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miércoles, 25 de mayo de 2016

Retales de una infancia macabra: GoGo Monster, de Taiyô Matsumoto

Vuelvo al manga con relativa frecuencia. Creo que es porque me encuentro muy cómodo con su estética y su particular narrativa, incluida la original, de derecha a izquierda. Tengo la mente tan adiestrada para este tipo de lecturas, que hasta me sorprendo a veces empezando a leer la prensa por el final.
Hace poco adquirí Go-Go Monster, de Taiyô Matsumoto (ECC Ediciones, 2015). Estaba dubitativo, sobre todo por no saber si se trataba de una obra completa o del primer número de lo que podría ser un nuevo romance a la japonesa, es decir, largo y posiblemente inacabado. Pero al informarme de que se trataba de una obra completa y tras ojear un poco sus páginas, me convencí de que aquella podía ser una buena historia. Y vaya si lo es.
Es una historia que se enmarca en lo que podríamos denominar “recuerdos de infancia” sazonada con dosis de ese sentido macabro japonés. No sé que nos pasa a los adultos pero de vez en cuando nos entra la morriña y nos da por recordar nuestros años escolares, buscamos fotos nuestras en la revista del colegio y algo se mueve en nuestro interior cuando rememoramos aquellos momentos vividos con nuestros compañeros, muchos de los cuales no hemos vuelto a ver desde entonces. Es una especie de “Aquellos maravillosos años” pero a lo pamplonés y sin chicas en clase, que yo iba a un colegio del Opus y aquello de mezclar sexos en un mismo recinto era improcedente a la vez que pecaminoso.
Go-go Monster es una historia entrañable y macabra al mismo tiempo. Habla de los años infantiles y del inevitable paso a la pubertad, de esa etapa en la vida en la que abandonamos la fantasía para adentrarnos en la realidad. Es una etapa traumática, que seguro que en pedagogía tiene algún nombre, en la que nos enfrentamos al mundo adulto hacia el que caminaremos en los próximos años, oscureciéndonos y pudriéndonos, como explica Yuki Tachibana, el protagonista.
El hilo conductor de Go-go Monster es este muchacho, Yuki Tachibana, del cuarto curso de una escuela japonesa cualquiera, y su relación con los personajes de su entorno, tanto los de “este lado” como los del “otro lado”. Y es que Tachibana presiente que en su entorno más cercano, y en particular en el colegio, coexisten  unos seres liderados por Super Star, ente de poder inconmensurable, con los cuales interactúa y que a su vez se enfrentan a otros de naturaleza maligna.
Lo cierto es que Yuki es el rarito de la clase al que hay que aislar para que no contagie al resto con sus excentricidades y que continuamente quiere llamar la atención con sus ocurrencias. Es ese tipo extraño del que todos se alejan y se mofan al mismo tiempo. Se comprenderá que el tema de fondo es delicado y que el “bullying” no es cosa de risa. Abusones los ha habido siempre, sólo que algunos han sido más hijoputas que otros. Es curioso que en esta historia, los chicos “normales” aparezcan caricaturizados e, incluso, con aspecto infernal. Yo, debo reconocerlo, me encontraba en esa delgada línea que separaba a los “normales” de los “marginados”. Nunca formé parte de la elite ni por capacidad física ni intelectual y más bien en no pocas ocasiones estuve más cerca de los raritos que de  los iluminados. La verdad es que nunca he dado la espalda a mi gran mundo interior aunque lo cierto es que Yuki las hubiera pasado putas en mi colegio, si bien tengo la tranquilidad de conciencia de que yo hubiera sido como Makoto: receloso al principio y amistoso seguidamente.
Junto a Yuki se encuentra Makoto, un chico nuevo de su clase con el que poco a poco irá conectando y que progresivamente irá participando poco a poco del mundo de Yuki e incluso llegará a percibir algunas sensaciones. Otro personaje relevante de la historia es IQ, un alumno de los cursos superiores que cubre su jeta con una caja y que forma parte, por méritos propios, de los raritos. No cree a Yuki, pero no lo cuestiona, pese a que se toma la libertad de tener su propia teoría sobre lo que le pasa a éste. Otro personaje relevante es Ganz, el jardinero, bedel, hombre para todo, que se ocupa del mantenimiento del centro y que establece una cordial relación con Yuki, Makoto e IQ, y por lo que se desprende, con todos los niños dotados de esa capacidad de percibir aquello que los demás no percibís. Otros personajes recurrentes son los conejos que se crían en el colegio y que cuidan IQ y Yuki, pero ese tema os lo dejo a vosotros. 
En realidad esta historia se centra en ese particular mundo interior que tienen algunos niños, introvertidos y fantasiosos, y que les acompaña, que nos acompaña, durante toda nuestra infancia. Eso nos hace ser raritos, extraños a los demás y, por lo tanto, rechazados en cierto modo. Pero la verdad es que eso nos hace vivir la infancia de un modo diferente al resto, disfrutar de detalles y de momentos que pasan desapercibidos para los demás. Es cuando se dice aquello de que “este niño tiene un gran mundo interior”, que es lo mismo que decir, “es más raro que un perro verde”.
Hay un momento en el que varios profesores del centro refieren el tema del autismo como posible explicación a lo que les sucede a Yuki y a IQ. De hecho, este último da su versión de los hechos: mientras él se cubre con una caja, Yuki lo hace con su envoltorio particular, la escuela, en la que encuentra su zona de confort, con sus amigos monstruitos que le valoran y con los que se entiende. Será Makoto quien ayude a Yuki a salir de la caja e integrarse en el mundo exterior.
En ese proceso, que dura un año completo (la historia está dividida en estaciones, comenzando y finalizando en la primavera, tiempo del renacimiento físico y mental) Yuki se enfrenta a cambios y a momentos difíciles de afrontar, no sólo por la incomprensión de sus compañeros cabrones y de sus profesores, algunos verdaderamente idos por el estrés escolar, sino por el hecho de que es consciente de que está creciendo y, con ello, perdiendo la especial conexión que le une a Super Star y su mundo. Vamos, como cuando tu amigo imaginario del alma te dice que se las pira porque ha encontrado otro amigo mejor que tú. El colmo del abandono. Menos mal que aquí está el bueno de Makoto, que le ayudará a dar el paso.
Hay escenas verdaderamente dignas de mención, sobre todo las que se refieren a la misteriosa 4ª planta de la escuela a la que NUNCA debes subir, ya que allí habitan “ellos” y pueden enfadarse contigo si les incordias. Por supuesto, los niños suben a la planta por aquello de que basta que prohíbas algo para que se haga con más gusto. Esas escenas están magníficamente elaboradas y verdaderamente transmiten una sensación de silencio y tensa calma. Hay mucho de la estética del cine de terror japonés en estas viñetas, juegos de picados y contrapicados, primeros planos y planos generales, que aportan un ritmo gráfico inquietante que contribuye a preludiar algo que, aunque no llega, parece que va a producirse en cualquier momento.
A través de esas viñetas he recordado el macabro aspecto de mi colegio a partir de las 6 de la tarde cuando, después de salir del aula de castigo a la que te habían exiliado por una risita inoportuna, el colegio mostraba su rostro más macabro y siniestro, con sus largos y oscuros pasillos, ruidos procedentes de aulas vacías, murmullos ahogados que rasgaban el aire desde el sótano, escaleras extrañamente más empinadas que conducían a espacios ensombrecido que parecían habitados. ¡Qué mal rollo me está dando todo esto! Sólo al salir del colegio volvías a respirar y a medida que enfilabas el retorno a casa por las calles de la Txantrea recuperabas el aliento... Hasta que aparecía el jodido Chino con su banda de hampones y te birlaba las canicas. Eso si no te metía además un guantazo.
Comparto con Yuki el jodido uniforme, con pantalones de tergal que no abrigaban en invierno y con los que te cocías en verano, su introversión y alguna otra pedrada más, entre ellas algo de su mundo interior. Y lo cierto es que recuerdo con cariño aquellos años que no se si fueron tan maravillosos pero no estuvieron mal. Eran días en los que lo verdaderamente interesante estaba fuera de los libros, en la calle, en los alrededores. Cuando el ruido de una mosca era más que suficiente para que dejaras de lado la jodida tabla de multiplicar del siete. Cuando la diferencia entre un ángulo recto y un ángulo obtuso te daba exactamente igual y cuando te la pelaba a qué hora, dónde y por qué se encontraría ese maldito tren que salía de Cuenca a las 12 de la mañana en dirección a Lugo con el que venía de esta ciudad y había salido dos horas antes. Todo lo que deseabas era salir del colegio para ir a casa y ver La bola de cristal mientras devorabas un bocata de chorizo pamplonica. Ahí estaba la felicidad más plena, ansiada durante siglos pos ascetas que se marchaban a meditar a los más recónditos páramos. La mayor sabiduría estaba en la colleja que le metía Ron Damón (sí, así pronunciado) al pobre del Chavo del Ocho mientras la muy puta de la Chilindrina y el muy hijodelagranputa de Quico se desternillaban. Ahí era donde te dabas cuenta de que los errores de la vida duelen y de que hay que tirar para adelante... Era entonces cuando agradecías que Super Star y los suyos estuvieran cerca para echar una mano.
No sé qué más decir de Gogo Monster salvo que he disfrutado mucho leyéndola y releyéndola. Son extrañas las sensaciones que percibes ante sus viñetas y, por un momento, aunque sea durante un instante, en la negrura y soledad de la noche tú también crees escuchar la melodía de la barrita de plata. Ya me entenderéis.