Búsqueda

"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

(Groucho Marx, de niño)


Iruña Sumergida (Hurrikrane) Me interesa un ejemplar

Sacamantecas (Altu y Hurrikrane) Me interesa un ejemplar

viernes, 30 de abril de 2021

Una alemana normal: Irmina, de Barbara Yelin

Toca hoy el turno a una de las novelas gráficas que más me han impactado en los últimos tiempos, obra de una autora fascinante. Me refiero a Irmina, de Barbara Yelin (Astiberri, 2019), que narra la historia de una joven inmersa en los negros años del nazismo, tema tratado por autores y autoras varias desde perspectivas diversas (Art Spiegelman, Osamu Tezuka, Miriam Katin, Marco Rizzo y Lelio Bonaccorso, Pascal Croci, Tsutomu Takahashi, y disculpas por los que me dejo en el tintero). Todos ellos tienen en común que abordan el tema desde el punto de vista del “otro perseguido/ exterminado” pero no desde el de la sociedad alemana que posibilitó la implantación de la maquinaria del terror. Es este el tema central de Irmina, una joven alemana que pese a sus ansias de libertad ("de mayor quería ser capitán y surcar los siete mares") acabará siendo engullida por la maquinaria militar del nazionalsocialismo. 



La historia comienza en Londres, a donde llega Irmina von Behdinger de intercambio desde Sttutgart para aprender mecanografía y poderse ganar la vida como oficinista y emanciparse del papel que la sociedad le tiene asignado como mujer. Pero allí, se dará de bruces con el flemático encorsetamiento y elitismo de una sociedad que la juzga constantemente por su condición de mujer, por querer ser independiente, por extranjera y por alemana, esto es, por nazi. Gracias a Howard, un joven de Barbados que estudia en Oxford gracias a una beca del Hetford College, podrá soñar y sonreír al menos por un tiempo pese a que él también tiene que soportar los prejuicios del ego británico por ser un “darky”, esto es, de raza negra y por ser un “mantenido”. 

En este escenario se va tejiendo el telón de fondo en torno al auge del nazismo y del fascismo, encarnado en Inglaterra por los camisas negras, perceptible en el ambiente, a través de noticias y comentarios contra Irmina, por el simple hecho de ser alemana. "Los alemanes son unos salvajes", le espetará una de las hijas del matrimonio con el que se hospeda. La situación en su país le obligará a regresar ya que su familia no puede enviarle dinero, pese a que encuentra momentáneamente amparo en casa de una señora acomodada, encontrándose a su retorno con la maquinaria del nazionalsocialismo perfectamente engrasada, apisonando la moral de las gentes con grandilocuentes eslóganes sobre la raza y la grandeza del espíritu alemán, exigiendo sacrificios a una población que poco a poco se va creyendo que el fin justifica los medios; una población que se censura a sí misma y que denuncia a sus vecinos cuando se salen del tiesto, puesto que el pensamiento nazional es único y sagrado y viva el Führer y la madre que lo parió.    

Sin embargo, Irmina no desiste en ser una mujer emancipada y esquiva los deberes que como mujer le imponen el sagrado deber que la raza aria exige. Aún quiere trabajar, y lo hace en el Ministerio de Guerra, en Berlín, donde las botas lustrosas marcan el ritmo y poco a poco el ambiente nazistoide irá impregnando detalles cotidianos, primero el saludo (¡Jail Jitler!) y el uniforme, y después las opiniones que poco a poco dejan de serlo. Ella promociona por su valía pero sobre todo por el deseo de volver a Inglaterra, destinada a la embajada para poder reencontrarse con Howard. Lástima que este decida marcharse de Inglaterra sin dejar señas, desapareciendo así de la vida de Irmina, sobre la que el peso de la situación es cada vez más agobiante. 

Y sucede lo que sucede cuando no te rebelas..., te adaptas, y haces del día a día algo cotidiano, y de sus excesos rutina, y de que insulten, apaleen y secuestren y deporten judíos algo normal. Y dejas de pasar de largo, avergonzada o acobardada, a formar parte de la muchedumbre que contempla y jalea el desahucio, igual de avergonzada y acobardada. Es aquí donde se produce el punto de inflexión de la historia, la de esta alemana normal que normaliza una situación anormal a causa de la represión imperante. En ello tiene que ver su matrimonio con Gregor Meinrich, a quien conoce en una aburrida fiesta. Arquitecto del Reich, miembro de las S.S. y, por tanto, culpable de los hechos ocurridos contra la población judía, contra la que atenta en sus escarceos nocturnos, que Irmina conoce y acaba tolerando y normalizando. "La ira del pueblo ha devuelto el golpe", justifica Gregor a Irmina sin esta aceptarlo. Y cuando su marido marcha al frente, lo entiende; y cuando se habla de los trenes de judíos que van al Este, conoce cual es su destino; y cuando su hijo pequeño le pregunta “¿qué son los judíos?”, ella acaba respondiendo: "Los judíos son nuestra desgracia".

Irmina forma parte de la sociedad alemana pasiva que toleró los excesos del nazismo; aunque mirara para otro lado, fue cómplice de lo que pasó. Y le atormenta saber que lo es; y le atormenta saber que está perdiendo su libertad, a su marido y posiblemente su futuro. Porque todos sus sueños se han visto frustrados y ha acabado siendo lo que no quería, una más al servicio de algo que detesta pero de lo que irremediablemente forma parte. 



La muerte de su marido le sorprende junto a su hijo en el campo. La historia sigue pero no la vemos, retomándola años después, cuando Irmina es una mujer madura que trabaja como secretaria en un colegio, en una Alemania moderna. Entonces recibe una carta procedente de Barbados y sus ojillos arrugados brillan. Es Howard, ni más ni menos que Gobernador. Ella acude dichosa, esperando no se sabe muy bien qué, si bien se encuentra con un hombre que ha perdido la chispa de antaño y cuyo planazo de sábado noche es sentarse en un sillón a ver un partido de criquet. Irmina queda decepcionada al no ser atendida por un hombre demasiado ocupado con las labores de su cargo pero sobre todo por estar casado. Apesadumbrada y decepcionada se sorprenderá, no obstante, al descubrir que la hija de Howard se llama como ella y que esta la tiene idolotrada. Al final, aquel amor de juventud dejó semilla de algún modo. Y es en una conversación con ella, en una fiesta, cuando Irmina hija hace ver a Irmina la realidad de su pasado: "Toda esa destrucción, ese sufrimiento. ¡Los terribles nazis!". Entones, "la osada Irmina", como la conocía Howard, no es capaz de reconocer que ella fue una de ellos...  

Irmina es una historia de sueños, de decepciones, de miedo y desesperanza, pero también de redención, que ahonda en la esencia misma de la sociedad que permitió la barbarie y, peor, fue cómplice de ella. 

El trabajo de documentación de Barbara Yelin es espectacular y palpable en infinidad de viñetas. No sólo la ambientación de los escenarios y las calles, o la indumentaria (vestidos y trajes de civil, uniformes, etc.) sino la infinidad de referencias a carteles, panfletos, eslóganes, emisiones de radio, etc. que conformaron la rayante propaganda del Reich hasta hacer que las soflamas del gran Dictador entraran en los hogares e impregnaran el papel de las paredes. Un Hitler cínico que animaba al pueblo a comer los domingos, como él, potaje, algo de lo que se burla Irmina y casi le vale una denuncia de una amiga ante la Nationalsozialistische Frauenschaft. Así estaban las cosas. Pero si algo sobrecoge en esta novela gráfica son las escenas de muchedumbre de esa masa nazi que apisona al otro, que lo destruye y aniquila. Para muestras la secuencia que va de la página 184 a 193. ¡Brutal!

Barbara Yelin, que ya había sorprendido gráficamente con Veneno, con guion de Peer Meter (Sinsentido, 2010), añade en esta historia el color a su trazo de lápices y tinta. Un color en el que predominan los tonos fríos (azules, grises, verdes) y que hacen que destaque más la ostentación del cromatismo nazi; ese rojo en el que luce la gamada encerrada en círculo blanco; esa marca de un ganado que se convirtió en lobo.