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sábado, 16 de octubre de 2021

Un sueño infantil de Paco Roca: El invierno del dibujante

De pequeño leía sobre todo tebeos de Bruguera. Lo hacía extasiado por las historias que allí se contaban, desde las travesuras de los cabroncetes gemelos Zipi y Zape a las alocadas peripecias de los desastrosos agentes de la TIA, o del no menos desastrado Anacleto. Por allí se colaban Carpanta, las hermanas Gilda o doña Urraca y nombres de autores como Vázquez, Raf, etc., amén de Escobar e Ibáñez, para mí en aquella época, los dioses del Olimpo.



Todo aquello me parecía mágico y yo leía aquellas historias de manera autómata y claro está, como muchos jóvenes de mi edad, comencé a hacer mis primeros dibujos tratando de emular a aquellos genios e ignorando del todo los sacrificios y desvelos de la profesión.

Estoy leyendo ahora Siempre tendremos 20 años, del siempre interesante Jaime Martín, donde desvela sus desvelos en los inicios de su trayectoria. Un elocuente retrato de la juventud barcelonesa en la década de 1980, sazonada de heavy, greñas, porros y birras, de sueños y desengaños, donde se describen los duros inicios del dibujante. Dedicaré una entrada a este lectura. 

Algo, mucho de esto hay en El invierno del dibujante, de Paco Roca (Astiberri, 2010, edición 10º aniversario de 2021), magistral retrato de la Barcelona de los años 50 y de una de las generaciones de dibujantes más importantes de la historia del cómic en España. 

Roca, de una manera valiente y documentada, y con su inconfundible estilo naif, radiografía uno de los episodios más desconocidos y a la vez reveladores de la realidad del dibujante de tebeos en la España de la dictadura: la aventura fallida de emancipación profesional de cinco autores de la todopoderosa fábrica de sueños Bruguera. 

En 1957, cinco pilares de la editorial Bruguera decidían iniciar su propio proyecto editorial. Se trataba de Josep Escobar, Guillermo Cifré, José Peñarroya, Carlos Conti y Eugenio Giner. Reconozco que más allá de Escobar, los otros cuatro no me decían gran cosa, si bien he puesto remedio a mi ignorancia descubriendo la calidad de estos autores y comprendiendo mejor la relevancia del cisma narrado por Roca. Y es que lo que hicieron estos titanes es como cuando Lutero le dijo al Papa “tírame del dedo”. Bueno, vale, de acuerdo, quizá sea exagerada la comparación, pero en términos tebeísticos aquella aventura fue la repanocha.



Los susodichos cinco autores eran la columna vertebral de Bruguera y su título de cabecera, Pulgarcito. La industria era boyante, pues en una dictadura había pocas formas de evadirse, y entre pantano y pantano y represión y represión los tebeicos pasaban desapercibidos para la opresora censura que, en su maniquea ignorancia, pasó por alto los zascas que le metía el bueno de Carpanta a la hambruna y escasez de recursos, o el no menos bueno de Jorge (Miguel Bernet), que se partía la caja a costa de ese personaje paródico como fue doña Urraca, según se cuenta, inspirado en la dirigente carlista María Rosa Urraca Pastor.



Las motivaciones del proyecto son reveladoras, pues ponen sobre la mesa la realidad laboral del dibujante en aquella época. La dictadura había golpeado a algunos profesionales de la industria, como Escobar o Víctor Mora, que fueron encarcelados por su militancia, por lo que se entiende aún más la rebeldía frente al autoritarismo de una editorial que secuestraba perpetuamente los originales y derechos sobre los personajes creados limitándose a una remuneración que nunca era suficiente, y menos si eras un vividor como Vázquez, que tuvo su encarnación fílmica en el inefable Santiago Segura (El gran Vázquez, 2010). En una reunión de los disidentes se hará afirmar a Escobar toda una declaración de principios: “los originales son el símbolo de nuestros derechos sobre nuestro trabajo”. Los mismos originales que unas páginas más adelante se propone destruir la editorial debido a que ocupan espacio. En una reunión entre el director de publicaciones, Rafael González, y uno de los hermanos Bruguera este reconoce que la lucha por los derechos sobre los personajes, de ser seguida por otros autores, “podría ser un incendio difícil de apagar”.

La estampida de los cinco disidentes se materializó en la revista Tío Vivo, una de las de mayor calidad del momento. No obstante, la presión ejercida por Bruguera en el sector, impidiendo su correcta distribución, el hecho de que los personajes más conocidos de los cinco autores continuasen publicándose en Pulgarcito, y turbios procedimientos más propios de la mafia y que comprometieron, según se da a entender, a figuras maleables como Vázquez, llevaron al fracaso a la nueva revista.



Como telón de fondo se ven las inquietudes y rivalidades de la vieja generación de dibujantes frente a la nueva. En una conversación entre Peñarroya y Escobar, este manifiesta que las historias de los jóvenes “ya no tienen crítica social”. “Es el absurdo por el absurdo”, sentencia, replicando Peñarroya que quizás son ellos quienes están desfasados: “ya nadie pasa hambre como Carpanta”, concluye.

La estructura narrativa por la que opta Roca no es lineal sino que recurre al flashback para ir salpimentando la historia con aquellos ingredientes que vienen al caso. Roca no es maniqueo. Pese a que Rafael González, director de publicaciones, puede resultar antipático, finalmente se comprende su forma de ser y se revela una vocación frustrada como escritor; Víctor Mora resulta un tipo simpático y fiel a la empresa; en cambio, Vázquez, presa de su desastrosa vida, del que se cuentan varias anécdotas, se perfila finalmente como un títere de Bruguera que obra contra los disidentes. 

Lógicamente, la salida de los cinco tránsfugas dejó en pañales a Bruguera, que tuvo que contratar nuevos talentos, entre ellos Francisco Ibáñez y Joan Rafart “Raf”. Es muy interesante la conversación que mantienen en una terraza de Barcelona a finales del verano de 1957, consumado el cisma, donde ambos valoran la posibilidad de fichar por  Bruguera. Lo consiguen, pero su integración no será fácil. A Ibáñez le muda “la color” cuando se entera que Escobar, Cifré, Peñarroya y Conti -que no Giner- regresan al redil, quizá por creer peligrar su puesto; ni tampoco se lo pondrán fácil los hijos pródigos que se mofarán de que su estilo sea muy parecido al de Vázquez. 

Roca ahonda con nitidez en los entresijos de una época tan dorada del cómic español como aciaga para la sociedad; donde la profesionalización del sector era una realidad siempre que se asumiera la bajada de pantalones que imponía el cheque; donde cada página dibujada valía lo que cada uno estuviese dispuesto a renunciar de una propiedad intelectual que era un espejismo; donde, en definitiva, ser dibujante era una profesión precaria en un sector enormemente lucrativo.  

Antoni Guiral recuerda en la edición de 2021, que es la que manejo, que en la España de 1957 el dibujante era un "obrero de la viñeta" y no un artista. Hoy nadie duda de esta cualidad, pero a mí lo de "obrero de la viñeta" me gusta más, porque realmente define mejor el proceso creativo que supone la elaboración de un dibujo, de una viñeta, de una página... En cualquier caso, es cierto que ese estatus significaba en 1957 un escaso reconocimiento social y laboral pese al trabajo a destajo que imponía la editorial. Pero posiblemente haya sido esa manera de trabajar la que haya fortalecido el oficio de los que, durante décadas, han dado forma a nuestros sueños a través de sus dibujos. Es más, como reconoce el propio Paco Roca, este álbum le ha servido para cumplir un sueño infantil, haciendo la historia de los dibujos de aquella editorial, Bruguera, que en su imaginación "era algo tan maravilloso como la fábrica de chocolate de Willy Wonka".

Un buen retrato de la historia de estos tebeicos que nos gustan tanto. de manos de uno de sus máximos autores. Todo un lujo. 

Que ustedes lo disfruten.