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"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura.
En cuanto alguien enciende la televisión, me retiro y leo un buen tebeo".

(Groucho Marx, de niño)


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martes, 4 de mayo de 2010

De unos cómics comprados al tuntún y de un encuentro dichoso




Pamplona, 4 de mayo de 2010
Este es un relato más bien sentimental. Sentimental porque está escrito a partir de los recuerdos de una época en la que mi pequeño mundo eran los cómics. Cómics leídos y releídos una y otra vez hasta que las páginas eran desgastadas y las viñetas quedaban grabadas en mi retina.
Hace poco encontré -es lo que tienen las mudanzas- un ejemplar de la revista Más madera! (nº 8) que mis padres me compraron una tarde de verano en Salou para que me quedara tranquilo en el apartamento mientras ellos salían al baile. Buena manera de hacer de canguro que tuvo la revista. Con ella, sustituí a los personajes de Bruguera al uso (aunque la revista también era made in Bruguera) y me adentré en un mundo poblado de personajes como Lula, Carlota & Co, Pepe Crío, Julito Pringao, etc. De ellos no he vuelto a saber nada, seguramente porque dejé de buscarlos, pero me hicieron pasar una buena noche y, posteriormente, otros buenos momentos.
En la misma mudanza apareció otro ejemplar, sin tapas, de la revista Mortadelo: el primer cómic que compré. En él se ofrecía el final de la historia "El loco del Fuji-Yama", de la pareja de agentes de la TIA, y otras historiestas varias de Tranqui y Tronco, 13, Rue del Percebe, Camelio Majareto, "Una extraña amenaza a la Tierra: Exterminius", a modo de cómic fotográfico, El mini rey, El capitán Pantera, y, lo mejor de todo, un extracto de "La caja de Pandora", aventura de Superlópez. Y digo que esto fue lo mejor de todo porque gracias a esa casual compra, realizada con lo sobrante de una escasa paga dominical, conocí al que para mí es uno de los mejores dibujantes que ha parido madre. Creo que la forma que tiene Jan de componer las páginas y, sobre todo, de resolver las viñetas, con verdadera exquisitez de detalles, es algo a reivindicar en el mundo del cómic. Lo curioso de todo es que no llegué a finalizar la historia aunque la leí en algún lugar más adelante, gracias a un cómic prestado por algún amigo. Hace poco, no obstante, no pude evitar comprarla en TBO, en Pamplona, y disfrutarla, aunque carezco ahora, creo, de la ingenuidad de los diez años (año arriba, año abajo).
Por aquella época mi cita con la revista Mortadelo era ineludible, salvo un fin de semana que, no sé muy bien por qué, se me pasó. Entonces me lancé a la desesperada empresa de localizar el ejemplar perdido, que no hubo forma de encontrar. Pero aquello tuvo algo bueno ya que mi padre me habló de una librería "toda llena de tebeos", localizada en una de las callejuelas oscuras y siniestras del casco antiguo pamplonés, que por aquél entonces para mí era poco menos que el averno. Él me llevó y, gracias a esto, entré en aquel local atestado de ejemplares de los que nunca había oído hablar y en el que un señor, que más tarde supe se llamaba Julio, nos atendió. El ejemplar no estaba, pero en recompensa a la búsqueda, mi padre me compró una revista cuyo título, ahora mismo, no recuerdo.
Tardé mucho en volver allí. Mucho, mucho tiempo. Creo que fue gracias a un compañero de clase que me habló de la misma librería y de una serie de historias de kung fu, dibujadas por un tal Tony Wong: Tigre Wong y Drunken Fist. Claro, para un criajo de unos trece o catorce años, aquello era el paraíso. Además, por casualidades de la vida - o quizá no- en uno de aquellos viajes de veraneo a Salou, donde cada vez había más pamploneses, yo había adquirido hace años en una de las librerías del paseo marítimo, el número 9 de Drunken Fist. De él me había llamado la atención lo diferente que resultaba de los cómics Bruguera al uso y que, vamos, la historia estaba llena de guantazos y técncias imposibles como "Las mil sombras borrachas" o el letal "Vuelo de la cigüeña borracha". Moraleja: yendo borracho se pelea mejor.
Así que cuando mi compañero me habló de la tienda y de las historias, regresé allí y, tras tanto tiempo, me agradó ver que todo seguía en su sitio y, comprendí, que aquel iba a ser un lugar de visita obligado en lo sucesivo. Como muchas otras historias de la época, la editorial Jademan Cómics decidió no distribuir más aventuras de nuestros héroes, así que nos quedamos estancados en los respectivos números 12. Para más señas cuando en Drunken Fist, la joven Drunken Kid (lo dicho, todos borrachos) que ha encontrado al pequeño Dragón, estaba siendo acosada por su antiguo amigo Mack, mientras que el héroe de la serie, aunque un poco pardillo en cuestiones de faldas, Chek Fai se daba de palos con dos maestros de kung fu; y, en la historia de Tigre Wong, cuando éste, tras ser arrestado por el malo malísimo, el secretario de Skeleton -organización que era al prota lo que Scorpia a James Bond- es puteado de lo lindo en la carcel de Tailandia, donde ya han intentado sodomizarlo, para que revele los secretos de los nueve soles del kung fu -que es como decir, la fórmula de la Coca-Cola-, mientras el rubiales de Dragón Dorado y el moñas de Guy, preparan el asalto a la penitenciaría, así, a lo loco, a lo loco. Lo dicho, nos dejaron con las ganas. Con los años, sé que Tigre Wong se ha vuelto a publicar, con otro título y con otro formato. No obstante, de aquella dejada en la cuneta con los números doce, lo bueno fue que en ambos ejemplares Manuel Díez, hablaba de la pronta llegada de los cómics japoneses, lo cual nos introduce en otra historia, pero ya para otro día.


Iñaki


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