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sábado, 12 de marzo de 2022

La tierra de los hijos, de Gipi: retazos de una humanidad asolada

Los caminos tebeísticos son inescrutables, y como en tantas otras ocasiones, he llegado aquí de la mano de un colega que, un buen día y sin esperarlo, me puso en la mano el tomo que hoy me ocupa sabedor de que, por algún motivo, iba a gustarme. Y tanto me gustó, que a día de hoy me declaro ferviente gipista, gipiófilo o gipífago, que todo me vale. 

La tierra de los hijos, publicado en 2016 (yo manejo una edición de 2018), es, hasta el momento y que yo sepa, la última obra de Gian Alfonso Pacinotti, alias Gipi (Pisa, 1963), figura polifacética vinculada al mundo del cine, y que desde 2003 viene publicando una serie de trabajos en los que, al menos en los que he leído, la nota dominante es el interés por la humanidad, esto es, esa capacidad de sentir afecto, comprensión, solidaridad, etc. hacia otras personas. Esa propiedad o conjunto de condiciones que nos relaciona como humanos (amor, odio, ira, violencia, bondad, piedad...) y que nos sitúa en muchas ocasiones en una difícil controversia existencial. Y por encima de todo, en medio de este marasmo, en la obra de Gipi aparecen como un recurso argumental esencial las relaciones paterno filiales, en ocasiones tan opacas y difíciles. 



El argumento de la historia es sencillo: un padre y sus dos hijos sobreviven en un territorio devastado por lo que parece ser un virus que, en apariencia, ha borrado del mapa al ser humano, dejando tan solo unos cuantos supervivientes aislados que, en su día a día, han acabado por asalvajarse. El padre se muestra hosco y distante con sus hijos, a los que humilla, en particular con uno de ellos, con el que se comporta de un modo especialmente hostil. Los hijos saben que el padre escribe todas las noches en un cuaderno a la luz de una vela, circunstancia que les tiene intrigados. ¿Qué escribirá el padre? ¿Hablará de ellos? Y si es así, ¿qué dirá de ellos? 



En ese mundo devastado, los cuerpos muertos no se tocan, esa es la regla, y las relaciones con los pocos supervivientes que quedan son de interés, de comercio e intercambio, quedando los afectos de lado, como sucede con Aringo, un hombre avinagrado y reservado que ve con recelo a los hijos, que llegan a matarle el perro y ha robarle cartuchos de dinamita. Otra cosa es la bruja, con la que el padre tiene una relación de afecto y que siente un enorme cariño por los hijos. O los hermanos Cabezón que... Bueno, esto mejor queda para la lectura. 


Un hecho trágico llevará a los hijos a iniciar un camino motivado por la obsesión de uno de ellos por saber qué hay escrito en el cuaderno y, más aún, por saber qué pensaba su padre de él. En este camino, irán encontrándose con personas y sumiéndose en situaciones en las que Gipi indaga en los límites de la propia humanidad y en ese carácter lobuno que, según Hobbes, posee el ser humano. Y es que, llegados a un punto de la historia, los dos hermanos descubrirán que no están solos sino más bien acosados por una tribu de supervivientes, asalvajada y cruel, que profesan un credo primitivo y sangriento hacia el llamado Dios Wapo, en cuyo nombre realizan ritos macabros y sádicos, con vejaciones, torturas y amputaciones, y un especial ensañamiento contra las mujeres:

¡Nosotros los fieles!

¡Los fieles que hemos sobrevivido!

¡Sobrevivimos bajo tierra!

¡Nosotros! ¡Puros!

¡Elegidos por el Dios Wapo!

¡Nos meamos en los cerebros!

¡Puro sentimiento! ¡Puro sentimiento!

¡Alabado sea el Dios Wapo!


Como se ve, un argumentario sesudo y sin aristas, puesto que si eres el único superviviente de la Tierra y has sido elegido por el Dios Wapo puedes hacer en su nombre y literalmente lo que te salga de tus velludas pelotas. 

En resumen, estamos ante una historia que si bien no es nueva en cuanto a la situación planteada, un mundo asolado y hostil en el que los personajes sobreviven, resulta muy interesante por la manera en que está abordado y por poner el peso del relato en esa especie de macguffin en torno al valor de lo escrito y el contenido del cuaderno y de los pensamientos del padre hacia sus hijos. Todo ello permite a Gipi enfrentar a los personajes a situaciones extremas en las que se somete a juicio su integridad moral y su humanidad. ¿Qué harías tú en semejante situación?, parece preguntarnos el autor. 





En la parte argumental y gráfica, Gipi vuelve a su práctica habitual de iniciar una historia sin un planteamiento final previo, desarrollando su trabajo desde una inicial improvisación, en base a su impulso creativo, que poco a poco va adquiriendo consistencia y entrelazando los hilos argumentales que sustentarán la historia. Así, el trazo con el que nos ofrece el retrato de los hijos en las primeras páginas irá evolucionando y concretándose a medida que estas avancen con la historia. Y esta irá encaminando sus pasos hacia un final cada vez más definido. Eso sí, coherente con sus reglas éticas, Gipi establece desde el principio una serie de parámetros que se mantienen inalterables a lo largo de la historia, tanto en formato y tratamiento de las páginas, estilo, como en caracterización de los personajes, en especial los hijos, en los que coexisten cierta ingenuidad y a la vez salvajismo, como de lobeznos nacidos y criados en plena naturaleza para los que todo es nuevo y atractivo, y a la vez hostil y peligroso. Algunos detalles como que no sepan qué es una fotografía o que se crean que calándose unas gafas podrán leer el contemido del cuaderno paterno, como si las gafas fueran un instrumento de lectura automática, nos revelan la realidad de su conciencia y de su tiempo, devastado e ignorante del pasado. 

En esta ocasión, Gipi opta por trabajar exclusivamente con tinta, dejando de lado sus acuarelas, por otro lado tan alucinantes, de trabajos como El local (2005) o Unahistoria (2013). Sobre su capacidad creativa con la acuarela, dejo aquí un video en el que el autor elabora una de las páginas de Unahistoria, en concreto la número 106 según la edición que manejo de 2014. 



En diciembre de 2021 se estrenó una adaptación libre de esta obra, a cargo de Claudio Cupellini. Habrá que verla. Ahí va el trailer: 


No me queda mucho más que decir, salvo que Gipi ha entrado en mi vida para quedarse gracias a su técnica y al tratamiento gráfico pero sobre todo al enfoque argumental de sus historias tan intensas como sensibles y a esos planteamientos casi filosóficos que propone y que te hacen plantearte el sentido mismo de la propia existencia: 

Sobre las causas

y los motivos

que condujeron

al fin habrían

podido escribirse

capítulos enteros

en los libros

de historia. 

Pero después del fin

ya no se escribieron

más libros. 


El fin acaba con la cultura, con el recuerdo y con la memoria que, aún y todo, se resiste a desaparecer en los hijos. 

No sé por qué, pero esta sentencia, quizá por lo que está pasando en Ukrania y por lo que puede venir, me trae a la memoria aquella otra que se tribuye a Eistein y que no es nada tranquilizadora: "No sé con qué armas se peleará en la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras".