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"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

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lunes, 30 de diciembre de 2013

Drácula, de Fernando Fernández

Igual que el vampiro muerto por Van Helsing y resucitado una y otra vez por la Hammer en los años 70, así regreso de mi letargo, que ya era hora. Y lo hago de la mano de uno de los títulos esenciales del cómic español y, si se me apura, del cómic internacional: el Drácula de Fernando Fernández, una de las mejores adaptaciones del libro de Bram Stoker. Y es que debo reconocer que en este ejemplar se unen tres de mis aficiones, a saber, el relato del conde transilvano, los cómics y, más específicamente, la obra de Fernández, que nos dejó en 2010. 
Son muchos los detalles que destacaría de este trabajo. Lo más obvio, la parte gráfica, que el autor barcelonés elevó a la condición de arte. Las planchas originales, realizadas al óleo, son formidables y destacan no sólo por su aspecto, sino también por su tratamiento al hilo de la narración ya que, como señalara Maurice Horn en su prólogo a la edición de 1984, Fernández se inspira en la pintura contemporánea dando a ésta un sentido narrativo, de manera que cuando los hechos se desarrollan en Transilvania, es decir, en la parte del diario de Jonathan Harker (que siempre ha sido para mí la mejor parte de la novela), el estilo visual tiende al romanticismo y al expresionismo alemán, algo que también se da en las apariciones de Drácula ya en Inglaterra, mientras que cuando lo narrado sucede en Whitby y en Londres (diarios de Seward y de Mina), el estilo tiende a Constable y Turner. "Tiempo y espacio son los guías del dibujante", sentencia el prologuista.
Los personajes están magníficamente caracterizados y se nota el trabajo de análisis realizado por Fernández. Realmente, todos ellos son verosímiles y juegan en el relato general el papel que tienen en el texto original. Al contrario que otras adaptaciones en las que se concede un protagonismo extraordinario a alguno de ellos -el conde Drácula, la relación de éste con Mina, Jonathan Harker o Van Helsing-, Fernández opta por guiarse fielmente por el relato de Stoker, donde todos y ninguno son los protagonistas. Como es bien sabido, se trata de un libro escrito totalmente en forma epistolar, de manera que progresivamente adquieren protagonismo los autores de los diferentes diarios -Jonathan Harker, Mina Murray y el Dr. Seward, así como algunas cartas de otros personajes-, quedando el resto de ellos referidos y caracterizados a través de éstos. Es decir, Drácula existe porque alguien nos habla de él. El protagonista no es ningún personaje en concreto sino el relato mismo, los hechos que se suceden y que implican a los diferentes actores de una obra bien trabada. Fernández ha sabido conceder a los diarios y a las cartas el valor esencial que tienen en la novela y que se desprecia en muchas versiones. Ha sabido respetar la esencia misma de Drácula desde su mismo formato epistolar que, por otro lado, lo hace grande como novela.
Es muy interesante también la inspiración de algunas escenas en las que se aprecia la cultura visual de Fernández. Y es que hay referencias a títulos, actores y actrices del género de terror como Jack Palace, Peter Cushing, Boris Karloff, German Robles o Paul Naschy, sin olvidar a vampiras como Jenny Hanley. Dejo aquí un enlace sobre este tema.

http://necronomicondelostemplarios.blogspot.com.es/2012/02/las-referencias-visuales-del-dracula-de.html

La psicología de los personajes es también notable. Así, Jonathan Harker comprende pronto el halo de miedo que rodea todo lo que se relaciona con el Conde. Echo en falta, es verdad, el desarrollo de carácter que se aprecia en algunas versiones, en las que Harker pasa de ser un joven optimista, un tanto fanfarrón e incrédulo con las supersticiones locales, a convertirse en un aterrado prisionero de su maligno anfitrión, como sucede en Nosferatu (Murnau, 1922) o Drácula (Browning, 1931) o la versión de Coppola (1992). El Drácula de Fernández, hablo del conde, es más atractivo que Max Schreck o Klaus Kinski (nada que ver con su hija Nasstassja), y tiende a la seducción de un Bela Lugosi o de una Frank Langella, pero con las canas de un Christopher Lee o de una Jack Palance. Van Hensing, se aleja de Peter Cushing y se aproxima más a Laurence Olivier. En cuanto a Mina y Lucy, conectan con esa mezcla de inocencia y sensualidad de las actrices de la Hammer, y carecen de la picardía de los filmes de Jesús Franco. El Dr. Seward está bien caracterizado y ocupa el papel relevante que le corresponde, mientras que  Arthur y Quincey están relegados a un plano más secundario, como sucede en la novela. Mención especial merece Renfield, el precursor de Harker en los negocios inmobiliarios, esclavo del conde finalmente redimido.
La grandeza de las cosas suele estar en los detalles, y Fernández es pulcro en este sentido. Hay un episodio que me causa congoja y que no siempre es bien referido en las adaptaciones de la novela, que sí trata en cambio el autor catalán. Me refiero al momento en el que el grupo de hombres que lucha contra el vampiro se da cuenta que éste ha adquirido otros inmuebles en Londres, aparte de la abadía de Carfax, y que ha distribuido por ellos una red de pisos francos, cada uno con su correspondiente ataúd bien repleto de tierra transilvana, desde los que cometer sus fechorías. Este hecho obliga a los protagonistas a desarrollar toda una cacería, bien descrita en el libro pero no siempre tratada en las versiones del mismo, y que intensifica mucho el dramatismo y la tensión en torno a la figura del conde. Fernández refiere y narra esto con magistral precisión.
El Drácula de Fernández es para mí, junto con el cinematográfico de Coppola -que tiene su adaptación en el cómic de Mignola-, la mejor versión del libro de Stoker. Podría pensarse que esta empresa debería exigir al menos 100 páginas, sin embargo, la obra que tratamos ocupa 94. Se nos hace, en apariencia, escasa, y sin embargo, a medida que se lee, se hace grande y densa, mostrando un magnífico trabajo de síntesis en el que, para nuestro deleite, no se deja en el tintero ningún hecho relevante. 
El Drácula de Fernández, aparte de una magnífica adaptación del Drácula de Stoker es una valiosa contribución al cómic, como arte, como disciplina, como forma de contar historias. Este es uno de los grandes legados de un maestro que ya sorprendió al mundo con Zora y los hibernautas trabajo algo anterior a éste sobre el que, por cierto, diré algo en otra entrada. De momento, y para deleite de todos, dejo aquí unas páginas de este relato vampírico tan sorprendente en todos los sentidos. 
A todo esto, que el 2014 venga repleto de buenos cómics!!!












lunes, 10 de junio de 2013

From Hell, de Alan Moore y Eddie Campbell: la siniestra sombra de la sinrazón

¡Cómo pasa el tiempo! Si te despistas un poco estás perdido. Menos mal que en esta entrada vengo con uno de los grandes títulos del cómic. Hace unos meses fue mi cumpleaños y mi mujer me regaló el volumen de From Hell editado por Planeta. Ya había leído la historia, pero llevaba un tiempo lanzando indirectas sobre que quería tener el ejemplar y, por lo que se ve, dieron su fruto. 
La primera vez que leí From Hell me quedé boquiabierto por el planteamiento tanto argumental como gráfico. A primera vista, las páginas de Eddie Campbell no entran por los ojos. Parecen algo burdas, si se me permite el atrevimiento. Pero una lectura detenida y relacionada con el argumento ideado por Moore, hacen que todo cambie y que uno se dé cuenta de lo simples y desafortunadas que son muchas veces las primeras impresiones. A cada página, la historia cobra sentido y las viñetas adquieren una voz propia, los personajes comienzan a vivir y, lo que es peor, a sufrir el drama que asoló durante unos días ese oscuro barrio londinense, sus calles y tugurios. Y es que la parte gráfica de From Hell le va como anillo al dedo. Tiene ese punto de bosquejo, de apunte rápido tomado al ritmo frenético de los acontecimientos por aquellos corresponsales gráficos que ilustraban los periódicos y revistas de finales del siglo XIX. 
Hay páginas memorables en From Hell, viñetas que por sí mismas te narran una parte de la historia y efectos de guión que sorprenden. Debo reconocer que la presentación física del Dr. William Gull (página 64 de la edición mencionada) me puso, me pone y me pondrá siempre los pelos de punta. Ese capítulo segundo, "Sumido en la oscuridad", es toda una lección de guión y por sí sólo vale todos los premios que ha recibido la historia. 
De Alan Moore, pues qué decir. El cabrón es un genio. Todo lo que tiene de excéntrico y de tipo raro lo compensa con su capacidad para idear historias y para narrarlas con un punto de vista siempre novedoso y atractivo. Su V de Vendetta, su Watchmen o su Liga de los caballeros extraordinarios, por citar los títulos más famosos, junto a From Hell, son suficientes para decir claramente, como señalan algunos listados de "Los mejores...", que es uno de los grandes de los guiones de cómics. Personalmente creo que las adaptaciones fílmicas de sus obras son buenas, aunque la del título que nos ocupa, que va bien como película, palidece un poco ante la lectura de la obra original, que presenta un sinfín de matices y un planteamiento argumental algo diferente. Se ve que el aspecto del comisario Abberline no era del gusto hoollywoodiense y nos colaron en el papel a Jonny Depp, aunque no lo hace mal. El que sí que está bien es Ian Holm en el papel del Dr. Gull.  Claro que, a modo de guiño cinéfilo, Alan Moore bien podría pasar por el mismísimo Saruman. 
From Hell no es sólo una historia muy documentada sobre Jack el Destripador, sino que se trata de una precisa disección de la sociedad londinense de finales del siglo XIX y, muy especialmente, de la más humilde y desfavorecida, sobre la que se suelen cebar casi siempre todos los males.
Si bien los asesinatos en Whitechapel y la consiguiente investigación policial tienen un evidente peso en este relato, resulta casi más interesante en él la descripción minuciosa de usos y costumbres callejeras que nos ofrecen Moore y Campbell. Esta es una novela gráfica con mayúsculas en la que se desarrolla un concienzudo trabajo de arqueología narrativa, reconstruyéndose con rigor una época, unos ambientes y los usos y costumbres de unas gentes que, por un tiempo, estuvieron amenazadas por la siniestra sombra del destripador. 
La historia de este personaje siempre me ha fascinado. ¿Quién fue el Destripador? Hasta Blue Oyster Cult le dedican una canción y resulta que es buenísima. Moore tira por la versión que señala que el tipo fue un médico de la corte de la reina Victoria, masón para más señas, que fue utilizado para cubrir un idilio del heredero al trono con una prostituta londinense que, al parecer, habría tenido descendencia bastarda, claro está, con derecho al trono. Fue otro, claro está, quien cargó con las muertes. Moore descodifica todas las versiones existentes y se centra en esta, con ayuda de un importante arsenal de libros y artículos que le sirven para desarrollar un aparato comentado al final de la edición, que ayuda a comprender algunas escenas. 
Destaca en From Hell el detenido estudio de los personajes. Moore no va al morbo, sino que éste es supeditado al estudio individual de cada uno de ellos. Aquí ya sabemos que tal o cual personaje va a morir. No se trata de esperar a ver cuando "palma", sino de que empaticemos con él a través de la descripción de sus dramas, de sus ilusiones y aspiraciones... Joder, visto así, Moore es un sádico. En serio..., no se trata de un asesino que destripa prostitutas sino más bien de un psicópata iluminado que asesina mujeres desgraciadas cuyas vidas nos son descritas y a las que hemos llegado a conocer y, en cierto modo, a querer. Quizá por ello, cada asesinato cometido por el Destripador nos llega a herir un poco a nosotros mismos. 
Moore y Campbell logran hacer de From Hell un alegato contra la misoginia, y no sólo la de la época victoriana, terrible, sino también contra la actual. Hay que reflexionar seriamente sobre este punto. Cada una de las prostitutas asesinadas no es una "escoria menos de la que preocuparse", como insinúan algunos personajes masculinos a lo largo de la obra, o incluso la propia reina Victoria, sino que cada muerte es, en realidad, el punto final a una vida, a unas esperanzas y a unas ilusiones, quizá difíciles de alcanzar pero, sin duda, vivificadoras y estimulantes. 
Quien se asome al drama de From Hell buscando vísceras y morbo barato se sentirá defraudado, aunque en la propia época hubo un morbo soterrado, una especie de merchandising obsceno en torno a los acontecimientos. Incluso a día de hoy se sigue practicando esto. Vamos, es como si aquí se organizara una ruta turística de los crímenes de Alcáser, con camisetas y pins. Obsceno, de mal gusto, execrable. En cualquier caso, quien busque esto mejor será que tire por lo gore, donde encontrará un mayor estímulo. From Hell no es la historia de un asesino; From Hell es la historia de unas mujeres asesinadas (Polly Nicholls, Annie Chapman, Liz Stride, Kate Eddowes y Marie Jeannette Kelly, a quienes está dedicada la obra) y de unas gentes que, por un tiempo, vivieron atemorizadas por una sombra cuya identidad aún sigue siendo un misterio. 
Como de costumbre, dejo aquí algunas páginas y animo a la lectura de este magnífico trabajo.


Portada, edición Planeta 


 Página 64, edición Planeta
 Página 73, edición Planeta

 Página 151, edición Planeta

Página 296, edición Planeta

viernes, 15 de marzo de 2013

Homenaje a Clive Burr, ex-batería de Iron Maiden

Ha fallecido Clive Burr, ex-batería de la mítica Iron Maiden, que nos deleitará en breve con un concierto en Barakaldo. Clive formó parte del grupo en sus comienzos y estuvo presente en sus tres primeros discos -Iron Maiden, Killers y The number of the beast. Como seguidor del grupo que soy no puedo menos que lamentar la pérdida de este maestro de las baquetas. Dejo aquí mi particular homenaje con este vídeo.  
Larga vida al Metal... Larga memoria a Clive Burr!!!!



miércoles, 6 de marzo de 2013

Gotham Luz de Gas, de Mike Mignola y Brian Augustyn

Sabido es que no soy muy dado a los cómics de superhéroes. Este es un defecto, sin duda. Pero qué le vamos a hacer. Sin embargo, de vez en cuando, me dejo cautivar por alguna historia y, la verdad, disfruto mucho. Siento especial predilección por Lobezno, lo reconozco, aunque quien mejor me cae de todos es Batman, quizá por ser un tipo normal, como cualquier hijo de vecino, que un día, harto de todo y de todos, decide plantarle cara a la vida, tapándose la suya, eso sí, para proteger su identidad. Me gusta la parte humana de los superhéroes. Quizá por eso he disfrutado tanto con Watchmen, de Alan Moore. 
Y es de una de las aventuras de Batman de lo que voy a hablar hoy. En concreto, de la realizada por Mike Mignola, con guión de Brian Augustyn: Luz de gas o, como quien dice, ¿qué pasaría si Batman se enfrentase a Jack el Destripador en una Gotham de aire victoriano?Ahí es nada. 
Lo que siempre me ha llamado la atención del trabajo de Mike Mignola es su aparente sencillez que, sin embargo, esconde una gran maestría. Este autor es capaz de crear una escena, un plano, un detalle, o lo que él quiera, mediante una economía de medios alucinante. El suyo es un trabajo silueteado que incide en los detalles únicamente cuando es preciso, centrando la mayor parte de su atención en superficies amplias que luego son coloreadas, con las que consigue el efecto deseado.
Yo conocí su trabajo a través de la adaptación al cómic de la a su vez adaptación cinematográfica de la novela Drácula, de Bram Stoker, realizada por Francis Ford Coppola, una buena película. Si leer el libro es apasionante y ver alguna de sus innumerables adaptaciones no lo es menos, adentrarse en el Drácula dibujado por Mignola es verdaderamente excitante. Incluso ofrece alguna escena no incluida en el montaje fílmico final. Mignola logra recrear con su particular estilo ese ambiente tétrico, claroscurista y romántico de la película. Y es que Mignola colaboró con el director elaborando los storyboards. El Drácula de Mignola es, junto con el de Fernando Fernández -más inspirado éste en el universo vampírico de la Hammer, con Christopher Lee de chupacuellos-, la mejor adaptación al cómic del sanguinario conde transilvano. Al menos en su sentido literario. 
Del gran personaje de Mignola, Hellboy, he leído poco, la verdad. Es esta una asignatura -una de tantas- que tengo pendiente. En particular me gustó mucho Semilla de destrucción así como alguna otra aventura del chico del averno. También me he sumergido en otros trabajos de este gran dibujante, como las aventuras de esos dos antihéroes llamados Fafhrd y el Ratonero Gris, adaptación al cómic de las peripecias de los personajes literarios creados por Fritz Leiber. Igualmente, he tenido acceso a la interesante miniserie Mundo de Krypton, en la que se narran los orígenes del planeta natal de Superman. Vaya, otro superhéroe por aquí.
Pero volvamos con Luz de Gas. La presencia de Batman en una especie de fascinante Gotham victoriana resulta tentadora desde el primer momento. Hay que imaginarse la impresión que podría causar a un hombre o una mujer de finales del siglo XIX la aparición de un tipo como el Caballero Oscuro... ¡Acojonante! De hecho, pasaría por una especie de ser maligno de la noche. En este sentido resulta muy lúcida la identificación que se hace del hombre-murciélago con un vampiro o nosferatu. El guiño literario es formidable. 
No sé si el Batman de Mignola y Augustyn es o no de los mejores, pero a mí la historia me parece redonda. Desde luego, no es tan intrincada como esa joya llamada From Hell (otra vez Moore por aquí), pero en conjunto es un trabajo muy meritorio. 
El trabajo de Augustyn es muy digno al engarzar dos personalidades antagónicas como la de Batman, el héroe, y Jack el Destripador, el villano por antonomasia. Es más, en un giro argumental formidable, llega a identificar a ambos, lo que concede a la historia una enorme intensidad dramática, con un episodio de antología del cómic, como es la estancia de Bruce Wayne en una celda del asilo de Arkham, después de haber sido declarado culpable de las muertes que asolan las calles de Gotham. La viñeta en la que vemos a Bruce en su celda, vestido con el característico traje de reo a rayas es verdaderamente impactante. 
Aparte de varios guiños históricos -como el de situar a Bruce de alumno del mismísimo Siegmund Freud, durante su estancia en Europa, antes de regresar a Norteamérica-, el ejercicio de ambientación es espectacular. Y es aquí donde el tándem Mignola-Augustyn adquiere todo su brillo. Y es que ambos tienen una tarea difícil: reinventar una nueva Gotham victoriana a partir de la Gotham original. Este es uno de los grandes logros de la historia. El Gotham que sirve de escenario a esta historia es, como el propio Jack reconoce: "una fruta pasada... gorda, fétida, a punto de explotar".
Y, por otra parte, otra dificultad es la de adaptar el universo de Batman a la realidad de una ciudad de finales del siglo XIX. Así, su traje es algo diferente y, por supuesto, los medios que usa. En la inevitable persecución final, Batman no puede usa su Batmóvil, eso es lógico, pero lo sustituye por un brioso corcel negro que hará las delicias de todos al agitar la capa del murciélago en su carrera. 
No sé si será o no casualidad que Mignola realizara su trabajo para Drácula (1992) después de elaborar Luz de Gas (1989), pero advierto una relación entre ambas historias. El Londres victoriano en la que se desarrolla la pasión del conde chupasangre por la bella Mina Murray tiene un precedente en esta oscura Gotham, en la que el Caballero Oscuro persigue al Destripador.
Mignola tiene la capacidad de crear de la nada un universo como el de Hellboy, pero también la de adaptar historias y personajes preexistentes... ¡NO!, adaptar no, REINVENTARLOS, aportándoles un toque personal a través de un estilo inconfundible. Luz de gas no es otra historia de Batman. Es, en realidad, una historia del Batman reinterpretado por Mignola y Augustyn, al que éstos añaden múltiples matices ambientales, argumentales y psicológicos.
Ahí van dos páginas de la historia. Espero que os animen a leerla.










jueves, 3 de enero de 2013

Tebeofilandia Productions: La rebelión de los bastones [3/3]


LA REBELIÓN DE LOS BASTONES (3/3)













Concluye aquí esta historia que, en realidad, desea ser la primera parte de una más larga que, si nada lo impide, continuará en breve. ¿Qué está sucediendo en las entrañas de la vieja Iruña?, ¿por qué los ancianos de la ciudad se congregan bajo el subsuelo del casco viejo y actúan de ese modo?, ¿quién es esa extraña sacerdotisa que guía su locura?, y, lo más importante, ¿qué será del muchacho que ha presenciado una de las siniestras reuniones de tan jovial cónclave? Espero poder vivir para contarlo. ¡Un momento... Alguien llama a mi puerta!  

miércoles, 2 de enero de 2013

Al calor de los mares del sur: Los Mercenarios, del maestro Carrillo

Antes de que Corto Maltés me fascinara, ya lo había hecho otro marino que pude conocer en uno de tantos números de la revista Mortadelo. La historia se titulaba "El Dragón Rojo de Laham" y comenzaba con un chino persiguiendo por las calles de una ciudad de los mares del sur a un misterioso hombre, que terminaba raptando a una hermosa rubia llamada Guillermina. Enterado del hecho, un tal Tom Rowe, del tipo galán aventurero hollywoodiense, se ponía manos a la obra para rescatarla, ayudado por su grupo de mercenarios. 
Tengo que reconocer, si aún no lo he hecho, que soy un poco sibarita con esto de los cómics. Además de un sentimental. Quizá debido a ello, guardé durante años esta historieta y  llegué incluso a recortarla y a conservarla como un tesoro en un portafolios. Por supuesto, la he leído y releído durante todos estos años, disfrutando de su argumento y deleitándome con sus maravillosos dibujos. Al poco tiempo de este hallazgo, como es lógico, supe quién era su autor, Carrillo, y, con él, conocí a otro de sus personajes, el Capitán Pantera, así como a otro, el Javanés, pero de todos me quedo con estos mercenarios y con su líder, el aventurero Tom Rowe. 
Carrillo -Antonio Pérez-, malgueño, niño de la guerra, creció leyendo las novelas de Salgari, Jack London, Conrad, etc., así como las historietas de Tarzán, con las que su imaginación se transportó a lugares exóticos. Fruto de aquella pasión fueron sus primeros trabajos, que comenzó a publicar en la revista Diez Minutos y en Chicos, donde realizó algunos episodios del Capitán Pantera, y llegó a sustituir al maestro Luis Bermejo en los cuadernos de Aventuras del F.B.I. Trabajó para Bruguera con historias de corte romántico y elaboró para la editorial francesa Toutain las aventuras de los Mercenarios. 
Y mira por dónde, que después de tantos años leyendo y releyendo aquella aventura de la revista Mortadelo, me encuentro un día con todo un volumen, de Editores de Tebeos, aparecido en 2012, con la serie completa de aventuras de Los Mercenarios. Como es lógico, adquirí el tomo y, con él, la ilusión de sumergirme en un sinfín de aventuras junto al capitán Rowe y sus amigos. 
El hilo conductor de todas las historias es la figura de Tom Rowe, un buscavidas simpático, algo pendenciero, que es contratado por la Liga Ruysdaal, y más en concreto por su presidente, el señor Van Deer para proteger sus barcos del acoso de los piratas de los mares del sur. A partir de ahí se desarrollan toda una serie de situaciones que pondrán a prueba la capacidad del marino y de sus colegas, los mercenarios, entre los que destacan Tuang-Fu, un simpático y sagaz chino que realiza las labores de espionaje e información, y el corpulento Sing, que adquiere cierta notoriedad en alguna de las aventuras. De todos los enemigos de Rowe, destaca la pantera amarilla, una hermosa y misteriosa mujer, que aparece en dos de las aventuras, aunque al final su presencia acaba diluyéndose. 
Sin duda, el personaje más destacado de todas las historias, junto a Rowe, es la hermosa Guillermina, hija del señor Van Deer, que llega a convertirse en toda una aventurera junto al resto de mercenarios. Desde el primer minuto es evidente la química entre ella y el marino. Para mi gusto, la relación entre ellos es bastante "blanca". Sinceramente, echo en falta una tórrida escena de alcoba o un "aquí te pillo aquí te mato" en la cubierta de una embarcación o en la espesura de la jungla. Aunque al final llega lo evidente... Ups! Que esto lo descubra el lector.
Debo reconocer que en ocasiones me da la impresión que las aventuras de los mercenarios se precipitan hacia un final que muchas veces me sabe a poco. Quizá ello se deba a las limitaciones editoriales así como a las prisas por sacar a la luz las historias. Sin embargo, resultan muy estimulantes, algunas magníficas, y, por si ello fuera poco, nos queda el dibujo de Carrillo, un maestro de maestros en el arte del uso de la plumilla. Sus escenas son simplemente perfectas. En Los Mercenarios, Carrillo desarrolla su capacidad gráfica hasta límites inimaginables, mediante una riqueza de planos, dinamismo de viñetas, enfoques y el uso magistral de los medios técnicos. Aparte, hay en sus dibujos una belleza implícita que hace que uno se pegue horas mirando la misma escena. Por no hablar de sus mujeres, exuberantes, espectaculares, todas hermosas y sensuales, sensación ésta acrecentada por el afortunado hecho de que en los mares del sur haga el calor suficiente como para ir por la vida con poca ropa. Que no suene esto a comentario sexista. Es que uno es un admirador de la belleza. Además, si hay alguien que sepa dibujar mujeres, ese es Carrillo. Como muy bien señala Enrique Sánchez Abulí en el prólogo: "Si entenderá el maestro del tema que hasta llegó a publicar un libro titulado Cómo dibujar chicas". 
Muy recomendable este tomo de Los Mercenarios. Alguna pega, sin embargo. La primera, el formato, algo más reducido que las páginas de la revista Mortadelo, lo que hace que se disfrute algo menos de la lectura. Por otra parte, señores editores, en algunos bocadillos se han comido algunas palabras. No es que sea algo imprescindible, pero es un detalle. En cualquier caso, insisto en que se trata de un volumen imprescindible en toda tebeoteca. La imaginación no puede estarse quieta un segundo mientras los ojos pasan de una viñeta a otra y uno quiere ser, aunque sea sólo unos segundos, ese marino bien plantado, aventurero y de sonrisa profident, que vive junto a los suyos innumerables aventuras. Éstas van dirigidas a un público juvenil, en un medio de entretenimiento, pero ello no quita para que, en ocasiones, los personajes de Carrillo aporten lecciones morales acerca del respeto a las personas y la necesaria lucha contra los abusos de poder, como cuando en "La isla maldita" Tom Rowe arenga con estas palabras a los nativos para que se rebelen contra sus opresores, que les someten a buscar perlas: "¡Despertad de una vez!... A veces, para merecer la paz, hay que defenderla con uñas y dientes... ¡Sois hombres o esclavos!" 
Y del maestro Carrillo, qué decir... Pues eso, que es un maestro.
Os dejo aquí una página de Los Mercenarios, la misma que me apasionó en su día. 
Por cierto, FELIZ AÑO.