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miércoles, 28 de diciembre de 2022

El espíritu del escorpión, de Fernando Llor y Pablo Caballo: reconstruyendo al monstruo de Srebrenica

Radovan Karadzic, un nombre más de la historia negra del mundo. Sucedió en los 90, en el corazón de Europa, bueno, de esa parte que se denomina, a veces de manera despectiva, "del Este", pero que está aquí al lado. Ahora, con la invasión rusa de Ucrania parece que nos hemos dado cuenta. 



Yo entonces era un adolescente, y estaba más con las Olimpiadas, la Expo y flipando con el álbum negro de Metallica. Aquello de la guerra de los Balcanes me sonaba a Mordor y, la verdad, estaba a mis cosas. Pero lo cierto es que fue bochornoso, y día tras día, te comías el filete empanado con una nueva escena de muerte, con la crónica del Pérez Reverte, mientras el cobarde francotirador de turno despachaba en directo a una nueva víctima civil. Veías que se estaba armando una buena sin entender muy bien qué pasaba, ya que aquello de la limpieza étnica parecía cosa del pasado y no encajaba en plenos 90. Pero ahí estaban los militares serbios de Bosnia para recordarnos que basta un uniforme, un arma y una dosis de ego racista para sembrar de sangre las calles. Porque fueron ellos, los de la VRS y el grupo de militares conocido como los escorpiones, liderados por el general Ratko Mladic y con el beneplácito del presidente Karadzic, quienes a modo de Cruzada "limpiaron" el país de bosnios musulmanes, dando igual el sexo o la edad de las víctimas inocentes. De aquellas "limpiezas étnicas" quizá fue la de Srebrenica la más sangrante de todas ellas, con más de 8.000 víctimas civiles, crimen nefasto agravado por el echo de que, en teoría, la zona era segura y se encontraba protegida por los Cascos Azules neerlandeses. 

Y tras aquello, el líder Karadzic, obsesionado por la idea de la Gran Serbia, acusado de crímenes de guerra contra serbios y croatas, desapareció de la faz de la tierra. El escorpión, volvió a su agujero. Y allí permaneció, inmundo, durante años, camuflado bajo una identidad falsa, Dragan Dabic, ejerciendo como gurú newage atendiendo a mujeres en su consulta de Belgrado, hasta que la noche del 21 de julio de 2008, unidades del BIA, el servicio secreto de Serbia, le cortaron el aguijón, y la justicia le condenó a cadena perpetua por crímenes de guerra y como responsable del genocidio de Srebrenica y del sitio de Sarajevo, entre otros cargos. 

El espíritu del escorpión. La máscara del genocida de Srebrenica (2018), de Fernando Llor y Pablo Caballo, combina la historia de Jasmina, una joven que anhela ser madre, con el dramático recuerdo de los hechos de Srebrenica y la implicación en ellos de los militares y, particularmente, de Karadzic. La joven, vulnerable por su deseo, va cediendo a la manipulación del escorpión que, poco a poco, se adueña de ella, modelándola a su antojo y abusando de su confianza, en el sentido más literal y carnal del término. Jasmina, relacionada emocionalmente con un madero insensible y chulo que se acuesta con Iliana, una amiga de ambos, ve en Dragan un hombro amigo y sensible a su sufrimiento, si bien al espectador no se le escapa la desfiguración del monstruo que habita tras la máscara. Y es este detalle, el de no ocultarnos el verdadero rostro de Dabic-Karadzic, que se nos muestra de manera evidente y que pasa inadvertido para la Jasmine, lo que hace de este relato una experiencia sobrecogedora. Porque, si está ahí, a la vista de todos, ¿por qué ella no lo ve? Quizá porque en ello radica parte del encanto de los psicópatas. 



Jasmine finalmente logra su propósito gracias a las "artes" de Dragan, que consigue tranquilizarla y hacerla disfrutar del sexo, desbloqueando, al parece, la causa de su infertilidad. No se nos escapa que posiblemente el hijo que espera no sea de su pareja, el mencionado  madero capullo, sino posiblemente del propio Dragan, que se ha propasado en su método, abusando de ella. 

Finalmente, el gurú será desenmascarado y Jasmine descubrirá la verdadera identidad del escorpión. Y pese a que intentará asesinarlo, empleando la pistola que arrebata a su pareja, no podrá apretar el gatillo. Y esto, lejos de ser una anécdota, es un detalle de la realidad, puesto que se sabe que, una vez encarcelado, Dabic-Karadzic siguió -¿sigue?- recibiendo cartas de sus pacientes que le piden consejo y ayuda. 



El mérito de Fernando Llor es haber construido un personaje enormemente humano, como es Jasmine, en un mundo de fieras, presentes y pasadas. Asimismo, ha sabido entretejer pasado y presente en torno a la figura del presidente-gurú, encarnación de la maldad, y además hacerlo en torno a algo tan íntimo y personal como es el anhelo de maternidad de una mujer. Por su parte, Pablo Caballo aporta un grafismo expresionista e impactante, constante tanto en las escenas en torno a Jasmina -las consultas y sesiones con Dragan, cada vez más íntimas y sexualizadas; su relación con su pareja y sus intentos por quedarse embarazada; su ilusión y su desesperación-, como en aquellas centradas en el pasado de la guerra en Serbia, brutales y sin concesiones, poniendo rostro a los culpables. Y por encima de todo, ambos reconstruyen la personalidad del escorpión, que campa a sus anchas entre sus clientas, manipulándolas y utilizándolas a su antojo, como nuevo líder, dando charlas y difundiendo su método. Quizá en esta nueva expresión de su ego, estuvo la causa de su caída definitiva. Aunque, como sucede siempre, hay quienes hacen del villano héroe. Y así seguimos, sin aprender nada de la historia. 


Sonja Vogel frente al mural sobre la antigua cafetería a la que acudía Karadzic en Belgrado. Foto: Sonja Vogel


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