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En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

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miércoles, 3 de febrero de 2016

Reencuentro con Corto Maltés bajo el sol de medianoche

No hace falta que repita que soy un adicto a las historias de Corto Maltés desde que en el Salón del Cómic de Barcelona de 2000 (o 2001) adquirí un ejemplar de sus aventuras, en concreto Las Helvéticas, que ya de vuelta a casa devoré con avidez y enorme curiosidad, y que después he vuelto a releer en diversas ocasiones. No es la que más me gusta, pero siempre me cautiva. Desde aquel primer contacto con Corto Maltés no he parado de acudir una y otra vez a sus aventuras. Siento una gran atracción hacia el personaje inmortal del genial Hugo Pratt. Incluso hay quien piensa que a determinadas horas del día y depende con qué luz, y siempre que lleve un abrigo, me parezco algo a él. Como se comprenderá, la comparación, aunque exagerada, me halaga enormemente.
En otra ocasión, recuerdo que una mañana en lugar de acudir a la universidad a instruirme de la sapiencia de sus docentes, decidí acudir a la Casa de la Juventud para solicitar que me dejaran ojear alguno de los ejemplares de la tebeoteca, y elegí Las Célticas. Aquella sí que fue una mañana provechosa.
Por todo esto se comprenderá que una vez leídas y releídas todas las historias del marino me encontrar algo vacío, sobre todo por el hecho de que su autor hubiese fallecido hace años. Quizá por ello me refugié en otras historias de Pratt, Los escorpiones del desierto, El aventurero del Caribe..., hasta adquirí Sandokan, con guion de Milo Manara, proyecto inacabado centrado en el personaje de Salgari y que, según parece, permaneció décadas escondido, olvidado, en el cajón de una editorial. La historia no está mal, bien dibujada, pero te deja a medias, como un coitus interruptus, y eso a determinadas edades no es bueno para la salud.
Así que me encontraba un tanto huérfano, tebeísticamente hablando. Menos mal que ahí estaban los Maroto, Sio, Fernández, García, Font, Azpiri, Giménez, Ferry, Carrillo... y Eisner, Mignola, Corben, Miller y un largo etcétera de grandes autores.
Y resulta que, coincidencias de la vida, ha sido en otro salón del cómic, el de Zaragoza de 2015, acompañado esta vez de mi mujer, donde me he reencontrado de nuevo con mi viejo amigo en su aventura Bajo el sol de medianoche. ¿Cómo es posible? Pues gracias a la magia del cómic y al buen hacer (¡magnífico hacer!) de Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero, que han conseguido dar vida de nuevo, quizá ayudados por la magia vudú y a las artes de Morgana, Bahianinha y Boca Dorada, al genial marino, acompañado, aunque brevemente, por el incorregible Rasputín, en una aventura que transcurre en la frontera entre Alaska y Canadá.
 
 

Ha sido una sensación extraña, como la de reencontrarse con un viejo amigo al que llevas años sin ver. Primero te muestras alegre pero un tanto receloso, temeroso de que no sea el mismo o de no recocer en él aquello que antaño motivó la amistad. Poco a poco la conversación y la camaradería fluyen, los recuerdos cobran vida y surgen entre risas y gestos cómplices. Una cerveza lleva a otra y, ciertamente, la amistad brota de nuevo y vuelve a ser la que era. Esa ha sido la sensación con esta nueva aventura de Corto Maltés. Si bien con cierta precaución al principio, cierto prejuicio diría yo, poco a poco he ido reconociendo en las páginas al personaje, su carácter, su particular forma de hablar y de afrontar los problemas que surgen... hasta sus andares. Este Corto Maltés de Díaz Canales y Pellejero es el Corto Maltés de Pratt y no sólo en el aspecto gráfico y en el dibujo, o en su historia aventurera, sino en aquello que nos hace personas, su alma.
Mi reticencia inicial -insisto, prejuicio- a leer esta historia ha sucumbido ante la innegable evidencia de que se trata de una obra magníficamente realizada por dos autores que se unen a la práctica de continuar la obra de autores anteriores, práctica tan antigua como la historia del cómic y que recientemente hemos podido ver con personajes míticos como Astérix y Obélix, por no mencionar el universo de superhéroes, donde es muy habitual desde hace décadas.
La aventura, de cuya trama no contaré nada, se desarrolla unos meses después a La balada del mar salado. Parece mentira que ambas historias se desarrollen casi en el mismo tiempo y sin embargo estén realizadas con tantas décadas de diferencia. Ahora bien, los autores han sabido dotar a este trabajo de personalidad propia tanto en la parte gráfica como en el guion, de manera que no se trata de una mera copia sino en una reinterpretación. Vamos, como Metallica versionando la canción celta  Whiskey in the jar, que por cierto canta uno de los personajes de esta historia.
Hay guiños al pasado reciente, como la bella Pandora Groovesnore, amor platónico de Corto, o a su futuro, como la milicia irlandesa con la que colaborará en uno de los relatos de Las Célticas. También aparece por aquí Jack London, que nos trae a la memoria la juventud de Corto en el conflicto ruso-japonés. Eso marca también la altura de este trabajo bien hilado en el que se advierte la biografía del marino.
Lo dicho, una obra muy interesante y recomendable que espero no sea la última que realicen estos autores. A disfrutarla...