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"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

(Groucho Marx, de niño)


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martes, 23 de mayo de 2023

El pasadizo, de Lemire y Sorrentino. Un viaje a la profundidad de nuestros traumas

De las películas de terror, hay un subgénero que me causa especial desasosiego. Se trata de las protagonizadas por gente de la tercera edad. Creo que es un poso que me quedó después de ver Psicosis (Hitchcock, 1960), y aunque en realidad la madre asesina es el hijo, algo quedó sembrado en mi interior, alimentado después por los vecinos metomentodo de La semilla del diablo (Polanski, 1968). Más recientemente otras películas del tipo La visita (Shyamalan, 2015) o Los ancianos (Fetscher, 2022) han terminado de sazonar mi trauma. 

Se supone que las personas mayores son el último refugio de la experiencia y de la bondad, pero lo cierto es que siempre he pensado que el día que a los yayos, yayas y yayes se les hinchen las colganderas se va a armar aquí la de Dios es Cristo, y amén. Y si no, para muestras, "La rebelión de los bastones" (Iruña sumergida, 2019), o "La banda de las abuelas" de los Monty Phyton. 

Esta intro tiene su explicación, ya que el cómic del que hablo hoy tiene algo de terror yayuno. Se trata de El pasadizo, de Jeff Lemire, Andrea Sorrentino y Dave Stewart (Astiberri, 2023), primer título de los Mitos del huerto de los huesos, con los que la editorial nos promete un nuevo universo terrorífico. 



La portada y la contraportada prometen, por aquello de que la mano parece la de Fátima tatuada (en realidad es un dron) y el cuervo devorando unos globos oculares sobre una roca siempre resulta efectivo. El tratamiento gráfico es impactante, a base de un dibujo espectacular aunque quizá demasiado dependiente de la fotografía, y con un color tirando a plano aunque con detalles de texturas bien logrados. El ritmo es bueno y la historia te va captando viñeta a viñeta, página a página. 

Hablando de la historia, es relativamente sencilla. Un geólogo, con trauma infantil, es enviado a un islote en el que se yergue un faro y en el que han encontrado un pozo sin fondo. En el islote solo vive Sally, una anciana greñuda y fumadora con malas pulgas que de vez en cuando recibe la visita de su hermano, que es quien lleva en un barco al joven a su destino. Cabe señalar que el trauma infantil tiene que ver con el ahogamiento de su madre en el mar y la pérdida de sus ojos, que aparecen flotando en el agua, imagen recurrente que traumatizará al geólogo cada vez que cierre los ojos, como tiene que ser. 

El pozo acaba siendo el eje central de la historia. Un pozo a lo The ring (Verbinsky, 2022) pero sin muchacha asomándose desde las profundidades, ni cinta de video ni llamada telefónica intempestiva, aunque también con faro. El pozo, esa conexión entre lo terrenal y lo infraterrenal, nos atrae irremediablemente, como el precipicio de Sartre. Es una especie de entrada al laberinto donde nos encontramos con nuestro otro yo, que siempre acojona y por eso lo guardamos bien oculto y encerrado en una caja de caudales con siete llaves. La historia tiene algo de viaje iniciático, como si el personaje entrara en su subconsciente, en plan La celda (Singh, 2000), que siempre me ha parecido un peliculón. 

Todo esto ha regresado a mi mente leyendo esta historia y sintiendo el rostro de Sally, con esos ojos sin globos, esa cuenca oscura que araña su rostro y se funde con la oscuridad de sus arrugas. Por supuesto, no falta el momento en el que Sally (Sal) pulula desnuda a la luz de la luna hablando para sus adentros con alguien que, es lo peor, parece responderle desde la profundidad de su mente, o quizá del pozo. 

La obra vence por la potencia de sus imágenes, su ritmo y por el color más que por el argumento, pero resulta un entretenimiento agradable, si es que en la oscuridad de un alma oscura puede habitar algo agradable. 

El pasadizo es un cómic que se lee y degusta rápido, como un pincho con una caña pero, qué decir tiene, que saben a gloria. Espero con ganas la continuación de esta colección de relatos. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Además, para mejorarlo, Astiberri ofrece un avance bastante generoso en su web, que enlazo aquí. ¡Qué más se puede pedir!

lunes, 27 de marzo de 2023

Océano negro: un Corto Maltés renovado o la reinvención del mito

Que no hay nada nuevo bajo el sol, es una paremia que ya ha adquirido la categoría de perogrullada, pero lo cierto es que, valga la redundancia, es verdad. Quiero decir que, en el campo de la originalidad, ya casi nada lo es, o quizá no lo ha sido nunca, puesto que las historias creadas en realidad son repeticiones de fórmulas manidas durante siglos. El héroe, el viaje, la lucha entre el bien y el mal, y demás lindezas se repiten hasta la saciedad y así seguirá siendo per saecula saeculorum
Sin embargo, y aún sabiendo esto, siempre da algo de vértigo enfrentarse a una revisión de los clásicos, sean estos la Biblia, la Odisea, la Illiada, Scooby Doo o el Dungeons and Dragons. Y sin embargo, resulta necesario para que los clásicos no dejen de serlo. Y el mundo del cómic no debe ser una excepción. 
Hay personas que encuentran obsceno que determinados personajes sigan "viviendo" sobre el cadáver de sus creadores, y sin embargo, esto es más viejo que, pues eso, los clásicos. De hecho, el mundo de mallas, antifaces y capas pervive y pervivirá gracias al reciclaje o, mejor, a la revisión. Y así, cuando un personaje como el payaso de la Cocina del Infierno está a punto de estirar la pata, aparecen Gene Colan o  Frank Miller y le dan un empujón convirtiéndolos en mitos y su aportación en clásicos. Superman, Spiderman o Batman  hubieran desaparecido si no son renovados, reciclados y recreados cada cierto tiempo, rompiendo sus moldes biográficos e incluso existenciales. Y así vamos disfrutando de series y sagas memorables, y que no falten. 
Cuando no hablamos de superhéroes o superheroínas, parece que la cosa cuesta más. Acaso el cómic de autor resulte más blindado a estos experimentos y resucitar personajes más tétrico, pero gracias a eso tenemos algunas buenas obras que merece la pena considerarse. 
Entre ellas, y de esto ya he escrito en algún lugar, están las producidas por Díaz Canales y Pellejero que han continuado las aventuras del marino más romántico y ensimismado de todos los tiempos, aunque en ocasiones, sus explicaciones no convenzan, como en El día de Tarowean donde se revela cómo Corto Maltés llegó a ser atado en medio del Pacífico en una balsa a lo San Andrés, situación esta con la que da comienzo, recuérdese, La balada del mar salado. A mí me hubiera gustado más que no se hubiera desvelado el motivo y que mi imaginación siguiese inventándose una causa cada vez que releo este verdadero clásico del cómic. Dicho lo cual, no significa que no me gusten estas nuevas aventuras y que no admire el trabajo de estos dos autores que me están devolviendo la ilusión por el cómic con mayúsculas. 
Pero resulta que una buena tarde, como deben ser todas las tardes, el bueno de Julio, el de TBO, que me vio indeciso, inseguro o empanado, y sabiendo cómo me gusta el marino en cuestión, me recomendó una historia en la que, en un sentido estricto, se reescribe al personaje. 
Se trata de Océano negro, obra curiosa y muy recomendable, debida al tándem Martin Quenehen y Bastien Vivès (Norma Editorial, 2021), cuyas 14 primeras páginas están coloreadas por Patrizia Zanotti. ¿Cómo explicarlo?





La obra, de más de 160 páginas más extras, propone no solo la revisión del personaje sino de todo su universo. Resulta que los autores arrancan al marino de sus coordenadas cronológicas del primer tercio del siglo XX y lo trasladan a comienzos del siglo XXI, concretamente hasta 2001, siendo el atentado de las torres gemelas del 11 de septiembre una de las referencias de la historia. Pero no hablo de un personaje pretérito que ha viajado en el tiempo, sino de un personaje actualizado, puesto que el Corto de Océano negro es un joven capitán de la marina que se ha pasado a la piratería y que, como tal, opera al servicio del mejor postor. Y será en uno de estos trabajos en los que, gracias a su ética y moral inquebrantables, se vea envuelto en un turbio asunto en torno a los nikkei, el tesoro de los Incas y el oro blanco del Perú. 




Este Corto Maltés debe rondar los veinteymuchos o treintaypocos, y resulta atractivo, creíble y, por qué no decirlo, por fin sucumbe a los encantos femeninos y deja de ser un moñas, después de que Freya, una joven reportera freelance medioambiental, se le insinúe a las claras. Porque es ella, desnudándose en una embarcación y tirándose al mar a bañarse, la que le arranca de su edificante lectura de Los comentarios reales del origen de los Incas reyes del Perú, de Inca Garcilaso de la Vega (Lisboa, 1609). Que están las ocasiones como para perderlas. La referencia al tesoro peruano es un guiño magnífico a la quimera de Corto, El Dorado, leit motiv de la saga comiquera original, y que es aquí el quid de la cuestión. 





Como no puede ser de otro modo, en esta aventura no falta Rasputín, cuya aparición causa sorpresa pero nos aproxima más al personaje original con el que el marino topa en La balada del mar salado: un rufián de pelo en pecho, malhablado y pendenciero, que ahora está liado en el contrabando de coca. Creíble del todo. 
El guion tiene algún que otro altibajo y alguna que otra situación resuelta de un modo un tanto descafeinado, pero el conjunto de la obra merece mucho la pena. En ella se respiran nuevos y prometedores aires. Como cuando acostumbrado a una cerveza de las de toda la vida, te dan a probar una nueva fabricación y dices: "joder, pues no está mal".
La parte gráfica, debida a Vivès, me parece magnífica. Desarrolla escenas con enorme solvencia y nos ofrece algunas vistas generales de entornos urbanos o rurales de enorme fuerza gracias a los encuadres y a la potencia de sus claroscuros. A destacar las vistas de Tokio, tanto las urbanas como las portuarias, los parajes peruanos y las escenas de mar, que mantienen el sabor a mil viajes de los títulos clásicos. 
Vivès, chico malo del cómic galo actual, envuelto en polémicas innecesarias por los temas que trata en sus historias, se confirma como un creador de sueños en esta obra.
No sé si calificar esta aventura de trepidante thriller, como se le ha definido en algún medio, pero desde luego, aguanta el pulso al Corto clásico y le aporta un aire fresco, aunque pesen las frasecitas ingeniosas y algo trasnochadas que suelta de vez en vez aunque,  eso sí, nos conectan con la parte sentimental clásica del personaje. 


domingo, 5 de febrero de 2023

Iruña redimida en el Antsoain Komiki Boom 2023

El próximo viernes 17 de febrero a las 19:00 tendré el gusto de presentar Iruña redimida en el fin de fiesta del Antsoain Komiki Boom 2023, acompañado de Alberto y Javier, del Salón del Cómic. Será en el Txoko Gorri. 

Cartelazo de Don Rogelio J y programación de lujo: ANTSOAIN KOMIKI BOOM 2023.



Aquí dejo el cartelico promocional con la Viñes. Espero que nos veamos!!!




miércoles, 28 de diciembre de 2022

El espíritu del escorpión, de Fernando Llor y Pablo Caballo: reconstruyendo al monstruo de Srebrenica

Radovan Karadzic, un nombre más de la historia negra del mundo. Sucedió en los 90, en el corazón de Europa, bueno, de esa parte que se denomina, a veces de manera despectiva, "del Este", pero que está aquí al lado. Ahora, con la invasión rusa de Ucrania parece que nos hemos dado cuenta. 



Yo entonces era un adolescente, y estaba más con las Olimpiadas, la Expo y flipando con el álbum negro de Metallica. Aquello de la guerra de los Balcanes me sonaba a Mordor y, la verdad, estaba a mis cosas. Pero lo cierto es que fue bochornoso, y día tras día, te comías el filete empanado con una nueva escena de muerte, con la crónica del Pérez Reverte, mientras el cobarde francotirador de turno despachaba en directo a una nueva víctima civil. Veías que se estaba armando una buena sin entender muy bien qué pasaba, ya que aquello de la limpieza étnica parecía cosa del pasado y no encajaba en plenos 90. Pero ahí estaban los militares serbios de Bosnia para recordarnos que basta un uniforme, un arma y una dosis de ego racista para sembrar de sangre las calles. Porque fueron ellos, los de la VRS y el grupo de militares conocido como los escorpiones, liderados por el general Ratko Mladic y con el beneplácito del presidente Karadzic, quienes a modo de Cruzada "limpiaron" el país de bosnios musulmanes, dando igual el sexo o la edad de las víctimas inocentes. De aquellas "limpiezas étnicas" quizá fue la de Srebrenica la más sangrante de todas ellas, con más de 8.000 víctimas civiles, crimen nefasto agravado por el echo de que, en teoría, la zona era segura y se encontraba protegida por los Cascos Azules neerlandeses. 

Y tras aquello, el líder Karadzic, obsesionado por la idea de la Gran Serbia, acusado de crímenes de guerra contra serbios y croatas, desapareció de la faz de la tierra. El escorpión, volvió a su agujero. Y allí permaneció, inmundo, durante años, camuflado bajo una identidad falsa, Dragan Dabic, ejerciendo como gurú newage atendiendo a mujeres en su consulta de Belgrado, hasta que la noche del 21 de julio de 2008, unidades del BIA, el servicio secreto de Serbia, le cortaron el aguijón, y la justicia le condenó a cadena perpetua por crímenes de guerra y como responsable del genocidio de Srebrenica y del sitio de Sarajevo, entre otros cargos. 

El espíritu del escorpión. La máscara del genocida de Srebrenica (2018), de Fernando Llor y Pablo Caballo, combina la historia de Jasmina, una joven que anhela ser madre, con el dramático recuerdo de los hechos de Srebrenica y la implicación en ellos de los militares y, particularmente, de Karadzic. La joven, vulnerable por su deseo, va cediendo a la manipulación del escorpión que, poco a poco, se adueña de ella, modelándola a su antojo y abusando de su confianza, en el sentido más literal y carnal del término. Jasmina, relacionada emocionalmente con un madero insensible y chulo que se acuesta con Iliana, una amiga de ambos, ve en Dragan un hombro amigo y sensible a su sufrimiento, si bien al espectador no se le escapa la desfiguración del monstruo que habita tras la máscara. Y es este detalle, el de no ocultarnos el verdadero rostro de Dabic-Karadzic, que se nos muestra de manera evidente y que pasa inadvertido para la Jasmine, lo que hace de este relato una experiencia sobrecogedora. Porque, si está ahí, a la vista de todos, ¿por qué ella no lo ve? Quizá porque en ello radica parte del encanto de los psicópatas. 



Jasmine finalmente logra su propósito gracias a las "artes" de Dragan, que consigue tranquilizarla y hacerla disfrutar del sexo, desbloqueando, al parece, la causa de su infertilidad. No se nos escapa que posiblemente el hijo que espera no sea de su pareja, el mencionado  madero capullo, sino posiblemente del propio Dragan, que se ha propasado en su método, abusando de ella. 

Finalmente, el gurú será desenmascarado y Jasmine descubrirá la verdadera identidad del escorpión. Y pese a que intentará asesinarlo, empleando la pistola que arrebata a su pareja, no podrá apretar el gatillo. Y esto, lejos de ser una anécdota, es un detalle de la realidad, puesto que se sabe que, una vez encarcelado, Dabic-Karadzic siguió -¿sigue?- recibiendo cartas de sus pacientes que le piden consejo y ayuda. 



El mérito de Fernando Llor es haber construido un personaje enormemente humano, como es Jasmine, en un mundo de fieras, presentes y pasadas. Asimismo, ha sabido entretejer pasado y presente en torno a la figura del presidente-gurú, encarnación de la maldad, y además hacerlo en torno a algo tan íntimo y personal como es el anhelo de maternidad de una mujer. Por su parte, Pablo Caballo aporta un grafismo expresionista e impactante, constante tanto en las escenas en torno a Jasmina -las consultas y sesiones con Dragan, cada vez más íntimas y sexualizadas; su relación con su pareja y sus intentos por quedarse embarazada; su ilusión y su desesperación-, como en aquellas centradas en el pasado de la guerra en Serbia, brutales y sin concesiones, poniendo rostro a los culpables. Y por encima de todo, ambos reconstruyen la personalidad del escorpión, que campa a sus anchas entre sus clientas, manipulándolas y utilizándolas a su antojo, como nuevo líder, dando charlas y difundiendo su método. Quizá en esta nueva expresión de su ego, estuvo la causa de su caída definitiva. Aunque, como sucede siempre, hay quienes hacen del villano héroe. Y así seguimos, sin aprender nada de la historia. 


Sonja Vogel frente al mural sobre la antigua cafetería a la que acudía Karadzic en Belgrado. Foto: Sonja Vogel


viernes, 28 de octubre de 2022

Demeter. Cuaderno de bitácora, de Ana Juan

Es de sobra conocida mi fascinación por Drácula, que de la literatura pasó al cine y después al cómic, aunque no sé si fue este el orden. La cuestión es que desde hace años tengo una inclinación natural hacia todo lo que tenga que ver con el mito del terror por antonomasia -con el permiso del Frankenstein de Shelley que le anda a la par. Fue la versión de Ford Coppola la que más me gustó y de ahí el cómic de Mignola, aunque reconozco que soy un fan de otros dráculas anteriores y posteriores. 

Porque a mí, lo que de verdad me apasiona es el universo del chupasangres transilvano y no tanto otros vampiros algo más descafeinados que pululan por ahí. Quizá los de Anne Rice se salven por ese ambiente oscuro que les aporta la escritora de Nueva Orleans, pero no puedo, lo siento, con los adolescentes purpurina refulgentes como un gusiluz de Stephenie Meyer. Todo tiene un límite. 

Volviendo al mito creado por Stoker, disfruto especialmente cuando encuentro una versión fiel a la novela epistolar, o cuando, como en el caso que me ocupa ahora, una autora analiza gráficamente uno de los episodios más agobiantes de la historia, en concreto, la travesía de la goleta rusa Demeter desde Varna (Rumanía) a Whitby (Inglaterra) del 6 de julio al 4 de agosto de 1879 transportando al conde y sus ataúdes con tierra putrefacta. 




En una cuidadísima edición de Edisions de Ponent (2007) con prólogo de Felipe Hernández Cava, la ilustradora valenciana, gótica como ella sola, nos regala a los amantes del género una de las joyas de la corona. El relato ilustrado desgrana los pormenores del viaje, desarrollando en imágenes extractos del cuaderno de bitácora, desde la salida del castillo de los carros guiados por los fieles vasallos, hasta su carga y trayecto en el Demeter. En la novela, este episodio tiene lugar en el capítulo VII (páginas 213 a 219 en la edición Cátedra de 1993). Apenas seis páginas que sirven a Ana Juan para componer una obra intensa y sobrecogedora en la que asistimos a como la tripulación, el capitán, cinco hombres, dos oficiales y el cocinero, sucumbe impotente a la maldición que transportan en la bodega. 




Nos perturba y agobia la soledad de la embarcación, guiada malignamente por una mano oscura que la envuelve en una niebla permanente; agobia el peso sobre la tripulación que comienza a comprender que algo terrible está sucediendo, cuando compañeros desaparecen o les sobrecoge la visión de una inquietante sombra en la cubierta durante las guardias; agobia ese mar negro y tempestuoso que no ofrece escapatoria, haciendo del Demeter una cárcel o más bien, un cadalso flotante, pues todos los allí presentes están sentenciados. 





Gráficamente, la historia es un deleite, para el que le guste este tipo de páginas oscuras y siniestradas a base de trazos emborronados, texturas y claroscuros. Las luces y las sombras son esenciales, puesto que en ellas radica buena parte de la potencia visual de esta narración, así como los encuadres, con picados y contrapicados que transmiten a quien lee la zozobra de la embarcación por las agitadas aguas.



Ana Juan juega con la estructura de la novela original, incorporando recortes de prensa sobre el extraño naufragio en la costa de Whitby, el sepelio por el capitán o la búsqueda del gigantesco perro que se vio saltar desde la cubierta de la embarcación una vez encalló en las costas inglesas, con lo que atrapa nuestra imaginación, pues sabemos que la historia no ha hecho sino comenzar.  

Merece la pena dejarse llevar, mecerse en este relato, a merced de las olas, con la imaginación a la deriva, a la espera de encontrarse, en cualquier oscuro rincón, una sombra de ojos rojizos, que se abalance sobre nosotros. 

Dejo aquí una buena reseña de Carlos J. Eguren. Sabido es que en 2023 se estrenará The last voyage of the Demeter, con el gran, en todos los sentidos, Javier Botet encarnando a Drácula, ahí es nada.

lunes, 29 de agosto de 2022

He visto ballenas, de Javier de Isusi

Confirmada la presencia de Javier de Isusi en el XIII Salón del Cómic de Navarra, y aunque le dediqué una entrada no hace mucho, no puedo menos que volver sobre su trabajo gracias a la recomendación de un colega que me animó a leer He visto ballenas (Astiberri, 2014).



Reconozco que, de entrada, la obra me produjo cierto recelo. El terrorismo de ETA, el tiro en la nuca, el contraterrorismo del GAL, los arrepentidos, los odios generados en torno al conflicto vasco, etc. me producen desazón ya que todavía quedan muchas heridas abiertas. Sin embargo, después de leer La divina comedia de Oscar Wilde, tenía el convencimiento de que el tema sería tratado con absoluto respeto y mediación. Y, ciertamente, la obra pulsa ese botoncito que activa nuestra conciencia y nos hace platearnos un posicionamiento alternativo al radicalismo. 

La historia relata, en realidad, tres historias, las de Antón Uriarte, vicario general de la diócesis e hijo de un asesinado por ETA; Josu Gorostiaga, amigo de juventud de Antón y militante en ETA; y Emmanuel Meziane, mercenario del GAL y asesino del asesino del padre de Antón. Josu cumple condena en una cárcel francesa junto a otros compañeros militantes y allí coincide con Emmanuel. A diferencia de sus compañeros, que aplican a rajatabla el "bakoitza bere tokian" ("cada uno en su lugar"), Josu se siente intrigado por la personalidad de Emmanuel o, más bien su actitud ante el pasado, ajena a rencores y radicalismo, consciente como es de haber sido un títere en manos de una causa perdida. Josu, de algún modo, aunque a regañadientes, admitirá haberse "encontrado" con él, sin compartir ideales ni llegar a un acuerdo en la justificación de su pasado. Simplemente, encontrados ambos en un lugar común, como dos personas. Por su parte, Antón, que deberá luchar contra los propios prejuicios de su clase, que juzga a su hermana por ser madre soltera, mantendrá una lucha interior para tratar de comprender su perdón a los asesinos de su padre; un perdón que le agobia y traumatiza y que deberá asumir. Antón, en compañía de Aritz, el hijo adolescente de Josu, tratará de avanzar hacia su propio perdón, protagonizando una de esas escenas que te ponen la carne de gallina, cuando ambos visiten a Josu en una cárcel española, ya extraditado.   

No voy a revelar nada más de esta historia. Esta entrada puede parecer escasa, pero tratándose de este tema, significa para mí una de las más intensas que he tenido ocasión de escribir. Los hay que no perdonan nunca; y los hay que olvidan siempre. Tanta memoria, tanto olvido en nuestros días, pero qué poco perdón. De Isusi ahonda a través de tres historias en una de las historias más controvertidas y complejas de nuestra reciente historia y activa el lado humano de la misma, que lo hay, en todas y cada una de sus partes. 



sábado, 25 de junio de 2022

Casi..., de Manu Larcenet, un relato autobiográfico sobre el sinsentido del servicio militar

Debió ser por fechas similares, aunque hace un porrón de años, cuando un oficial del Gobierno Militar firmaba un documento con mi  nombre en el que se me declaraba, por la gracia de la Patria, no apto para el servicio militar, y amén. Yo me encontraba entonces en la universidad, enfrascado en una carrera que era como una especie de experimento académico de futuro incierto, con las greñas al viento, vestido de negro como un enterrador, y mirando todo el día al suelo para no toñarme con la primera piedra. 

Por eso, en la edad del aplatanamiento, aquello de ir a servir a una patria que no hacía una mierda por ti me parecía una tomadura de pelo. Por aquel entonces la insumisión ya era un culto y la objeción de conciencia estaba a la orden del día. Yo agoté mi cupo de prórrogas y sonreí para mis adentros cuando aquel lustroso oficial me miró con desprecio tras su coraza uniformada, seguramente pensando para sus adentros que "no apto" era en mi caso sinónimo de "inútil", mientras en los pasillos repiqueteaba el taconeo de la soldadesca cuadrándose al paso de coroneles y generales. "Tome y cierre la puerta al salir", y así fue.  

Luego, en alguna conversación noctámbula y subida de grados de alcohol, me he topado con gente de todo tipo. Desde aquellos que opinan "qué bien le vendría la mili a alguno" a aquellos otros que a punto estuvieron de irse al otro barrio durante aquella experiencia. Pasado el tiempo, y eso que en algunos países como Alemania están planteándose volver al servicio obligatorio, veo aquello como una imposición totalmente prescindible, estéril y que únicamente era un rompevidas en un momento en el que, precisamente, éramos más vulnerables. ¡A tomar por saco la mili, y prau! Aunque, a decir verdad, nos dejó cosas buenas... Aquella revista mítica con las historias del puta mili del Ivá, el recuerdo paterno del relato de Jaime Martín de Las guerras silenciosas y, por encima de todo, canciones como "Ninguna bandera", de Barricada, o aquella otra de Kojón prieto y los Huajalotes... Pues eso, y al sargento, que lo tiren al pilón. 

Que a qué viene todo esto. Pues viene a que hace nada cayó en mis manos Casi..., de Manu Larcenet (Bang, 2006), una joyita en formato apaisado en la que este singular autor francés relata su experiencia en la mili. La edición original data de 1998, y él mismo explica el objeto de la publicación, una especie de redención que quería compartir: 

"quería escribir un libro sobre la mili porque, siete años después, pensaba que aún tenía cuentas pendientes. Además, quería enseñar mi victoria por encima de ellos: mostrar a esos viejos bloques de piedra que no me faltaba nada de lo que ellos me habían hecho, que todo eso estaba bien archivado en mi cabeza y que, contrariamente a lo que ellos pretendían ayer, no he olvidado nada".




Se trata, por tanto, de una catarsis que permite al autor reconciliarse con una parte de su vida, superando una especie de resquemor tatuado desde esos años en algún rinconcito de su hipotálamo. 

La obra, en ese blanco y negro entintado de manera expresiva tan alucinante en Larcenet, incluye detalles caricaturescos en una especie de autofiguración de aquellos años que se presenta como un monigote que, pese a ello, concentra el drama vivido. Porque el trauma de Larcenet no viene tanto de que le sucediera nada especialmente dramático, a diferencia de lo que les pasó a algunos compañeros, sino de la indiferencia absoluta que la maquinaria militar francesa pero también su familia mostraron ante aquel hecho que, simple y llanamente, te jodía la vida en los mejores años, aquellos que debían dedicarse antes a trabajar y disfrutar el dinero ganado que a vestirse de verde y caqui y jugar a ser proyectos de Rambo. 

Con un estilo brutalmente expresivo y claroscurista, con viñetas de un entintado impactante, y una narración tragicómica, tendente más bien a lo primero, esta obra abre cajoncitos de nuestra autobiografía y nos adentra en esos asuntos pendientes que todos tenemos con nuestros años jóvenes. Yo no tuve que servir a la Patria por ser, verbigracia, "inútil", pero alguna cosilla chunga queda por ahí aún sin resolver. A ver si a base de cómics termino por sacarla. 

Os dejo este enlace con unas páginas de la obra que rondan por la red para que las disfrutéis: 

https://issuu.com/stephane.corbinais/docs/casi/2

Bueno, disfruten de este cómic y hasta la próxima.