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"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

(Groucho Marx, de niño)


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lunes, 10 de mayo de 2010

Aquel 1984...



Pamplona, 11 de mayo de 2010
Bueno, ya que me lancé hace días a narrar mi experiencia con los tebeos, pues lo mejor es continuar con ello, más que nada por si alguien se ha tomado la molestia de empezar a leer este relato sentimental.
Los primeros tebeos que tengo son de 1984, lo que me indica que aquel tuvo que ser un buen año. Por entonces era yo un niño enclenque, tirando a enfermizo, que dormía de noche y soñaba de día.
El primer tebeo que compré fue, como dije la vez pasada, un número de la revista Mortadelo en la que los agentes de la TIA finiquitaban la aventura titulada "El loco del Fuji-Yama". En ella había un cameo del Botones Sacarino y, como en casi todas, los protas terminaban corriendo, en esta ocasión delante de un oso polar llamado Kanelo. Debo reconocer que siempre me ha gustado Ibañez, sus historias tienen algo de delirante insistencia por lo surrealista que me parece bastante divertido. Una vez leí una historia titulada, creo, "Lo que el viento se dejó" y recuerdo que me partí de risa.
Aquellas revistas de historietas me gustaban. En ellas tenía acceso a personajes y situaciones de lo más variopintas, que generalmente desembocaban en una somanta de palos -como la vida misma-, pero que me hacían darle vueltas a la imaginación. Algunas eran de uso limitado, vamos, para pasar el rato, mientras que otras calaron hondo en mí. De aquel número, ya lo dije, me quedo con un extracto, bastante avanzada la historia, de "La caja de Pandora", de Superlópez, y una aventura de "El capitán Pantera", dibujada por Carrillo. A Jan le dedicaré atención otro día, por aquello de que Jan es mucho Jan. En cuanto al capitán Pantera y Carrillo, reconozco que me impresionó. Primero por los dibujos, después por Jane, la guapa partenaire del capitán y, finalmente, porque las historias de mares, barcos y piratas sencillamente molan. De Carrillo leería con el tiempo "El Dragón Rojo de Laham", una aventura de los mercenarios, donde el marino Tom Rowe y los suyos deben salvar a una hermosa mujer -y es que en la obra de Carrillo todas lo son- que ha sido raptada por el Sultán Rojo de Laham. Está dibujada en blanco y negro, con un trazo realista y un uso de la tinta magistral. Es comprensible, pues, que haya releído esas páginas una y otra vez a lo largo de los años. Por si fuera poco, aquel número de la revista Mortadelo del que vengo hablando finalizaba con el capítulo 12 de "Bruce Wee, el invencible", precisamente en el momento en el que el luchador y la tigresa, una policía de Hong Kong, se disponían a librar un combate a muerte. Bueno, aunque para combates a muerte, el que libran el auténtico Bruce Lee y Chuck Norris -ey Walter qué pasó- en El furor del dragón (1973), que debí ver por aquellos años.
La revista Mortadelo fue por aquél entonces una buena amiga, al igual que Torrebruno, la gallina Caponata y, más tarde, Espinete... Llamarme rarito, pero a mí Don Pinpón siempre me dio mal rollo. El recuerdo de aquella inocente y plácida infancia, no obstante, se desplomaría años después cuando vi a Ruth en una película abierta de patas en una bañera con cara lasciva. No sé, hay cosas que se tienen que advertir previamente. Es como cuando recientemente aparecieron unas imágenes de Leticia Sabater "cabalgado" en el mar a causa de las cuales toda una generación de niños y niñas ha quedado traumatizada.
Volviendo a aquella época, todos los meses compraba una revista en el estanco del barrio: Mortadelo, Superlópez, Zipi y Zape, Don Miki... Debo reconocer que el par de cabroncetes creados por Escobar, que hoy pasarían por un par de niños repipis del Redín, me causaban entonces bastante gracia y considero infinita la paciencia de Doña Jaimita y Don Pantuflo. Además, en uno de aquellos números, se anunciaba a bombo y platillo el "Premio Bruguera de historieta de humor", en el que se ofrecían como galardones el Mortadelo de Oro y 300.000 pesetitas, ahí es ná, y el Mortadelo de Plata y 150.000 rupias, que tampoco estaban nada mal. El jurado estaba formado por Ibáñez, J. L. Sagasti, Cesc, Chumy Chumez y J. L. Martín. Pobre de mí, recuerdo que le comenté a un compañero del colegio que yo me iba a presentar, y no era más que un enano de apenas 8 años que justo sabía escribir su nombre y que cada vez que miraba al Perdón, le parecía estar viendo las montañas de Mordor. Por cierto, que por aquel entonces un profesor del cole, cuyo nombre no recuerdo, nos leía todos los jueves después del recreo el Hobbit. Por supuesto, esas Navidades yo les pedí a los reyes majos -es que yo por entonces era muy monárquico- el tomo de Tolkien. Recuerdo que al abrir el paquetito y ver la portada me sentí el niño más feliz del mundo.
En una de aquellas revistas Mortadelo encontré a uno de los personajes que más me han gustado, Sir Tim O´Theo, que entonces se enfrentaba a un misterio en la historieta "Una batería descargada". De Raf siempre me ha atraído que hace sencillo lo complicado. Quiero decir, que sin excesivos alardes compone unas viñetas perfectas y da a sus personajes y a la narración el ritmo deseado. Es esa exquisita sencillez que caracteriza a los buenos dibujantes. Ahí va una dirección para el que guste:
http://seronoser.free.fr/bruguera/sirtim.htm
En ella se descubren, además de las aventuras del personaje, algunos interesantes detalles, como varios bocetos de Raf para la segunda parte de las aventuras de Dartacan, en las que colaboró. Merece la pena echarles un vistazo. En 2009, se editaron las aventuras del detective y su inseparable Patson en la colección Clásicos del Humor. Desgraciadamente, como yo me encontraba de vacaciones en Babia, perdí la ocasión de adquirir el ejemplar. También disfruté y disfruto con otros personajes de Raf como Manolón, Don Pelmazo y, sobre todo, Mirlowe, del que tuve la suerte de comprar un domingo cenizo la historia "Vampiros 87": Raf, vampiros, el detective Mirlowe... ¡qué más puede pedir un crío de apenas diez u once años, y todo ello por 225 pesetas, IVA incluído!
No quiero dejar de escribir hoy sin dedicar un poco de atención a la revista Don Miki. Reconozco que me da un poco de apuro afirmar que conservo algunos ejemplares de la misma, pero en el fondo, sé que muchas personas de mi quinta leyeron y disfrutaron con sus páginas. El mundo mickeymusiano me resulta en la actualidad un tanto ñoño, pero no me cabe la menor duda de que este tipo de revistas resultan ideales para que los peques se inicien en el mundo de los tebeos. Empezar con Don Miki y terminar con El puño de la Estrella del Norte es cosa de meses.
El primer Don Miki que compré fue el número 449, editado en aquel dichoso 1984, en el que se ofrecían tres aventuras, a saber: "El reportaje sensacional", "La carta misteriosa" y "La suplantación real". La primera de ellas transcurre en el Polo -seguramente Norte- y en ella el pato Donald, sus sobrinos, el tío Gilito, y una reportera que responde al seudónimo de Esfinge Sibila, se ven inmersos en un complot que a punto está de acabar con ellos, con el mundo de las pieles de animales (sintéticas) como telón de fondo. Estaría bueno que un pato matara a un oso polar para hacerse un abrigo con su piel. Lo que más me llama la atención de la historia es que si los patos protagonistas van vestidos y hablan entre ellos, por qué los osos polares que les atacan en un momento van "desnudos" y no dicen ni pío. Total, todo hubiera estado en tratar el tema con humanidad, digo animalidad, y quedar para echar unas cañas, que las acabaría pagando Donald, eso seguro. En la segunda historia, el ratoncito Mickey experimenta una aventura a lo Expediente X con extraterrestre incluído. Finalmente, en "La suplantación real", el mismo ratón -que no para un segundo- y Goofy reciben una invitación de Thor, príncipe de "la lejísima Sirmania", para que acudan a su coronación. Sin embargo, Roht, primo del príncipe, y el maligno duque Felin deciden suplantar al heredero aprovechando la feliz circunstancia de que Thor y Roht son como dos gotas de agua, en plan El hombre de la máscara de hierro. Por supuesto, al final se resuelve todo, con la ayuda, entre otros, de Sir Otto en plan mosqueteril.
Ironías aparte, reconozco que estas aventuras y otras que conocí después protagonizadas por los Apandadores, Chip y Chop... incluso hay una de Super Goofy ni más ni menos, me hicieron disfrutar de lo lindo y que, aún a día de hoy, causan en mí esa misma sensación de infantil placidez que cuando te compras una bolsa de petazetas. Claro, que yo luego leo a Schopenhauer, que para eso tengo carrera.
En fin, tebeos..., trocitos de la infancia que vuelven a mí y cuyo disfrute me ha parecido bien compartir.

Iñaki

1 comentario:

  1. Muchas gracias por tu comentario.
    Me alegra que te haya gustado el Olivier.
    Un abrazo,

    Jali

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