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lunes, 30 de diciembre de 2013

Drácula, de Fernando Fernández

Igual que el vampiro muerto por Van Helsing y resucitado una y otra vez por la Hammer en los años 70, así regreso de mi letargo, que ya era hora. Y lo hago de la mano de uno de los títulos esenciales del cómic español y, si se me apura, del cómic internacional: el Drácula de Fernando Fernández, una de las mejores adaptaciones del libro de Bram Stoker. Y es que debo reconocer que en este ejemplar se unen tres de mis aficiones, a saber, el relato del conde transilvano, los cómics y, más específicamente, la obra de Fernández, que nos dejó en 2010. 
Son muchos los detalles que destacaría de este trabajo. Lo más obvio, la parte gráfica, que el autor barcelonés elevó a la condición de arte. Las planchas originales, realizadas al óleo, son formidables y destacan no sólo por su aspecto, sino también por su tratamiento al hilo de la narración ya que, como señalara Maurice Horn en su prólogo a la edición de 1984, Fernández se inspira en la pintura contemporánea dando a ésta un sentido narrativo, de manera que cuando los hechos se desarrollan en Transilvania, es decir, en la parte del diario de Jonathan Harker (que siempre ha sido para mí la mejor parte de la novela), el estilo visual tiende al romanticismo y al expresionismo alemán, algo que también se da en las apariciones de Drácula ya en Inglaterra, mientras que cuando lo narrado sucede en Whitby y en Londres (diarios de Seward y de Mina), el estilo tiende a Constable y Turner. "Tiempo y espacio son los guías del dibujante", sentencia el prologuista.
Los personajes están magníficamente caracterizados y se nota el trabajo de análisis realizado por Fernández. Realmente, todos ellos son verosímiles y juegan en el relato general el papel que tienen en el texto original. Al contrario que otras adaptaciones en las que se concede un protagonismo extraordinario a alguno de ellos -el conde Drácula, la relación de éste con Mina, Jonathan Harker o Van Helsing-, Fernández opta por guiarse fielmente por el relato de Stoker, donde todos y ninguno son los protagonistas. Como es bien sabido, se trata de un libro escrito totalmente en forma epistolar, de manera que progresivamente adquieren protagonismo los autores de los diferentes diarios -Jonathan Harker, Mina Murray y el Dr. Seward, así como algunas cartas de otros personajes-, quedando el resto de ellos referidos y caracterizados a través de éstos. Es decir, Drácula existe porque alguien nos habla de él. El protagonista no es ningún personaje en concreto sino el relato mismo, los hechos que se suceden y que implican a los diferentes actores de una obra bien trabada. Fernández ha sabido conceder a los diarios y a las cartas el valor esencial que tienen en la novela y que se desprecia en muchas versiones. Ha sabido respetar la esencia misma de Drácula desde su mismo formato epistolar que, por otro lado, lo hace grande como novela.
Es muy interesante también la inspiración de algunas escenas en las que se aprecia la cultura visual de Fernández. Y es que hay referencias a títulos, actores y actrices del género de terror como Jack Palace, Peter Cushing, Boris Karloff, German Robles o Paul Naschy, sin olvidar a vampiras como Jenny Hanley. Dejo aquí un enlace sobre este tema.

http://necronomicondelostemplarios.blogspot.com.es/2012/02/las-referencias-visuales-del-dracula-de.html

La psicología de los personajes es también notable. Así, Jonathan Harker comprende pronto el halo de miedo que rodea todo lo que se relaciona con el Conde. Echo en falta, es verdad, el desarrollo de carácter que se aprecia en algunas versiones, en las que Harker pasa de ser un joven optimista, un tanto fanfarrón e incrédulo con las supersticiones locales, a convertirse en un aterrado prisionero de su maligno anfitrión, como sucede en Nosferatu (Murnau, 1922) o Drácula (Browning, 1931) o la versión de Coppola (1992). El Drácula de Fernández, hablo del conde, es más atractivo que Max Schreck o Klaus Kinski (nada que ver con su hija Nasstassja), y tiende a la seducción de un Bela Lugosi o de una Frank Langella, pero con las canas de un Christopher Lee o de una Jack Palance. Van Hensing, se aleja de Peter Cushing y se aproxima más a Laurence Olivier. En cuanto a Mina y Lucy, conectan con esa mezcla de inocencia y sensualidad de las actrices de la Hammer, y carecen de la picardía de los filmes de Jesús Franco. El Dr. Seward está bien caracterizado y ocupa el papel relevante que le corresponde, mientras que  Arthur y Quincey están relegados a un plano más secundario, como sucede en la novela. Mención especial merece Renfield, el precursor de Harker en los negocios inmobiliarios, esclavo del conde finalmente redimido.
La grandeza de las cosas suele estar en los detalles, y Fernández es pulcro en este sentido. Hay un episodio que me causa congoja y que no siempre es bien referido en las adaptaciones de la novela, que sí trata en cambio el autor catalán. Me refiero al momento en el que el grupo de hombres que lucha contra el vampiro se da cuenta que éste ha adquirido otros inmuebles en Londres, aparte de la abadía de Carfax, y que ha distribuido por ellos una red de pisos francos, cada uno con su correspondiente ataúd bien repleto de tierra transilvana, desde los que cometer sus fechorías. Este hecho obliga a los protagonistas a desarrollar toda una cacería, bien descrita en el libro pero no siempre tratada en las versiones del mismo, y que intensifica mucho el dramatismo y la tensión en torno a la figura del conde. Fernández refiere y narra esto con magistral precisión.
El Drácula de Fernández es para mí, junto con el cinematográfico de Coppola -que tiene su adaptación en el cómic de Mignola-, la mejor versión del libro de Stoker. Podría pensarse que esta empresa debería exigir al menos 100 páginas, sin embargo, la obra que tratamos ocupa 94. Se nos hace, en apariencia, escasa, y sin embargo, a medida que se lee, se hace grande y densa, mostrando un magnífico trabajo de síntesis en el que, para nuestro deleite, no se deja en el tintero ningún hecho relevante. 
El Drácula de Fernández, aparte de una magnífica adaptación del Drácula de Stoker es una valiosa contribución al cómic, como arte, como disciplina, como forma de contar historias. Este es uno de los grandes legados de un maestro que ya sorprendió al mundo con Zora y los hibernautas trabajo algo anterior a éste sobre el que, por cierto, diré algo en otra entrada. De momento, y para deleite de todos, dejo aquí unas páginas de este relato vampírico tan sorprendente en todos los sentidos. 
A todo esto, que el 2014 venga repleto de buenos cómics!!!