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lunes, 27 de marzo de 2023

Océano negro: un Corto Maltés renovado o la reinvención del mito

Que no hay nada nuevo bajo el sol, es una paremia que ya ha adquirido la categoría de perogrullada, pero lo cierto es que, valga la redundancia, es verdad. Quiero decir que, en el campo de la originalidad, ya casi nada lo es, o quizá no lo ha sido nunca, puesto que las historias creadas en realidad son repeticiones de fórmulas manidas durante siglos. El héroe, el viaje, la lucha entre el bien y el mal, y demás lindezas se repiten hasta la saciedad y así seguirá siendo per saecula saeculorum
Sin embargo, y aún sabiendo esto, siempre da algo de vértigo enfrentarse a una revisión de los clásicos, sean estos la Biblia, la Odisea, la Illiada, Scooby Doo o el Dungeons and Dragons. Y sin embargo, resulta necesario para que los clásicos no dejen de serlo. Y el mundo del cómic no debe ser una excepción. 
Hay personas que encuentran obsceno que determinados personajes sigan "viviendo" sobre el cadáver de sus creadores, y sin embargo, esto es más viejo que, pues eso, los clásicos. De hecho, el mundo de mallas, antifaces y capas pervive y pervivirá gracias al reciclaje o, mejor, a la revisión. Y así, cuando un personaje como el payaso de la Cocina del Infierno está a punto de estirar la pata, aparecen Gene Colan o  Frank Miller y le dan un empujón convirtiéndolos en mitos y su aportación en clásicos. Superman, Spiderman o Batman  hubieran desaparecido si no son renovados, reciclados y recreados cada cierto tiempo, rompiendo sus moldes biográficos e incluso existenciales. Y así vamos disfrutando de series y sagas memorables, y que no falten. 
Cuando no hablamos de superhéroes o superheroínas, parece que la cosa cuesta más. Acaso el cómic de autor resulte más blindado a estos experimentos y resucitar personajes más tétrico, pero gracias a eso tenemos algunas buenas obras que merece la pena considerarse. 
Entre ellas, y de esto ya he escrito en algún lugar, están las producidas por Díaz Canales y Pellejero que han continuado las aventuras del marino más romántico y ensimismado de todos los tiempos, aunque en ocasiones, sus explicaciones no convenzan, como en El día de Tarowean donde se revela cómo Corto Maltés llegó a ser atado en medio del Pacífico en una balsa a lo San Andrés, situación esta con la que da comienzo, recuérdese, La balada del mar salado. A mí me hubiera gustado más que no se hubiera desvelado el motivo y que mi imaginación siguiese inventándose una causa cada vez que releo este verdadero clásico del cómic. Dicho lo cual, no significa que no me gusten estas nuevas aventuras y que no admire el trabajo de estos dos autores que me están devolviendo la ilusión por el cómic con mayúsculas. 
Pero resulta que una buena tarde, como deben ser todas las tardes, el bueno de Julio, el de TBO, que me vio indeciso, inseguro o empanado, y sabiendo cómo me gusta el marino en cuestión, me recomendó una historia en la que, en un sentido estricto, se reescribe al personaje. 
Se trata de Océano negro, obra curiosa y muy recomendable, debida al tándem Martin Quenehen y Bastien Vivès (Norma Editorial, 2021), cuyas 14 primeras páginas están coloreadas por Patrizia Zanotti. ¿Cómo explicarlo?





La obra, de más de 160 páginas más extras, propone no solo la revisión del personaje sino de todo su universo. Resulta que los autores arrancan al marino de sus coordenadas cronológicas del primer tercio del siglo XX y lo trasladan a comienzos del siglo XXI, concretamente hasta 2001, siendo el atentado de las torres gemelas del 11 de septiembre una de las referencias de la historia. Pero no hablo de un personaje pretérito que ha viajado en el tiempo, sino de un personaje actualizado, puesto que el Corto de Océano negro es un joven capitán de la marina que se ha pasado a la piratería y que, como tal, opera al servicio del mejor postor. Y será en uno de estos trabajos en los que, gracias a su ética y moral inquebrantables, se vea envuelto en un turbio asunto en torno a los nikkei, el tesoro de los Incas y el oro blanco del Perú. 




Este Corto Maltés debe rondar los veinteymuchos o treintaypocos, y resulta atractivo, creíble y, por qué no decirlo, por fin sucumbe a los encantos femeninos y deja de ser un moñas, después de que Freya, una joven reportera freelance medioambiental, se le insinúe a las claras. Porque es ella, desnudándose en una embarcación y tirándose al mar a bañarse, la que le arranca de su edificante lectura de Los comentarios reales del origen de los Incas reyes del Perú, de Inca Garcilaso de la Vega (Lisboa, 1609). Que están las ocasiones como para perderlas. La referencia al tesoro peruano es un guiño magnífico a la quimera de Corto, El Dorado, leit motiv de la saga comiquera original, y que es aquí el quid de la cuestión. 





Como no puede ser de otro modo, en esta aventura no falta Rasputín, cuya aparición causa sorpresa pero nos aproxima más al personaje original con el que el marino topa en La balada del mar salado: un rufián de pelo en pecho, malhablado y pendenciero, que ahora está liado en el contrabando de coca. Creíble del todo. 
El guion tiene algún que otro altibajo y alguna que otra situación resuelta de un modo un tanto descafeinado, pero el conjunto de la obra merece mucho la pena. En ella se respiran nuevos y prometedores aires. Como cuando acostumbrado a una cerveza de las de toda la vida, te dan a probar una nueva fabricación y dices: "joder, pues no está mal".
La parte gráfica, debida a Vivès, me parece magnífica. Desarrolla escenas con enorme solvencia y nos ofrece algunas vistas generales de entornos urbanos o rurales de enorme fuerza gracias a los encuadres y a la potencia de sus claroscuros. A destacar las vistas de Tokio, tanto las urbanas como las portuarias, los parajes peruanos y las escenas de mar, que mantienen el sabor a mil viajes de los títulos clásicos. 
Vivès, chico malo del cómic galo actual, envuelto en polémicas innecesarias por los temas que trata en sus historias, se confirma como un creador de sueños en esta obra.
No sé si calificar esta aventura de trepidante thriller, como se le ha definido en algún medio, pero desde luego, aguanta el pulso al Corto clásico y le aporta un aire fresco, aunque pesen las frasecitas ingeniosas y algo trasnochadas que suelta de vez en vez aunque,  eso sí, nos conectan con la parte sentimental clásica del personaje.