivir en plena jauría humana, mendigando algo que llevarse a la boca o simplemente un poco de afecto. Gente que camina sola por páramos silenciosos o en medio de una muchedumbre sorda, ciega y muda. Y siempre hay algún cabrón que saca partido del drama ajeno y que encuentra en éste un filón, yendo en contra del más débil, del desvalido, como el pobre Danny Brown, un hombre al que ejecutan por el simple hecho de ser negro, sin que sus verdugos sepan siquiera su nombre. 
Todo el polvo del camino es una historia narrada muchas veces, en épocas diferentes. Es un relato de soledad y de lucha, de encuentro y de amistad, de maldad, de la infame crueldad del que se cree más fuerte hacia el que se considera más débil. Tom es un lobo solitario, pero no al estilo de Herman Hess, autodestructivo, tampoco como se comprende últimamente a estos "lobos solitarios", en plan kamikaze hijoputesco, cabrón y fanático, que quieren irse de este mundo llevándose a cientos de inocentes con ellos. No, el lobo solitario de esta historia busca sobrevivir, primero de forma egoista, aunque poco a poco más humanamente.
En la parte más técnica, se trata de un buen trabajo, muy bien documentado, que recrea de manera verosímil la América profunda, sus espacios y sus gentes. Esto se logra en gran medida gracias al apoyo gráfico que ofrece el trabajo de los grandes reporteros de la época como Walker Evans, Dorothea Lange o Ben Shahn, entre otros. Jack London y John Steinbeck, autor de Las uvas de la ira, libro que fue adaptado al cine con el  mismo título por John Ford, con Henry Fonda como protagonista, también están presentes.  
El brasileño Antunes elabora una interesante historia en torno al protagonista con abundantes detalles sobre la América profunda durante la Gran Depresión. Se revela además como un autor metódico que elabora sus guiones en forma de storyboard, apuntando al dibujante no sólo la trama sino también alternativas de composición de página y de encuadres de escenas, que han sido respetadas en buena medida por el dibujante. Éste, Jaime Martín, viene postulándose desde hace algunos años como uno de los autores más interesantes del panorama nacional con trabajos como Sangre de barrio (1989-2005), Invisible (2004), Lo que el viento trae (2007) o Las guerras silenciosas (2014), entre otros. 
No es una historia sencilla de digerir, pero una vez digerida, deja un magnífico sabor de boca.
Dejo aquí una entrevista al autor en la que habla, entre otras cuestiones, de este trabajo: Entrevista con Jaime Martín.