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lunes, 21 de septiembre de 2020

Horobi, de Yoshihisa Tagami: un clásico de terror japonés

Ando como un niño con zapatos nuevos desde que me he agenciado la obra completa de Horobi, del  maestro Yoshihisa Tagami, editada en dos tomos por RW Edizioni. El más avispado ya habrá intuido que hay un pero... efectivamente, se trata de una edición en italiano, pero no es mayor problema si tiramos de conocimientos adquiridos en la RAI 1 y, claro está, usando el comodín del traductor de San Google.  






Como recordaréis los que tenéis memoria, vamos, los que vamos peinando las canas de la cuarentena, Horobi fue publicada en España en los 90 por Viz Comics, de Planeta De Agostini. En concreto, ocho tomos en formato comic book, siguiendo la edición norteamericana,  que, como era habitual entonces, nos dejaron con las ganas, como sucediera con Crying Freeman, El puño de la Estrella del Norte y un largo etcétera de historias incompletas, algunas de las cuales se completarían con el tiempo. Aquella fue una época de dejarnos a medias, con las ganas y medianamente frustrados. Para los fans del manga de entonces tuvimos un premio de consolación con Grey, también de Tagami, que se publicó completa y que hizo las delicias del respetable, joya maestra del género high tech no superada. 

Horobi fue un puntazo, que me dejó ojoplático con una historia de terror, con monstruos, pesadillas, apariciones, mitos, lucha de sectas, macarras y chuletas de medio pelo, tías buenas y el profesor Sakatayama de los huevos. El pamplinas de Zen Amako y el pijales de Shuichi Aiga son los protas de turno, herederos del héroe Idari, llamados a liderar el clan Satori, en su lucha contra el clan Yamako, integrado por mujeres con poderes y muy mala leche. Una lucha de sexos por el dominio del mundo. 

La parte que se publicó en España en los 90 comprende el tomo 1 de la edición italiana y unas pocas páginas del tomo 2, por lo que la historia ofrece aún mucho interés por resultar inédita en gran parte. 

La historia es ochentera a más no poder, los monstruos, que aparecen y desaparecen como el Guadiana, recuerdan a Godzilla y a los pedazo mostrencos de Ultraman. Hay un gusto añejo, a buqué de barrica buena, en una historia que no ha envejecido nada mal.

Sigue siendo una gozada sumergirse en la narrativa de Tagami, a base de retazos en los que las historias personales se van entremezclando hasta hilvanar una historia bastante resultona. Tagami es un genio de la narrativa secuencial y de los encuadres. Una gozada. Y, claro está, una estética particular, la de Tagami, en su dibujo, en el aspecto de sus personajes, con esas narices largas pero atractivas, con ese dominio del entintado, tan clásico y atractivo, y un vibrante dinamismo en las viñetas, particularmente las de acción.

Horobi, lejos de ser un viaje a la pesadilla, es un viaje a mi juventud más alterada, que sí, tuvo algo de pesadilla, pero también muchos sueños placenteros, los mismos que anhela tener Zen Amako, el prota.  


A disfrutar...


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