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viernes, 10 de septiembre de 2021

EL HÉROE, de David Rubín, o la reconstrucción del mito clásico

Un año más, tenemos el lujazo de contar con el Salón del Cómic de Navarra, repleto de exposiciones y actividades, entre las que sobresale la exposición retrospectiva dedicada a David Rubin, comisariada por Asier Mensuro. ¡Alucinante! Por cierto, alucinante también el cartel del Salón, obra de Laura Pérez. 

Se trata de la exposición más grande de las que ha acogido el Salón en sus ya doce años de vida además de la más amplia sobre este creador ourensano de fama internacional. Repleta de trabajos originales y reproducciones de gran formato de algunas páginas y portadas, muestra una trayectoria de 15 años de “sacrificio y ascensión”, como reza el título de la expo. 


Imagen de la exposición

Pero más que su obra, lo que más atrae de Rubín es su personalidad. Los que asistimos a la firma de ejemplares que tuvo lugar el pasado sábado en el santuario del cómic iruñés, esto es, TBO, pudimos compartir unos minutos con el autor que, pacientemente atendió a todas y cada una de las personas que nos reunimos. A mí la espera no se me hizo larga, porque estuve charlando de cómics con la gente, pero sí tenía ganas de conocer al autor, y no me defraudó. Rubín es un tipo amable con sus fans; más aún, un autor que cuida mucho a sus fans. Incluso a quienes, como yo, empezamos a leer su obra ahora. Es un cuarentón atractivo, es decir, una persona que atrae o tiene la fuerza de atraer, que despierta tu interés, igual que su trabajo. Dice Paco Roca en el prefacio del primer tomo de El héroe (Astiberri, 2011) que solo emociona el dibujante que disfruta dibujando. Pues bien, está claro que Rubín la goza. Ya lo pude ver en el dibujo con el que me dedicó el ejemplar de la obra mencionada. Trazos veloces y precisos de color y zas… medio rostro de Heracles me agradece que lea su obra. ¿Se puede pedir más?

Yo entré en el universo Rubín hace muy poco y fue a través de Beowulf (Astiberri, 2013), relato épico con guion de Santiago García. El dibujo rotundo, el color como elemento constructor, ese tono entre naif y macabro, rudo y violento, atento a la épica de una historia de guerreros nórdicos, dragones y monstruos, me cautivó. Y El héroe (de momento he leído su primer número), me ha confirmado como seguidor suyo. 



A la espera de leerme el segundo tomo, que ya voy tarde, comprendo que se trata de una novela gráfica que, antes que nada, es un homenaje a la propia niñez del autor, a su propio camino de superación y al propio mundo de los superhéroes, con Jack Kirby a la cabeza. Precisamente, fuer Kirby el icono que eligió Rubín para el mural que realizó en la edición de este año del Salón del Cómic de Navarra. 



No puedo decir mucho más, a la espera de culminar la lectura de esta apasionante historia, adaptación libre del mito de Heracles con atinados toques de actualidad. Narra el nacimiento y crecimiento del héroe, marcado por su destino, por la obediencia al capullo de Euristeo, que le irá exigiendo superar las diferentes pruebas, serán doce en total. Sabido es que este deber de Heracles está condicionado por el hecho de haber nacido después de aquel por decisión de Hera para joder a Zeus, pero esa historia está en la Wikipedia y para qué contarla aquí. Lo que importa ahora es la obra de Rubín, su capacidad para renovar el mito clásico. Si Uderzo y Goscinny le dieron su toque en Las Doce pruebas de Asterix (1976), y la Disney le dio un punto (1997), Rubín ahora le mete caña a ritmo de licor de café y rock and roll. Rubín es el héroe de su historia, el que ha superado las pruebas a base de sacrificio, el que tras luchar contra el mundo y contra sí mismo se alza en el Olimpo de los autores. Por mérito propio. 

Ese niño que soñaba con crear escenas de lucha a lo Kirby (precioso homenaje a su niñez en la página publicada junto al prefacio de Roca) es ahora el que nos inspira a ser como él. Ese es el camino del héroe. 








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